Carta a los Hebreos

Carta a los Hebreos

Carta a los Hebreos

 

Un estudio expositivo por Lowell Brueckner

 

Capítulo 4

 

Un reposo superior al sábado

 

 

  1. Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.

  2. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron.

  3. Pero los que hemos creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi ira, no entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo.

  4. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día.

  5. Y otra vez aquí: No entrarán en mi

  6. Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia,

  7. otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros

  8. Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día.

  9. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de

  10. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas.

  11. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.

 

¿Qué es el descanso bíblico?

 

Este capítulo desafía otra doctrina primordial de los judíos: guardar el sábado. Una vez más, el escritor, bajo la inspiración del Espíritu Santo, nos insta a temer. Quedará claro, mientras estudiamos, que no tenemos que temer tanto el castigo como la oportunidad perdida. En el capítulo 2, estuvimos enfocados en no ser llevados a la deriva, lejos de la palabra de Cristo, la cual nos trae la salvación. Un temor que nos lleva en una dirección piadosa es sano y, en este caso, nos dirige hacia la promesa de entrar en un descanso. Es una promesa al alcance del creyente y debemos poner especial atención en ella.

Warren Wiersbe comenta exactamente sobre este punto: “No fue la voluntad de Dios que Israel permaneciera ni en Egipto ni en el desierto. Su deseo era que el pueblo entrara en su gloriosa heredad en la tierra de Canaán. Pero cuando Israel llegó a la frontera de su heredad se apartaron, porque dudaron de la promesa de Dios (Núm. 13-14). ‘No podremos subir contra aquel pueblo,’ lloraron los diez espías y el pueblo.” Cuestionaron la fidelidad de Dios y Su poder para hacerles entrar allí.

Jesús prometió, en Su evangelio: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansardescanso para vuestras almas” (Mt.11:28-29). Es un lugar en el Espíritu en el que la humanidad puede hallar seguridad, satisfacción y salvación por medio de una relación con Cristo. En Jerusalén, nadie quiso relacionarse con Él, ni siquiera le ofrecieron un lugar para pasar la noche; o al menos los Evangelios no lo mencionan. Pero no fue así en una aldea, cerca de Jerusalén, llamada Betania, donde encontró un hogar en el que halló amor y descanso; la casa de Marta, María y Lázaro (Lc.10:38). Imagina el descanso que ellos pudieron experimentar en Su presencia.

Los judíos sabían bien lo que era vivir bajo el estrés de estar siempre intentando agradar a Dios por medio de Su ley. Pero en sus corazones sabían que estaban faltos, lo cual les hacía vivir bajo una condenación continua. Ellos necesitaban encontrar el descanso bíblico. ¡Qué gran pérdida suponía no alcanzarlo! Bueno, lo mismo podemos decir para cualquier persona, aunque no sea judío que, condenado por su conciencia, no puede hallar tranquilidad y descanso para su alma.

Algunos cristianos, o quizás muchos, ignoran que el evangelio fue predicado durante todo el Antiguo Testamento y, por eso, no le dan la importancia merecida. Adán y Eva oyeron las buenas nuevas cuando Dios dijo a la serpiente que un día vendría una Simiente de la mujer y “te herirá en la cabeza”. Después Dios sacrificó a un animal para que fuesen vestidos con su piel (Gé.3:15-20). Significaba que su pecado quedaba cubierto con la justicia por medio de la muerte de Otro. ¿Por qué ofrecería Abel un cordero en sacrificio, si no supiera acerca de un sacrificio final para el pecado? “La Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva (el evangelio) a Abraham” (Gál.3:8). Claramente, en el versículo 2, manifiesta que el evangelio fue declarado al pueblo de Dios por todo el Antiguo Testamento.

Ellos oyeron el evangelio, el problema es que, cuando no hay fe, el evangelio no es de provecho. La puerta al descanso es la fe, por la que entra todo verdadero creyente. En el versículo 3, el escritor vuelve a citar el Salmo 95:11: “Por tanto, juré en mi furor que no entrarían en mi reposo”. Dios proveyó la puerta, pero Su ira fue derramada sobre aquellos que no confiaban en Él, por lo cual juró que no entrarían. Es un insulto a Su fidelidad que los hombres no descansen por confiar en Él.

Debían saber que Dios llevaría a cabo el propósito que había predestinado: “Ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 P.1:20). En otras palabras, el sacrificio de Cristo, que fue manifestado hace dos mil años, estaba en los pensamientos de Dios antes de crear el universo. Es el mensaje que Juan declaró perfectamente bien: “Porque de tal manera amó Dios al mundo”, antes de fundarlo; “que ha dado a Su Hijo unigénito”, a su debido tiempo; “para que todo aquel que en Él cree, no se pierda mas tenga vida eterna”. En esta misma verdad también confiaba el santo del Antiguo Testamento, y así tenemos que confiar nosotros, poniendo nuestros ojos en la cruz.

Dios estableció el sábado sobre el principio que estamos contemplando (v:4). Cuando Dios descansó de Su creación, que culminó con la creación del hombre el sexto día, predeterminó su salvación y Él mismo descansó en ella. Este es el descanso, el descanso de Dios, en el que entramos nosotros, no por santificar el séptimo día de la semana, ya que los judíos lo hicieron y, sin embargo, no entraron en Su descanso. Dios dejó fuera de Su descanso a los judíos que guardaban el sábado (v:5). Dios confía en Sí mismo y descansa en Sus propios propósitos.

Anteriormente, aprendimos que la incredulidad es la fuente del pecado y que los que no creen son desobedientes. Después de que Dios proveyera el sábado para el descanso del hombre, algunos no entraron porque fueron desobedientes (v:6). Debemos recordar que, cuando Dios proveyó el maná, les prohibió recogerlo el séptimo día, sin embargo, algunos lo hicieron; fueron desobedientes. ¿Por qué? Porque no confiaron que Dios iba a proveer lo suficiente el sexto día para el día siguiente, cuando no podían recogerlo. ¡Fue un acto de incredulidad, falta de confianza en Dios! ¡Esto es lo que le da furor! El salmista profetizó acerca de un descanso, dando a entender que antes de su tiempo el pueblo todavía no había entrado en él (hasta el día de hoy, los judíos llaman a todos los salmos, David). El salmo fue repetido dos veces en el capítulo 3 (vs:7-11,15). El periodo entre la creación y el tiempo del salmista era muy grande, sin embargo, el pueblo todavía no había entrado en Su descanso, por eso, otra vez, se nos ofrece un hoy (v:7). Su corazón se endureció por generaciones.

Durante el tiempo de Josué, el pueblo alcanzó cierto descanso al entrar en la Tierra Prometida (v:8). Ya no tenía que vagar por el desierto, viviendo en tiendas. Cito otra vez a Warren Wiersbe: “Es desafortunado que algunos de nuestros himnos y cantos evangélicos utilizan Canaán como un ejemplo de cómo será el cielo y ‘cruzar el Jordán’, como símbolo de la muerte. Porque Canaán fue una tierra de batallas, y aún de derrotas,

¡no ilustra bien el cielo!; tenían que dar pasos de fe (Jos.1:3) y reclamar la tierra para ellos, como los creyentes tienen que hacer hoy. Así podemos entender que vagar en el desierto representa la experiencia de creyentes que no reclaman su heredad espiritual en Cristo, dudan de la palabra de Dios y viven en una incredulidad ansiosa. De seguro, Dios está con ellos, como estaba con Israel; pero no pueden gozarse de la plenitud de la bendición de Dios. Viven ‘fuera de Egipto’, pero no están todavía ‘en Canaán’.” Sin embargo, el salmista insiste en que el descanso estaba todavía en el futuro, después de la conquista de Canaán.

En el tiempo del Nuevo Testamento, permanece un descanso verdadero para el pueblo de Dios (v:9). Lee el versículo 10 con mucha atención: “Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas”. Contiene el secreto de lo que el Espíritu Santo nos está presentando. Dios descansó de Sus obras después de la creación. Cristo descansó de Su obra en la cruz, proclamando: “¡Consumado es!” Así, el judío, que siempre luchaba y nunca podía hacer lo suficiente para asegurar su salvación, ahora puede descansar de su esclavitud a la ley. También el creyente puede descansar de sus propias obras, a través de las cuales intentó ganar la salvación, dejándolas al pie de la cruz, y levantar sus ojos, por la fe, a la obra consumada del Crucificado…, y así continúa descansando, confiando en que el Espíritu obre Su voluntad por él, en lugar de luchar en su propio poder.

Obedezcamos pues, a la palabra que estamos contemplando… específicamente, la palabra descansar (v:11). Pablo habló de los que “no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tes.1:8). Obedecer al evangelio significa descansar de nuestras propias obras y depositar toda nuestra fe, es decir, toda nuestra confianza, en la obra de Jesucristo. Cuando los espías provocaron a Israel a la incredulidad, después todo el pueblo intentó entrar por sus propias fuerzas y los enemigos los derrotaron en la batalla (Nú.13:31;14:45). Josué entró rindiendo su posición de mando al Príncipe del ejército de Jehová (Jos.5:13-15).

  1. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

  2. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar

  3. Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.

  4. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin

  5. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

 

Características de la palabra de Dios

 

El versículo 12 define la Palabra a la que tenemos que prestar atención, obedeciendo diligente y activamente. Es una palabra viva; Jesús dijo: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn.6:63). Son poderosas: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (He.11:3). “Estaban todos maravillados, y hablaban unos a otros diciendo: ¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen?” (Lc.4:36).

Es cortante y penetra como una espada de doble filo que entra a lo más profundo de la naturaleza del hombre: “De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro” (Ap.19:15). Discierne los pensamientos y las intenciones: “Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos pues él sabía lo que había en el hombre” (Jn.2:24). “Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros” (Jn.5:42)… “sabiendo los pensamientos de ellos” (Mt.12:25).

Es imposible esconderse de Su palabra. En Su omnisciencia, juzgará a cada persona (v:13): “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Co.4:5).

Jesucristo es la Palabra de Dios en persona, que cumple todas las características de los versículos 12 y 13, haciéndose Hombre para ser el gran Sumo Sacerdote. Después de ofrecer sacrificio por el pecado por medio de Su propio cuerpo, Él traspasó el santuario celestial hasta llegar al Lugar Santísimo, a la misma presencia de Dios (v:14). Nuestro descanso depende de un Sumo Sacerdote que cumplió la obra de nuestra salvación, que con compasión intercede ante el Padre por todos los que son Suyos: “Viviendo siempre para interceder por ellos” (7:25). Él es Señor del sábado, superior a la Tierra Prometida, y ha provisto un hogar de eterno descanso para el creyente. ¿Para qué volver atrás? He aquí, nuestra sencilla confesión:

He decidido seguir a Cristo,
No vuelvo atrás, no vuelvo atrás.
La cruz adelante, el mundo atrás,
No vuelvo atrás, no vuelvo atrás.

Todos los puentes, se han quemado,
No vuelvo atrás, no vuelvo atrás.

Él simpatiza con nosotros y es poderoso para guardarnos, porque venció todas las tentaciones (v:15). Un fragmento del himno, “Señor, te necesito”, declara: Las tentaciones pierden poder estando Tú cerca de mí. Tomando en cuenta todo lo que hemos aprendido, este es el propósito y el resultado: Podemos acercarnos al trono de más alta autoridad en el universo y saber que es un trono de gracia (v:16). Existe para ayudarnos; está lleno de misericordia y, cuanto más indignos nos sentimos, hallamos gracia, que significa el favor inmerecido. Escucha las palabras inspiradas del Espíritu Santo animándonos a acercarnos con total confianza: “¡Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia!” … y así podemos venir con tal actitud porque el Hijo amado del Padre nos ha dado acceso.



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