Carta a los Gálatas

Carta a los Gálatas

Carta a los Gálatas

 

Capítulo 2

¿Competidores o hermanos?

Capítulo 2:1-10

  1. “Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito.

  2. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado, a los que tenían cierta reputación, el evangelio que predico entre los gentiles.”

 

¿Por qué Pablo se enfoca y da casi la impresión de menospreciar Jerusalén? La respuesta es fácil, ya que los gálatas estaban demasiado obsesionados con la iglesia de Jerusalén y su liderazgo. La ven como el modelo ideal del cristianismo y como la fuente de espiritualidad para todas las iglesias. La mayoría de ellos, gentiles de fuera de Israel, no tenían por qué haber puesto tanta atención hacia una de sus ciudades.

¿Es posible que este énfasis fuera fruto de una revelación del Espíritu Santo? Seguro que éste no fue el caso, ya que no es característico de Dios elegir un lugar físico para declararlo como el centro de instrucción y ejemplo cristianos. Él siempre nos señalara hacia Cristo y Su cruz. Él nos traerá a la Escritura inspirada y nos enseñará a venir ante el trono de Dios en oración. A Él le importan las bendiciones espirituales en lugares celestiales.

Los gálatas no fueron atraídos a esta enseñanza naturalmente, ni tampoco a través de algo celestial, sino por una carnalidad, fruto de fuentes humanas que deseaban cumplir sus propósitos. Algunos judaizantes habían venido desde Jerusalén con el propósito de dirigir a los gálatas lejos de la gracia, hacia las obras; simplemente, les habían lavado el cerebro.

Pablo osa demostrar que, referente a él, Jerusalén no tiene ningún significado en cuanto al propósito de Dios en Galacia. Antes de terminar este capítulo le veremos criticando severamente a Pedro, el líder más destacado e influyente entre los cristianos judíos. Se siente obligado a hacerlo para despertar a la gente del error de la enseñanza en la que han caído. La razón por la que esta carta está escrita en tu Biblia es porque situaciones semejantes han ocurrido, ocurren y ocurrirán durante toda la historia de la iglesia.

Bernabé y Tito le acompañaron en este viaje. Tito, probablemente, fue llevado a la iglesia en Jerusalén como ejemplo de la obra espiritual que se estaba llevando a cabo entre los gentiles. Lo que Pablo cuenta es lo que ocurrió en Hechos 15, cuando trataron en Antioquía el mismo problema que estaba pasando en Galacia. Jacobo, Juan y Pedro intentaron ayudar, pero Pablo no fue allí para obtener el apoyo de los apóstoles y ancianos de Jerusalén, sino por una revelación que había recibido de parte del Señor.

Albert Barnes confirma este propósito: “Tenemos que recordar que el diseño de Pablo al escribir esto, es para demostrar que no había recibido el evangelio de seres humanos. Por eso él tiene el cuidado de declarar que fue allí por el preciso mandato de Dios. No fue para recibir instrucciones de los apóstoles allí sobre su propia obra

 

Pablo ya nos había dicho, enfáticamente, que sólo hay un evangelio. Sin embargo, para el apóstol a los gentiles, el evangelio habían sido aún mejores nuevas entre los no judíos que entre los mismos judíos. Los gentiles estaban “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef.2:12). Nosotros, como la mujer sirofenicia, no tenemos derecho de acceder al Mesías de Israel, excepto por medio de la fe (Mc. 7:24-30).

Sin embargo, algo que fue diferente en la enseñanza de Pablo, comparándola con la enseñanza entre los judíos, fue que excluyó todo lo ceremonial. Espero que esta verdad sea una lección para la tendencia que existe en nuestros días de que gente no judía esté volviendo a la celebración de las fiestas judaicas. Herbert W. Armstrong enseñaba a sus seguidores engañados a adoptar estas costumbres, incluso a guardar el sábado, y añadía la mentira de que los europeos y los americanos eran las tribus perdidas de Israel. Todos estos conceptos, no inspirados, brotan de mentes corruptas.

Pablo habló en privado a unos pocos líderes en Jerusalén acerca de la puerta que Dios había abierto a los gentiles, aunque ya sabían esto por el ministerio de Pedro en Cesarea. Tuvo que tener cuidado de con quien hablar y evitó la discusión pública, porque conocía el elemento judaizante que existía allí y que era un peligro para toda la iglesia. Si no hubiera hablado primeramente con los líderes, ellos podrían pensar, por los argumentos del partido farisaico, que su ministerio era en vano. Él quería que su viaje tuviera éxito completo.

  1. “Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse;

  2. y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud,

  3. a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros.

  4. Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios no hace acepción de personas), a mí, pues, los de reputación nada nuevo me ”

 

El liderazgo de Jerusalén tenía un entendimiento claro de lo que era el evangelio y sabía que, para todo el mundo, era una obra de gracia. El gentil, Tito, se sentó entre ellos como un igual en la fe y no requirieron que fuese circuncidado. Sin embargo, una vez que la cuestión fue puesta delante del cuerpo en general, un partido de fariseos “creyentes” protestaron e insistieron en que los cristianos gentiles tenían que ser circuncidados y obligados a obedecer la ley mosaica (Hch.15:5). Esta rama particular había mandado ya representantes a Antioquia para esparcir su cizaña (Hch.15:1) y no pasó mucho tiempo antes de que fueran al oeste, entrando en Asia Menor. Después, Pablo, parece que se cruzó con ellos en todas partes (fíjate en 2 Co.11:13,26).

Podemos saber, siguiendo los argumentos de Pablo en toda la carta, qué clase de gente era ésta y qué es lo que creían. Mentían e intentaba desacreditar la enseñanza y las credenciales de Pablo. Había una falta de honestidad en toda esta rama de “creyentes”. El relato declara que fueron introducidos secretamente y que se habían infiltrado (LBLA)… y al decirlo, entra otra duda… ¿quién les introdujo? Los judíos que habían ido a Antioquia venían de Judea, así que se supone que no eran todos ellos de Jerusalén, precisamente. Años más tarde, Jacobo y los ancianos declararon a Pablo: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley”. Persuadieron a Pablo a tomar a cuatro judíos que hacían voto, para que se purificase y se rasurase la cabeza con ellos (Hch.21:20-24). En Jerusalén, tendían a seguir con las leyes ceremoniales.

Otra vez, demostrando la falta de honestidad que caracteriza a los falsos “hermanos”, buscaron maneras de saber, encubiertamente, lo que pasaba en esta conferencia entre Pablo y los apóstoles de Jerusalén. Eran espías y causaron bastantes problemas hasta que, “después de mucha discusión (Hch.15:7), Pedro relató su experiencia inicial con la casa de Cornelio y el derramamiento del Espíritu sobre ellos. Él reafirmó que la salvación, tanto para el judío como para el gentil, era una obra de la gracia.

En esa ocasión, Pedro habló de un yugo (15:10) que había sido puesto sobre los gentiles por el partido farisaico, y Pablo volvió a declarar que su intención era esclavizarles. ¿De qué manera?, obligándoles a llevar “un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar”. Por lo que Pablo escribe en esta carta, no cabe duda de que sus maestros quisieron enseñorearse de ellos y someterles a su partido y sistema religioso. La religión, inventada por el hombre, siempre se reconoce por este estilo de esclavitud, que es una característica de la personalidad del diablo. Sin embargo, el propósito del verdadero evangelio es romper las cadenas.

Pablo, Bernabé y el liderazgo de Jerusalén no se comprometieron para lograr la unidad, ni accedieron a someterse a ellos de ninguna forma. Un cambio en una sola cláusula del evangelio sería desastroso para su futuro. Ellos estaban pensando en el creyente común entre los gentiles y en la preservación del evangelio hasta el fin del siglo, incluso este siglo XXI. Decidieron conservar la oportunidad de servir a Dios libremente y poder desarrollar una relación personal y práctica con Él.

Sobre todo, estaban preocupados por el triunfo de la verdad “para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros”, y según la esencia de la verdad, “ninguna mentira procede de la verdad” (1 Jn.2:21). Los hermanos en Cristo están de acuerdo con el siguiente principio: La lealtad no es, básicamente, a una persona o a un partido o movimiento, sino a la verdad. ¡Una pequeña falsedad arruina la verdad y no puede ser tolerada entre el pueblo de Dios!

Quisiera mencionar brevemente que, en la iglesia primitiva, no existía el profesionalismo. Las expresiones, “los que tenían cierta reputación” (v.2) y “los que tenían reputación de ser algo” (v.6), demuestran, más bien, una autoridad espiritual reconocida por los demás, más que posiciones oficiales. Por supuesto, tiene que haber pastores, obispos y ancianos (diferentes nombres para el mismo oficio) entre el pueblo de Dios, y deben ser respetados, pero no deben ejercer ninguna superioridad. Todos son hermanos, aunque, de parte de Dios, tengan una autoridad especial. Lo que los apóstoles pusieron en práctica estaba de acuerdo con la enseñanza de Cristo en los Evangelios, estableciendo el principio, como declara Pablo, de que “Dios no hace acepción de personas”.

Cuando Pablo dice, “nada me importa”, refiriéndose al liderazgo en Jerusalén, no está faltando al respeto con ideas como: “A mí no me interesan, ni les necesito…”, simplemente está guardando la verdad que ha presentado desde el principio de esta carta, acerca de que su apostolado no depende de ellos, ni cambia en ninguna manera quien es él, ni lo que él tiene que hacer. Ningún hombre podría añadir ni quitar nada a su llamamiento divino.

  1. “Antes, por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión

  2. (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles),

  3. y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión.

  4. Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer.”

En este encuentro, ninguno impuso las manos sobre otro, que significaría la ordenación por un cuerpo de ancianos a un candidato para el ministerio, sino que, sencillamente, se dieron la diestra en señal de compañerismo entre iguales. Los buenos hermanos en Cristo reconocen el llamamiento divino, en una sincera comunión, sin envidia ni competencia. Mientras nos tratamos unos a otros como hermanos, el Señor levantará a quien Él quiera. Si Dios llama a una persona, entonces Él determinará las limitaciones sobre su ministerio, y ningún verdadero siervo, compañero en el servicio del Señor, intentará reducirle o detenerle. Una vez comprobado que Dios es la fuente, ninguno tiene que decir ni una palabra. Entre los apóstoles, por ejemplo, está establecido que el Señor quería a Pedro con los judíos y a Pablo con los gentiles. Jacobo, Cefas y Juan (fíjate otra vez en el término, “considerados como columnas”), al ser verdaderos siervos de Dios, llenos del Espíritu Santo discernidor, llegan a un acuerdo y a una comunión con Pablo y Bernabé.

El liderazgo de Jerusalén está especialmente consciente de la necesidad de un ministerio humanitario, y Pablo compartió esa convicción con ellos. Ya que tenemos este tema delante, permíteme comentar acerca de lo que es la compasión cristiana verdadera y lo que no lo es. En primer lugar, tenemos que reconocer que una persona puede ser genuinamente humanitaria por naturaleza sin haber nacido de nuevo. Hay los que son compasivos desde su nacimiento y el mundo nos da muy buenos ejemplos de ellos. De hecho, la sociedad casi siempre aplaude el esfuerzo humanitario. Es un error pensar que el esfuerzo o la motivación tras ello, sean algo básicamente espiritual, cuando, en verdad, puede ser lleno de un orgullo feo.

Oí contar un cuento acerca de un hombre, en cierto pueblo, conocido por su amor hacia la humanidad; un amor auto sacrificado. Era capaz de traer a su casa a un hombre sin hogar y prestarle su propia cama. También era capaz de quedarse sin dinero por pagar la cuenta de un pobre y quedarse sin comer por dar su comida a un mendigo hambriento. Cada ciudadano le alababa y su nombre aparecía frecuentemente en los periódicos.

Poco después, un hombre se mudó al pueblo y, he aquí, este hombre era aún más generoso que el primero, más dispuesto a sacrificarse para poder ayudar a su vecino y aliviar las cargas de los pobres. Inmediatamente, el público empezó a prestar atención a aquel extranjero y a olvidarse del primero, quien por tanto tiempo había destacado entre ellos por su caridad. El primer hombre también había escuchado hablar del nuevo habitante y evitó, a toda costa, un encuentro con él. Así, de igual manera, el último se portó con el primero, cruzándose a la otra cera si le veía aproximarse a él. Podríamos alargar la historia, pero creo que ya hemos aprendido lo suficiente.

¿Qué pasa en este cuento? Pablo dijo: “Si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor ¡Párate ahí mismo, Pablo! He oído que el amor no es algo que sentimos, sino algo que hacemos… Repartiese mis bienes entregase mi cuerpo para ser quemado ¿No es eso el amor? Ah, pero el apóstol escribe del amor de Dios, comparándolo con el amor humano, y sigue: “El amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso” (1 Co.13:3-4). En estos puntos fracasaron nuestros dos amigos del cuento.

Juan dijo: “En esto consiste el amor (amor verdadero, el amor de Dios); no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1Jn.4:10). Vamos un momento al Evangelio y comparemos el amor de una mujer con un vaso de alabastro de perfume carísimo con el amor de los mismos discípulos de Jesús. Ya conoces la historia… ella lo derrama totalmente sobre Jesús, y Sus discípulos reaccionaron enfadados: “¿Para qué este desperdicio? Porque esto podía haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres(Mt.26:6-9). A estas cosas, solamente añadiré la última frase de la oración sacerdotal de Jesús a Su Padre: “Que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Jn.17:26).

El amor del Señor no es un amor humano, de hecho, es absolutamente diferente. Su amor nos motiva, primeramente, a amar a Dios y a hacer todo para glorificarle. Él nos moverá a favor del prójimo, priorizando su alma eterna sobre sus necesidades temporales; obrará para llevarle a una posición en la cual dará gloria a Dios por haber sido reconciliado con Él.

Primero tenemos que ser motivados por medio del Espíritu Santo desde adentro de nosotros, y Él nos conducirá y dará poder para poder llevar a cabo lo que Él quiere. ¿Obra el Espíritu Santo para aliviar el sufrimiento de los pobres? Por supuesto, pero siempre con la intención de ayudarles de una manera mucho más importante. Hay cuatro cosas que siempre caracterizan a la obra del Espíritu Santo: es espiritual, celestial, sobrenatural y eterna. El único bien verdadero que podemos hacer por el pobre es darle lo que podrá llevar por sí mismo al cielo. “Sí”, dice Pablo, “yo también me acordaré con diligencia de los pobres”.

 

Pablo reprende a Pedro

Gálatas 2:11-21

  1. “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de

  2. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión.

  3. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.

  4. Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?”

 

Ésta es una de las porciones más claras de la Escritura que nos demuestra que, en la iglesia primitiva, era secundario el nivel o importancia de la persona. Lo que era importante en aquellos días era la lealtad a la verdad de la Palabra de Dios. El propósito de Pablo al relatarlo es quitar de los gálatas todo el falso asombro idólatra que sentían por la iglesia y su liderazgo en Jerusalén.

Pedro era, por muchos años, más anciano en la fe que Pablo y su experiencia en el cristianismo era desde su principio. Probablemente Pedro fue el vaso humano más utilizado por Dios en los primeros años del cristianismo en la tierra. Fue el orador en el día de Pentecostés, y era su sombra la que sanaba a los enfermos en la calle de la ciudad.

Sin embargo, Pablo no vaciló ni por un momento en oponérsele cara a cara. ¿Por qué? “Porque era de condenar” y porque tal conducta era “hipocresía”. Su comportamiento era falso y, por su conducta, había pecado; no cabía duda alguna. No existe ninguna indicación, por todo el Nuevo Testamento, de que Pablo actuara fuera de orden. Si a los gálatas o a nosotros nos parece que actuó inapropiadamente, es porque no entendemos la ética bíblica.

Veo en la Escritura, incluso al tratar con reyes, desde David hasta Ezequías, que ésta era la manera de corregir el pecado o cualquier mal comportamiento, sea cual fuera. Pablo instruyó a Tito, “repréndelos severamente” (Tit.1:13). Un gran porcentaje de lo que hemos escuchado sobre la sumisión a los líderes, no es la verdad bíblica, sino la defensa y justificación de hombres autoritarios.

¿Está Pablo chismeando o difamando a Pedro por haber escrito acerca del incidente? Esto no solamente lo leyeron los gálatas, sino todos los lectores de la Biblia en todo el mundo, hasta el tiempo presente. Al mismo tiempo, menciona a los judíos cristianos que siguieron el ejemplo de Pedro, e incluso a su propio compañero, Bernabé.

Algunos, quizás, dirían: “Por favor, Pablo, está bien descubrir y corregir alguna doctrina errónea, pero no queremos oír nada contra la gente, o por lo menos, ¡no des sus nombres!” Pero bien, Pablo tiene un propósito al hacerlo, ya que al descubrir a Pedro y su pecado, está despertando a los gálatas para que vean que ellos, no solamente cometieron el mismo pecado, sino que continuaban andando en él. Es el pecado de temer al hombre… “tenía miedo de los de la circuncisión” … y seguir su auto-inventada religión.

El individuo que cambia su conducta en presencia de ciertas personas demuestra lo que puede llamarse una doble moral. El diccionario también me da la opción de llamarlo ética circunstancial, que significa comportarse según las circunstancias. En tales personas no es posible tener mucha confianza, ya que no se basan firmemente sobre convicciones personales, precisamente porque no las poseen. Al relatar la situación, Pablo espera demostrar las consecuencias condenatorias.

Pablo no solamente reprendió a un anciano, sino que lo hizo públicamente, delante de todos. Hablando específicamente de los ancianos, Pablo mandó al joven Timoteo a continuar haciéndolo: “No admitas acusación contra un anciano, a menos de que haya dos o tres testigos. A los que continúan en pecado, repréndelos en presencia de todos, para que los demás tengan temor de pecar” (1Ti.5:19-20). Por medio de esta enseñanza, Pablo intenta convertir el temor a los hombres en el temor de Dios, entre los gálatas. Quiere que estén totalmente despiertos a su condición presente. ¡Han sido engañados y están en una condición espiritualmente grave!

Posiblemente nosotros no sepamos nada acerca del judaísmo, pero tenemos bastante experiencia sobre el temor a los hombres. Situaciones semejantes ocurren hoy en día, con nuevos detalles y circunstancias, pero el temor a los hombres y el deseo de obtener la honra y los beneficios que ofrecen, sigue siendo la raíz de muchos problemas. Demasiadas pocas veces se tratan estos asuntos meticulosamente porque es muy doloroso.

He visto muchas veces cómo, al enfrentar un fracaso entre el liderazgo, todas las personas, al principio, se asustan, y por un tiempo “bajan la velocidad”, pero rápidamente se recuperan y vuelven “al mismo ritmo”, como estaban antes, sin reconocer que el mismo error sigue practicándose entre mucha de la membresía. ¡Esta manera no es aceptable!

Hay que hacer una parada total, dar “marcha atrás” a nuestra pretendida espiritualidad y volver al lugar en el que el error comenzó a ser practicado… ¡incluso si eso implica regresar a una supuesta conversión! Entonces, desde este punto, tenemos que mirar a todos lados para poder ver bien cuánto en nuestra vida y prácticas han sido basadas en la Biblia. Antes de que pueda haber un progreso espiritual verdadero, necesitamos confesar y arrepentirnos de todo lo que ha sido extra-bíblico, es decir fuera de las Escrituras.

Hace un par de años escribí un artículo llamado, La Biblia pone al hombre en su lugar, y en ello cité a un notable experto sobre religiones y sectas, George Erdely: “En los inicios de la iglesia no había líderes tan delicados que necesitaran que se les hablara con palabras suaves por temor a ofender su ‘autoridad’…”. Además, propone Erdely, sobre la reprensión de Pablo a Pedro: “Y después de todo esto, el asunto lo está sacando a la luz en una carta a los Gálatas, delante de toda la iglesia, pues era un ejemplo que los iba a edificar y advertir contra el mismo error. La Biblia nos da suficientes evidencias de que Pedro reconoció su error y se sometió a las Escrituras. ¿Quién era la máxima autoridad aun entre aquéllos que vieron personalmente a Jesús, sino la verdad de la Biblia? Este pasaje nos demuestra que en los inicios de la iglesia cristiana no había líderes autoritarios que se ofendieran cuando se les cuestionaba. Las pláticas eran francas y directas y había libertad para poner las cosas en claro. La verdad Escritural era la máxima autoridad, y todos, incluidos los apóstoles, se sometían a ella. Tengamos cuidado con aquéllos que no se guían por esta regla, pues de hecho, un signo clásico de que una organización se ha convertido en una secta es cuando en la práctica, los líderes son considerados una mayor autoridad que la Biblia. Esto lo explica muy bien un conocido profesor universitario en su excelente libro: Estudio sobre las Sectas: ‘Una señal segura de que estamos en presencia de una secta, es que su autoridad máxima en asuntos espirituales descansa en algo distinto de las Sagradas Escrituras’”.

(Puedes leer el artículo completo en el blog: http://alaentrega.blogspot.com.es/2011/01/
autoritarismo-escritor-desconocido.html )

“El temor al hombre es un lazo, pero el que confía en el Señor estará seguro” (Pr.29:25). Pablo llamó a los que habían venido de Jerusalén de parte de Jacobo, los de la circuncisión. Pedro, Bernabé y otros cristianos judíos en Antioquía cambiaron su manera de comportarse al llegar allí. El temor de los hombres obra contra la fe en Dios (fíjate en He.13:5-6). Pone un lazo que hace a su víctima siervo del hombre y, a partir de ahí, estará bajo sus ataduras.

Temer a Dios es estar libre del temor a los hombres y trae seguridad y libertad. Al principio, en Antioquía, todos gozaban de la libertad en Cristo junto con los gentiles recién convertidos. Por ello, aquel cambio fue intolerable e hipócrita. Imagina qué confusos y ofendidos debieron sentirse los creyentes gentiles.

Pedro y los judíos andaban torcidos, vivían una mentira, “no andaban rectamente” (griego: con pie recto), contrario a la verdad “recta” del evangelio. Estaban siendo deshonestos y engañosos. Debido a su alta posición, Pedro dejó una fuerte impresión en los gentiles acerca de practicar el judaísmo. En los días antes del cristianismo, los gentiles que se hacían judíos, los prosélitos, tenían que imitar y practicar todas las costumbres de los judíos, por lo tanto, los nuevos convertidos entre los gentiles seguramente concluirían: “Si Pedro todavía practica el judaísmo como cristiano, entonces también nosotros tenemos que hacerlo”.

Les preparó para la enseñanza sobre la circuncisión enseñada por los judaizantes. Desde el principio, la circuncisión era la señal que separaba al judío del resto del mundo. Bernabé había estado trabajando muy de cerca con la gente de Antioquía y, al seguir a Pedro junto con los otros judíos, resultó un gran peso a favor del error.

  1. “Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles,

  2. sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será

  3. Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera.

  4. Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me

  5. Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para

  6. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

  7. No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió ”

 

¿Qué habría pasado con el futuro de toda la iglesia si Pablo no se hubiera puesto firme a favor del evangelio? ¿Qué hubiera pasado si el partido legalista de Jacobo hubiera prevalecido y hubiera enviado misioneros a todo el mundo desde Antioquía? ¿Dónde estaríamos hoy? Pablo sigue reprendiendo a los visitantes judíos a Antioquía y les hace recordar la verdad pura del evangelio. Como un judío, habla de su pretendida superioridad, viéndose como el pueblo de Dios que sigue Sus leyes. El judío no se consideraba un pecador; según ellos, los pecadores eran todas las naciones no judías.

Después, les habla como a cristianos que conocen lo que proclama el evangelio. Les enseña que los judíos, igual que los gentiles, no son justificados por guardar la ley; todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios. La justificación es para los que ponen su confianza en Aquél que es sin pecado, en el Único que guardó perfectamente la ley. Sin Cristo, el judío está tan perdido como el gentil, por eso tiene que postrarse delante de Jesús con una fe sincera y total, abandonando cualquier otra esperanza que le auto justifique por intentar guardar la ley. Tiene que esperar en la perfección de Cristo y estar cubierto con Su justicia para ser verdaderamente justo delante de Dios. Ningún ser humano ha sido justificado de ninguna otra manera.

Lo que pasó en Antioquía no fue un asunto con pocas consecuencias, por eso Pablo nos sigue mostrando la gravedad de ello. En la reunión del concilio, en Jerusalén, Pedro preguntó lo siguiente: “¿Por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?” (Hch.15:10). Él había visto personalmente cómo Dios había puesto Su sello de aprobación sobre los gentiles que habían creído, no por las obras de la ley, sino por su fe en el evangelio. Sin ninguna distinción, Dios derramó Su Espíritu tanto sobre los gentiles como sobre los judíos. Pedro sabía que el hecho de que los judaizantes demandaran a los gentiles guardar la ley, ofendía a Dios, quién les había sellado con Su Espíritu. Pedro había destruido el judaísmo, que estaba atado por la ley, sin embargo, ahora, por lo que hacía en Antioquía, estaba reedificando lo que había derrumbado, y es de eso de lo que le acusa Pablo.

Pablo se dio cuenta de que Pedro había contradicho su propia confesión de la salvación solamente por Cristo. Su necesidad legalista de cumplir con la ley de separación entre el judío y el gentil, de hecho, daba la impresión de que Cristo le había dejado bajo pecado y todavía necesitaba redención por medio de guardar la ley.

Si éste era el caso, entonces Pedro pecaba al destruir la confianza en hacer las obras de la ley, o al menos, eso es lo que parecería a los ojos de los creyentes gentiles. ¿Era algo serio? Sí, inmensamente serio. En verdad, él estaba anulando la gracia de Dios para la salvación, demostrando que también tenemos que guardar la ley para poder ser salvos. Esto negaba todo lo que Dios había provisto gratuitamente para él.

En el próximo capítulo, Pablo enseñará que la ley tiene un propósito, que es llevarnos a Cristo (3:24). La ley de Dios determina lo que es pecado y lo que no lo es: “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Ro.3:20). (Por esta razón, la ley de Dios es absolutamente esencial en el evangelismo, dando pruebas al individuo de que es un pecador. Ninguna otra norma o estándar tiene la autoridad para hacerlo). La razón por la que somos culpables delante de Dios es porque no hemos guardado la ley, y la sentencia es la muerte. Por eso, “por la ley soy muerto para la ley”. Existen dos posibilidades; o yo muero bajo la ley, o tendré que morir a la ley por vivir confiando en el evangelio por la fe. Es la única manera de poder vivir delante de Dios.

Por eso, la condenación por la ley de Dios nos conduce a la cruz de Cristo. Lo que Pablo declara en el versículo 20 no es teoría, sino una realidad espiritual. Si voy a la cruz, allí me veré crucificado con Cristo; me identifico con Su muerte. Él tomó mi sentencia de muerte y, al identificarme con Él, yo muero. ¿Cómo, entonces, puedo intentar guardar la ley si he muerto? Warren Wiersbe comenta: “¡Volver a la ley de Moisés es volver al sepulcro!” La vida de Pablo terminó allí, en la cruz, como también la nuestra, si hemos tomado el camino de la cruz. ¿Cómo es, entonces, que seguimos viviendo? Es por la vida de Cristo morando en nuestros cuerpos de carne.

Creo que, en este texto, es un error decir que vivimos por la fe en el Hijo de Dios, como dicen algunas versiones. El contexto nos está diciendo que hemos muerto y Cristo vive en nosotros. Por eso, no podemos vivir por nuestra fe, sino por Su fe. La enseñanza de Jesús en el Evangelio de Juan hace muy clara la gran verdad de la vida de Cristo en el creyente: Mi paz os doy permaneced en Mi amor que mi gozo esté en vosotros” (Jn.14:27; 15:9,11), y aquí, “vivo en la fe del Hijo de Dios”.

Donde Marcos 11:22 manda: “Tened fe en Dios”, sería literalmente traducido como “tened la fe de Dios”. Es un término hebreo, proponiendo la fe en el sentido superlativo; la fe más fuerte. La fe humana no puede salvar; la fe salvadora viene de Dios. ¡Esta verdad es de suma importancia! Es la diferencia entre una salvación humanista y falsa, y una obra genuina de Dios. En la LBLA, Romanos 10:17 es traducido como: “Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo”. Sólo viene de Dios y solamente viene por medio de Su palabra.

Es imposible mezclar la gracia con la ley. El legalista no puede ser cristiano. Pablo nos dice que, al guardar la ley, desechamos o anulamos la gracia y, aunque Pedro lo sabía bien, sus acciones estaban diciendo que “la gracia no es suficiente; necesitamos también la ley”. La revelación inspirada de Pablo por medio del Espíritu Santo dice: “Si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gá. 2:21).

 



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