23 Jul Libro del Profeta Zacarías
Posted at 07:51h
in Estudio de Zacarias
Libro del Profeta Zacarías
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
Capítulo 7
¿Estamos verdaderamente con Dios?
¿Buscamos Su felicidad en lo que hacemos o la nuestra?
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Aconteció que en el año cuarto del rey Darío vino palabra de Jehová a Zacarías, a los cuatro días del mes noveno, que es Quisleu,
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cuando el pueblo de Bet-el había enviado a Sarezer, con Regem-melec y sus hombres, a implorar el favor de Jehová,
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y a hablar a los sacerdotes que estaban en la casa de Jehová de los ejércitos, y a los profetas, diciendo: ¿Lloraremos en el mes quinto? ¿Haremos abstinencia como hemos hecho ya algunos años?
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Vino, pues, a mí palabra de Jehová de los ejércitos, diciendo:
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Habla a todo el pueblo del país, y a los sacerdotes, diciendo: Cuando ayunasteis y llorasteis en el quinto y en el séptimo mes estos setenta años, ¿habéis ayunado para mí?
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Y cuando coméis y bebéis, ¿no coméis y bebéis para vosotros mismos?
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¿No son estas las palabras que proclamó Jehová por medio de los profetas primeros, cuando Jerusalén estaba habitada y tranquila, y sus ciudades en sus alrededores y el Neguev y la Sefela estaban también habitados?
Con el capítulo 7 empieza la segunda parte del libro de Zacarías (v.1), que está dividido por fechas. Esta parte ocurre dos años más tarde, en el año 4º de Darío, en el 9º mes, Kislev o Quisleu, en el día 4º. Para nosotros sería el mes de diciembre del año 518 a.C. (compáralo con 1:1). También podría dividirse por la manera en que fueron recibidas las revelaciones; la primera parte fue por medio de visiones y la segunda por la palabra hablada, que empieza en 6:9-15.
Es interesante leer lo que escribió un contemporáneo de Zacarías sobre su ministerio. En Esdras 6:14-15 dice: “Los ancianos de los judíos edificaban y prosperaban, conforme a la profecía del profeta Hageo y de Zacarías hijo de Iddo. Edificaron, pues, y terminaron, por orden del Dios de Israel, y por mandato de Ciro, de Darío y de Artajerjes, rey de Persia. Esta casa fue terminada el tercer día del mes de Adar, que era el sexto año del reinado del rey Darío”. Adar fue el último mes del año hebreo que para nosotros sería marzo. Durante este tiempo, de dos años y tres meses, mientras el pueblo edificaba, Zacarías profetizaba.
Como siempre, un verdadero profeta habla solamente cuando le llega la palabra de Dios. No es un ministerio dirigido por su propio criterio. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas…” (He.1:1) De todas las palabras que el profeta había dicho durante aquellos años, el Espíritu Santo apartó, de forma especial, los seis capítulos que nos restan. Dios habla y revela a Zacarías y a todos los lectores, dondequiera y cuando sea, la Palabra de Dios. Él eligió estas revelaciones para que permanezcan escritas hasta este siglo. Fueron más que palabras de ánimo hasta que los judíos terminaran de edificar el templo. Debemos estar muy seguros, en nuestro corazón, de que lo que tenemos frente a nuestros ojos en este momento es una palabra de Dios para nosotros, y que la necesitamos para saber los acontecimientos de nuestros tiempos.
Betel, el lugar que tuvo mucho que ver con Jacob, fue poblada de nuevo por gente que había vuelto de Babilonia. En Esdras, capítulo 2, hay una lista de todos los que volvieron y los pueblos de donde procedían. Dice que 223 eran procedentes de Betel y de Hai. El pueblo, unánimemente, envió representantes a Jerusalén para que rogasen a Dios, pidiendo Su favor (v.2). Ahora quieren estar bien con Él y quieren saber que Él está actuando a favor de ellos. Sin embargo, parece ser un intento religioso de gente con poca sensibilidad espiritual. Piensan que el favor de Dios hacia ellos depende de sus actos religiosos.
Vinieron a pedir consejo a los sacerdotes y a los profetas (v.3) sobre un rito que habían estado practicando durante los 70 años de cautiverio. Ellos ayunaban oficialmente cuatro veces al año (8:19), pero sólo están preguntando sobre un ayuno… “Hemos sido liberados del cautiverio y hemos vuelto a nuestra tierra. ¿Debemos seguir con la costumbre de llorar y ayunar en el mes quinto como hemos hecho anteriormente, ya que estos 70 años se han cumplido?” En esta pregunta se puede discernir su religiosidad. El religioso siempre pregunta sobre los límites. ¿Hasta cuando tengo que separarme y cumplir con mis responsabilidades? ¿Ya he cumplido con mi deber? La persona sincera y verdadera no hace tales preguntas, sino que entra en una vida y relación con el Señor de los ejércitos que no termina nunca.
Dios no tardó mucho en contestar (v.4), y la respuesta fue para toda la nación, no solamente para los de Betel. Él contestó con otra pregunta, como solía hacer Jesús en los Evangelios. La pregunta no fue sobre la práctica, sino sobre la motivación. El hacer no es lo importante para el Señor, sino el motivo, el por qué.
Ellos preguntaban sobre un ayuno, el del quinto mes, y Dios menciona otro, el del séptimo mes. Dios quiere saber si lo que les importa verdaderamente es lo que Él siente y lo que es Su voluntad en el asunto. “¿Habéis ayunado para mí? (RV) ¿Lo hacíais por mí?” (BTX v.5). La respuesta, aunque no fue pronunciada, fue que no. No, ellos ayunaban porque estaban preocupados por su propia condición y bien estar. ¿Crees que Dios les tuvo en el cautiverio para su propio bien? Seguro que sí. Él había determinado el tiempo necesario para transformar su carácter, para que no cayeran de nuevo en rebeldía. Dios no quería que sufrieran ni un día más de lo que era necesario. Todo fue ordenado para su bien. Por esta razón y otra más importante, debían ayunar. La otra razón debía ser porque Él buscaba el amor de ellos y para que, muy por encima de lo que desearan para sí mismos, les importara lo que era bueno para su Dios. La señal del amor genuino está en buscar siempre la felicidad del amado.
La siguiente pregunta penetra aun más profundamente en el corazón de Su pueblo. Va más allá de un esfuerzo especial cumplido en ciertos tiempos del año. Tiene que ver con la vida cotidiana: “Cuando comeréis y bebéis… ¿para quien lo hacéis?” (v.6) Tanto en el tiempo del Antiguo Testamento como en el del Nuevo, pertenecer a Dios significa que Él posee el corazón de Su pueblo en su totalidad. Pablo lo expresa en 1 Corintios 10:31: “Si, pues, coméis, o bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Podemos llamarnos verdaderos cristianos solamente cuando vivimos para Su gloria por medio de Sus atributos. Pablo dijo: “No yo, sino Cristo en mí”. Vivimos según los principios y la voluntad de Otro.
¿Sientes lo que Dios siente? Esto es lo que Dios deseaba desde el principio, cuando creó al hombre para sí mismo (v.7). Es lo que declaró a Su pueblo por medio de los profetas cuando aun vivían en paz. La palabra se extendió, como el evangelio, empezando en Jerusalén, cubriendo los pueblos vecinos y llegando al sur (Neguev) y a la llanura (Sefelá). Pero más que por otra cosa, por fallar en este asunto, el pueblo fue abandonado al cautiverio. Dios demanda lo mismo en el día de hoy…, ¡existir para Él!, y nada menos que esto. Zacarías fue un profeta en los tiempos bajo el Antiguo Testamento, pero predica mejor que muchos predicadores en los días bajo el Nuevo Testamento. La palabra de Dios es la palabra de Dios, y su autoridad es infinita.
¿Apoyamos y honramos todos Sus atributos?
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Y vino palabra de Jehová a Zacarías, diciendo:
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Así habló Jehová de los ejércitos, diciendo: Juzgad conforme a la verdad, y haced misericordia y piedad cada cual con su hermano;
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no oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre; ni ninguno piense mal en su corazón contra su hermano.
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Pero no quisieron escuchar, antes volvieron la espalda, y taparon sus oídos para no oír;
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y pusieron su corazón como diamante, para no oír la ley ni las palabras que Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los profetas primeros; vino, por tanto, gran enojo de parte de Jehová de los ejércitos.
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Y aconteció que así como él clamó, y no escucharon, también ellos clamaron, y yo no escuché, dice Jehová de los ejércitos;
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sino que los esparcí con torbellino por todas las naciones que ellos no conocían, y la tierra fue desolada tras ellos, sin quedar quien fuese ni viniese; pues convirtieron en desierto la tierra deseable.