Libro de Apocalipsis

Libro de Apocalipsis

Libro del Apocalipsis

 

CAPITULO 19

 

“Aleluyas” y “Amén” celestiales

Capítulo 19:1-5

 

  1. Después de esto oí como una gran voz de una gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios,

  2. porque sus juicios son verdaderos y justos, pues ha juzgado a la gran ramera que corrompía la tierra con su inmoralidad, y ha vengado la sangre de sus siervos en ella.

  3. Y dijeron por segunda vez: ¡Aleluya! El humo de ella sube por los siglos de los siglos.

  4. Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!

  5. Y del trono salió una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, los que le teméis, los pequeños y los grandes.

 

Estos son versículos que describen la alabanza celestial. Warren Wiersbe comenta que ésta es la “Partitura Aleluya” celestial, refiriéndose a la parte más famosa de la obra de Haendel, titulada, “El Mesías”. Wiersbe estaría muy de acuerdo de que, a pesar de haber hecho esta comparación, la alabanza que Juan escuchó en este capítulo es incomparable a cualquier obra meramente terrenal, no importando la fama que haya alcanzado aquí.

Personalmente, conozco a algunas personas que opinan que las palabras aleluya y amén son palabras religiosas. Tristemente, lo que ellos manifiestan es una falta de entendimiento espiritual y, en consecuencia, un desprecio por las cosas celestiales. Quiero preguntarte: ¿Qué piensas sobre estas palabras? ¿Son españolas? Yo creo que hay palabras que solamente tienen la definición adecuada en el cielo; fueron dadas a los hebreos, porque “a ellos les han sido confiados los oráculos de Dios” (Ro.3:2). Al no haberse podido traducir bien a las diferentes lenguas humanas, en la iglesia de todo el mundo, los cristianos pronuncian estas palabras como en el lenguaje original, en hebreo.

Mientras se ejecutan los juicios de Dios en el mundo, existe un gran regocijo en el cielo, expresado por una gran multitud; son las voces de los profetas, apóstoles y los santos, en general, que están gozándose en el cielo. Empieza con el primer “¡Aleluya!”, que intentamos traducir lo mejor posible con cuatro palabras en español: alabado sea el Señor. En el cielo no existe ninguna duda acerca de cómo van a resultar los acontecimientos en la tierra. Las multitudes celestiales alaban a Dios igual. Él es la fuente de la salvación, la gloria y el poder, y todo está en Sus manos seguras. Él es nuestro Dios y, por eso, Él obra la salvación, la gloria y el poder para nuestro bienestar (v:1). Debemos unir constantemente nuestras alabanzas con las del cielo.

Su justicia es perfecta, verdadera y eterna y, por eso, Babilonia cayó; Su justicia se eleva por encima de todo lo temporal y terrenal. La alabanza rebosa porque Él ha vencido a otro enemigo; aquel que había sido grande en el mundo y que había prevalecido desde el libro de Génesis hasta la hora descrita en el capítulo 19. La ramera fue corrupta y se opuso a Dios y a la humanidad (v:2). Ella ensució al mundo con su inmoralidad y, al final, derramó la sangre de los santos.

El segundo “¡Aleluya!” rebosa en alabanza a Dios porque Su castigo es eterno: “El humo de ella sube por los siglos de los siglos” (v:3), dice la gran multitud. No nos avergoncemos de los justos juicios del Señor, porque son manifestaciones de la gloria de Su eterna santidad. La santidad infinita demanda un castigo infinito y, porque esta es la verdad, vemos que los que ven el castigo eterno como algo desproporcionado, están despreciando la infinita santidad de Dios, que es tres veces santo.

En los primeros capítulos de Apocalipsis, se nos presentó a los veinticuatro ancianos y a los cuatro seres vivientes. Los ancianos son los representantes de la humanidad redimida y los seres vivientes son querubines que atienden el trono de Dios. Entonces, tanto los humanos, que han estado presentes en el cielo durante mucho tiempo, como los querubines, confirman la alabanza de la multitud. Ellos adoran delante del trono postrados, que es la posición correcta. La palabra amén se traduce como así sea, pero esta traducción no es completa ni adecuada. Significa la confirmación de absoluta autoridad que el Hijo de Dios pronuncia al presentar Su infalible doctrina. Aunque fue traducido como “en verdad, en verdad, os digo o “de cierto, de cierto os digo, la palabra original era “¡Amén, amén!” Después, los mismos ancianos y seres vivientes se unen pronunciando la confirmadora “¡Aleluya!” (v:4).

La siguiente voz que aparece (v:5) presenta otro motivo de alabanza, que aprenderemos en la próxima sección. Aquí solamente está llamando a los adoradores para que participen. Son los siervos de Dios, los que le temen, pequeños y grandes. ¿Queda alguno excluido? …pues ninguno que more en el cielo lo estará, porque allí todos existen para servir por la eternidad. Tampoco existirá en la presencia del trono celestial ninguno que no tema. Posiblemente, esté llamando también a los siervos temerosos de la tierra a unirse con los triunfantes en el cielo.

Las bodas del Cordero

Capítulo 19:6-9

 

  1. Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de fuertes truenos, que decía: ¡Aleluya! Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina.

  2. Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y su esposa se ha preparado.

  3. Y a ella le fue concedido vestirse de lino fino, resplandeciente y limpio, porque las acciones justas de los santos son el lino fino.

  4. Y el ángel me dijo: Escribe: “Bienaventurados los que están invitados a la cena de las bodas del ” Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios.

 

Jesucristo es la alegría del cielo y allí todo está vitalmente conectado a Él; es un dulce aroma en la habitación del trono de Dios. El cielo no sería tal sin Él. Una revelación del cielo es una revelación de Cristo. Él es la más agradable de todas las compañías y la más atractiva de las naturalezas. Por eso, porque Él es así, el hecho de poder llegar a desconfiar de Él o tener reservas en entregarnos totalmente en Sus manos, es un pecado inmenso.

Debemos obedecer el mandato de Juan el Bautista: “¡Contemplad al Cordero de Dios!” (Jn.1:36). Los ojos de Juan vieron más allá de su propio ministerio, aunque éste era el ministerio más importante que ha habido desde el principio de los tiempos y hasta sus días, pero su predicación acerca del arrepentimiento y su bautismo no fueron los objetivos fundamentales. De algún modo, al vagar por el desierto, Juan dirigió la mirada al Novio celestial, en quien se centraron todos sus deseos. Él no se consternó como sus discípulos cuando le dijeron: todos vienen a Él (Jn.3:26). Al contrario, su trabajo fue realizado gracias a la comprensión de que “el que tiene esposa, es el esposo” (Jn.3:29). Juan no tenía necesidad de un testimonio mayor para que su ministerio tuviera éxito. Las multitudes que le seguían disminuían mientras se incrementaban las que seguían a Jesús. Juan se deslizó en la oscuridad con gozo, como un verdadero amigo del Novio.

Mientras Pablo meditaba en el desierto de Arabia, perdió la visión por las cosas temporales; allí dirigió su mirada al misterio oculto desde la creación del mundo. Esto hizo que olvidase la ambición de convertirse en un gobernante de los judíos, y volvió de aquel lugar lleno de entusiasmo hacía el propósito por el cual Dios lo había detenido en el camino a Damasco. La belleza de Cristo era sobresaliente y eclipsaba todo lo demás. Ninguna persecución ni peligro pudo evitar que Pablo cumpliese la pasión de su corazón; el amor le obligaba a hacerlo. Él tuvo la visión de un matrimonio eterno y, su único objetivo, fue desposar a los gentiles con el Marido (2 Co.11:2). ¡Qué necesidad tenemos de seguir el generoso ejemplo de estos dos gigantes espirituales!

El mejor concepto que podemos retener de Dios y de todo aquello que le concierne, no es el de un reino o un ejército, sino el de una familia. Todos los que pertenecen a ella han nacido de Dios y piensan en los demás como hermanos y hermanas. Jesús enseñó a sus discípulos a orar a su Padre celestial. Él mismo es el querido Hijo de Dios y el Padre le está preparando una novia. En este capítulo de Apocalipsis leemos acerca de una celebración que pronto tendrá lugar, las Bodas del Cordero. Toda la historia apunta hacia este gran evento. Por esta razón, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Por esta razón, llamó a Abraham, lo sacó del reino del paganismo y formó de él una nación para sus descendientes. Cristo nació en esa nación y sufrió las agonías de la cruz a causa del gozo que le producía lo que había de venir… “a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef.5:27).

El amor de Cristo por cada miembro de Su iglesia sobrepasa todo amor físico o terrenal; es totalmente puro. El retrato de esa relación de amor en el Antiguo Testamento coincide con el del Nuevo Testamento. El Cantar de los Cantares, por ejemplo, es una historia de amor que representa el cortejo espiritual entre un pastor y una mujer que no se considera digna de sus afectos. Lucas escribe acerca de una mujer indigna, pecadora, que vino a Jesús en casa de Simón el fariseo; se arrodilló tras Él, lavando con lágrimas Sus pies y enjugándolos con sus cabellos. Después, los ungió con perfume. Jesús dijo: “Tus pecados te son perdonados” (Lc.7:36-50). Estos modelos nos han sido dados para que podamos conocer la naturaleza de la bendita relación a la que hemos entrado a formar parte.

El Salmo 45 encaja maravillosamente con Apocalipsis 19. Me pregunto si será cantado en la celebración de la Gran Boda: “Rebosa mi corazón palabra buena; dirijo al rey mi canto Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derramó en tus labios; por tanto, Dios, te ha bendecido para siempre Por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros. Mirra, áloe y casia exhalan todos tus vestidos”. Después, la canción se dirige a la novia: “Oye, hija, y mira, e inclina tu oído; olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; y deseará el rey tu hermosura; e inclínate a Él, porque Él es tu señor”. Ésta es la verdadera motivación tras la consagración total. Surge de una fuente de amor, cuyo único objetivo es agradar al Objeto de su amor.

Una esposa digna para el Cordero de Dios, la novia, nacida en el evangelio, alcanzará la madurez y se preparará para un glorioso matrimonio. Cualquier novia terrenal es sólo una sombra de ella; cualquier boda, sólo un ejemplo de este suceso sin par. Por encima de cualquier otra razón, los matrimonios terrenales son santos porque apuntan a una unión celestial. “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia” (Ef.5:31-32).

Esta es la razón del último ¡Aleluya! Todos los siervos y los temerosos de Dios son invitados a alabarle… parecen elevar una voz más fuerte que los anteriores… “como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de fuertes truenos”. Por lo que está por acontecer, la gran multitud lo ve más glorioso y más digno para reinar que nunca. (Por toda la eternidad estaremos descubriendo más y más Su majestad.) Comenta Warren Wiersbe: “El libro de Apocalipsis es el ‘libro del trono’, y el omnipotente Dios está realizando todos Sus propósitos sobre la tierra Ahora está en el proceso de conquistar los tronos de la tierra, así como también el reino de Satanás y ‘la bestia’. En Su soberanía ha permitido que hombres y ángeles malignos hagan lo peor; pero ahora, ha llegado el tiempo de que la voluntad de Dios se haga en la tierra como en el cielo.”

 

La gran multitud le alaba por eso, entrando en el espíritu de celebración, en el ambiente de la boda celestial. Ha llegado la hora de celebrar el propósito por el cual Dios creó al hombre y a la mujer, y la razón de por qué el Novio abandonó el cielo para morir en la cruz; Él estaba dando Su vida por Su novia. En esta boda, la atención se enfoca en el Novio: “Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y su esposa se ha preparado”. Cristo ha hecho todo para que ella pueda estar presente; pero ella, por su parte, ha querido estar en su mejor estado para este momento y se ha preparado diligentemente.

“¡Escribe!” (v:9). Este orden es común en el libro de Apocalipsis, mientras el canon de la Escritura llega a su fin. El primer ser humano que escribió las palabras de Dios fue Moisés. Dios, en varias ocasiones, le mandó escribir. La historia y literatura de Israel fue escrita para las futuras generaciones. Dios mandaba escribir a los profetas. Lucas habló a Teófilo acerca de los Evangelios: “Tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, también a mí me ha parecido conveniente, después de haberlo investigado todo con diligencia desde el principio, escribírtelas ordenadamente” (Lc.1:2-3). Incluso, Poncio Pilato, escribió sobre la cruz: “Jesús de Nazaret, rey de los judíos”, en las tres lenguas más importantes de su día. Pablo dijo a los colosenses: “Cuando esta carta se haya leído entre vosotros, hacedla leer también en la iglesia de los laodicenses; y vosotros, por vuestra parte, leed la carta que viene de Laodicea” (Col.4:16). De esta manera, los Evangelios y las epístolas circulaban en la iglesia primitiva, y los cristianos hacían cientos de copias para compartirlas con otros.

Lo que está escrito se conserva y tiene más valor que la palabra hablada. El Espíritu Santo es el Autor de toda la Escritura, demostrando Su preocupación por las futuras generaciones, habiendo preservado Su palabra por escrito. Solamente, esta palabra escrita tiene autoridad absoluta sobre todo lo que tiene que ver con el pueblo de Dios. Jesús respondió con la palabra escrita a las propuestas tentadoras del diablo. Durante toda la historia de la iglesia hemos visto cómo Satanás ha fomentado la persecución contra los traductores de la Palabra y contra aquellos que poseían una copia. Hasta el día de hoy, él está atacando a los que poseen, leen y practican la Palabra escrita. ¡Cuídate de los que niegan o subestiman toda o cualquier parte de la revelación escrita de Dios! La gente que tiene una mentalidad liberal pero que a la vez le gusta llamarse cristiana, cuestiona la veracidad y autenticidad de la Biblia. La sociedad, en gran parte, la considera como un libro anticuado. ¡Que nosotros le demos su apropiado lugar en nuestros corazones, mentes y vida, y que demos gracias a Dios continuamente por tener hoy la revelación completa de la palabra de Dios! Él la ha conservado fielmente hasta la generación presente. “Estas son palabras verdaderas de Dios”.

¡Coronadle con muchas coronas!

Capítulo 19:10-16

 

  1. Entonces caí a sus pies para adorarle. Y me dijo: No hagas eso; yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que poseen el testimonio de Jesús; adora a Dios. Pues el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.

  2. Y vi el cielo abierto, y he aquí, un caballo blanco; el que lo montaba se llama Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y hace la guerra.

  3. Sus ojos son una llama de fuego, y sobre su cabeza hay muchas diademas, y tiene un nombre escrito que nadie conoce sino Él.

  4. Y está vestido de un manto empapado en sangre, y su nombre es: El Verbo de Dios.

  5. Y los ejércitos que están en los cielos, vestidos de lino fino, blanco y limpio, le seguían sobre caballos blancos.

  6. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones, y las regirá con vara de hierro; y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios

  7. Y en su manto y en su muslo tiene un nombre escrito: Rey de Reyes y Señor de Señores.

 

En su día, el arca, en el Antiguo Testamento, era un testimonio al mundo entero de la presencia de Dios con Su pueblo, tipificado por la gloria shejiná (la presencia radiante de Dios). Jesucristo fue el cumplimiento de lo que simbolizaba el tabernáculo: “El Verbo se hizo carne, y tabernaculizó (el hebreo hace un verbo de tabernáculo) entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn.1:14). En los cuatro Evangelios, Él se revela en gloria entre Su pueblo, para que el mundo lo vea.

A mi parecer, el testimonio de Jesús se expresa especialmente bien en el siguiente versículo: “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito de Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). El apóstol Pablo, en la poderosa carta que exalta a Cristo a los colosenses, enseñó su doctrina: “Toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él, y habéis sido hechos completos en Él” (Col.2:9-10). El apóstol Juan declara lo mismo: “Pues de su plenitud todos hemos recibido, y gracia sobre gracia” (Jn.1:16).

Este es el testimonio de Jesús, testificando de la Deidad en forma corporal, y ésta es la esencia, el corazón, el cumplimiento y el espíritu de toda la profecía. El Antiguo Testamento, los Evangelios, las epístolas y las muchas profecías de Apocalipsis, han apuntado a un tema central: Jesucristo, quien es la imagen del Dios invisible. Esta bendita revelación está grabada en un Libro Santo a disposición de todos, para que el mundo lo vea. Es para que Él reciba la gloria por toda la eternidad de aquellos que van a creer por medio de Su palabra.

“¡Adora a Dios!”, mandó el ángel (v:10). Es algo grande estar cautivado en la magnitud de una revelación, pero también es peligroso. Hay una tentación a dar honor indigno al mensajero, sea angelical o humano. El ángel no lo permite ni por un momento; él está perfecta y totalmente entregado a dar toda la gloria a Dios. Quizás a los seres humanos no les cae tan mal, ni están tan dispuestos a protestar cuando la gente les alaba, pero al menos tenemos unos buenos ejemplos bíblicos que podemos seguir. Por ejemplo, Pedro corrigió al pueblo en el caso de la sanidad de un cojo: “¿Por qué nos miráis así, como si por nuestro propio poder o piedad le hubiéramos hecho andar?” (Hch.3:12). Por medio del ministerio de Pablo otro cojo en Listra fue sanado y los nativos pensaron que los dioses romanos les habían visitado. Pablo y Bernabé reaccionaron: “Cuando lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus ropas y se lanzaron en medio de la multitud, gritando, ‘Varones, ¿por qué hacéis estas cosas? Nosotros también somos hombres (Hch.14:14-15). El verdadero testimonio de Jesús enseña a la humanidad a adorar solamente a Dios.

Una puerta había sido abierta en el cielo (4:1), y el templo (11:19) y el tabernáculo del testimonio, también fueron abiertos (15:5), pero al hablar este ángel, todo el cielo se abre, y Juan nos muestra una revelación todavía más poderosa de Cristo. Le ve montado sobre un caballo con los títulos: Fiel y Verdadero (v:11). Incluso Poncio Pilato sintió un poco de temor de Dios cuando Jesús estuvo ante él para ser juzgado: “Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn.18:37). Un día, Pilato será resucitado para estar delante de Jesús en el juicio del Gran Trono Blanco. Él no será influenciado por la multitud, como le sucedió al gobernador romano, sino que juzgará a Pilato con una justicia perfecta.

Jesús aparece aquí como el Señor de los ejércitos, el capitán del ejército del Señor (Jos.5:14). Se reveló a Juan, en el primer capítulo, con ojos como llama de fuego y, ahora, Él es coronado con muchas diademas, porque Él viene a reinar; es un testimonio de Su soberanía. Hay muchas pruebas de Su divinidad en este libro y tenemos una de ellas en el versículo 12; tiene un nombre que sólo Él conoce. No habrá un ser, en toda la eternidad, que pueda descubrir perfectamente todos los misterios de Su persona. Sólo Él se conoce perfectamente a Sí mismo por Su propio auto-conocimiento.

Su manto está empapado en sangre (v:13). Aquel que derramó Su sangre, sujetándose a sus torturadores, volverá a la tierra a derramar la sangre de Sus enemigos. Por causa del derramamiento de Su sangre, los ejércitos que le siguen para siempre en el cielo, están “vestidos de lino fino, blanco y limpio” (v:14). En este capítulo, le siguen montados sobre caballos celestiales. Los caballos blancos pertenecen a una raza celestial, cuyas características son más poderosas que los que el Señor describió a Job: “Terrible es su formidable resoplido; escarba en el valle, y se regocija en su fuerza; sale al encuentro de las armas. Se burla del temor y no se acobarda, ni retrocede ante la espada. Resuena contra él la aljaba, la lanza reluciente y la jabalina. Con ímpetu y furor corre sobre la tierra; y no se está quieto al sonido de la trompeta Desde lejos olfatea la batalla, las voces atronadoras de los capitanes y el grito de guerra” (Job 39:20-25).

Juan conocía bien el tercer título del Señor desde que escribió su Evangelio. Él es el Verbo de Dios, el Ángel, el Mensajero de Su presencia, que a menudo aparecía en el Antiguo Testamento. El Verbo fue hecho carne y de Su boca “en estos últimos días (Dios) nos ha hablado por su Hijo” (He.1:2). El Verbo de Dios es una espada bien afilada que sale de Su boca, la cual causará una destrucción terrible en la batalla que está por acontecer. Juan, describe la victoria, en el versículo 15; la espada herirá a las naciones y se originará una gran masacre: “Él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso” (fíjate en Is.63:2-3). Entonces Cristo regirá con vara de hierro.

Esta sola porción, desde el versículo 11 hasta el 16, merece un libro entero de comentarios, pero tenemos que limitarnos para poder abarcar rápidamente todo el libro. Esperemos que unas pocas chispas divinas enciendan una llama en nuestros corazones. En Su manto y en Su muslo (Juan Wesley: “Sea, la parte de Su manto que está sobre Su muslo”) tiene los dos títulos reales de autoridad suprema: “Rey de reyes y Señor de señores”. Una diadema no basta para el Rey de reyes; hay muchas sobre Su cabeza. Babilonia ha caído, y ahora la bestia y el falso profeta caerán, y con ellos, toda la imagen que vio Nabucodonosor, e incluso dos imperios más – los que existían antes del tiempo de Nabucodonosor. Estos imperios siguen manifestándose en la bestia y su reino, que son la última manifestación del gobierno del hombre sobre la tierra. Cristo les quitará sus coronas y las reclamará para Sí mismo.

¿Puedes entender que no hay entrada en Su reino sin confesar que Jesucristo es Señor? Él tiene que ser enteramente el Señor sobre todo aquel a quien Él redime… Él es Señor de señores (v:16, fíjate en Ro.10:10). Después de esta batalla, porque “Dios le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre”, por eso, “se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil.2:9-11).

La llamada a Armagedón

Capítulo 19:17-21

 

  1. Y vi a un ángel que estaba de pie en el sol. Y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, congregaos para la gran cena del Dios,

  2. para que comáis carne de reyes, carne de comandantes y carne de poderosos, carne de caballos y de sus jinetes, y carne de todos los hombres, libres y esclavos, pequeños y grandes.

  3. Entonces vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos reunidos para hacer guerra contra el que iba montado en el caballo y contra su ejército.

  4. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que hacía señales en su presencia, con las cuales engañaba a los que habían recibido la marca de la bestia y a los que adoraban su imagen; los dos fueron arrojados vivos al lago de fuego que arde con azufre.

  5. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de sus carnes.

 

Sería imposible ignorar al ángel que está de pie en el sol, al oírle clamar a gran voz, llamando a todas las aves carnívoras a una cena preparada por el Señor para ellas. Vimos una preparación para este evento, en el capítulo 16:12-16, cuando se derramó la sexta copa de ira. El río Éufrates se secó, abriendo así un camino para que los reyes del este se unan con los del oeste en la tierra de Israel. Espíritus de demonios están obrando, preparando un ejército de todo el mundo, para que se reúna allí.

Es necesario que leas Zacarías 12 y 14:1-5, junto con esta porción, para poder entender mejor lo que ocurre en esta batalla. La batalla se extenderá desde el valle de Meguido, 100 kilómetros al noroeste de Jerusalén, y terminará en la misma ciudad. La sangre fluirá como un río (Ap.14:20). Habrá oposición mundial contra Jerusalén y “Yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella” (Zac.12:3).

Joel profetiza acerca de esto (Joel 3:2) y llama al lugar de la batalla, “el valle de Josafat”. Josafat significa el “juicio de Jehová”, porque el rey ganó allí una gran batalla contra una coalición de naciones (2 Cr.20:26). Allí mismo tendrá lugar una batalla mucho más importante y todas las naciones de la tierra estarán allí presentes (Zac.14:1-3). Cristo mismo, descenderá del cielo para destruir a las naciones dirigidas por la bestia (19-21). Jesús habla de Su segunda venida en Lucas 17:22-37 (y es lo mismo que vemos en este capítulo), diciendo que será como en los días de Noé y Lot, cuando unos serán tomados. Cuando le preguntan dónde será, Él contesta: “Dondequiera que esté el cadáver, allí se reunirán los buitres” (Lc.22:37). Serán llevados para ser destruidos, mientras que, los que son dejados, continuarán en la tierra para el Milenio.

Jesús regresará para salvar a Su pueblo, que estará en grandes apuros; dos terceras partes morirán (Zac.13:8) y una tercera parte será grandemente refinada y probada (13:9). ¡Qué tremenda profecía!: “Derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito (Zac.12:10). El Espíritu Santo será derramado sobre el remanente de Israel con gracia, y este derramamiento producirá grandes súplicas. Sólo el Espíritu, testificando de Jesús, puede abrir los ojos para que el pueblo le reconozca y crea en Él como su Mesías. Él Espíritu comparte fe. El arrepentimiento toma lugar donde siempre, al pie de la cruz, viendo al Cristo traspasado. Esto ocurrirá cuando Jerusalén caiga en manos de las naciones… Jesús vendrá a rescatarles (Zac.14:3-5).

Para que los judíos puedan escapar, el Señor pondrá Sus pies sobre el monte de los Olivos, desde el mismo lugar que ascendió al cielo (Zac.14:4; Hch.1:12; Lc.24:50), al lado oriente de Jerusalén; donde también entró sentado sobre un pollino (Lc.19:29,37,41); donde oró en Getsemaní (Lc.22:39); donde tan frecuentemente iba con Sus discípulos. Este mismo monte se partirá en dos, quedando una parte al norte y la otra al sur. Entonces, se abrirá un valle en medio (como se abrió el mar Rojo), desde el este hasta el oeste de Jerusalén y, el remanente de judíos, ya creyentes, huirá. Después, Jesús regresará desde el oriente, como Ezequiel lo vio en su día (Ez.43:2-5).

El valle de Cedrón, que está entre Jerusalén y el monte de los Olivos, se extenderá, atravesando el monte de los Olivos (Zac.14:5). Zacarías les recuerda cómo escaparon del terremoto en los días de Uzías (Amos 1:1). Es interesante ver que todos estos acontecimientos finales tuvieron sus precedentes en la historia, como podemos ver claramente en el libro de Zacarías. El Señor viene, como lo describe Juan en el versículo 14, con “los ejércitos celestiales”, pero Zacarías 14:5 dice que viene y “con él todos los santos”, para acabar con el anticristo y el falso profeta, tomar el templo en Jerusalén y sentarse sobre el trono.

El anticristo y el falso profeta serán apresados y serán los primeros seres humanos arrojados al Lago de Fuego (aprenderemos después que el Lago de Fuego no es lo mismo que el infierno). Todos los soldados del ejército del anticristo serán destruidos y aves carnívoras, llamadas por el ángel, se saciarán de sus carnes. Como hemos leído: “Dondequiera que esté el cadáver, allí se reunirán los buitres” (Lc.22:37).

Antes de terminar este capítulo, me gustaría que viésemos una enseñanza espantosa, pero a la vez muy importante. El apóstol Pablo la enseñó en relación al engaño de los últimos días. Vamos a 2 Tesalonicenses 2, especialmente a los versículos 1-3, y después a los versículos 8-12. En el primer versículo él habla de “nuestra reunión con él” (v.1), que no puede ser otro evento que el arrebatamiento, de lo que enseñó en 1 Tesalonicenses 4:13-18. Ahora, escribe que “no vendrá sin que antes se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (v.3). No está apuntando hacia la venida del anticristo, sino a su manifestación, cuando tome lugar la Abominación Desoladora (Dn.9:27).

En el versículo 8, Pablo escribe acerca de la batalla que estamos estudiando en Apocalipsis 19, en la cual el hombre inicuo será matado “con el espíritu de Su boca” o, como lo tenemos en Apocalipsis, “de Su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones” (v:15). El inicuo obrará milagros por el poder de Satanás, con falsas señales y prodigios mentirosos. ¿Y a quiénes engañará? A los que no quisieron oír la verdad: “Por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (vs.10-12, RV60).

Dios salva bajo ciertas condiciones, habiendo ciertas actitudes correctas en los pecadores, y la Escritura no deja ninguna duda sobre este asunto. Si no hubiera condiciones, todo el mundo sería salvo. Una de las condiciones claramente enseñada en la Biblia, es la humildad; el pecador tiene que humillarse y abandonar su independencia para rendirse al señorío de Cristo. Tiene que arrepentirse, volverse de su propio camino, que es pecaminoso, y creer. Creer es confiar en Cristo. Primero, tiene que confiar en Cristo como Dios en la carne, y después, confiar en Su obra perfecta, como la única que es totalmente suficiente para salvarle, sin que él haga sus propias obras. También, según Pablo en este pasaje, tiene que amar la verdad para ser salvo (v.10), pero, si rehúsa creer la verdad, ¡Dios mismo enviará el engaño para que sea condenado!



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