02 Ago Libro de Eclesiastés
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in Estudio de Eclesiastes
Libro del Profeta Daniel
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
CAPITULO 9
La esperanza de los vivos
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Pues bien, he tomado todas estas cosas en mi corazón y declaro todo esto: que los justos y los sabios y sus hechos están en la mano de Dios. Los hombres no saben ni de amor ni de odio, aunque todo está delante de ellos.
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A todos les sucede lo mismo: Hay una misma suerte para el justo y para el impío; para el bueno, para el limpio y para el inmundo; para el que ofrece sacrificio y para el que no sacrifica. Como el bueno, así es el pecador; como el que jura, así es el que teme jurar.
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Este mal hay en todo lo que se hace bajo el sol: que hay una misma suerte para todos. Además, el corazón de los hijos de los hombres está lleno de maldad y hay locura en su corazón toda su vida. Después se van a los muertos.
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Para cualquiera que está unido con los vivos, hay esperanza; ciertamente un perro vivo es mejor que un león muerto.
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Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos no saben nada, ni tienen ya ninguna recompensa, porque su memoria está olvidada.
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En verdad, su amor, su odio y su celo ya han perecido, y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace bajo el sol.
Te recuerdo que tenemos que permanecer dentro de la esfera que el predicador está presentando: la vida bajo el sol. Él tiene una obra que llevar a cabo y lo está haciendo fielmente a través de lo que escribe. Tendremos serios problemas si formamos nuestra doctrina espiritual sobre la interpretación literal de algunas de sus observaciones terrenales y naturales.
El rey habla francamente acerca de su propia experiencia, que le da autoridad y, por consiguiente, da peso a su punto de vista. Probablemente, nunca antes nadie estuvo mejor capacitado para dar este mensaje. Tenemos que tomar en cuenta la primera declaración antes de poder añadir más. Todo lo que no podemos observar bajo el sol, tenemos que dejarlo en las manos de Dios, porque lo que concluimos humanamente es solamente según el entendimiento limitado de lo que vemos y sabemos. En el último capítulo, vimos que la calamidad no es necesariamente una señal del aborrecimiento de Dios; como tampoco son la prosperidad y la salud señales de Su amor. ¿Qué lección tenemos que aprender entonces? Tenemos que vivir la vida de fe confiando en Dios y depositar nuestras vidas y nuestro futuro totalmente en Sus manos (v:1).
En Eclesiastés, el rey no aleja sus pensamientos y reflexiones del tema principal, que es la vanidad bajo el sol, donde un evento pasa a todos por igual; tanto a justos como a injustos, a buenos y a malos, a limpios e inmundos, a religiosos y a ateos, a santos y a pecadores, al que hace votos y al que no los hace. La muerte reclama a todos por igual (v:2). Aunque hay algún rastro de esperanza en este libro, es escaso e incompleto. Tenemos que ir al evangelio para recibir esperanza.
Jesús, Dios hecho carne, nos ofrece esta poderosa palabra: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Jn.11:25-26). La teología de Pablo se edifica sobre esta esperanza, en 1 Corintios 15:54-57: “Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Devorada ha sido la muerte en victoria (ref. Is.25:8). ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón? (ref. Os.13:14). El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. Pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”. La prueba final de la victoria sobre la muerte es la persona resucitada de Jesucristo mismo: “Él que vive, y estuve muerto; y he aquí, estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Ap.1:18).
Los que viven según las evidencias obtenidas bajo el sol tienen razones para estar deprimidos. Los que mantienen una filosofía mundana y no tienen ninguna otra esperanza, tienden a pecar y a satisfacerse a través de malos hábitos; se conducen hacia la locura. Aunque según las normas de la psicología o la psiquiatría parecen tener una mente sana y equilibrada, el veredicto bíblico, pronunciado contra el pecador, es la locura. Es la misma vida bajo el sol la que forma su mentalidad y le enloquece, y la persona, aparentemente feliz y despreocupada, vive bajo una necia ilusión. Este engaño le domina durante todos los años de su vida, y al terminar, muere (v:3).
“Donde hay vida, hay esperanza”, declara el predicador, y hasta hoy en día proclamamos este proverbio. Tenemos que entender que, en tiempos bíblicos, el perro no tenía la fama y el prestigio que recibe ahora, como el mejor amigo del hombre. En tiempos bíblicos era despreciado en el reino animal y el león, por su parte, era un rey noble entre las bestias. Interpretado liberalmente, Salomón dice que es mejor ser un pobre vivo que un noble muerto (v:4).
¿A qué esperanza se refiere el predicador en el versículo 4? ¿Es una esperanza basada en la vida terrenal para poder tener una mejor forma de vivir en el futuro? Si es así, entonces, en ninguna manera es una esperanza. La esperanza del evangelio no es una esperanza (“espero que sí”), sino una esperanza infalible y segura, un “ancla del alma, una esperanza segura y firme, y que penetra hasta detrás del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor” (He.6:19-20). Sin embargo, es cierto que, mientras una persona tiene vida, tiene oportunidad de arrepentirse del pecado y aferrarse a la esperanza eterna porque, una vez muerto, la esperanza perecerá para siempre.
En el capítulo 4, versículo 2, Salomón valora más el estado de los muertos que el estado de los vivos y, en el versículo 5, declara que los vivos existen bajo amenaza de muerte. Por otro lado, el cadáver no teme ni se siente intimidado por nada; no espera ningún galardón y su memoria no perdurará mucho tiempo en la mente de los vivos. Todos los sentimientos que habían sido tan importantes para él durante su vida, han terminado. El amor que tanto apreció y el odio que alimentó; todo lo que anhelaba y codiciaba, ha perecido para siempre (v:6).
Privilegios dados por Dios
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Vete, come tu pan con gozo, y bebe tu vino con corazón alegre, porque Dios ya ha aprobado tus obras.
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En todo tiempo sean blancas tus ropas, y que no falte ungüento sobre tu
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Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de tu vida fugaz que Él te ha dado bajo el sol, todos los días de tu vanidad, porque esta es tu parte en la vida y en el trabajo con que te afanas bajo el sol.
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Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol adonde vas.
Salomón insiste en que es legítimo gozarse de los placeres temporales. Nadie agrada a Dios por vivir una vida dentro de las paredes grises de un monasterio y bajo un voto de silencio. Tales prácticas religiosas son producidas por una idea equivocada y distorsionada acerca de la personalidad de Dios. El Señor del cielo y de la tierra, es el Dios de la música y el Creador del arcoíris. Por eso, el sentido común nos enseña que Él está a favor del placer legítimo. El hombre no le ofende por gozarse en lo que Él ha creado. Al contrario, es el abuso y la perversión de lo que Él ha creado, lo que le ofende. El pecado está implícito en la naturaleza amotinada del hombre y en su sistema torcido de valores. Dios no quiere quitar del hombre un corazón alegre que se goza como, por ejemplo, en una comida sabrosa y deliciosa (v:7). Tampoco la higiene personal y el aseo, moderada y apropiadamente, son pecaminosos (v:8).
Desde el comienzo de la creación, Dios dio al hombre el privilegio de gozarse con la compañera de toda la vida, pero el hombre abusó del orden del Creador y sufrió la ruina. Experimentó las terribles consecuencias de abandonar al Señor por un estilo de vida inmoral e idolatra: “Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin mancilla, porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios” (He.13:4). Dios designó el matrimonio como una bendición para toda la vida y hasta el tiempo en el que la muerte separe a la pareja. Es un consuelo y alivio que le ayuda a existir sobre este planeta (v:9) mientras vive bajo la maldición del duro trabajo.
Dichosa es la persona que se goza en su empleo cotidiano, que puede salir de su casa contento por la mañana, en lugar de estar solamente aguantando y resignado, como muchos. Pasan los días poco mejor que un esclavo, trabajando solamente para sobrevivir. El predicador está mencionando algunas actividades que Dios ha dado al ser humano para que, sea quien sea, pueda hallar un poco de alivio mientras pasa sus días aquí, y estar satisfecho con su empleo es una de ellas. Desde la caída del hombre, toda la creación está bajo una maldición, sin embargo, por la bondad del Creador, Él da alivio a la carga. Ten presente que estos placeres terminarán en el futuro, cuando se separe el cuerpo del alma en el Seol (v:10).
El hombre sabio y pobre
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Vi además que bajo el sol no es de los ligeros la carrera, ni de los valientes la batalla; y que tampoco de los sabios es el pan, ni de los entendidos las riquezas, ni de los hábiles el favor, sino que el tiempo y la suerte les llegan a todos.
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Porque el hombre tampoco conoce su tiempo: como peces atrapados en la red traicionera, y como aves apresadas en la trampa, así son atrapados los hijos de los hombres en el tiempo malo cuando éste cae de repente sobre ellos.
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También esto llegué a ver como sabiduría bajo el sol, y me impresionó:
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Había una pequeña ciudad con pocos hombres en Llegó un gran rey, la cercó y construyó contra ella grandes baluartes;
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pero en ella se hallaba un hombre pobre y sabio; y él con su sabiduría libró la ciudad; sin embargo, nadie se acordó de aquel hombre pobre.
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Y yo me dije: Mejor es la sabiduría que la fuerza; pero lo sabiduría del pobre se desprecia y no se presta atención a sus palabras.
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Las palabras del sabio oídas en quietud son mejores que los gritos del gobernante entre los
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Mejor es la sabiduría que las armas de guerra, pero un solo pecador destruye mucho