¿Cómo lees?

¿Cómo lees?

La Historia detrás del Himno

Cómo Leer La Biblia


PARA UNA VERDADERA LECTURA DE LAS ESCRITURAS,
DEBEMOS ENTENDERLAS.


¿Quieren empezar a ser verdaderos lectores?
¿Se van esforzar de ahora en adelante por entenderla?

Entonces deben caer de rodillas.
Deben implorar la dirección de Dios.
¿Quién es el que mejor entiende un libro? Su autor.

Si quisiera estar seguro del verdadero significado de una frase más bien enredada, y su autor viviera cerca de mí
y pudiera visitarlo, tocaría a su puerta y le preguntaría:

“¿Sería tan amable de explicarme el significado de esa frase?

No tengo ninguna duda que su frase es muy clara,
pero yo soy tan ignorante que me resulta difícil interpretarla.
No tengo ni el conocimiento ni el dominio del tema
que usted posee, y por lo tanto sus alusiones y descripciones están fuera del alcance de mi conocimiento.
Para usted no es difícil y es más bien un lugar común,
pero es muy difícil para mí.

¿Sería tan amable de explicarme su significado?”

 Un hombre de bien sería feliz de ser tratado así,
y no tendría problemas en descubrir al lector honesto,
lo que quiso decir. Así, tendría la certeza de haber entendido
el significado correcto, pues habría ido al origen, es decir,
habría consultado al propio autor. Entonces, amados hermanos, el Espíritu Santo está con nosotros, y cuando tomamos Su libro,
y necesitamos saber lo que quiere decir, debemos pedirle
al Espíritu Santo que nos revele su significado.

Él no hará un milagro, pero elevará nuestras mentes,
y nos sugerirá pensamientos que nos van a guiar hacia delante, por medio de una mutua relación natural, hasta que al fin llegaremos a la esencia y al corazón de la instrucción divina.

Busquen de verdad la guía del Espíritu Santo,
pues si el alma verdadera de la lectura es el entendimiento
de lo que leemos, entonces debemos implorar al Espíritu Santo que descubra los secretos misterios de la Palabra inspirada.

Si pedimos que el Espíritu Santo nos guíe y nos enseñe,
se entiende, queridos amigos, que estaremos preparados para usar todos los medios y ayudas disponibles
para entender la Escritura.

Cuando Felipe le preguntó al eunuco etíope si podía entender
la profecía de Isaías, él respondió:

“¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?”

Entonces Felipe subió y se sentó con él y le explicó
la Palabra del Señor. Algunas personas pretenden ser enseñadas por el Espíritu de Dios y rehúsan recibir ninguna instrucción
ni de libros ni de persona alguna.

Esto no honra al Espíritu de Dios; es una falta de respeto hacia Él, pues Él da a algunos de sus siervos más luz que a otros
(es claro que lo hace así) quienes a su vez tienen la obligación
de dar esa luz a otros, y usarla para el bien de la iglesia.

Pero si la otra parte de la iglesia rehúsa recibir esa luz,
¿con qué objeto entonces dio el Espíritu de Dios esa luz?

Esto implicaría que hay un error en algún punto en la economía de los dones y las gracias, administrada por el Espíritu Santo.
Eso no puede ser. El Señor Jesucristo quiere dar más conocimiento de Su palabra y más profundidad de visión
a unos de sus siervos más que a otros, y a nosotros
nos corresponde aceptar gozosamente el conocimiento que Él da, de la manera que Él elija darlo.

Sería muy perverso de parte nuestro decir:

“No aceptaremos el tesoro celestial que está contenido
en vasos de barro. Si Dios quiere darnos el tesoro celestial, directamente de Su mano pero no por medio de vasos de barro,
lo aceptaremos; pero pensamos que somos demasiado sabios, nuestra mente es sumamente celestial, somos demasiado celestiales para que nos interesen esas joyas que están colocadas en vasijas de barro. No escucharemos a nadie,
y no leeremos nada, excepto el propio Libro,
ni tampoco aceptaremos ninguna luz, excepto la que se desliza por las hendiduras de nuestro propio techo.
No queremos ver si tenemos que utilizar la vela de alguna persona, preferimos permanecer en la oscuridad.”

Hermanos, no caigamos en esa insensatez.
Si la luz viene de Dios, aunque la traiga un niño,
la aceptaremos con gozo. Si cualquiera de Sus siervos,
ya sea Pablo o Apolos o Cefas, ha recibido luz que viene de Él,
he aquí, “todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.”

Por tanto, aceptemos la luz que Dios ha encendido,
y pidamos la gracia para hacer brillar esa luz sobre la Palabra
de tal forma que cuando la leamos, podamos entenderla.

No deseo decir nada más sobre esto, pero me gustaría recalcar esto para algunos de ustedes. Ustedes tienen la Biblia en su casa, yo sé; no les gustaría estar sin la Biblia, podría pensarse
que son paganos si no tuvieran la Biblia.

Tienen la Biblia muy bien encuadernada, y son volúmenes
que se ven preciosos: no se ven muy usadas, no han sido leídas,
y no es muy probable que sean leídas, pues sólo se sacan el día domingo para que les dé el aire, y permanecen en el guardarropa junto con el pañuelo del traje, todo el resto de la semana.

Ustedes no leen la Palabra, no la escudriñan,
y ¿cómo esperan recibir la bendición divina?

Si el oro del cielo no es digno de ser buscado,
difícilmente va a ser encontrado por ustedes.

Muy a menudo les he repetido que el acto de escudriñar
las Escrituras no es el camino de la salvación.

El Señor ha dicho:

“Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo.”

Pero aun así, la lectura de la Palabra, lo mismo que el oírla,
a menudo lleva a la fe, y la fe trae salvación;
ya que la fe viene por el oír, y la lectura
es una forma de escuchar.

No quiero decir algo que sea muy severo, si no es estrictamente la verdad. Que hablen sus propias conciencias,
pero quiero hacer una pregunta muy osada:

¿acaso no leen la Biblia, muchos de ustedes,
de una manera muy apresurada, leen sólo un poquito
y luego la hacen a un lado?

¿Acaso no olvidan pronto lo que han leído,
y pierden el poco efecto que pudo haber tenido la lectura?

Cuán pocos de ustedes están decididos a llegar hasta el alma
de ella, hasta su vida, su esencia, y beber de su significado.

Pues bien, si no hacen eso, les digo de nuevo que la lectura
de ustedes es una lectura miserable, muerta,
que no produce beneficio alguno; ni siquiera la podemos llamar lectura, ese nombre no podría aplicarse.

Que el Espíritu bendito les dé el arrepentimiento
en lo tocante a este tema.

 

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