
03 Abr ¿Cómo lees?
Como leer la biblia (3ª Parte)
Cómo Leer La Biblia
Para una verdadera lectura de las escrituras, debemos entenderlas.
Cuando el sumo sacerdote entraba al lugar santo siempre encendía el candelero de oro antes de quemar el incienso sobre el altar, diríamos que como para mostrar que la mente debe tener iluminación antes que los afectos puedan elevarse de manera apropiada hacia su objeto divino.
Debe haber conocimiento de Dios antes de que pueda haber amor a Dios: debe haber un conocimiento de las cosas divinas, como son reveladas, antes de que pueda existir el gozo de ellas.
Debemos procurar entender, en la medida que nuestra mente finita pueda captarlo, lo que Dios quiere decir con esto y con aquello; de lo contrario, podemos besar el Libro y no sentir ningún amor por sus contenidos, podemos reverenciar la letra y sin embargo no sentir ninguna devoción por el Señor que nos habla por medio de estas palabras.
Amados hermanos, nunca van a obtener consuelo para sus almas de una fuente que no entienden, ni van a encontrar ninguna guía para sus vidas de algo que no comprenden; ni ninguna aplicación práctica para su carácter podrá venir de lo que no es entendido por ustedes.
Entonces, si debemos entender de tal manera lo que leemos ya que de lo contrario habremos leído en vano, así se muestra que cuando nos acercamos al estudio de la Santa Escritura, debemos tratar de que nuestra mente esté muy despierta para esa lectura.
No siempre estamos en condiciones, me parece a mí, de leer la Biblia. A veces haríamos bien en detenernos antes de abrir el volumen.
“Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.”
Acabas de hacer a un lado tus cuidados y tus ansiedades acerca de tus negocios en el mundo, y no puedes tomar ese libro y entrar en sus misterios celestiales de manera inmediata.
De la misma manera que pides una bendición para tus alimentos antes de comer, también sería una buena regla que pidieras una bendición para la palabra, antes de que participes de su alimento celestial.
Pide al Señor que fortalezca tus ojos antes de que te atrevas a mirar la luz eterna de la Escritura.
Así como los sacerdotes se lavaban sus pies en la fuente de bronce antes de dedicarse a su trabajo santo, así también sería bueno lavarse los ojos del alma con los que ves la Palabra de Dios, y también lavarse los dedos, si puedo expresarlo así (los dedos de la mente con los que pasas las páginas)
para que puedas tratar de manera santa a un libro santo.
Di a tu alma:
“Alma mía, despierta: no estás a punto de leer un periódico; no estás pasando las páginas escritas por un poeta humano para que seas deleitado por su brillante poesía; te estás acercando a Dios, que se sienta en la Palabra al igual que un coronado monarca lo hace en sus salones. Despierta gloria mía; que despierte todo lo que está dentro mí. Aunque ahora mismo no esté alabando y glorificando a Dios, estoy a punto de considerar eso que me llevará a hacerlo, y por lo tanto es un acto de devoción.
Por tanto, debes estar alerta, alma mía: debes estar alerta, y no estés cabeceándote de sueño ante el majestuoso trono de Dios.”
La lectura de la Escritura es para nosotros la hora de la comida espiritual.
Toquen el timbre y convoquen a cada una de sus facultades para que se reúnan en la propia mesa del Señor, para tener un banquete con el precioso alimento que está disponible para nosotros ahora; o, más bien, toquen la campana de la iglesia, llamando a la adoración, pues el estudio de la Santa Escritura debe ser algo tan solemne como cuando entonamos un salmo en el día del Señor, en los atrios de la casa del Señor.
Siendo así las cosas, ustedes comprenderán de inmediato, queridos amigos, que, si van a entender lo que leen, necesitan meditar acerca de esa lectura.
Algunos pasajes de la Escritura son muy claros para nosotros: benditas aguas poco profundas por las que las ovejas pueden atravesar; pero hay profundidades en las que nuestra mente podría más bien ahogarse, antes que nadar con placer, si se acercara a esas aguas sin la debida precaución.
Hay textos en la Escritura que están hechos y construidos a propósito, para hacernos pensar.
Nuestro Padre celestial utiliza estos medios, entre otros, para educarnos para el cielo: haciéndonos analizar el camino hacia los misterios celestiales.
Por eso Él nos presenta Su palabra de forma un poco complicada, para forzarnos a meditar en ella antes que descubramos su dulzura. Ustedes saben que Él habría podido explicarnos un concepto de tal manera que lo pudiéramos entender en un minuto, pero no quiere hacerlo así en cada caso.
Muchos de los velos que cubren la Escritura no están diseñados para encubrir su significado para los diligentes, sino para forzar la mente para que sea activa, pues a menudo la diligencia de corazón que busca entender la mente divina hace más bien al corazón, que el conocimiento mismo.
La meditación y la reflexión nos ejercitan y fortalecen nuestra alma para poder recibir verdades más elevadas aún.
He escuchado la historia de las madres en las Islas Baleares, que en tiempos antiguos, queriendo que sus hijos llegaran a ser buenos honderos, colocaban su comida en alto, donde no la pudieran alcanzar, por lo que tenían que utilizar su honda y lanzar una piedra para bajar el alimento.
Nuestro Señor desea que seamos buenos honderos, y coloca alguna preciosa verdad en alto, donde no la podemos alcanzar, excepto utilizando nuestra honda; y, finalmente, damos en el blanco, y encontramos alimento para nuestras almas. Entonces tenemos el doble beneficio de aprender el arte de la meditación y de participar de la dulce verdad que ha sido puesta a nuestro alcance por medio ella.