26 Ago Carta a los Hebreos
Posted at 07:05h
in Carta a los Hebreos
Carta a los Hebreos
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
Capítulo 12
Puestos los ojos en Jesús
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Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
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puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
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Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.
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Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado;
Una paciencia que no desmaya
El capítulo 12 empieza con las palabras, por tanto, dirigiéndonos otra vez al último versículo del capítulo anterior: “Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros. Por tanto…” Tenemos el privilegio de ser parte del gran plan de Dios, rodeados por gente del Antiguo Testamento que fue llevada por la fe. Los testigos son figurativos; no quiere decir que, literalmente, están observando a la iglesia del siglo XXI. Sin embargo, recientemente, vimos su carrera en el capítulo 11. Nos sentimos inspirados por la fe que ellos demostraban, y la fe nos dirige a imitarles; por eso, tenemos la palabra también. El escritor nos anima a, como ellos, despojarnos, no solamente del pecado que tan fácilmente nos envuelve, (cito del LBLA), sino, además, de todo el peso causado por las cosas legítimas. John Wesley incluye entre los pecados, el pecado de nuestro ser físico, el pecado de nuestra preparación escolar, y el pecado de nuestro oficio”. Si queremos terminar esta carrera con pasión, tenemos que quitar todo lo que estorba, mientras perseguimos lo que es más importante, que es nuestra carrera personal de fe hacia el galardón eterno. Tenemos que seguir adelante mientras todo nuestro ser clama por descanso y alivio.
No correremos a mucha velocidad, sino con una paciencia que no desmaya, porque estamos en un maratón. Estoy aprendiendo que esta es una parte importante de la vida cristiana. Juan escribió acerca de ella en Apocalipsis 1:9. La misma palabra griega lo expresa y tiene el sentido, como ya he escrito, de paciencia que no desmaya: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en… la paciencia de Jesucristo”. Exiliado en la isla de Patmos, él necesitaba esta paciencia, igual que la necesitaron los de Asia Menor para enfrentar la fuerte oposición que había contra ellos. Hay demasiados participantes en la iglesia que se cansan después de una corta carrera… siempre ha habido quien “oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero… al venir la aflicción o la persecución… tropieza” (Mt.13:20-21)
En el último capítulo, vimos que Moisés “se sostuvo como viendo al Invisible” (11:27). Moisés se sostuvo durante 80 años; primeramente, 40 años de prueba, guardando el rebaño de su suegro y, después, durante 40 años más, dirigiendo el rebaño del Señor por el desierto. Durante todo ese tiempo se mantuvo con los ojos fijados en el Jesús invisible, quien le había dado la fe que le llevó durante tantos años. Pablo escribió en Romanos 15:4: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”.
Como Moisés, tenemos que tener los ojos puestos en el autor y consumador de fe (el artículo la no está en el griego). Si un creyente pone sus ojos en el mundo, le abandonará la esperanza. Si mira a la iglesia encontrará mucho que le desanimará y, si se fija en sí mismo, surgirán un montón de evidencias condenatorias. El secreto para sostenerse es tener los ojos en Jesús, sin distraerse mirando a cualquier otro punto. Fijándonos en Jesús tendremos valor para seguir adelante con paciencia, porque en Su persona no hay desaliento.
Helen Howarth Lemmel (1863-1961) compuso un himno muy conocido, titulado: “Fija tus ojos en Cristo”, y otros 500 himnos más. Ella testifica que cantó el estribillo en su alma y espíritu, sin estar consciente de la rima o melodía. Durante la misma semana escribió las estrofas. Se casó con un europeo rico, pero él la abandonó cuando se quedó ciega. Es un testimonio semejante al de George Matheson, a quien su novia le abandonó cuando supo que iba a quedarse ciego. Él escribió, “Oh amor que no me dejarás”. Estos ciegos cristianos pudieron ver al Invisible mejor que los que tenemos una visión normal. Contempla el estribillo con dos de sus estrofas:
Fija tus ojos en Cristo, tan lleno de gracia y amor;
Y lo terrenal sin valor será, a la luz del glorioso Jesús.
Oh alma cansada y turbada, sin luz en la senda andarás;
Al Salvador mira y vive, del mundo la luz es su faz.
De muerte a vida eterna, te llama el Salvador fiel;
En ti no domine el pecado, hay siempre victoria en Él.
El escritor resume todo el tema por el cual ha escrito a los hebreos (v.2). Ha exaltado la persona de Cristo por toda la carta; Él es la fuente de fe y, por eso, Pablo dice: “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gál.2:20) (notad que dice, la fe del Hijo de Dios, no la fe en el Hijo de Dios). Él es el Autor de la fe y hará que llegue a su cumplimiento perfecto. No solamente es el Autor y Consumador de la fe, sino quien nos la otorga cuando la necesitamos. En Apocalipsis 22:13, cuando el canon bíblico está para terminar, casi al final, tenemos estas palabras de Jesús: “Yo soy el Alfa y la Omega”, la A y la Z del alfabeto griego, pero, por supuesto, Él es también el resto de las letras, Él es el Verbo de Dios, cada letra de cada palabra, y no hay otro a quien acudir. Solo Él tiene palabras de vida eterna (Jn.6:68).
El Espíritu Santo nos revela el secreto de cómo el Señor soportó la muerte tan lenta y horrorosa de la cruz. No es un secreto nuevo, Nehemías lo había descubierto y compartido con los exiliados que volvieron a Israel: “No os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Neh.8:10). La cruz existía para avergonzar al criminal condenado, que había sido colgado desnudo, pero Jesús menospreció el oprobio. Como resultado por su victoria total y absoluta sobre la muerte y el infierno, tras ser aceptado por Su Padre santo, se sentó en el trono a Su diestra (v:2).
En el versículo 3, tenemos el verbo (gr. hupomeno), traducido como sufrió en la RV60. En la LBLA es traducido como soportó, derivado de la misma palabra en forma sustantiva, traducido como paciencia (gr. hupomone) en el versículo 1. El escritor está enfatizando esta palabra porque sabe que es la gran necesidad de los cristianos hebreos, y nosotros debemos reconocer que también es la nuestra. Ellos se encontraban frente a la misma hostilidad de los pecadores judíos que experimentó Jesús y, por ello, debían considerar y meditar en la manera en la que Él lo soportó, y extraer esta paciencia que no desmaya para ellos mismos. De no ser así, se cansarán y serán eliminados, debido a su desaliento.
Hasta este punto, por lo menos, no habían tenido que derramar sangre. Ellos se sentían amedrentados por las amenazas, no por el ataque físico del enemigo. No había ningún mártir entre los receptores de esta carta y, en estos días, más o menos, nos pone en la misma categoría que ellos. Aunque estamos viendo muchos peligros potenciales, muchos de nosotros no hemos sido atacados físicamente. Nuestro campo de batalla, hasta el día de hoy, como lo fue en su caso, es contra el engaño y la feroz tentación del pecado. En la época de la iglesia tenemos muchos ejemplos de personas que eligieron la muerte antes que pecar. Ellos también están entre los victoriosos del capítulo 11. Si somos derrotados en la batalla contra el pecado, no cabe duda que caeremos ante la persecución (v:4).
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y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él;
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porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo
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Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?
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Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.
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Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?
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Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad.
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Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.