16 Ago Libro de Eclesiastés
Posted at 07:08h
in Estudio de Eclesiastes
Libro de Eclesiastes
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
CAPITULO 11
Los frutos de la generosidad
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Echa tu pan sobre las aguas, que después de muchos días lo hallarás.
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Reparte tu porción con siete, o aun con ocho, porque no sabes qué mal puede venir sobre la tierra
El capítulo 11 empieza animándonos a dar pan a los que no pueden recompensarnos. Por supuesto, el escritor se refiere, no literalmente a pan, sino a lo que en el futuro lo produce, es decir, la semilla, como el arroz, que se echa en charcos de agua y se hunde en el suelo. Según puede ver parece que se ha perdido, pero el sembrador sabe seguro que producirá en cuestión de meses. Así, el que confía en Dios, sabe bien que lo que él da, obedeciendo a Dios para el beneficio de otros, Él lo hará volver (v.1). Jesús enseñó este principio de la siguiente manera: “Cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos… ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos” (Lc.14:13-14).
Sé generoso y da tanto como puedas. El número siete implica plenitud, que en este caso significa la medida completa de tu capacidad para suplir la necesidad total. “Aun con ocho”, significa más allá de tu capacidad, es decir, repartiendo con fe, confiando en Dios para que supla tus necesidades. Pablo felicita a los macedonios que dieron “en medio de una gran prueba de aflicción, abundó su gozo, y su profunda pobreza sobreabundó en la riqueza de su liberalidad. Porque yo testifico que según sus posibilidades, y aun más allá de sus posibilidades, dieron de su propia voluntad” (2 Co.8:2-3).
“Vuestra abundancia suple la necesidad de ellos, para que también la abundancia de ellos supla vuestra necesidad” (2 Co.8:14). Pablo enseñó a los corintios sobre suplir la necesidad en Jerusalén. Era un tiempo difícil en Judea, donde el estilo de vida en comunidad había fracasado. Aun los que estaban en buenas condiciones en Jerusalén no tenían con qué ayudar a los destituidos. Pablo apeló a las iglesias gentiles para que les ayudaran porque, en el futuro, ellos mismos podrían necesitar ayuda. Salomón nos dice que no existe una garantía para el bienestar económico. La realidad es que a veces ocurren desastres en los que la gente lo pierde todo (v.2). Vemos otra vez qué maravillosamente las Escrituras se aplican a todas las épocas y presentan un principio constante, inspirado por el Espíritu Santo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. (He estudiado recientemente como la ley de la redención obliga a ayudar a los desafortunados sin egoísmo. Fíjate en Deuteronomio 25:5-10 y Rut, capítulo 4. Lo mismo uno puede observar, estudiando el año de jubileo. Levítico capítulo 25).
Vivir la vida solamente para Dios
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Si las nubes están llenas, derraman lluvia sobre la tierra; y caiga el árbol al sur o al norte, donde cae el árbol allí se queda.
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El que observa el viento no siembra, y el que mira las nubes no siega
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Como no sabes cuál es el camino el viento, o cómo se forman los huesos en el vientre de la mujer encinta, tampoco conoces la obra de Dios que hace todas las cosas.
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De mañana siembra tu semilla y a la tarde no des reposo a tu mano, porque no sabes si esto o aquello prosperará, o si ambas cosas serán igualmente buenas.
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Agradable es la luz, y bueno para los ojos ver el sol
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Ciertamente si un hombre vive muchos años, que en todos ellos se regocije, pero recuerde que los días de tinieblas serán muchos. Todo lo por venir es vanidad.
Hay situaciones que se levantan sobre las fuentes de seguridad de la gente y ésta queda indefensa. Que será, será, es un simple proverbio que nos recuerda que nosotros no controlamos nuestro propio destino. Salomón nos advierte a no permitir que nuestras vidas sean controladas por una fobia de tener seguridad. Tenemos que seguir adelante, viviendo y confiando que Dios nos cuidará (vs.3-4).
La noche obscura, el sol y la luna, Las estaciones del año también, Unen su canto cual fieles criaturas,
Porque eres bueno, por siempre eres fiel.
¡Oh, tu fidelidad! ¡Oh, tu fidelidad!
Cada momento la veo en mí.
Nada me falta, pues todo provees,
¡Grande, Señor, es tu fidelidad!
Nuestro Creador y Señor nos creó en el seno, aunque no teníamos control ni conocimiento de nuestra formación: “Porque tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre… No estaba oculto de ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado… Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos” (Sal.139:13-16). Debemos a Dios nuestra existencia y cada detalle de nuestras vidas. Junto con el desarrollo físico, el alma ha sido creada en cada feto, individualmente (v.5). No somos capaces de hacer decisiones para las cosas básicas de la vida, por eso debemos reconocer nuestra total dependencia de nuestro Creador. No fuimos creados para ser independientes, auto-confiados ni auto-suficientes. Un cristiano es alguien que se ha rendido al control de su Maestro.
En el versículo 6, el predicador nos da el principio para la vida práctica y el consejo que necesitamos para llevarlo a cabo. Tenemos que pasar la vida cotidiana, desde la juventud hasta la vejez, echando a un lado los intentos de controlar nuestro propio destino. Debido a nuestro tan limitado conocimiento, la vida tiene que vivirse por medio de la fe en Dios y confiar en Él para nuestro futuro. Él ordena y nosotros aceptamos con gratitud Su voluntad predeterminada. Debido a que Él desea nuestra confianza, nos da poco conocimiento de lo que será.
Vemos el principio de la fe en la Biblia desde los tiempos de Abraham, que salió de Ur sin saber a donde iba. Felipe salió de Samaria por orden angelical, sin saber la razón de su viaje desde Jerusalén hacia Gaza. Pedro abandonó Jerusalén sin saber que el propósito de su viaje era llegar hasta Cesarea, y Pablo y su equipo cruzaron todo el territorio de lo que es ahora Turquía sin saber su destino.
No estamos recibiendo instrucción de un hombre viejo contrariado, como algunos creen, que está desilusionado con la vida, sino que estamos a los pies de un hombre sabio, que nos hace saber cómo gozarnos de los valores verdaderos. Él escribe lo que es agradable y dulce, y anima a los ancianos a vivir cada día con una disposición alegre (vs.7-8). Una vez que la luz de nuestro día se apague, las oportunidades cesarán. Jesús dijo: “Nosotros debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Jn.9:4). Nos han sido regalados nuestros días sobre la tierra para llevar a cabo los propósitos de Dios.
Un mensaje especial para la juventud
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Alégrate, joven, en tu mocedad, y tome placer tu corazón en los días de tu juventud. Sigue los impulsos de tu corazón y el gusto de tus ojos; mas debes saber que por todas estas cosas, Dios te traerá a juicio.
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Por tanto, aparta de tu corazón la congoja y aleja el sufrimiento de tu cuerpo, porque la mocedad y la primavera de la vida son vanidad.