19 Ago Carta a los Hebreos
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in Carta a los Hebreos
Carta a los Hebreos
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
Capítulo 11
Llevado por la fe
“He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá”. Habacuc 2:4, citado en Heb.10:38, Ro.1:17 y Gá.3:11.
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Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
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Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos
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Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.
La certeza y la convicción de la fe piadosa
El profeta Habacuc, hace un contraste entre el alma justa y la que se enorgullece o, literalmente, en hebreo, se hincha. Lo ilustraré con la levadura, que siempre es un símbolo negativo en la Biblia, ya que al mezclarse con la masa hace que esta se hinche y aparente ser más grande de lo que es. Simboliza el orgullo, la hipocresía y el engaño. El incrédulo es auto-suficiente y se auto-justifica. El alma justificada por la fe es sencilla y honesta, y se entrega humildemente a Dios. Esto significa que cree o confía en Él.
En el versículo 1, tenemos una definición de la fe. La fe da certeza a las cosas que el creyente espera, cosas que él no puede ver. Es toda la convicción necesaria para poder confiar en ellas. El Nuevo Testamento trata de cosas espirituales, es decir, invisibles, siendo necesaria la fe para proveer sustancia y evidencia a su existencia. El intelecto y las evidencias científicas no pueden alcanzar tales cosas, por eso, la persona que quiere depender de ello, nunca llegará a su meta en el intento de poner fundamentos a su religión. Millones han fracasado haciéndolo.
Además de saber que la fe es la certeza y la convicción para lo que es invisible, queremos aprender más de este elemento tan necesario que nos lleva al Reino de Dios y es la clave para vivir la vida cristiana con verdadero éxito. Los ejemplos que proporciona la Biblia nos ayudan mucho a formar un entendimiento más preciso de las verdades espirituales. Hebreos 11 es un capítulo de ejemplos de fe en orden cronológico. Por la fe…, son las palabras introductorias a cada ejemplo.
Tenemos que saber que la fe que estamos estudiando, examinándola en la vida de los santos del Antiguo Testamento, es un tipo de fe muy particular. Lo que acabo de comentar sugiere que existen otras fuentes de fe que no queremos confundir con la que vemos en este capítulo, ya que si ejercitamos dichas fuentes nunca llegaremos al Reino de Dios. Los escritores del Nuevo Testamento creyeron que la declaración de fe de Habacuc 4:2 significaba que un alma es justificada por la fe. Pero, en la primera parte del mismo versículo vemos una “fe” diferente, en contraste con la verdadera fe. Es la fe humana, arraigada en el hombre caído, que le lleva a creer en sí mismo. Podemos llamarla auto- confianza o una buena auto-estima. Es la fuente de poder para que una persona realice sus sueños.
Cada uno tenemos una medida de fe natural que necesitamos, simplemente, para vivir en el mundo. Por ejemplo, tener fe en un asiento para poder sentarse; la fe en un taxista o un piloto, para que nos lleven a un destino, etc. Existen muchos más ejemplos, pero pienso que entendéis en qué dirección trato de llevaros. Sin embargo, esta fe no nos eleva a lo celestial, ni a lo espiritual ni a la esfera divina.
El apóstol Santiago habla de otra fuente de fe: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (St. 2:19). Esta es una fe diabólica; cada cristiano sabe que la fe de los demonios no los lleva a Dios. Es una falsedad, ejercitada por los demonios en los Evangelios. Ellos reconocían a Cristo, e incluso, a veces clamaban al estar en Su presencia. Esta mañana, en mi lectura de la Biblia, estuve repasando la porción que habla de la región de los gadarenos, en Marcos 5:1-20, en la que los demonios rogaron a Jesús que los enviase a un hato de cerdos, y Él les concedió lo que pidieron.
Pero existe una fe que no tiene que ver con ninguna otra; una fe que no es innata del hombre natural en su estado caído. Es la que Jesús enseñó a Sus discípulos cuando le rogaron, “Auméntanos la fe”. La respuesta de Jesús es muy significante, porque no les habló de la necesidad de tener más fe, como ellos habían pedido, sino de una fe diferente, ilustrando Su enseñanza por medio de una diminuta semilla de mostaza: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería” (Lc.17:5-6). Esta fe viene por el oír la palabra de Dios. Incluso, la facultad de oír de esta manera es especial y no todos la tienen. Concluyo este párrafo añadiendo que Marcos 11:22 podría traducirse como, “¡tened la fe de Dios!” Los comentaristas confirman que es la traducción literal del hebreo.
Creo que este capítulo nos mostrará que Dios da fe a una persona para que Su voluntad se lleve a cabo, y no para que acumule posesiones o cualquier otra ganancia personal. Sus propósitos se llevan a cabo en la esfera sobrenatural y es allí donde tiene que ejercitarse la fe sobrenatural. Por esta fe alcanzaron buen testimonio los antiguos del Antiguo Testamento (v:2). Es una fe que se atreve a creer en una creación sobrenatural de seis días. Observa como las cosas invisibles y espirituales crearon las cosas físicas y gobiernan sobre ellas (v.3). Por lo tanto, las cosas invisibles y espirituales precedieron a las cosas físicas.
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Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella.
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Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios.
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Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.
La fe justifica al creyente y da placer a Dios
El primer ejemplo nos transporta a los tiempos más antiguos, cuando la Biblia, por primera vez, relata el ofrecimiento de un sacrificio hecho por un ser humano. Abel no tenía un patrón que seguir, excepto cuando YHVH Elohim mismo, hizo vestiduras para sus padres. Abel sacrificó por la fe, más allá del conocimiento humano, mientras que el alma de Caín se hinchó, ofreciendo a Dios el fruto de su propia labor. Abel sacrificó un cordero, reconociendo así su propio pecado, haciendo saber la necesidad de un sacrificio para el pecado del hombre. Fue una fe excelente que produjo un sacrificio más excelente que Caín y, por medio de él, el ejemplo de Abel nos habló que la justicia viene por la fe (v:4). El sacrificio agradó a Dios.
Aunque algunos creen poseer una super-fe, no sé de nadie que haya sido traspuesto para no ver muerte, como Enoc. No hubo nadie antes que él, y solamente el arrebatamiento de Elías le sucedió. Empiezo a sentir, por medio de estos primeros ejemplos, que está pasando algo que va más allá de la voluntad de los participantes.
De la misma manera que no podemos explicar como un centurión romano pudo saber que el poder de la palabra de Jesús venía por estar bajo la autoridad del Reino de Dios, tampoco podemos razonar como la fe de Abel le enseñó a sacrificar un cordero. Después veo que solamente han ocurrido dos arrebatamientos en la historia humana, y es porque Dios los quiso para Sus propios propósitos. La fe, en el caso de Enoc, operó con este fin.
El Espíritu Santo nos lleva al corazón de Dios para poder discernir la importancia de la fe. Si Enoc estuviera en un sepulcro tendría estas palabras grabadas en la piedra: Había agradado a Dios (v:5). El testimonio de Abel fue que la fe obtiene la justicia y, la partida de Enoc, sin morir, testifica acerca del placer que Dios obtiene por esa fe. Dice el versículo 5 que no fue hallado y, me pregunto, ¿cuánto tiempo estuvieron buscándole?
¿Recuerdas que los hijos de los profetas quisieron mandar una compañía de 50 hombres para buscar a Elías? Eliseo sabía que era una insensatez, pero ellos le presionaron tanto que, por fin, consintió. Después de buscar durante tres días sin ningún éxito, Eliseo declaró: “¿No os lo dije yo?” (2 R. 2:15-18). Él sabía que Dios lo había llevado al cielo.
Enoc agradó a Dios por la fe, igual que Abraham, que confió en Dios cuando le dio una promesa, y creyó que Él cumpliría Su palabra. Dios dijo: “Es todo lo que pido de ti”, y lo declaró justo. La fe es el vehículo que nos lleva a la gracia de Dios y trae eterna salvación, porque la fe le causa placer. No hay nada fuera de la fe que le produzca tal placer y, por eso, no hay otra manera de salvarse. La fe no solamente cree que Dios existe, sino que da al creyente tanta certeza que este emprende una búsqueda para que Él mismo sea su galardón, y no se satisface hasta hallarlo (v:6).
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Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe.
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Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.
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Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa;
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porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
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Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido
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Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar.
El temor piadoso y la heredad celestial
El ejemplo que sigue es el de Noé, testificando de una fe motivada por el temor piadoso. Él creyó cuando Dios le avisó del diluvio que iba a venir, y empezó a trabajar en la construcción de un arca. Jamás había llovido antes, pero la fe de Noé dio certeza y convicción a la palabra de Dios. La fe piadosa trajo el temor piadoso. ¿No piensas tú que solamente una motivación bastante seria te haría trabajar durante 120 años? Mientras trabajaba, Noé predicó la justicia a una generación perdida (2 P.2:5), pero solamente su familia creyó y entró en el arca. Los hombres eran tan pecadores e incrédulos que ni recordaban lo que era confiar en Dios. La fe era tan escasa en aquellos días, que para que Dios ejercitara la justicia, mandando un diluvio, hacía falta una demostración de fe ante los ojos de los condenados. Dios fue fiel antes de enviar la destrucción, dándoles un ejemplo de fe en la persona de Noé quien, no solo predicó, sino también vivió y manifestó la vida de fe, condenando así al mundo incrédulo. En esencia, dio este testimonio: “Esto es lo que hace la fe… escucha, cree la voz de Dios y, temiendo, obedece su mandamiento. Por ello se salvó esta familia”. Noé creyó y “halló gracia ante los ojos de Dios” (Gé.6:8). Como Abel y Enoc, él también fue hecho justo por la fe (v:7). El propósito de Dios por medio de Noé era destruir y después poblar la tierra de nuevo. Para ese propósito recibió Noé la fe.
Cuando llegó el tiempo de elegir una nación para convertirla en Su pueblo, por el cual Cristo sería introducido al mundo, Dios empezó con Abraham. Josué predicó: “Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños” (Jos.24:2).
Abraham abandonó una civilización bastante avanzada en su día, para ir a… ¡no sabía a dónde! Sin este conocimiento previo, dejó su ciudad, su familia y los dioses de sus antepasados… por la fe. El lugar era desconocido para él, pero tuvo la certeza de que Dios le llevaría a donde Él quería que llegara (v:8). La gente de fe continuó haciendo lo mismo por toda la Biblia, incluyendo los tiempos del Nuevo Testamento. No tomaremos tiempo hablar de las aventuras de fe de Felipe, Pedro y Pablo.
La fe se intensifica en los próximos versículos. Sin ningún mapa o sistema de navegación, Dios condujo a Abraham a la tierra de la promesa; le marcó fronteras y le dijo que la tierra era para él y sus descendientes. Lo normal sería pensar que, inmediatamente, cogió una pala y se puso a cavar para poner los fundamentos de una casa para Sara y para él, y otras para la familia de su sobrino y sus muchos siervos; también harían falta rediles para sus ovejas y establos para su ganado. Pero…, no lo hizo, sino que vivió como un nómada en la herencia que recibió de Dios. El único “cimiento” que puso en el suelo de Canaán fueron las estacas para sus tiendas. Enseñó a su hijo y a su nieto a hacer lo mismo, y esa característica le otorgó gran intimidad con el Omnipotente (v:9, fíjate en Gé.18:17-19).
¿Qué hay tras este estilo de vida y esta falta de motivación de reclamar lo suyo, que es tan diferente a lo que se consideraría normal? Él estaba esperando…, esperando una ciudad que la fe le había revelado y dado certeza… ¡la Jerusalén celestial!, cuyo arquitecto y constructor es Dios (v:10). Una vez puestos los ojos de fe en aquella ciudad, estaba destinado a ser un peregrino y extranjero en cualquier parte de la tierra. ¡Esperaba ir al cielo! Todo lo que estamos observando en este capítulo pertenece a otro mundo; al mundo de lo espiritual y sobrenatural. Para llevar a cabo cualquier parte de la voluntad de Dios, se requiere fe. Bien, Su propósito era formar una nación y, por supuesto, no podía hacerse sin ciudadanos… ¿Qué potencial piensas que tenía Abraham para poder fundar una gran nación?
Ya sé que conocemos la historia, pero esta tiene que penetrar hasta lo más profundo de nuestro corazón para poder establecer una correcta visión de cómo Dios funciona. Tenemos a una pareja de ancianos… la esposa, Sara, fuera del tiempo de concebir y dar luz a un bebé. Además, ella era estéril y nunca había tenido hijos. Pero el Señor los eligió a ellos para comenzar una nación, la cual existe actualmente, en 2021. Dios estaba haciendo Su obra sobrenatural por medio de la fe puesta en el corazón de esta mujer, Sara. Ella sabía que Dios es fiel, y confió en Él y en Su palabra (v:11).
Los autores humanos solamente pueden escribir tales historias de forma ficticia, pero el Señor las escribe con gente real. No hay una historia como la suya, y no hay otro libro como la Biblia. Lee las palabras del Espíritu Santo: “Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar” (v:12).
Al volver a leer esta historia en Génesis, veremos que estas personas no manifestaron una gran fe todo el tiempo. A veces hubo risas, causadas por las dudas, e incluso, actuaron de manera contraria a lo que sería hacer obras de fe. ¡Este es exactamente el punto! Tenemos que entender que no estamos hablando de la fe humana, sino de algo que tiene sus raíces en Dios y no puede fallar, a pesar de los fracasos de hombres y mujeres.
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Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
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Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria;
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pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver.
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Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.
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Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito,
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habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia;
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pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir.
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Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras
Se está llevando a cabo algo mucho más grande que planes humanos
Lo que Dios empezó con las personas que hemos observado hasta este punto, no se cumplió hasta muchos siglos después, pero observa tres verbos que describen la actitud que mantuvieron en cuanto a las promesas de Dios: 1) Las creyeron con convicción. Ellos conocieron al Dios que había dado las promesas y estaban seguros de que un día habría un pueblo que experimentaría la realidad gloriosa de su cumplimiento. 2) Las saludaban con un abrazo (hebreo literal). Aunque faltaba tiempo para que las promesas se cumplieran, y no vivieran su cumplimiento, la fe los acercó y tuvieron grandes deseos.
Es como si la fe les dejó un sabor permanente en la boca, que afectó todo lo que hicieron durante toda su vida. Así que ellos abrazaron las promesas, maravillados y encantados por su realidad. 3) Confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Las promesas de Dios ocupaban tanto sus pensamientos y corazones que transformaron completamente su estilo de vida. Fue una confesión tan viva que ya no podían estar satisfechos con las cosas que el mundo les ofrecía (v:13).
Pedro describió, precisamente, la actitud de los profetas que hablaban de los días del Evangelio: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 P.1:10-12). Y nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos… ¿Podemos ser indiferentes de corazón? ¡Que Dios nos ayude! Esta fue una gran amonestación para los judíos “cristianos” que contemplaban abandonar su fe.
Los patriarcas buscaban una patria más allá de su herencia en la Tierra Prometida (v:14). Su ciudadanía, como la nuestra, estaba en el cielo, “de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil.3:20). Pablo dijo a la iglesia de los gálatas: “La Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros” (Gá.4:26). No solamente esperaban con gran anticipación el futuro, también tenían que olvidar las cosas que dejaban atrás. Si hubieran querido, podrían volver, pero ninguno lo hizo (v:15); conforme a la fe murieron todos estos.
Todos los santos están inquietos;
No están atados por cadenas forjadas de oro terrenal;
Desde el día que se arrodillaron en el Calvario,
Han sido peregrinos siempre errantes,
Sólo buscando el lugar donde sus almas puedan descansar.
Toda esta porción tiene que ver con el cielo, amigos… hubo un tiempo en el que los cristianos ponían sus ojos en esa dirección. Su himnología lo reflejaba. Mis padres cantaban: “Al tomar mis vacaciones en el cielo, ¡que maravilloso tiempo será!” Entonces seguían cantando: “Allá en el cielo, más llanto no habrá; ningún desaliento, ni dolor, ni temor”. Entre los nativos americanos en Oneida, Wisconsin, USA, mi padre terminaba cada reunión formando un círculo con personas tomadas de las manos y cantando: “Hasta que nos encontremos a los pies de Jesús.” Por favor, Padre Celestial, ¡devuélvenos tales tiempos!
Dios sí se avergüenza de gente que, llamándose cristianos, son tan insensatos como para, teniendo la promesa de que Él está preparando una ciudad eterna para ellos, están completamente consumidos con las cosas de esta vida (v:16). Os propongo dos mandamientos para considerar seriamente. En 1 Juan 2:15,17: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él… y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. Y Santiago 4:4: ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.
Hay una historia que algunos juzgan como triste, pero que yo considero entre las más gloriosas del Antiguo Testamento, y es cuando Dios mandó a Abraham llevar a su hijo, Isaac, al monte Moriah y ofrecerlo en sacrificio. Este era el hijo de la promesa y, como bien podemos imaginar, el corazón y futuro de Abraham estaban ligados a él, su único hijo legítimo. Pero Abraham amaba más a Dios, y la fe obra por el amor (Gá.5:6). Él obedeció a Dios sabiendo que Él no le sería infiel.
Isaac estaba en los propósitos eternos del Señor y, por eso, si le ofrecía en sacrificio, Dios le tendría que resucitar. Dios le prometió que él sería el padre de naciones y le aseguró: “En Isaac te será llamada descendencia”. Así que, madrugó, tomó a Isaac y a algunos de sus siervos y se dirigió al monte Moriah. ¡Escucha la palabra de fe a sus siervos! “Yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros” (Gé.22:5). En sentido figurado, dice el Espíritu Santo, Dios le levantó de la muerte y le devolvió a Abraham (vs:17-19).
El versículo 20 indica claramente que esta fe es más grande que cualquier otra manifestada jamás por medio de un ser humano, a la cual tenemos que prestar especial atención. Tiene que ver con Isaac bendiciendo a Jacob y a Esaú, y si conoces la historia, recordarás que Isaac quiso otorgar la bendición superior sobre Esaú, pero… recuerda que Dios da la fe con el fin de llevar a cabo su voluntad y no la nuestra.
Por la fe, Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, haciendo exactamente lo opuesto a lo que pretendía hacer. ¿Has descubierto alguna vez que Dios quiso hacer algo por ti que tú no esperabas para nada, y cambió la situación, incluyendo tus intenciones, para poder cumplir Su propósito? Lo que vemos en este versículo no es a Isaac ejercitando su fe para llevar a cabo su voluntad en el futuro. ¡De ninguna manera! Estamos viendo algo más grande obrando en Isaac. Le vemos siendo llevado por la fe, cooperando con los propósitos eternos de Dios.
Llevados por la fe
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Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón.
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Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos.
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Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey.
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Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón,
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escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado,
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teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón.
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Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible.
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Por la fe celebró la Pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos.
La fe vio al Invisible
En el versículo 20, vimos como Dios cambió la situación e Isaac no hizo su voluntad, sino que llevó a cabo el propósito del Señor por la fe. Insisto, Dios da la fe para que Su voluntad sea hecha por medio de seres humanos. Jacob aprendió bien la lección y, cuando tuvo que bendecir a los hijos de José, no lo hizo como José esperaba.
José fue un hombre fiel al que Dios dio autoridad y poder, pero ningún hombre va a aconsejar o decir al gran Arquitecto de la historia de la humanidad como debe actuar en cualquier situación. José trajo a sus dos hijos ante su padre para que recibiesen la bendición de manera ordenada. El hijo mayor, Manasés, estaba a la derecha de Jacob para recibir la bendición más grande, de acuerdo a su primogenitura. Efraín estaba a la izquierda. La acción que sigue, me hace sonreír, porque sorprende al hombre con sus ideas, que tan firmemente cree correctas, pero que en unos segundos son destruidas por la sabiduría infinita del Señor. En este caso, considero graciosa la soberanía de Dios. Jacob dejó a un lado la cultura del Medio Oriente y las expectativas del gran aristócrata de Egipto, sencillamente por el hecho de cruzar sus manos, poniendo la diestra sobre la cabeza de Efraín y la mano izquierda sobre la de Manasés.
José protestó, pero su padre le respondió con benignidad: “Lo sé, hijo mío, lo sé; también él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones” (Gé.48:19). La historia de la raza hebrea confirma que la profecía fue cierta. Jacob adoró apoyado sobre el extremo de su bordón. El bordón o bastón era el cetro del patriarca hebreo y, en su vejez, se apoyó y dependió de este símbolo con más confianza que nunca. Fue un acto de adoración, símbolo de su determinación de dirigir a su familia en la voluntad eterna del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Por eso, por la fe, Jacob… y José, Manasés y Efraín… son dirigidos hacia la voluntad de Dios (v:21). Es un privilegio poder poner nuestro futuro en las manos de Dios para que haga lo que Él quiera.
En cuanto a José, toda su vida fue un testimonio de su amor y honor para su Dios, quien se le reveló cuando era joven. No vaciló en su vejez en cuanto a la esperanza de juntarse con su pueblo, incluyendo a su padre, en el paraíso. Escucha las palabras de fe, dirigidas a una generación futura, de un hombre con un alumbramiento extraordinario sobre el plan de Dios: “Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob” (Gé.50:24). A esta misma generación le dio órdenes de llevar su cadáver embalsamado, desde Egipto a la Tierra Prometida. Quiso resucitar allí (v:22).
El comentario de Jamieson-Faucett-Brown menciona algo muy interesante sobre la muerte de Cristo en Mateo 27:52: “Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron”. “Estos santos dormidos eran creyentes del Antiguo Testamento que se levantaron a una vida resucitada en el momento que el Señor murió… Fue una resurrección de una vez para siempre a la vida eterna; y así no hay porqué dudar que ellos acompañaron al Señor a la gloria…” También comenta Matthew Henry: “Es más conveniente al honor de Cristo y al de los santos, suponer, aunque no es posible asegurarlo totalmente, que ellos se levantaron como Cristo, para no morir jamás, y por eso ascendieron con Él a la gloria”. También este es mi punto de vista. Cuando Cristo ascendió al cielo, “llevó cautiva una hueste de cautivos” (Ef.4:8, LBLA), cautivos librados de la tumba, cuerpo, alma y espíritu con Él. El salmista vio una gran procesión y una voz que clamaba: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla” (Sal.24:7-8).
Los padres de Moisés, Amram y Jocabed, también fueron llevados por la fe de Dios, que vio en su bebé algo que ellos no vieron; un gran libertador. Lo que ellos vieron fue su hermosura y, por este motivo, salvaron su vida, no temiendo la ley de Faraón: “Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida” (Éx.1:22). La verdad es que Dios dio sabiduría a Jocabed, quien, obedeciendo al mandato de echar a su hijo al Nilo, primeramente, le puso en una pequeña arquilla que construyó para él.
El testimonio de Moisés, escrito por el Espíritu Santo, es poderoso. El niño hebreo, criado por la hija de Faraón, llegó a ser un príncipe egipcio. Sin embargo, la obra del Señor en el corazón humano es más fuerte que la influencia que lo rodea y, por eso, Moisés rehusó gozar de sus privilegios reales (v:24). La elección fue entre los placeres pecaminosos del palacio egipcio, asiento del imperio más majestuoso del mundo antiguo, y el oprobio de una nación de esclavos. Por la fe, Moisés eligió lo último… sólo la fe de Dios haría algo así (v:25). Por favor, aprecia la gloriosa explicación que sigue.
En este tiempo de la vida de Moisés, Cristo le fue revelado, y mucho más tarde, profetizó que Dios le levantaría en medio de ellos (Dt.18:15). Moisés rehusó lo mejor del mundo… los tesoros de Egipto… prefiriendo lo peor que un discípulo de Cristo puede experimentar; persecución, maltrato y vituperio. Lo peor que uno puede recibir en el Reino de Dios es un galardón más grande que los deleites del reino de los hombres. Otra vez, solamente la fe puede elegir de esta forma, y Dios dio fe a Moisés para guiarle a hacer Su voluntad. No se trataba únicamente de la liberación de Israel o su viaje hacia la Tierra Prometida. El Espíritu de Cristo en él vio Su día venidero y, por causa de Él, eligió Su vituperio (v:26).
El Espíritu de Dios hizo que el escritor viera que lo que hizo huir a Moisés de Egipto no fue el temor a Faraón, sino un llamado por la fe. “Se sostuvo como viendo al Invisible”, y tuvo la paciencia de que Juan escribió en el libro de Apocalipsis: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo” (Ap.1:9). Moisés fijó sus ojos en el Jesús invisible, y esta fe es la que le llevó a través de 80 años de pruebas y experiencias en el desierto (v:27).
Él dirigió a los israelitas en su primera pascua, por la fe, dándoles instrucciones detalladas de cómo hacerla, apuntando al poder salvador y libertador de la sangre del Cordero de Dios, por medio de la cruz. Así, el destructor no podía tocar a los primogénitos de Israel, al tomar la vida de cada uno de los egipcios. Cuando la sangre fue rociada en los dinteles, el destructor no podía pasar por la puerta (v:28). En los tiempos del Nuevo Testamento vemos claramente que, “Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca… el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento” (1 Jn.5:18, 20).
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Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados.
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Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días.
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Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz.
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¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas;
La fe es para los débiles, indefensos, y con menos probabilidades
Lo que daba vida a los hijos de Israel, mataba a los egipcios, tanto en la Pascua como en el cruce del Mar Rojo. Ellos fueron llevados por la fe a través del Mar Rojo (v:29). Debido a las plagas, los israelitas escaparon del juicio y fueron una luz a las naciones para que supieran lo que significaba estar bajo el cuidado del Creador. Incluso en el caso de la disciplina de Dios a sus hijos, Pablo enseña que “siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Co.11:32). Su disciplina es para nuestro bienestar y aprenderemos más de ella en el siguiente capítulo.
La fe proveyó un camino en el mar, e igualmente, la fe derribó los muros de una gran ciudad sin necesidad de ningún artilugio. El centurión romano tuvo razón; la obediencia a la Autoridad más alta hizo que una palabra de Cristo devolviese la salud a un cuerpo severamente enfermo. Siguiendo, expresamente, las instrucciones del Señor, los muros de Jericó cayeron al sonar de las trompetas. El número siete es el número perfecto de la obra de Dios y, cuando los israelitas completaron el circuito de Jericó por séptima vez, Dios hizo Su obra perfecta (v:30).
A continuación, tenemos la maravillosa y, a la vez, misteriosa obra de fe de una prostituta idólatra de Jericó. Ella escuchó, tuvo temor, creyó, y obró para llevar a cabo los propósitos de Dios; a ella le fue dada una heredad eterna. Como sus conciudadanos de Jericó, “el temor de vosotros ha caído sobre nosotros… hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros… y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos” (Jos. 2:9-10). La diferencia entre esta mujer y los demás ciudadanos de Jericó, es que ella creyó que el Creador, el Guardián del cielo y la tierra, era un Dios de misericordia. Ella trató con benignidad a los espías de su enemigo y los hizo jurar por el Dios misericordioso que la tratarían con misericordia, también a su familia. Ellos prometieron tratarla como ella los trató, y así lo hicieron. Dios hizo una obra santificadora en su vida; en el futuro, se convirtió en la esposa fiel de un hombre prominente de la tribu de Judá. A través del matrimonio entró a formar parte de esta tribu, siendo así beneficiaria de las promesas mesiánicas, y convirtiéndose en una antepasada de Cristo, como enseña la genealogía de Mateo. Su nombre es honrado allí, aquí y en el libro de Santiago. Por la fe, su nombre está escrito en el Libro de la Vida Eterna del Cordero (v:31).
La fe es la energía divina y el poder necesario para llevar a cabo la obra sobrenatural de Dios. El escritor solamente menciona los nombres de otras personas llevadas por la fe… Gedeón, el menos probable en la casa de su padre, que fue la menos importante en las familias de Manasés. Su ejército fue reducido de 32.000 hombres a 300, para que la fe pudiera traer una victoria poderosa contra un ejército de diez miles. El escritor menciona a Barac, que, junto a la profetisa, Débora, y otra mujer, llamada Jael, recibió el crédito por haber matado al general campeón de Canaán. El Espíritu Santo aquí concede un honor merecido a Barac. Jefté fue el hijo ilegítimo de una prostituta, que también ganó una victoria para Israel. Sansón perdió sus dos ojos antes de que la fe le moviese para destruir al mayor número de nobles filisteos que jamás hubiese matado durante toda su vida. Incluso, el rey David y el profeta Samuel, simplemente son nombrados en este capítulo. Ni siquiera intentaré resumir brevemente sus historias, que ocupan una porción mayor en la historia de Israel. Todos los profetas, mayores y menores, son reducidos a una palabra en este resumen de los que fueron llevados por la fe, y así lo dejaré.
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que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones,
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apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos
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Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección.
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Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles.
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Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados;
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de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.
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Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido;
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proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.