03 Ago Libro del Profeta Daniel
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in Estudio de Daniel
Libro del Profeta Daniel
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
Capítulo 9
Una oración del corazón
Capítulo 9:1-19
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En el año primero de Darío, hijo de Asuero, descendiente de los medos, que fue constituido rey sobre el reino de los caldeos,
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en el año primero de su reinado, yo, Daniel, pude entender en los libros el número de los años en que, por palabra del SEÑOR que fue revelada al profeta Jeremías, debían cumplirse las desolaciones de Jerusalén: setenta años.
Los eventos que están delante de nosotros transcurren en el año después de la conquista de Babilonia por los persas. Estamos llegando a un año muy importante y de mucho gozo para el pueblo de Dios. En este capítulo nos situamos entre los años 539 y 538 a.C. La cautividad en Babilonia había empezado en el año 606 a.C., unos 68 años antes.
¿Por qué es tan importante? Porque Daniel está viviendo tres años antes del cumplimiento de una de las profecías de Jeremías. Daniel estudiaba las Escrituras, práctica que es digna de nuestra consideración. Los hombres de Dios que anhelan saber los planes del Señor y lo que Él está llevando a cabo en su día, tienen que ser estudiantes de la Escritura. ¡Dios revela Su voluntad por las Escrituras!
Vamos al libro de Jeremías para informarnos acerca de la situación, cuando el pueblo judío se vio amenazado por una invasión babilónica. Poco antes de este tiempo, casi todo Israel negaba la posibilidad de ser conquistado, pero estaba bastante claro que Babilonia iba a tomar Jerusalén. Dios mandó a Jeremías ponerse un yugo al cuello, simbolizando la cautividad venidera, no solamente para Israel, sino también para Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón (Jer.27:2-3).
Un profeta, llamado Hananías, quitó el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió, declarando que el Señor rompería el dominio de Nabucodonosor sobre todas estas naciones en los siguientes dos años. Jeremías dijo que Hananías hacía a la gente confiar en una mentira, ya que los verdaderos profetas profetizaban acerca de guerra, hambruna y pestilencia. Un verdadero profeta ayudará a la gente a enfrentarse con la verdad, mientras que un falso profeta intentará agradar, diciendo a la gente lo que quiere escuchar (Jer.28:1-8,10). Esto sucede siempre que tratamos con el optimismo; hablar y pensar positivamente. Estos principios falsos continúan hasta el día de hoy, y A. W. Tozer lo llamó herejía. Puedes leerlo en el artículo anterior a éste en el blogspot: http://alaentrega.blogspot.com.es/2018/01/ una-herejia-moderna.html
De la misma manera que el juicio sobre Nabucodonosor (su locura) necesitó un periodo de siete años para que el rey pudiera sujetarse al gobierno celestial, así Jeremías había profetizado que Israel estaría bajo el cautiverio disciplinario durante 70 años (Jer.25:11-12; Jer.29:10). Como algunas personas sinceras amaron la verdad en el día de Jeremías, Daniel también lo hizo y lo creyó sin problemas. Afortunadamente, el tiempo estaba llegando a su fin.
Por favor, observa que la profecía es claramente literal. No tenemos que interpretar el significado de 70 años, como tampoco tenemos que interpretar las profecías relacionadas con el Mesías: “Una virgen concebirá y dará a luz un hijo (Is.7:14) … Pero tú, Belén… de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad (Miq.5:2)… Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades” (Is.53:5). Y no habrá nada que interpretar sobre esta profecía: “Un ángel… prendió… el Diablo y Satanás, y lo ató por mil años… Vi las almas de los que habían sido decapitados… y volvieron a la vida y reinaron con Cristo por mil años” (Ap.20:1,2,4).
Llegando al fin de este mismo capítulo, abierto ante nosotros, Daniel tiene que profetizar cosas que se cumplirán, literalmente, durante la primera y justo antes de la segunda venida de Cristo.
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Volví mi rostro a Dios el Señor para buscarle en oración y súplicas, en ayuno, cilicio y
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Y oré al SEÑOR mi Dios e hice confesión y dije: Ay, Señor, el Dios grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia para los que le aman y guardan sus mandamientos,
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hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho lo malo, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas.
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No hemos escuchado a tus siervos los profetas que hablaron en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.
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Tuya es la justicia, oh Señor, y nuestra la vergüenza en el rostro, como sucede hoy a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo Israel, a los que están cerca y a los que están lejos en todos los países adonde los has echado, a causa de las infidelidades que cometieron contra ti.
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Oh SEÑOR, nuestra es la vergüenza del rostro, y de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres, porque hemos pecado contra ti.
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Al Señor nuestro Dios pertenece la compasión y el perdón, porque nos hemos rebelado contra El,
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y no hemos obedecido la voz del SEÑOR nuestro Dios para andar en sus enseñanzas, que El puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.
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Ciertamente todo Israel ha transgredido tu ley y se ha apartado, sin querer obedecer tu voz; por eso ha sido derramada sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque hemos pecado contra El.
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Y Él ha confirmado las palabras que habló contra nosotros y contra nuestros jefes que nos gobernaron, trayendo sobre nosotros gran calamidad, pues nunca se ha hecho debajo del cielo nada como lo que se ha hecho contra Jerusalén.
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Como está escrito en la ley de Moisés, toda esta calamidad ha venido sobre nosotros, pero no hemos buscado el favor del SEÑOR nuestro Dios, apartándonos de nuestra iniquidad y prestando atención a tu verdad.
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Por tanto, el SEÑOR ha estado guardando esta calamidad y la ha traído sobre nosotros; porque el SEÑOR nuestro Dios es justo en todas las obras que ha hecho, pero nosotros no hemos obedecido su voz.
Al descubrir la profecía de Jeremías y la cercanía de su cumplimiento, Daniel se puso a orar. Antes de estudiar esta oración, pienso que tenemos que preguntarnos sobre el por qué es necesaria la oración en este caso. ¿Por qué orar sobre algo que, seguramente, acontecerá, ya que Dios ha dado Su palabra? Mi respuesta es que la voluntad de Dios debe estar acompañada por las oraciones de Su pueblo. Según Pablo: “Pues tantas como sean las promesas de Dios, en Él todas son sí; por eso también por medio de Él, Amén, para la gloria de Dios por medio de nosotros” (1Co.1:20). Dios da Sus promesas como sí… es decir, que serán cumplidas absolutamente. Para la gloria de Dios, nosotros pronunciamos el amén a Su promesa, es decir, aceptamos la promesa reconociendo que es verídica para nosotros, y esa fe da gloria a Dios.
Dios había dicho que Israel sería libertado después de 70 años de cautividad… ¡Él dijo que sí! Y Daniel dijo amén, totalmente de acuerdo con la promesa de Dios, hecho que demuestra al pedir y creer por medio de la oración que Dios llevara a cabo Su promesa. Esto es lo que quiere decir orar según la voluntad de Dios. Las promesas no descartan la oración, sino que nos animan e incitan a ella. Porque Él lo ha prometido, sabemos que Él, seguramente, nos escuchará.
Pero hay asuntos que tienen que resolverse, porque son los que han llevado en un principio a los judíos al cautiverio. Son sus pecados. No pueden ser librados hasta que el problema haya sido resuelto. Daniel vino delante de Dios por la fe, rogando para que el problema fuese resuelto según Su misericordia. Él se dirige al Señor para recibir una solución.
Vemos señales de que Daniel está tomando muy en serio lo horrible que es el pecado y cómo ofende la naturaleza santa de Dios. Está ayunando en cilicio y ceniza. Él se humilla, sinceramente y con remordimiento, enfrentando el dilema por medio de una oración desesperada. El tiempo se acerca y algo tiene que pasar. Ningún asunto relacionado con su oficio gubernamental puede compararse con el que está tratando delante de Dios, que para él es extremadamente importante. Está involucrado en cuerpo y alma.
La teología siempre está presente en la oración verdadera y efectiva. El Dios a Quien Daniel se aproxima es Señor, grande y digno de ser temido. ¿Cómo podemos orar con confianza si no conocemos los atributos de Dios? Él es fiel; “Guardas el pacto y la misericordia”. Los que se dirigen al Señor en oración son los que le aman y demuestran su amor por medio de la obediencia. Este principio nunca cambia; Jesús dijo: “Él que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama… y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Jn.14:21).
Daniel viene con el corazón roto por los pecados de su pueblo, pero en su confesión no se excluye a sí mismo. El pronombre es nosotros… nosotros hemos pecado. Es una oración desesperada, ya que se siente profundamente impresionado por el pecado, como deberían estarlo todos los que buscan el perdón. “Hemos pecado… cometido iniquidad… hemos hecho impíamente, hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas”. No solamente confiesa los hechos malos, sino también haber estado sordos ante los avisos de Sus siervos los profetas.
Dios es justo, nosotros no; Él es correcto, nosotros incorrectos. Como dijo David: “Para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio” (Sal.51:4). Nunca lograrás avanzar con Dios si Él está bajo tu juicio por causa de una mentalidad humanista, que busca justificarse y culparle a Él. Daniel confesó: “Nuestra la vergüenza en el rostro”.
La esperanza de Daniel no estaba en la justicia humana, es decir, en que nosotros podamos justificarnos, sino en la misericordia y el perdón de Dios. Este es un principio espiritual hallado en toda la Biblia. En ningún lugar nos enseña que podamos confiar en nuestra bondad o en el valor de nuestros buenos hechos. Daniel se fija en la culpabilidad del pueblo, vista desde todos los ángulos e incluyendo a cada persona… los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén, nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros padres, a todo Israel. Culpa al hombre de forma muy semejante a como lo hace Pablo en Romanos 3:10-18 (citando el Salmo 14:1-3, y otros textos). En todo, Daniel justifica a Dios y le da gloria.
Dios es justo, no solamente por lo que ha mandado, sino también por la sentencia que ha proclamado y llevado a cabo contra Israel. Es justo en Su ley y es justo en el castigo que ha determinado contra cada transgresión de la ley.
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Y ahora, Señor Dios nuestro, que sacaste a tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, y te has hecho un nombre, como hoy se ve, hemos pecado, hemos sido malos.
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Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de tu ciudad, Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados y de las iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos los que nos rodean.
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Y ahora, Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus súplicas, y haz resplandecer tu rostro sobre tu santuario desolado, por amor de ti mismo, oh Señor.
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Inclina tu oído, Dios mío, y escucha. Abre tus ojos y mira nuestras desolaciones y la ciudad sobre la cual se invoca tu nombre; pues no es por nuestros propios méritos que presentamos nuestras súplicas delante de ti, sino por tu gran compasión.
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¡Oh Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y actúa! ¡No tardes, por amor de ti mismo, Dios mío! Porque tu nombre se invoca sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.
Como muchos profetas y apóstoles antes y después de él, Daniel se acordó de la liberación que Dios obró para Israel, sacándole de Egipto. Este peldaño de su historia primitiva estaba escrito permanentemente en la memoria de cada verdadero Israelita. En ello, Dios reveló Su corazón, lleno de compasión por Su nación, que estaba sufriendo bajo la esclavitud, y también Su asombroso poder para librarles del más potente gobernante de aquel tiempo, destruyendo a su formidable ejército. La fama del Señor se extendió por toda la tierra y trajo temor sobre todos Sus enemigos. Su propósito era llevar a Su pueblo a la Tierra Prometida y ahora, Su propósito era llevarles otra vez a esa tierra.
Todos los personajes bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, junto con todos los verdaderos cristianos de toda la historia de la iglesia, estaban muy conscientes de la ira de Dios. Consideraban que era una manifestación justa contra el pecado. Solamente por la mentalidad humanista del día de hoy, vemos que los evangélicos se sienten sorprendidos al escuchar a alguien referirse a ella, y algunos líderes quisieran eliminarla totalmente de la predicación pública. Sin embargo, Daniel no era tan ignorante de este santo atributo de la naturaleza de Dios y le ruega que aparte Su ira. Debido a que las naciones de alrededor habían observado su efecto sobre el pueblo judío, perdieron el respeto por ellos.
Los guerreros de la oración sabían luchar con Dios, al recordarle la dignidad de Su propio nombre. Daniel ya lo estaba haciendo, al hablar de Su pueblo como un oprobio entre sus vecinos. Era más que un punto de negociación; Daniel tenía celos contra todo lo que pudiera robar a Dios Su gloria. Por la misma razón, él señaló hacia el templo y la ciudad, ahora abandonados, en el que había sido invocado Su nombre. “Por amor de ti mismo, oh Señor¨, rogó Daniel en los versículos 17 y 19, esta difamación tiene que terminar.
Daniel anhelaba que el rostro de Dios resplandeciera otra vez sobre Su santuario. Era una súplica a favor de un nuevo avivamiento. Muchas veces, por toda la historia, el pueblo de Dios ha sido reducido a la oración. La situación les había sobrecogido, no tenían fuerzas frente a la oposición que había contra ellos y la oración era el único recurso. Con la flama parpadeante de su testimonio a punto de ser extinguido, enfrentándose con una derrota segura, con una futura generación abandonando la congregación y desviándose hacia el mundo, los soldados heridos se dirigían a la oración, clamando al Capitán del ejército del Señor que descendiera, les fortaleciera, les sanara y les dirigiera contra el enemigo.
Él siempre ha respondido a su clamor y Daniel, también se encontró con un mensajero celestial que vino a él como respuesta a su oración. Escucha sus súplicas: “¡Oh Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y actúa! ¡No tardes!”
Sobre todo lo que podamos aprender de la oración de Daniel, tenemos que captar un principio básico y espiritual, que se encuentra en la siguiente declaración: “No es por nuestros propios méritos que presentamos nuestras súplicas delante de ti, sino por tu gran compasión”. Nunca podemos esperar una respuesta de Dios por algún mérito nuestro. Una actitud de auto-justicia o auto- justificación es fatal delante de la presencia de un Dios santo. Así se jacta el hombre en Su presencia. Como el publicano que no podía alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, así nuestra única esperanza está en la misericordia de Dios. Esta actitud le engrandece sólo a Él y Su misericordia.
Lo que hemos analizado es una oración modelo para un pueblo nuevo testamentario. No hay nada en ella que esté anticuado. Si queremos que nuestras palabras lleguen al cielo, entonces esta oración tenemos que hacerla nuestra. Solamente puede proceder de un corazón cargado y entristecido, totalmente limpiado de toda pretensión e hipocresía. Me acuerdo de un miembro de una iglesia luterana que vino a la puerta de su pastor, quien me hospedaba. Justo al entrar a la casa, exclamo: “¡No estoy fingiendo! ¡Necesito la salvación!” Oh Señor, Señor, ¡concédenos esa clase de corazón sincero y sencillo!
Las setenta semanas
Capítulo 9:20-27
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Aún estaba yo hablando, orando y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y presentando mi súplica delante del Señor mi Dios por el santo monte de mi Dios,
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todavía estaba yo hablando en oración, cuando Gabriel, el hombre a quien había visto en la visión al principio, se me acercó, estando yo muy cansado, como a la hora de la ofrenda de la tarde.
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Me instruyó, habló conmigo y dijo: Daniel, he salido ahora para darte sabiduría y entendimiento.
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Al principio de tus súplicas se dio la orden, y he venido para explicártela, porque eres muy amado; pon atención a la orden y entiende la visión.
La oración de Daniel fue conducida por la Palabra de Dios, como es presentada en el libro de Jeremías. El estudio de la Palabra debe ir junto a la oración. Ya mencioné antes, en la primera parte de este capítulo, que Daniel oró en primera persona del plural… nosotros. Quizás alguien concluya que su identificación con la gente era algo estrictamente nacional, que oraba como un paisano judío. Otros, posiblemente, tendrían la idea de que Daniel era un poco santurrón, intentando mostrarse humilde ante Dios. Por supuesto, tenemos que rechazar tales pensamientos y ver a este hombre profundamente consciente de su propio pecado. El orden, en el primer versículo de la lección es, en primer lugar, “mi pecado”, y después, “el pecado de mi pueblo Israel”. Todo aquel que es genuinamente de Dios, caminará a la luz que revela su propio pecado, antes que los pecados de otros.
Mientras Daniel estaba orando vino la contestación; podemos decir que oraba hasta que vino la respuesta. Gabriel, el ángel nombrado en el capítulo ocho cuando Daniel estaba en Susa por la visión, volvió. Aparece como un hombre, pero viene volando. Viene rápidamente. Cuando una persona ora en la voluntad de Dios, pensando solamente en el cumplimiento de Sus propósitos, Dios no solamente contesta, sino que envía la respuesta inmediatamente. Quizás valga la pena mencionar que los caminos celestiales siempre han sido superiores a los de la tierra. Muchos siglos antes de la época de los aviones, el cielo ya había enviado mensajes por “correo aéreo”.
Daniel estaba orando en el Espíritu, involucrado con Sion, “el santo monte de mi Dios”, a la misma “hora de la ofrenda de la tarde”. Como Nabucodonosor había destruido el templo, los sacrificios de la tarde y de la mañana habían cesado, pero los pensamientos de Daniel todavía estaban funcionando de acuerdo con la manera en la que Dios había dicho que debía ser. El hombre de Dios no puede olvidarse de estas cosas, porque su cumplimiento está en Cristo, la esperanza de Israel. La llegada de Gabriel corresponde con el holocausto de la hora novena, exactamente, en el mismo tiempo que cuando Jesús clamó en voz alta y entregó Su espíritu: “El cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (He.9:14). Él es el remedio para el problema del pecado, por el cual Daniel intercedió.
El mensajero celestial vino para dar “sabiduría y entendimiento”. La religión piadosa no es como las religiones paganas que dejan a sus devotos seguidores en la ignorancia: “No quiero, hermanos, que seáis ignorantes”, dijo Pablo. “Sabéis que cuando erais paganos, de una manera u otra erais arrastrados hacía los ídolos mudos” (1Co.12:1-2). El cristianismo no es un “parque infantil” para los ignorantes. No excusa a los mentalmente perezosos e insensatos, aunque a los manipuladores les gustarían engañar para poder abusar fácilmente de los ignorantes. Los representantes de Roma intentaban guardar a su pueblo lejos de la Palabra de Dios, para poder mantenerle bajo sumisión. Enseñar que la falta de entendimiento es aceptable y que ofrece algún tipo de ventaja es totalmente falso. Gabriel trae entendimiento a Daniel para que lo entregue a todo el mundo en su día y en los siglos venideros. Esta es la voluntad de Dios, y era la intención de Sus profetas y apóstoles.
Gabriel presenta otra verdad importante; la contestación de parte de Dios es enviada inmediatamente al comienzo de la oración. Viene sobre alas de ángeles, rápida y personalmente (veremos otro factor que tiene que ver con las contestaciones a la oración en el próximo capítulo.) El Espíritu Santo nos hace saber esta verdad para nuestro ánimo al orar, y debemos tenerla en nuestros pensamientos constantemente ¿no es cierto?
Natanael fue alumbrado tremendamente por Jesús al principio de su discipulado. Le dijo: “En verdad, en verdad (amén, amén) os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre (Jn.1:51). Nota el orden… suben y bajan. Se está refiriendo a la escalera que Jacob vio. Natanael pudo entender que Jesús era esa escalera, por medio de la cual puede haber comunicación entre la tierra y el cielo. Los ángeles suben con las oraciones que los santos ofrecen en el nombre de Jesús y bajan con la respuesta desde el trono del cielo. En este pasaje, en el siguiente capítulo, en el caso de Zacarías (Lc.1:11,13), de Cornelio (Hch.10:3-4) y en la oración de la iglesia por Pedro (Hch.12:5,7), se sucede (también puedes ver Apocalipsis 8:3-5).
La oración es el centro de nuestra relación con Dios y la comunicación más íntima entre Él y el hombre. Gabriel trajo un mensaje a Daniel mientras éste hablaba solo con Dios. Dicho mensaje procedía directamente de Su corazón. Daniel, reconociendo su pecado y el de su pueblo, ha estado rogando por misericordia y, como consecuencia: “Se dio la orden, y he venido para explicártela, porque eres muy amado”. El Señor quería que Daniel estuviese seguro de Su amor por él (aunque el texto, en general, es de la versión LBLA, en lugar de la palabra estimado, he insertado la palabra amado de la RV60, porque expresa mejor la palabra hebrea, que significa literalmente deleitarse en).
Toda la Biblia trata sobre una relación de amor con Dios. Abraham y Moisés, de forma muy especial, fueron llamados amigos de Dios, y hay múltiples evidencias en el Antiguo Testamento del amor personal de Dios para individuos. En el Nuevo Testamento, el apóstol Juan, más que todos los evangelistas, expresa al lector el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Da su testimonio personal sobre aquel amor que le fue revelado a él. Hablaba de la amistad que Jesús deseaba con Sus seguidores (Jn.15:15); también a Lázaro llamó nuestro amigo (Jn.11:11). Juan hizo un comentario más allá de lo necesario en el relato de la historia de Lázaro: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn.11:5). Dos capítulos después, declara: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn.13:1, BTX, o eternamente, o perfectamente).
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Setenta semanas han sido decretadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para poner fin a la transgresión, para terminar con el pecado, para expiar la iniquidad, para traer justicia eterna, para sellar la visión y la profecía, y para ungir el lugar santísimo.
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Has de saber y entender que, desde la salida de la orden para restaurar y reconstruir a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas; volverá a ser edificada, con plaza y foso, pero en tiempos de angustia.
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Después de las sesenta y dos semanas el Mesías será muerto y no tendrá nada, y el pueblo del príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario. Su fin vendrá con inundación; aun hasta el fin habrá guerra; las desolaciones están determinadas.
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Y él hará un pacto firme con muchos por una semana, pero a la mitad de la semana pondrá fin al sacrificio y a la ofrenda de cereal. Sobre el ala de abominaciones vendrá el desolador, hasta que una destrucción completa, la que está decretada, sea derramada sobre el