08 Jul Carta a los Hebreos
Posted at 07:19h
in Carta a los Hebreos
Carta a los Hebreos
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
Capítulo 5
Superior al sumo sacerdote
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Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados;
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para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él mismo está rodeado de debilidad;
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y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo.
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Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.
¿Qué es el sumo sacerdocio?
En los primeros cuatro versículos, el escritor define en qué consiste el oficio del sumo sacerdote. Aunque los cristianos judíos lo conocían bien, él tiene que recordarles sus principios básicos. La naturaleza humana tiende a ocuparse en los detalles superficiales que rodean lo que Dios nos ha dado, y a olvidarse del propósito mayor, por el cual Él lo ha designado. Ahora, nosotros, que no estamos tan familiarizados con el sacerdocio judío, podemos aprender y aprovechar de sus escritos.
La primera cosa que tenemos que considerar es que Dios eligió al sumo sacerdote de entre sus semejantes. Para cumplir los propósitos de su posición, él tiene que tener cualidades interiores que le capaciten para su ministerio. Al ser miembro de la raza humana, él puede entender las pruebas interiores y el sufrimiento de aquellos a quienes sirve; si no tiene compasión pierde la efectividad de su ministerio. Es una gran lección para todos los que son líderes en la iglesia. Si uno, simplemente, asume los deberes y responsabilidades relacionados con su tarea, pierde el significado totalmente. Él tiene que ser preparado en el corazón antes de poder entrar en el ministerio cristiano.
Vemos que, en el día de Jesús, había faltas en el sumo sacerdocio y también entre todos los sacerdotes y levitas. Eran hombres extremadamente celosos de sus posiciones, pero Jesús expuso su verdadero carácter en la parábola del hombre que cayó en manos de ladrones. El sacerdote y el levita pasaron de largo, sin atender sus necesidades, sin embargo, el humilde samaritano demostró ser más digno del ministerio que ellos. Aún así, hubo, al menos dos del sanedrín, que tenían un corazón para Dios; José de Arimatea, discípulo secreto de Jesús, y Nicodemo, quien acudió a Jesús de noche con un corazón abierto. Precisamente, fueron ellos los que le sepultaron después de la crucifixión (Jn.19:38-42).
El propósito del sumo sacerdote es ministrar a los hombres en lo referente a los asuntos de Dios; es el mediador entre Dios y el hombre. Más específicamente, él existe para tratar los pecados del hombre cometidos contra Dios. Desde el principio, este fue el asunto más urgente y de más graves consecuencias. Por eso, Dios estableció este oficio, empezando con Aarón, para ofrecer un sin número de sacrificios, ilustrando así la seriedad de esta maldad terrible y el sinnúmero de gente afectada por ella. Aarón mismo, no ejerció muy bien su cargo y los que le siguieron, demostraron que los hombres que ocupaban esa posición eran provisionales hasta que viniera un Sumo Sacerdote perfecto.
El sumo sacerdote debía dirigir su compasión hacia los pecadores, ignorantes de las cosas de Dios, sin un propósito de por qué existir. Él tenía que ver claramente su propia debilidad pecaminosa y así, estando muy convencido de ella, podía entender la necesidad espiritual de aquellos a quienes servía. No era un ministerio para los que pretendían tener su propia justicia y menospreciaban a sus compañeros humanos, exaltándose sobre ellos (v:2). Muy al contrario, el sumo sacerdote debía verse como el primero de los pecadores, cuya convicción le condujera, primeramente, a tratar su propio pecado. La muerte de animales ilustra que, la única manera para librar a una persona de su pecado y culpa, es por medio de sacrificios ofrecidos como sustitutos. El animal, simbólicamente, lleva la sentencia de muerte por él.
El hombre, desde el principio del tiempo, ha tenido la necesidad de edificar altares y sacrificar corderos, ya que ha reconocido ser un pecador. En el capítulo anterior, observamos que Dios ofreció un sacrificio para poder vestir a Adán y a Eva, quienes habían conducido a la raza humana al pecado. También vimos que su hijo, Abel, ofreció un cordero a Dios. El patriarca, Abraham, edificaba altares y sacrificaba, y así, sacrificando animales, ha continuado la humanidad por todas las edades. El rey Salomón ofreció miles de ellos, ilustrando la necesidad masiva de todo ser humano, ya que ha caído de la posición recibida por su Creador, al que ofende continuamente. Por eso, la religión del hombre tiene que ver con sacrificios.
El sumo sacerdote debía entender claramente su tan desesperada situación y ofrecer humildemente sacrificios por sí mismo. De esta manera, estaría en la condición apropiada para ofrecer por los pecados del pueblo. Este fue todo el propósito del sacerdocio (v:3). Ninguno se nombraba a sí mismo para el oficio ni era elegido democráticamente. Era una posición honorable, ya que el sumo sacerdote tenía el llamamiento de Dios sobre su vida (v:4). Aarón fue originalmente el sumo sacerdote para Israel. Dios dijo a Moisés: “Harás que se acerque a ti, de entre los hijos de Israel, tu hermano Aarón, y con él sus hijos, para que me sirvan como sacerdotes: Aarón, con Nadab y Abiú, Eleazar e Itamar, hijos de Aarón” (Éx.28:1).
Así es como se describe el sacerdocio. Ahora, podemos acercarnos a su propósito en el plan de Dios. Todo el orden sacrificial, relativo al sacerdocio, apuntaba en una sola dirección, hacia una sola Persona: Jesucristo. Era solamente algo provisional cuyo propósito es que nos enfoquemos en el único verdadero Sumo Sacerdote, llamado y ungido de Dios en la eternidad, como indica su nombre, Cristo, que significa el Ungido.
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Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
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Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
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Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor
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Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;
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y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;
El propósito del Padre
y el temor de Cristo ante Su voluntad
Hay un pasaje fascinante en la Escritura, en el que un centurión romano dice a Jesús: “Yo también soy hombre bajo autoridad…” (Mt.8:9), expresando, misteriosamente, una revelación que había recibido sobre Jesús. Reconoció que Él no actuaba por Sí solo, sino que Otro le había enviado con una misión. La fe nació en él por lo que vio.
También es muy interesante la mansedumbre del eterno Hijo de Dios. He aprendido que, en rumano, igual que en español, manso puede significar algo entrenado para que sea sumiso, como un caballo se amansa para que sea útil. Aunque no sé si la palabra tiene el mismo significado en griego, sé que Jesús somete todos los atributos de Su carácter y Su misma persona al propósito de Su Padre, cuya voluntad es que Él sea Sumo Sacerdote.
En el versículo 5, el Espíritu Santo nos apunta hacia el salmo que revela Su divinidad, como lo hizo en el capítulo 1. Es necesario examinar primeramente Su persona, antes que Su oficio. En el capítulo 1, Él presenta a Jesús como uno con el Padre, “el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza”. Él es el Hijo de Dios, engendrado en la eternidad y no creado. La eternidad es un glorioso hoy, sin un día que lo preceda o lo anteceda. Así, estableciendo primero la majestad sin igual de Su persona, en el versículo 6, el Espíritu nos presenta el tema de este capítulo: Su sumo sacerdocio, elegido por el Padre. El escritor cita el Salmo 110:4, sobre el orden de Melquisedec, que se desarrollará en el capítulo 7.
El escritor vuelve a presentar Su humanidad. Es totalmente desconcertante para la lógica humana saber que Jesús fue 100% humano, sin perder nada de la gloria de Su divinidad. “En los días de su carne”, fue totalmente dependiente de Su Padre, expresando esta dependencia en la oración. El Evangelio de Lucas es el evangelio de la oración, y en él hallamos muchas referencias a la vida de oración que tenía Cristo. Allí también, como en ninguna otra parte de los Evangelios, nos enseñó, a los que somos Sus discípulos, la necesidad de orar.
El escritor nos lleva a Getsemaní, donde brevemente repasaremos el relato de los Evangelios: “Comenzó a entristecerse y a angustiarse… Mi alma está muy triste, hasta la muerte… se postró en tierra…” (Mc.14:33-35). “Estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc.22:44). La inspiración del Espíritu sobre el escritor es muy evidente en el versículo 7, añadiendo su descripción a la de los Evangelios, profundizando aún más en la pasión de Jesús en la oración: “Ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte”.
“Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne” (1Ti.3:16). ¡Que este misterio capte nuestras almas al contemplarle en Getsemaní! ¿Puedes sentir la lamentable condición de Su humanidad, aplastada con la carga que cae sobre Él como Hombre? Es un peso que va muchísimo más allá de lo que jamás haya llevado ningún ser humano. Una canción exclama… “¡No te asombres de que tropezara al caminar hacia el Calvario!” Tampoco debemos asombrarnos al ver, en el huerto, un sufrimiento que no podemos llegar a captar; ¡una tristeza mortal que le arrojó al suelo y le hizo sudar como grandes gotas de sangre! Al relatar esto, reconocemos la incapacidad del lenguaje humano para explicar el gran peso que cayó sobre el Hijo del Hombre.
Haremos un esfuerzo para entender, aunque sea de forma pequeña y limitada, qué es el temor reverente de Jesús.
Solamente al pensarlo, me siento incapaz de expresarme, aunque, tal como se presenta en el versículo 7, percibo algo muy dentro de mí. Este temor le lleva a Cristo más allá de todo el sufrimiento que va a experimentar. Quiero decir, que es más que el sufrimiento producido por el dolor físico; incluía un abatimiento infinito de todo Su ser, algo que sólo Él pudo experimentar. Él sintió como Su santidad infinita se hizo pecado; Él percibió como Su inocencia sintió la culpabilidad y, lo peor de todo, sintió la profunda angustia producida por el rechazo de Su Padre. Pero, aun así, lo que estoy intentando decir es que el temor estaba por encima de todo aquello; Jesús estaba totalmente determinado a cumplir la voluntad de Su Padre con una pasión que absorbió todos los obstáculos del camino. El temor reverente que poseía dominó Su voluntad e hizo que le fuera imposible evitar la cruz.
Si todavía no he sido capaz de expresarlo bien, voy a dejar que John Wesley me ayude: “Tan grande fue la sed que Jesús tenía para ser obediente a la voluntad justa de Su Padre, y poner aún Su vida por las ovejas, que anheló intensamente ser bautizado con este bautismo”. Espero que podamos ver que el temor reverente no es contrario al amor, sino una expresión del amor que triunfa sobre toda angustia del momento. Tanto en Juan 17 como en Getsemaní, somos testigos de una comunicación íntima entre el Padre y el Hijo. Solamente la intimidad de un amor perfecto lleva a Jesús a Su última entrega. Su oración fue oída y contestada. No fue una oración que le salvara de la muerte; fue una oración que le sirvió para la resurrección.
La obediencia del versículo 8 se entiende por las palabras habladas en Getsemaní: “Todas las cosas son posibles para ti; aparta de mi esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Mc.14:36). ¡Piénsalo! La omnipotencia está atada y no puede soltarse porque está encadenada a un propósito más sublime. El alma humana de Cristo se estremece ante la copa, pero, inmediatamente, Él se entrega. Tiene que aceptar la copa con total sumisión, y así lo hace. El cristiano hebreo tiene que fijarse en Cristo y también sujetarse al Padre, determinado a seguir Su ejemplo en el sufrimiento.
¿Puedes recordar lo que aprendimos en 2:10 sobre la perfección, que significa consumación? En este capítulo, en el versículo 9, tenemos casi la misma terminología. El Autor de eterna salvación se perfeccionó por medio del sufrimiento para el beneficio de los que le obedecen. Recuerda que clamó: “¡Consumado es!” (Jn.19:30) … y fue perfectamente consumado. Recuerda también que la obediencia que Dios requiere del hombre es que obedezca el evangelio, lo cual significa creer, es decir, confiar en la persona y en la obra de Cristo en la cruz.
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y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de
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Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír.
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Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido.
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Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño;
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pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.