Himno: ¡Cuán dulce el Nombre de Jesús!
Autor: John Newton
En tiempos pasados, en todos los puertos solía haber bandas que capturaban gente, y les obligaban a servir a bordo. El autor de este himno cayó en manos de una de estas bandas siendo joven, y fue forzado a entrar en la Marina. Así empezó la vida John Newton en un camino especialmente impío.
John Newton nació en Londres el 24 de julio de 1725
Su vida terminó de manera muy diferente: murió a la edad de 82 años, siendo Rector de la Iglesia de Inglaterra en Londres. El epitafio en una de las paredes de esa iglesia dice:
John Newton Clérigo, Antes un Infiel y Libertino, Un siervo de esclavos en África, fue por la misericordia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo Preservado, Restaurado y Perdonado Y señalado para predicar la Fe que él por tanto tiempo había estado destruyendo.
Sus últimas palabras fueron: “Mi memoria casi se ha ido, pero recuerdo dos cosas: que soy un gran pecador, y que Cristo es un gran Salvador.”
¿Hubo jamás algún cambio tan maravilloso? Nunca se cansaba de meditar en ello.
A los 11 años fue llevado al mar por su padre, que era capitán de la Marina Mercante. Después de hacer varios viajes fue capturado por una banda y llevado abordo de uno de los Buques de Guerra de Su Majestad.
Fue marinero por unos 20 años, compañero de libertinos y depravados, tirando por la borda toda su educación religiosa, y pecó todo cuanto quiso.
Mientras estaba en el mar, dice un escritor, soportó las mayores barbaridades de una vida delante del mástil: cayó bajo los puños despiadados de la Banda; como desertor de la Marina, fue azotado públicamente en Plymouth, bajo la férrea disciplina de la Marina Real, hasta que la sangre corría por su espalda; luego fue despedido por insubordinación.
Poco después entró a bordo de un buque con Amos Clowe (un traficante de esclavos) participando en las indescriptibles atrocidades de la trata de esclavos en el Oeste de África.
Clowe llevó a Newton a la costa y se lo dio a su esposa, la princesa Peye del pueblo Sherbro. Abusó y maltrató a Newton tanto como a sus otros esclavos.
Newton más tarde relató este periodo como el tiempo en que “una vez fue un infiel y libertino, un sirviente de esclavos en África Occidental”
¡Qué contraste al verle como el honorable Rector de una Iglesia en la Ciudad de Londres!; multitudes venían a escucharle predicar, y otros visitaban su casa para resolver sus problemas espirituales.
¿Cómo tuvo lugar este cambio extraordinario? Sucedió mientras estaba en el mar: En medio de una terrorífica tormenta su barco se inundaba de agua, y parecía imposible que pudieran escapar. Mientras Newton accionaba las bombas de achique junto con otros, dijo al Capitán: “Si esto no vale, que el Señor tenga misericordia de nosotros.” Sus propias palabras le sorprendieron: “¡Misericordia! ¿Qué misericordia puede haber para mí?” Era la primera oración que salía de sus labios en muchos años.
Al reducirse el peligro, comenzó a orar y el Señor le oyó. Aunque su caso era desesperado, en el Evangelio vio una promesa de vida. El 10 de marzo de 1748, a la edad de 23 años, buscó y encontró la misericordia que necesitaba, y comenzó una nueva vida con Cristo. Abandonó el mar y recibió un puesto como inspector de marea en Liverpool.
Se volcó en el estudio de las Escrituras, y bajo la influencia de hombres como Juan Wesley y Jorge Whitefield, Newton no tenía otro deseo que predicar el Evangelio.
La mayor parte de su tiempo libre lo dedicaba a la preparación para la Obra del Señor.
Newton al ser un hombre de ferviente oración, escribió muchos de sus himnos en forma de oración.
Uno de los pequeños dispositivos de Newton para mantener el interés de la gente en su reunión de oración era la provisión de un nuevo himno cada martes por la tarde, que a menudo usaba como texto para su sermón; estos a veces eran escritos por él mismo, y otras veces por su amigo, el poeta Cowper, entonces un residente en Olney. Para esta ocasión del cambio a un salón mayor, se escribieron dos himnos especiales; uno fue de Newton mismo, empezando: “Oh Señor, nuestras almas lánguidas inspiran”, que en su forma moderna empieza: “Gran Pastor de tu pueblo, escucha” El otro himno, de Cowper, fue el bien conocido: “Jesús, donde quiera que tu pueblo se reúna.” En el himno de Newton tenemos estas líneas:
Así como Tú nos has dado un lugar para la oración, Así danos corazones para orar; Dentro de estas paredes permite que la paz santa, Y el amor, y la concordia moren.
En 1779, llegó a ser Rector de Santa María Woolnoth, Lombard Street, Londres, donde por 27 años su predicación poderosa atrajo a multitudes, y se dice que ningún clérigo de Londres de aquel tiempo ejerció mayor influencia que él. Su celo en la visita pastoral y reuniones de oración era infatigable. Pocos años antes de su muerte, presionado por sus amigos a dejar de predicar, su respuesta típica era: “¿Qué?, ¿dejará el viejo blasfemo Africano de hablar mientras pueda hablar?”
Cuando rondaba los 80 años, estaba casi ciego, y con gran dificultad podía leer su sermón manuscrito, así que un amigo se ponía de pie detrás de él en el púlpito para ayudarle. Un domingo, mientras predicaba, Newton había leído dos veces las palabras: “Jesucristo es precioso”. “Ya ha dicho eso dos veces”, le sopló al oído su ayudante; “siga adelante, señor.” “Juan,” fue la respuesta inmediata de Newton. “lo dije dos veces, y lo voy a decir de nuevo.” Y alzando su voz, gritó con renovado énfasis, ¡“Jesús es precioso!”
El 21 de diciembre de 1807, a los 82 años, John Newton durmió en Cristo, y comenzó a alabarle en perfección en el cielo.
Antes de morir, su mente y su habla se volvieron inciertos; pero el visitante podía llevarse una frase preciosa e inolvidable.
Sus últimas palabras fueron: “Mi memoria casi se ha ido, pero recuerdo dos cosas: que soy un gran pecador, y que Cristo es un gran Salvador.”
¿Qué fue lo que preparó el camino para tal experiencia, si hubo alguna influencia? Fueron dos mujeres piadosas que marcaron su vida: su madre, y su novia. “Nací en un ambiente de piedad y dedicación a Dios en mi infancia”, nos dice Newton. Su madre oraba con él y por él, y siendo tan solo un niño, ella dedicó mucho de su tiempo a almacenar la palabra de Dios en su mente, la cual es difícil de olvidar. La semilla estaba plantada y a su tiempo daría lugar a la cosecha. Su madre murió cuando tenía 7 años.
María Catlett, de quien se enamoró cuando tenía 17 años, siendo ella 4 años menor, fue para él, según el Obispo Handley Moule, como “el ancla misericordiosa que le salvó de terminar abandonándose”. No hay duda de que el recuerdo de María guardó a John Newton de autodestruirse en muchas ocasiones.
Volviendo al himno:
Por su belleza, no falta en ninguna colección de himnos. Alguien dijo que “se cantará siempre mientras dure el tiempo, tal vez incluso luego, en la eternidad, también lo oigamos.”
El nombre de Jesús es precioso para el creyente, “para vosotros, pues, los que creéis, Él es precioso” …
¡Qué poder tiene el nombre de Jesús! ¿Estamos tristes, heridos, temerosos? Aquí está la expresión dulce que nos puede hacer bien,
“para vosotros, pues, los que creéis, Él es precioso”.
En este Nombre, también, se encuentra el secreto de la calma que no falla, la paz en medio de una vida agitada.
Este himno fue traducido al castellano por Juan Bautista Cabrera.
A continuación, damos paso a la lectura y canto del himno: ¡Cuán dulce el Nombre de Jesús!
¡Cuán dulce el nombre de Jesús!
Es para el hombre fiel!
Consuelo, paz, vigor, salud,
Encuentra siempre en él.
Al pecho herido fuerzas da,
Y calma al corazón;
Del alma hambrienta es cual maná,
Y alivia su aflicción.
Tan dulce nombre es para mí.
De dones plenitud;
Raudal que nunca exhausto vi,
De gracia y de salud.
Jesús, mi amigo y mi sostén,
¡Bendito Salvador!
Mi vida y luz, mi eterno bien,
Acepta mi loor.
Es pobre ahora mi cantar;
Mas cuando en gloria esté
Y allí te pueda contemplar,
Mejor te alabaré.
En tanto, dame que tu amor,
Proclame sin cesar,
Y torne en gozo mi dolor,
Tu nombre, al expirar.