
12 Jun ¿Cómo lees?
Cómo Leer La Biblia (7ª Parte)
En la lectura debemos buscar la enseñanza espiritual de la palabra.
Las doctrinas de la gracia son buenas, pero es mejor aún la gracia de las doctrinas.
Busquen obtenerla, y no estén contentos con la idea de que han sido instruidos hasta tanto no hayan entendido la doctrina de tal manera que hayan sentido su poder espiritual.
Esto nos hace comprender que, para lograr esto, necesitamos sentir que Jesús está presente con nosotros siempre que leamos la Palabra de Dios.
Fíjense en ese versículo cinco, que ahora quiero presentar a ustedes como parte de mi texto, y que hasta ahora no había mencionado.
“¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa?
Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí.”
Ay, ellos tenían un alto concepto acerca de la letra de la Palabra, pero desconocían que Él estaba allí, el Señor del día de reposo, el Señor del hombre y el Señor de todo.
Oh, cuando hayan aprendido una doctrina, o una ordenanza, o cualquier cosa que sea externa en la letra, pidan al Señor que los haga sentir que hay algo más grande que el libro impreso, y algo mejor que la simple cáscara de esa doctrina.
Hay una Persona que es más grande que cualquier otra, y a Él debemos clamar para que esté siempre con nosotros.
“Oh, Cristo viviente, haz que esto sea una palabra viva para mí. Tu palabra es vida, pero no si el Espíritu Santo no está allí.
Yo puedo conocer Tu libro de principio a fin, y repetirlo de memoria de Génesis a Apocalipsis, y sin embargo puede ser un libro muerto, y yo un alma muerta.
Pero, Señor, te pido que estés presente aquí; entonces en el libro voy a mirar al Señor; en el precepto voy a verlo a Él que lo cumplió; en la ley voy a mirarlo a Él que la honró; en la amenaza voy a verlo a Él que la soportó por mí, y en la promesa lo miraré a Él que es el ‘Sí y el Amén.’”
Ah, entonces veremos el Libro de manera diferente.
Él está aquí conmigo en mi habitación: no debo tomarlo con ligereza.
Él se inclina sobre mí, señala con Su dedo las líneas, y puedo ver Su mano traspasada.
Voy a leer el Libro como si estuviera en Su presencia.
Voy a leerlo sabiendo que Él es su sustancia, que Él es la prueba de este libro y también su escritor.
Él es la suma de esta Escritura y también su autor.
¡Esa es la forma en que los verdaderos estudiantes se vuelven sabios!
Podrán encontrar el alma de la Escritura cuando puedan conservar a Cristo con ustedes mientras están leyendo.
¿Acaso no han oído nunca un sermón que les ha hecho sentir que si Jesús hubiera descendido a ese púlpito mientras el predicador estaba hablando, le habría dicho:
“Deja el púlpito, deja el púlpito; no tienes nada que hacer aquí. Yo te envié para que predicaras acerca de Mí, y tú estás hablando acerca de una docena de cosas diferentes. Vete a casa y aprende de Mí, y ven después a predicar.”
Un sermón que no lleve a Cristo, o del que Jesucristo no sea el principio y el fin, es un tipo de sermón que hará reír a los diablos en el infierno, y llorar a los ángeles del cielo, si fueran capaces de tales emociones.
Ustedes recuerdan la historia de ese hombre de Gales que escuchó predicar a un joven, un sermón muy bueno, un sermón grandioso, pomposo, muy elevado; y cuando hubo terminado de predicar, le preguntó al hombre de Gales qué le había parecido.
El hombre le respondió que no le había parecido nada bueno.
“¿Y por qué no?”
“Porque Jesucristo no estaba allí.”
“Bien,” dijo el predicador,
“pero mi texto no parecía estar orientado a eso.”
“No importa,” dijo el hombre de Gales,
“tu sermón debía estar orientado a eso.”
“No me parece así,”
dijo el joven predicador.
“No,” dijo el otro,
“todavía no sabes cómo predicar.
Así es como se debe predicar.
Desde cada pequeño pueblo de Inglaterra, sin importar dónde se encuentre, ciertamente hay un camino que lleva a Londres. Puede ser que no haya ningún camino hacia otros lugares, pero con toda certeza hay un camino a Londres. Ahora, desde cada texto de la Biblia hay un camino que conduce a Jesucristo, y la forma de predicar es decir simplemente
‘¿cómo puedo ir desde este texto hasta Jesucristo?’
y luego predicar a lo largo de ese camino.
” “Bien, pero,” replicó el joven predicador,
“supongamos que encuentro un texto que no tiene un camino que conduce a Jesucristo.”
“Yo he predicado durante cuarenta años,” dijo el viejo predicador, “y nunca me he encontrado con un texto así, pero si alguna vez me encontrara con uno, haría cualquier cosa pero llegaría a Él, pues nunca concluiría un sermón sin predicar a mi Señor.”
Si no pueden encontrar a Jesús en las Escrituras, no nos servirán de mucho, pues ¿qué fue lo que el propio Señor dijo?
“Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y no queréis venir a mí para que tengáis vida”;
por lo tanto el ejercicio de escudriñar se convierte en nada; no encuentran ninguna vida, y permanecen muertos en sus pecados.
Esperemos que esto no ocurra con nosotros.