22 Oct Libro de Apocalipsis
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in Apocalipsis
Libro del Apocalipsis
CAPITULO 21
La Nueva Jerusalén
Capítulo 21:1-8
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Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe.
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Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo.
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Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos.
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Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado.
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Y él que está sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las Y añadió: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas.
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También me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el Al que tiene sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.
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El vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo.
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Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.
En Génesis 1:2, el verbo que describe la acción del Espíritu Santo al principio de la creación es: se movía… “El Espíritu Santo se movía sobre la superficie de las aguas”, pero mover sugiere una acción demasiado generalizada. Sin embargo, la palabra en el hebreo original es mucho más específica; por ejemplo, si la buscamos en el diccionario hebreo Strongs, la primera definición que nos da es una raíz primitiva; anidar. Es el mismo verbo usado en Deuteronomio 32:11, donde se traduce como revolotea… “Como un águila que despierta su nidada, que revolotea sobre sus polluelos…”
Si el Espíritu Santo anida, revoloteando sobre la creación, el acto mismo refleja pasión en Sus movimientos. Entonces, cuando la trinidad, en Génesis 1:26, comunica: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”, vemos que el propósito de la creación del hombre, no solamente es el evento más importante, sino que además pone al descubierto el corazón apasionado del Creador. Por toda la Biblia, la revelación sobre la existencia del ser humano, enseña que Dios creó un ser que es capaz de tener comunión íntima con Él. Pero bueno, no haré caso a una intensa tentación de dar más detalles ahora para comprobarlo, simplemente declararé el hecho. Al hablar de la creación estamos especificando la creación del hombre, varón y hembra; el resto de la obra fue proveer un ambiente ideal para su existencia.
En Juan 14:2-3, Jesús habló a Sus amados discípulos: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros. Y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros”. En Juan 17:24, Él descubre Su corazón al Padre: “Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado…” Ahora, aproximándonos al fin del Nuevo Testamento, Juan, el discípulo amado ve “la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo (v:2). Este es el ambiente perfecto y eterno para Sus seguidores. Les dijo que prepararía un lugar y aquí está, preparado como una novia. Está perfectamente adaptado a sus nuevas naturalezas.
Juan no fue el primero en ver esta ciudad; ya le había sido revelada a Abraham en Génesis, razón por la que perdió totalmente el deseo de heredar algo terrenal. “Habitó como extranjero en la tierra de la promesa como en tierra extraña, viviendo en tiendas como Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa, porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (He.11:9-10). Por esta razón, Abraham nunca clavó más que las estacas de su tienda en el suelo, y jamás puso cimientos. Abraham se llamó a sí mismo extranjero y peregrino (Ge.23:4). El apóstol Pablo enseñó a los colosenses un principio sobre la vida cristiana: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra… Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Col.3:2,4). Aseguró a los Filipenses que “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo” (Fil.3:20), y enseñó a los Gálatas que la Jerusalén celestial era la ciudad maternal de los cristianos (Gál.4:26). Es allí donde se registran sus “certificados de nuevo nacimiento” y de donde obtienen la ciudadanía.
En el último capítulo, leímos que el cielo y la tierra antiguos desaparecieron en el juicio del Gran Trono Blanco (20:11; Is.66:15-16). Isaías, en sus últimos dos capítulos, profetizó acerca de un cielo y tierra nuevos (Is.65:17-19; 66:22). También profetizó que cuando Dios descendiera a la tierra para habitar en un cuerpo humano, “le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios con nosotros” (Mt.1:23 de Is.7:14). La mayor atracción de la eternidad es la unión de Dios con el hombre: “He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos (v:3) … y yo seré su Dios y él será mi hijo” (v:7).
En la Nueva Jerusalén no habrá cementerios; la muerte será abolida y cada lágrima se secará; el dolor físico o emocional, ya no existirán más (v:4). “En tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre” (Sal.16:11). En la parábola de los talentos, el señor dijo a los siervos fieles: “Entra en el gozo de tu señor” (Mt.25:21,23).
Él que se sienta sobre el trono es el principio y el fin; el Alfa y la Omega se refiere a la construcción del lenguaje; de la ‘a’ a la ‘z’ del alfabeto griego. Porque Él es el Alfa y la Omega, Su palabra es la última, y Él dijo a Juan que lo escribiera (v:5). Por esta razón, hoy la tenemos a nuestra disposición y somos los beneficiarios de la promesa. En el versículo 6 dijo: “Hecho está”. Desde la cruz, Jesús dijo: “¡Consumado es!”, que quiere decir que Su obra para la redención de la humanidad fue completa y perfecta; nada podía ser añadido. Y ahora, con la construcción de la Nueva Jerusalén, el plan de Dios para el estado permanente de los redimidos, es cumplido.
Dios hace una pausa en medio de la revelación para ofrecer la salvación “gratuitamente de la fuente del agua de la vida”, a cualquier alma sedienta que llegue esta palabra. Al vencedor, le promete heredar todas estas cosas; no es una meta, sino un destino. ¡Cuídate de pensar que es algo que uno tiene que adquirir por sus propios méritos! Él declara que es un don gratuito y Su palabra lo sella.
Si hay una persona tentada en interpretar la gracia como algo menos que la fuerza que santifica al que la recibe, el Nuevo Testamento, más de una vez, descubre este error. El apóstol Pablo sabía de este engaño y avisa: “Con certeza sabéis esto: que ningún inmoral, impuro, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con palabras vanas, pues por causa de estas cosas la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Ef.5:5-6). Lo tenemos otra vez en la carta a los corintios: “No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios (1 Co.6:9-10). Da una lista semejante a los gálatas y la termina diciendo, “os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gál.5:21). Y ahora, Dios da el aviso una vez más, metiéndolo entre toda la gloria y las maravillas de la Nueva Jerusalén (v:8).
Una descripción inimaginable
Capítulo 21:9-27
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Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las últimas siete plagas, y habló conmigo, diciendo: Ven, te mostraré la novia, la esposa del Cordero.
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Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios,
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y tenía la gloria de Su fulgor era semejante al de una piedra muy preciosa, como una piedra de jaspe cristalino.
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Tenía un muro grande y alto con doce puertas, y en las puertas doce ángeles; y en ellas había nombres escritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel.
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Había tres puertas al este, tres puertas al norte, tres puertas al sur y tres puertas al oeste.
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El muro de la ciudad tenía doce cimientos, y en ellos estaban los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
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Y el que hablaba conmigo tenía una vara de medir de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro.
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Y la ciudad está asentada en forma de cuadro, y su longitud es igual que su anchura. Y midió la ciudad con la vara, doce mil estadios; y su longitud, anchura y altura son iguales.
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Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, según medida humana, que es también de ángel.
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El material del muro era jaspe, y la ciudad era de oro puro semejante al cristal puro.
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Los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas: el primer cimiento, jaspe; el Segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda;
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el quinto, sardónice; el sexto, sardio; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; y el duodécimo, amatista.
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Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era de una sola perla; y la calle de la ciudad era de oro puro, como cristal transparente.
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Y no vi en ella templo alguno, porque su templo es el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero.
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La ciudad no tiene necesidad del solo ni de luna que la iluminen, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.
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Y las naciones andarán a su luz, y los reyes de la tierra traerán a ella su gloria.
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Sus puertas nunca se cerrarán de día (pues allí no habrá noche);
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y traerán a ella la gloria y el honor de las naciones;
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y jamás entrará en ella nada inmundo, ni el que practica abominación y mentira, sino sólo aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero.