28 Oct Libro de Apocalipsis
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in Apocalipsis
Libro del Apocalipsis
CAPITULO 22
Desde la Nueva Jerusalén
Capítulo 22:1-10
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Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero,
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en medio de la calle de la Y a cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce clases de fruto, dando su fruto cada mes; y las hojas del árbol eran para sanidad de las naciones.
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Y ya no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará allí, y sus siervos le servirán.
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Ellos verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes.
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Y ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos.
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Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas; y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, envió a su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que pronto han de suceder.
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He aquí, yo vengo Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.
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Yo, Juan, soy el que oyó y vio estas Y cuando oí y vi, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostró estas cosas.
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Y me dijo: No hagas eso; yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este Adora a Dios.
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También me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca.
Es interesante observar cómo el cielo seguirá proveyendo seguridad y sanidad a pesar de que los enemigos hayan sido destruidos en el Lago de Fuego para siempre, y la enfermedad haya dejado de existir. En el versículo 12 del último capítulo, vimos que había un muro alto y un ángel custodio en cada puerta de la ciudad. Si alguna vez has tenido dudas de que en la eternidad el pecado o las consecuencias del pecado puedan revivir, esta vigilancia certifica que Dios ha asegurado la eternidad. El Creador te tranquiliza, garantizándote que jamás volverán esos padecimientos.
Las ciudades terrenales se embellecen con árboles, parques, ríos y lagos, pero la ciudad celestial parece ser, esencial y totalmente, un parque, ¡un parque bien poblado! No menciona edificios, pero en este capítulo, el ángel lleva a Juan adentro de la ciudad para ver, en primer lugar, un río. Se llama el Río del Agua de Vida, y es un río resplandeciente (v:1). La fuente o manantial del río es el trono de Dios y del Cordero.
En Ezequiel 47 se describe una escena semejante, pero ésta es la ciudad milenaria en la tierra. En Apocalipsis, sin embargo, baja del cielo una ciudad, la Nueva Jerusalén, que es todavía más bella y perfecta que la que vio Ezequiel. El centro de la visión de Ezequiel (Ez.47:1) es un templo y el río fluye desde allí. En ambas orillas del río había muchos árboles que daban fruto continuamente (Ez.47:12), cuyas hojas son para la sanidad y no caen jamás; los árboles producen cada mes frutos frescos.
Imagino que la calle principal de la Nueva Jerusalén del Apocalipsis es una calzada en medio del río: “En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río…” (RV60). Ya hemos visto que, en la Nueva Jerusalén, no hay templo, sino, sencillamente, el trono de Dios y del Cordero. El río fluye desde el trono de Dios, y el Árbol de Vida crece en medio de la calzada y a uno y otro lado de las orillas del rio. Por supuesto, entendemos que el Árbol de Vida no es tan solo un árbol, sino una clase o tipo de árbol. Como en el libro de Ezequiel, hay muchos árboles, y sus propiedades son semejantes a los descritos por el profeta. Estos árboles producen un fruto diferente cada mes. En total, el árbol produce doce frutos en cada ciclo y, otra vez, las hojas son para la sanidad (v:2). En la ciudad no hay enfermedad y las hojas garantizan salud eterna.
Ya no queda maldición sobre la humanidad que, como ya hemos dicho, incluye la enfermedad. No habrá cansancio, sed o hambre, pero comer y beber serán un puro placer. La actividad central de la Nueva Jerusalén será una adoración incansable, rebosando continuamente desde el corazón de cada ciudadano. En el cielo, el servicio al Señor saltará de la adoración: “Sus siervos le adorarán (griego: dar homenaje religioso, hacer servicio, adorar)” (v:3). El aroma de la adoración de María, en Juan 12, llenó la casa, afectando todas las demás actividades… el servicio de Marta y la comunión de Lázaro con el Señor. Esta historia está próxima a ser una manifestación del cielo sobre la tierra. Sus siervos, que le adoran, también reinarán en Su reino de luz (v:5).
Necesitaremos ojos transformados para poder fijarnos en Su rostro, en Su gloria. Desde que el hombre cayó bajo el pecado, sus ojos no podían mirarle y seguir viviendo. Por eso, Juan declaró en su Evangelio: “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Jn.1:18). La marca de la bestia representa una lealtad blasfema, pero aquí tenemos la marca del propietario de Aquel que es digno: “Su nombre estará en sus frentes” (v:4). No habrá noche en la ciudad de luz, porque la luz eterna de la presencia del Señor Dios brillará continuamente (v:5), dando luz y calor perfectos.
Estamos leyendo y meditando sobre la verdad inerrante de la más alta autoridad y, en ella, basamos nuestra esperanza para el futuro. La palabra y la enseñanza del hombre fracasarán, el cielo y la tierra pasarán, pero estas palabras son dignas de total confianza (v:6). Los espíritus de los santos profetas fueron conscientes de la persona de Dios y fueron movidos por el Espíritu Santo. Para el beneficio de Sus siervos, Su ángel está mostrando a Juan eventos futuros. Para Dios, un día es como mil años y Sus siervos tienen que desarrollar una mentalidad paciente y celestial: “Amados, no ignoréis esto: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no se tarda en cumplir su promesa, según algunos entienden la tardanza…” (2 P.3:8-9, es decir, algunos que piensan humanamente).
Tenemos que aplicar este principio sobre el tiempo al último capítulo de la Biblia. De acuerdo a Su medida del tiempo, Jesús dijo que Él viene pronto y, si este día no llega durante nuestros días en este mundo, vendrá personalmente a por nuestras almas y nos recibirá en gloria (v:7). Juan cumple su ministerio y llamamiento testificando de estas poderosas profecías para el beneficio de la iglesia en toda su época. También, humildemente, confiesa su debilidad e indignidad humanas (v:8). La revelación es tan inmensa que él cae delante del ángel que, por su total devoción a Dios, detiene a Juan para que no le adore. Los ángeles se unen con nosotros en el servicio a Dios y están mucho más involucrados de lo que nosotros pensamos. Ellos trabajaban con los espíritus de los profetas y con el de Juan, revelando la palabra de Dios a Su pueblo. El mandamiento y la pasión de los ángeles es provocar a las criaturas para que adoren a Dios (v:9).
Un ángel reveló a Daniel algo que vale como trasfondo para el Apocalipsis y le dijo: “Anda, Daniel, porque estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (Dn.12:9). Estamos en este tiempo del fin, porque a Juan le dice: “No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca” (v:10). Los eventos ya se están desarrollando y mientras se realizan, Dios se los enseñará a Sus siervos. Como Jesús dijo: “Nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse” (Mt.10:26). Estos son días de revelación y todos los hijos de luz desearán informarse para que nada les sorprenda (1 Tes.5:4).
Últimas palabras de la Biblia
Capítulo 22:11-21
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Que el injusto siga haciendo injusticias, que el impuro siga siendo impuro, que el justo siga practicando la justicia, y que el que es santo siga guardándose santo.
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He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra.
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Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin.
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Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad.
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Afuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira.
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Yo, Jesús, he enviado a mi ángel a fin de daros testimonio de estas cosas para las Yo soy la raíz y la descendencia de David, el lucero resplandeciente de la mañana.
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Y el Espíritu y la esposa dicen: Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que desea, que tome gratuitamente del agua de la vida.
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Yo testifico a todos los que oyen las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a ellas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro;
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y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa descritos en este libro.
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El que testifica de estas cosas dice: Sí, vengo Amén. Ven, Señor Jesús.
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La gracia del Señor Jesús sea con Amén.