Libro de Apocalipsis

Libro de Apocalipsis

Libro del Apocalipsis

 

CAPITULO 22

 

Desde la Nueva Jerusalén

Capítulo 22:1-10

 

  1. Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero,

  2. en medio de la calle de la Y a cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce clases de fruto, dando su fruto cada mes; y las hojas del árbol eran para sanidad de las naciones.

  3. Y ya no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará allí, y sus siervos le servirán.

  4. Ellos verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes.

  5. Y ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos.

  6. Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas; y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, envió a su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que pronto han de suceder.

  7. He aquí, yo vengo Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.

  8. Yo, Juan, soy el que oyó y vio estas Y cuando oí y vi, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostró estas cosas.

  9. Y me dijo: No hagas eso; yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este Adora a Dios.

  10. También me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca.

 

Es interesante observar cómo el cielo seguirá proveyendo seguridad y sanidad a pesar de que los enemigos hayan sido destruidos en el Lago de Fuego para siempre, y la enfermedad haya dejado de existir. En el versículo 12 del último capítulo, vimos que había un muro alto y un ángel custodio en cada puerta de la ciudad. Si alguna vez has tenido dudas de que en la eternidad el pecado o las consecuencias del pecado puedan revivir, esta vigilancia certifica que Dios ha asegurado la eternidad. El Creador te tranquiliza, garantizándote que jamás volverán esos padecimientos.

Las ciudades terrenales se embellecen con árboles, parques, ríos y lagos, pero la ciudad celestial parece ser, esencial y totalmente, un parque, ¡un parque bien poblado! No menciona edificios, pero en este capítulo, el ángel lleva a Juan adentro de la ciudad para ver, en primer lugar, un río. Se llama el Río del Agua de Vida, y es un río resplandeciente (v:1). La fuente o manantial del río es el trono de Dios y del Cordero.

En Ezequiel 47 se describe una escena semejante, pero ésta es la ciudad milenaria en la tierra. En Apocalipsis, sin embargo, baja del cielo una ciudad, la Nueva Jerusalén, que es todavía más bella y perfecta que la que vio Ezequiel. El centro de la visión de Ezequiel (Ez.47:1) es un templo y el río fluye desde allí. En ambas orillas del río había muchos árboles que daban fruto continuamente (Ez.47:12), cuyas hojas son para la sanidad y no caen jamás; los árboles producen cada mes frutos frescos.

Imagino que la calle principal de la Nueva Jerusalén del Apocalipsis es una calzada en medio del río: “En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río (RV60). Ya hemos visto que, en la Nueva Jerusalén, no hay templo, sino, sencillamente, el trono de Dios y del Cordero. El río fluye desde el trono de Dios, y el Árbol de Vida crece en medio de la calzada y a uno y otro lado de las orillas del rio. Por supuesto, entendemos que el Árbol de Vida no es tan solo un árbol, sino una clase o tipo de árbol. Como en el libro de Ezequiel, hay muchos árboles, y sus propiedades son semejantes a los descritos por el profeta. Estos árboles producen un fruto diferente cada mes. En total, el árbol produce doce frutos en cada ciclo y, otra vez, las hojas son para la sanidad (v:2). En la ciudad no hay enfermedad y las hojas garantizan salud eterna.

Ya no queda maldición sobre la humanidad que, como ya hemos dicho, incluye la enfermedad. No habrá cansancio, sed o hambre, pero comer y beber serán un puro placer. La actividad central de la Nueva Jerusalén será una adoración incansable, rebosando continuamente desde el corazón de cada ciudadano. En el cielo, el servicio al Señor saltará de la adoración: “Sus siervos le adorarán (griego: dar homenaje religioso, hacer servicio, adorar)(v:3). El aroma de la adoración de María, en Juan 12, llenó la casa, afectando todas las demás actividades… el servicio de Marta y la comunión de Lázaro con el Señor. Esta historia está próxima a ser una manifestación del cielo sobre la tierra. Sus siervos, que le adoran, también reinarán en Su reino de luz (v:5).

Necesitaremos ojos transformados para poder fijarnos en Su rostro, en Su gloria. Desde que el hombre cayó bajo el pecado, sus ojos no podían mirarle y seguir viviendo. Por eso, Juan declaró en su Evangelio: “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Jn.1:18). La marca de la bestia representa una lealtad blasfema, pero aquí tenemos la marca del propietario de Aquel que es digno: “Su nombre estará en sus frentes” (v:4). No habrá noche en la ciudad de luz, porque la luz eterna de la presencia del Señor Dios brillará continuamente (v:5), dando luz y calor perfectos.

Estamos leyendo y meditando sobre la verdad inerrante de la más alta autoridad y, en ella, basamos nuestra esperanza para el futuro. La palabra y la enseñanza del hombre fracasarán, el cielo y la tierra pasarán, pero estas palabras son dignas de total confianza (v:6). Los espíritus de los santos profetas fueron conscientes de la persona de Dios y fueron movidos por el Espíritu Santo. Para el beneficio de Sus siervos, Su ángel está mostrando a Juan eventos futuros. Para Dios, un día es como mil años y Sus siervos tienen que desarrollar una mentalidad paciente y celestial: “Amados, no ignoréis esto: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no se tarda en cumplir su promesa, según algunos entienden la tardanza (2 P.3:8-9, es decir, algunos que piensan humanamente).

Tenemos que aplicar este principio sobre el tiempo al último capítulo de la Biblia. De acuerdo a Su medida del tiempo, Jesús dijo que Él viene pronto y, si este día no llega durante nuestros días en este mundo, vendrá personalmente a por nuestras almas y nos recibirá en gloria (v:7). Juan cumple su ministerio y llamamiento testificando de estas poderosas profecías para el beneficio de la iglesia en toda su época. También, humildemente, confiesa su debilidad e indignidad humanas (v:8). La revelación es tan inmensa que él cae delante del ángel que, por su total devoción a Dios, detiene a Juan para que no le adore. Los ángeles se unen con nosotros en el servicio a Dios y están mucho más involucrados de lo que nosotros pensamos. Ellos trabajaban con los espíritus de los profetas y con el de Juan, revelando la palabra de Dios a Su pueblo. El mandamiento y la pasión de los ángeles es provocar a las criaturas para que adoren a Dios (v:9).

Un ángel reveló a Daniel algo que vale como trasfondo para el Apocalipsis y le dijo: “Anda, Daniel, porque estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (Dn.12:9). Estamos en este tiempo del fin, porque a Juan le dice: “No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca” (v:10). Los eventos ya se están desarrollando y mientras se realizan, Dios se los enseñará a Sus siervos. Como Jesús dijo: “Nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse” (Mt.10:26). Estos son días de revelación y todos los hijos de luz desearán informarse para que nada les sorprenda (1 Tes.5:4).

Últimas palabras de la Biblia

Capítulo 22:11-21

 

  1. Que el injusto siga haciendo injusticias, que el impuro siga siendo impuro, que el justo siga practicando la justicia, y que el que es santo siga guardándose santo.

  2. He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra.

  3. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin.

  4. Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad.

  5. Afuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira.

  6. Yo, Jesús, he enviado a mi ángel a fin de daros testimonio de estas cosas para las Yo soy la raíz y la descendencia de David, el lucero resplandeciente de la mañana.

  7. Y el Espíritu y la esposa dicen: Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que desea, que tome gratuitamente del agua de la vida.

  8. Yo testifico a todos los que oyen las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a ellas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro;

  9. y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa descritos en este libro.

  10. El que testifica de estas cosas dice: Sí, vengo Amén. Ven, Señor Jesús.

  11. La gracia del Señor Jesús sea con Amén.

 

La separación entre la luz y las tinieblas será más extensa a medida que pase el tiempo. “Las áreas grises” desaparecerán y la luz brillará más a medida que las tinieblas se hagan más oscuras (v:11). Jamieson-Fausset-Brown comenta: “El castigo del pecado es el mismo pecado, y la recompensa de la santidad es la misma santidad Dios no puede castigar de peor manera a los hombres impiadosos que entregándoles a sus mismas naturalezas”. El Señor Jesús, al tratar con la iglesia de Laodicea en el capítulo 3, aclara que Él prefiere algo caliente o frío, en vez de tibio. La condición tibia de esa iglesia puede ser definida como un equilibrio entre lo que es frío y caliente. A veces, creo, que la palabra equilibrio, se usa como una excusa y una justificación sofisticada por una entrega incompleta. Se oye decir algo como: “No debemos ser radicales; tenemos que ser un pueblo equilibrado. Sin embargo, entregarnos radicalmente a Dios, es lo único que le complace, y no una decisión producida por una lógica equilibrada entre la piedad y el humanismo.

No debemos concluir, por lo que leemos en el versículo 11, que Dios no busca que el pecador se arrepienta. Jesús aseguró a los de Laodicea que los amaba y, por eso, los llamó al arrepentimiento, para que no fuesen vomitados de Su boca. Elías desafió a Israel en el Monte Carmelo: “¿Hasta cuándo vacilaréis entre dos opiniones? Si el Señor es Dios, seguidle; y si Baal, seguidle a él” (1 R.18:21). El deseo de Dios era que se arrepintieran y Elías los llevó a caer sobre sus rostros, clamando: “¡El Señor, Él es Dios!” (1 R.18:39). Por otro lado, estate seguro de que Dios jamás aceptará un cristianismo nominal.

Ni en el infierno, ni en el cielo habrá igualdad. Jesús enseñó que existirán diferencias en cuanto al castigo, incluyendo, seguramente, el castigo del infierno. “El que no la sabía, e hizo cosas que merecían castigo, será azotado poco” (Lc.12:48). El que hizo lo malo, sabiéndolo, recibirá mayor castigo. Los galardones también serán diferentes delante del Tribunal de Cristo, por ello no todos tendrán la misma posición en el cielo: “Si permanece la obra de alguno que ha edificado sobre el fundamento, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida por el fuego, sufrirá pérdida; sin embargo, él será salvo, aunque, así como por fuego” (1 Co.3:14-15). Habrá diferentes niveles de castigo y de recompensas, y Jesús nos avisa de que las consecuencias por lo bueno y lo malo pronto serán repartidas. La vida es corta (v:12).

La revelación de Cristo continúa hasta el fin de la Biblia. Vuelvo a citar algunas porciones del Cristo del Apocalipsis: “Un día, la cólera de los judíos estuvo a punto de explotar. Ellos sabían que lo que Jesús decía en cuanto de sí mismo, eran atributos que pertenecían solamente a Dios. Esto los condujo más allá de su tolerancia religiosa y cogieron piedras para matarlo: ‘Antes que Abraham fuese, YO SOY’” (Jn.8:58). Diciendo esto, Él se estaba identificando con el que se apareció a Moisés por medio de la zarza ardiente, ‘Yo soy el que soy’ (Éx.3:14). Ésta era una afirmación blasfema si era proferida por un hombre o un ángel. Sólo Dios podía hacer tal declaración.

 

Ignoraban que estaban ante una visita divina. En verdad, Jesús es todo lo que dijo y mucho más. Él tiene un nombre que nadie conoce excepto Él mismo (Ap.19:12). Él es Dios, más allá de lo que nos ha sido revelado o de lo que podamos comprender. Él es el autor de nuestra fe antes de que creyésemos. Él es quien da por terminada nuestra fe después de que hayamos hecho todo.

 

Las afirmaciones continúan en el Apocalipsis y alcanzan la cúspide en el último capítulo. “YO SOY la Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último YO SOY la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana” (13,16). Aparte de su incomparable Hijo, no hay figura más imponente en toda la Biblia, a nivel espiritual o terrenal, que David. Detrás de todo lo que tenía que ver con él – su línea ancestral, su unción, su formación, y su reino – estaba una Persona, nombrada en las escrituras como ´La Raíz’. Él es el Autor oculto a cargo de la historia de David. Es su método descalificar a los candidatos más capaces y exaltar los menos aptos. Él expulsa al seguro y al que confía en sí mismo, y encuentra un lugar para el inadaptado. Él usa al común y modesto para llevar a cabo sus poderosos actos.

 

Al cuidadosamente seleccionado linaje de Judá, la Raíz de David trajo a Rut, una mujer pagana sin patrimonio en Israel, pero que tenía un corazón de fe. Ella se casó con Booz y la bondad, dignidad y lealtad fueron engendradas en la herencia de David. Desde temprana edad, David tuvo su corazón conforme al de Dios, encontrando una manera de expresarse a través del arpa y la voz. Cuando llegó el momento de ser ungido rey, siete hermanos mayores desfilaron delante del profeta Samuel y todos fueron rechazados. Finalmente, el octavo fue llevado desde el redil y, para perplejidad de los demás, fue consagrado como futuro rey. Se convirtió en un exterminador de gigantes, en el general de un ejército rebelde y, finalmente, en un gran monarca y profeta.

 

De acuerdo con su humanidad, Cristo es el descendiente de David. Él es el Hijo del Hombre. Tuvo un nacimiento humano en un establo de Belén. Un profeta y una profetisa que no ocupaban lugar en la jerarquía religiosa de su tiempo, lo bendijeron. Siendo bebé sufrió un viaje de ida y vuelta a Egipto. Luego fue a vivir a Galilea. Él jugó en las humildes calles de Nazaret. Era muy pequeño cuando sorprendió a los grandes teólogos del templo de Herodes. Descendió en las aguas del bautismo y supo someterse para ser dirigido por otro: el Espíritu Santo. Fue tentado por el diablo de la misma manera que lo somos nosotros; aún así se mantuvo sin pecado. Conoció el cansancio, el hambre, la sed y el dolor.

 

Más que eso, su cuerpo humano contenía un espíritu aplastado por el peso de un mundo condenado al pecado. Él se lamentaba por sus ovejas sin pastor. Lloraba por el dominio de la muerte sobre la sociedad humana. La hipocresía, la corrupción y el materialismo lo enfurecían. Impuso a su cuerpo noches de oración y días de servicio. Sudó gotas de sangre.

 

Su gloria brilló sobre los pueblos y campos de Galilea. Llenó el pórtico de Salomón con una luz más brillante que el candelabro de siete brazos del santuario. Él fue un Sacerdote, no de la tribu de Leví, sino como David, de Judá y según el orden de Melquisedec. Ninguno de sus caminos se ajustaba al modelo normal. En este sentido siempre estaba ‘fuera del campamento’. En la actualidad vive en el cielo para interceder por los que no tienen a nadie que luche por ellos en la tierra.

 

La Estrella Resplandeciente de la Mañana ascendió sobre Israel e iluminó a un mundo completamente en tinieblas. Jesús afirmó que las escrituras daban testimonio de Él. Hoy todavía brillan para guiarnos a Cristo. Pedro vio la escritura profética como una antorcha en un lugar oscuro. Ésta emitía su testimonio a través de la oscuridad hasta que la Estrella de la Mañana apareciese en el horizonte (2 P.1:19). Zacarías dijo: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc.1:78-79).

 

Debo añadir el testimonio de Charles Finney, que acudió a su Biblia cuando no encontraba auxilio a su alrededor para su alma oscurecida. Las escrituras le guiaron a la oración, al arrepentimiento, y finalmente a una gran revelación de Jesucristo. ‘No había fuego ni luz en la habitación; a pesar de eso apareció ante mi como si fuese la luz absoluta. Cuando entré y cerré la puerta tras de mí, parecía como si me hubiese encontrado al Señor Jesucristo cara a cara Él no dijo nada, pero me miró de tal manera que tuve que postrarme a sus pies lloré en voz alta como un niño lavé sus pies con mis lágrimas’.

 

Jesús es el Agua de la Vida. La tierra puede brotar y florecer de otras fuentes, pero nada de esto será trasplantado a las calles de la Nueva Jerusalén. Los programas eclesiásticos y las clases que enseñan como ganar almas, pueden llenar los bancos de las iglesias; todos los arroyos de la tierra pueden ser convertidos en canales cristianos, pero lo que ocasionan no desafía la gravedad. Sólo lo que fluye de las altas cimas del Paraíso regresará de donde vino con una abundante cosecha.

 

Jesús es el Árbol de la Vida. En la Nueva Jerusalén no hay cementerios, capillas conmemorativas, ni procesiones funerarias. No hay registro de defunciones en sus archivos; sólo un libro de vida. Éste es el único documento que sirve de pasaporte hacía la ciudad celestial. Ninguna religión, iglesia, profeta o dios puede proporcionar una página de este libro. ¡Gracias al Cordero! “Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste” (Jn.17:2). Para los que participan del Árbol de la Vida, la vida irá más allá de lo que ahora podemos comprender o imaginar. Nuestras almas han sido puestas en movimiento, como un satélite en el espacio, sin combustible ni guía terrenal. Sin fin proseguiremos en una eternidad de gozo, amor y paz.

 

Un viejo himno declara: “He lavado mi ropa en la sangre de Jesús; y Él la hizo tan blanca como la nieve”. Hay una fuente de sangre que fluye desde la cruz del Calvario hacia el siglo XXI. Sólo ella puede limpiar al pecador y es el único pasaje para llegar a las puertas de la Nueva Jerusalén. Dios apartó a Adán del Árbol de la Vida, custodiado por los querubines, pero el último Adán ofrece gratuita y abundantemente acceso al Árbol de Vida. Las puertas del cielo están abiertas ampliamente para el creyente que tiene su única esperanza en Cristo Jesús (v:14). No tenemos, ni podemos venir, con algo que pagar; Jesús provee y uno tiene que recibir “gratuitamente” (v:17). Jesús llevó el juicio que era contra nosotros y, en Su mismo cuerpo, recibió la pena de muerte. Por eso, fue preparada esta ciudad y nosotros tenemos acceso a ella. El Espíritu de Dios, junto con la iglesia, invita al sediento a participar en lo que Él ofrece.

El cielo es santo. En el capítulo 20:15 dice que cualquiera, cuyo nombre no esté escrito en el Libro de la Vida, será echado al Lago de Fuego. En el capítulo 21:8 confirma otra vez el destino eterno de los impíos, y el capítulo 21:27 nos asegura que nada inmundo entrará en la ciudad de Dios. Por cuarta vez, el Espíritu Santo repite que, lo que es inmoral y está contra Dios, estará afuera, en el otro destino eterno, que es la condenación.

Al llegar a la última parte del canon inerrante, Juan advierte de algo que aparece tres veces en las páginas sagradas de la Biblia. Tiene que ver con añadir o quitar algo de la perfecta autoría del Espíritu Santo en las Escrituras. El primer aviso vino de Moisés: “No añadiréis nada a la palabra que yo os mando, ni quitaréis nada de ella, para que guardéis los mandamientos del Señor vuestro Dios que yo os mando” (Dt.4:2). Hay otra palabra en Proverbios que es muy clara e incluye todo lo que es la Palabra de Dios: “No añadas a sus palabras, no sea que Él te reprenda y seas hallado mentiroso” (Pr.30:6). Sobre aquellos que se atrevan a añadir o a quitar algo de Su palabra vendrán consecuencias severas. Debido a este aviso sabemos cual será el destino de cada secta que depende de experiencias extra- bíblicas y de cualquier cosa que sus fundadores hayan escrito como si fuera inspirada por Dios mismo. El cristiano tiene que ser leal a toda la Palabra inspirada y a nada fuera de ella. Debe ser su absoluta y única autoridad (vs:18-19).

Dios espera que nosotros vivamos y andemos a la luz de Su venida. El cristiano tiene que estar enfocado en ella, y el Nuevo Testamento insiste muchas veces y de muchas maneras en que así tiene que ser. Inflaría demasiado este artículo si citase cada pasaje que habla de ello. Por ello, te daré una lista para tu consideración y meditación: Romanos 8:23; 2 Corintios 5:2; 1 Tesalonicenses 1:10; Tito 2:13; Hebreos 9:28. Estoy seguro de que hay más versículos, pero estos están directamente relacionados con el tema de esperar Su regreso (V:20). Ninguno puede ser más apasionado que este, en el que el Señor Jesús promete Su pronto regreso: “Sí, vengo pronto”, y Juan responde: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” Tras la pasión de esta promesa y el anhelo de Juan, él extiende una palabra de gracia a todos los creyentes, terminando con la palabra hebrea que no puede ser bien traducida – ¡Amen! (v:21).

 

Concluyo con el último párrafo del Cristo del Apocalipsis: “Jesús es el inmutable, eterno YO SOY. ÉL ES ‘EL MISMO AYER, Y HOY, Y POR LOS SIGLOS’ (He.13:8). Jesús todavía permanece entre los candelabros de oro. El agua de la vida todavía fluye. La luz del cielo todavía brilla. Todas las maravillas que adornaron la tierra de Israel hace 2.000 años todavía están disponibles para nosotros. Todo lo que Juan vio en los lugares celestiales todavía está vigente. La sangre no ha perdido su poder para redimir. La vida de resurrección todavía vivifica los corazones muertos. El pecador todavía puede venir desde el mundo a la cruz. El religioso todavía puede ser librado de los rituales muertos, a la realidad. El seducido por el falso poder de Satanás, todavía puede ser rescatado. El corazón hambriento y vacío, todavía puede venir para encontrar la plenitud en el Cristo del Apocalipsis”.



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