27 Jun Libro de Apocalipsis
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in Apocalipsis
Libro del Apocalipsis
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
CAPITULO 4
El trono del Creador
Capítulo 4:1-3
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Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que yo había oído, como sonido de trompeta que hablaba conmigo, decía: Sube acá y te mostraré las cosas que deben suceder después de éstas.
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Al instante estaba yo en el Espíritu, y vi un trono colocado en el cielo, y a uno sentado en el
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Y el que estaba sentado era de aspecto semejante a una piedra de jaspe y sardio, y alrededor del trono había un arco iris, de aspecto semejante a la
Jesús mandó a Juan que escribiera en un libro los mensajes que dio a cada una de las siete iglesias de Asia. Estos mensajes fueron leídos por ellas y guardados. El libro de Apocalipsis se convirtió en la última parte del canon del Nuevo Testamento y ha estado a disposición de la iglesia durante todos estos siglos, por todas partes del mundo. Ahora, tenemos el privilegio de participar de su mensaje; la palabra eterna nos ha hablado también a nosotros. Ya hemos estudiado y llegado al fin de esos mensajes, descritos como, “las cosas que son”, y ahora, podemos seguir adelante. Lo que tenemos en este capítulo sigue siendo para las siete iglesias y también para nosotros.
El relato cambia dramáticamente cuando, ¡una puerta se abre en el cielo! ¡Esto es asombroso! Nunca antes, en toda la Escritura, hemos tenido la oportunidad de ver escenas celestiales. Hemos escuchado acerca del cielo desde el principio de la Biblia a través de hombres inspirados por el Espíritu Santo para escribir muchos mensajes provenientes del cielo. En las antiguas Escrituras, hemos leído acerca de cosas que son sombras y símbolos de las realidades celestiales. Hemos estudiado los planes celestiales en la historia de los judíos, empezando con el llamamiento de Abraham. En los libros de Salmos y Proverbios, especialmente, hemos gozado de literatura y poesía inspirada del cielo. En el Nuevo Testamento, el Rey del cielo mismo, bajó a la tierra, y con un cuerpo y lengua humanos, habló directamente a oídos terrenales lo que es celestial. Los apóstoles que, personalmente, caminaban con el Rey del cielo, nos han enseñado, por medio de cartas, de Sus principios y doctrinas. Sin embargo, ahora, ya en el último libro de la Biblia, ¡podemos entrar con Juan por una puerta abierta, para ver directamente las escenas celestiales!
Cuando Moisés hizo el tabernáculo, Dios se encargó de todos sus detalles y le mandó hacerlo “según el diseño que te ha sido mostrado en el monte” (Éx.25:40). El escritor de Hebreos dijo que era “una representación del verdadero” (He.9:24) tabernáculo, pero ahora, una puerta se abre directamente al cielo mismo y Juan entra. Como Jesús le indicó, Juan tenía que escribir en un libro lo que estaba viendo y oyendo, para que toda la iglesia, por el Espíritu Santo, pueda ver el interior del cielo. Cada cristiano ha nacido con la ciudadanía de la Nueva Jerusalén del cielo (Gál.4:26) y, juntamente con la iglesia, tiene que manifestar la realidad del cielo a la gente del mundo. Por eso, Dios permite que tengamos esta visión de nuestra patria.
El Verbo de Dios llama a Juan desde dentro de la puerta y le dice: “Sube acá”. El Hijo de Dios es quien descubrirá la parte final del plan, habiendo sido designado por la Deidad, desde antes de la fundación del mundo, para revelarlo a Su iglesia. Nos dice: “Te mostraré las cosas que deben suceder después de éstas”. Todo lo que Juan ve de aquí en adelante serán eventos futuros (v.1).
Solamente existe una manera en la que Juan puede ver las escenas del mundo celestial y solamente existe una manera en la que nosotros podemos disfrutar de ellas. Juan estaba en el Espíritu Santo y nosotros también tenemos que estarlo. El Espíritu de Dios es el auxilio divino, el único que puede llenar el hueco infinito entre las cosas materiales y las cosas celestiales, y traspasarnos desde este mundo pasajero hasta el ámbito eterno. Aprende la doctrina de Pablo en 1 Corintios 2:9-10: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu”. Recordemos otra vez lo que Jesús dijo sobre el Maestro divino: “Os hará saber lo que habrá de venir” (Jn.16:13). ¡Oramos, oh Padre, rogando que permitas que Tu Espíritu venga sobre nosotros mientras indagamos humildemente en Tu reino!
Hace varios años, nuestro hijo, David, enseñó acerca de los sonidos del cielo. “Al leer el libro de Apocalipsis, noté que el cielo no está en silencio, de ninguna manera. No es un sitio monástico, donde todos están flotando tranquilamente sobre nubes blancas y esponjosas. Aunque el cielo emite sonidos bastante fuertes, sin embargo, escucharlos desde este planeta no es tan fácil, sino que uno tiene que dedicar tiempo y esfuerzo para poder escucharlos”.
“Para poder hacer un huerto en invierno tiene que ser en un invernadero. Se necesita proveer un ambiente semejante al que es nativo para las plantas –suelo, humedad y luz – para que la semilla pueda germinar, crecer y dar fruto. De la misma manera, para poder oír del cielo, su ambiente tiene que ser cultivado en el corazón. Tiene que ser un lugar donde el Espíritu Santo se sienta en casa y no sea entristecido. El ambiente de afuera tiene que ser bloqueado”.
“¿Por qué Juan pudo discernir claramente las voces y sonidos de un mundo ajeno? La clave de su capacidad para recibir todo el libro de Apocalipsis se encuentra en el texto: ‘Estaba yo en el Espíritu en el día del Señor’. No era una casualidad que Juan estuviera en el sitio correcto en el tiempo correcto, sino que el lenguaje griego sugiere: ‘Yo vine a estar en el Espíritu’. Es decir, él entró con su voluntad en una condición en la cual podía escuchar del cielo. En una isla remota, dejando fuera el ruido de este mundo presente, dirigió sus oídos y mirada hacía al cielo.”
La primera cosa que Juan ve en el interior del cielo es un trono, “y uno sentado en el trono” (v.2). La palabra trono se encuentra doce veces en este capítulo y es el trono del Creador. Precisamente, ahora es cuando tenemos que postrarnos ante el trono y ante Aquel que gobierna el universo. No progresaremos más en este libro, ni recibiremos ningún beneficio de Dios, si primeramente no reconocemos al Rey de reyes y Señor de señores. Rendirnos ante el trono es un paso básico en nuestras vidas, mediante lo cual, desde un principio, nos apropiamos de nuestra salvación: “Si confiesas con tu boca a Jesús por Señor… serás salvo… porque: Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo” (Ro.10:9,13). El Reino de Dios es una teocracia, gobernado en amor y justicia por un Soberano absoluto y, para ser ciudadano del mismo, cada uno tiene que sujetarse al Rey, desde el comienzo de su vida espiritual. Uno no es salvado, como muchos suelen decir, por “aceptar a Cristo como su Salvador”, sino como estamos diciendo aquí, por postrarse delante del trono del Rey.
No hay nada sombrío en la presencia de Dios. El mundo religioso está completamente equivocado, tratando de ilustrar la santidad con colores apagados y sonidos graves. El cielo vibra con impetuosas alabanzas, y colores brillantes y llenos de vitalidad; su hermosura es deslumbrante e insuperable. En este capítulo podemos verlo y escucharlo. Juan tiene que darnos una descripción lo más próxima como sea posible al lenguaje humano. Dios bien sabe que es indescriptible e imposible de captar por medios humanos, y por eso Juan tiene que comunicar, en este libro más que en cualquier otro, de corazón a corazón, acerca del que se sienta en el trono. No usa características humanas, sino que lo ilustra con piedras preciosas. Su fulgor se asemeja a “piedra de jaspe y sardio”, brillante y de un rojo intenso.
Un arco iris rodea el trono (he observado este fenómeno, un arco iris formando un círculo completo, desde una avioneta) y, aunque presenta los siete colores, de alguna forma es como una esmeralda. Después del diluvio, Dios dibujó Su arco iris en el cielo terrenal, como una promesa de Su misericordia sobre la humanidad. El arco iris terrenal solamente puede verse ante la presencia de una nube oscura, asegurando al creyente Sus promesas después de la tormenta. Estos colores brillan con los atributos de la pureza, justicia y misericordia de Dios.
Adoración al Creador
Capítulo 4:4-11
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Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y sentados en los tronos, veinticuatro ancianos vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en la
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Del trono salían relámpagos, voces y truenos; y delante del trono había siete lámparas de fuego ardiendo, que son los siete Espíritus de
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Delante del trono había como un mar transparente semejante al cristal; y en medio del trono y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos por delante y por detrás.
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El prime ser viviente era semejante a un león; el segundo ser era semejante a un becerro; el tercer ser tenía el rostro como el de un hombre, y el cuarto ser era semejante a un águila
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Y los cuatro seres vivientes, cada uno de ellos con seis alas, estaban llenos de ojos alrededor y por dentro, y día y noche no cesaban de decir: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de
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Y cada vez que los seres vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos,
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los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo:
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Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron