28 Jun Libro de Eclesiastés
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in Estudio de Eclesiastes
Libro de Eclesiastes
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
CAPITULO 4
No perder la confianza en Dios
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Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador.
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Y alabé yo a los finados, los que ya murieron, más que a los vivientes, los que viven todavía.
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Y tuve por más feliz que unos y otros al que no ha sido aún, que no ha visto las malas obras que debajo del sol se hacen.
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He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.
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El necio cruza sus manos y come su misma
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Más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu.
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Yo me volví otra vez, y vi vanidad debajo del
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Está un hombre solo y sin sucesor, que no tiene hijo ni hermano; pero nunca cesa de trabajar, ni sus ojos se sacian de sus riquezas, ni se pregunta: ¿Para quién trabajo yo, y defraudo mi alma del bien? También esto es vanidad, y duro trabajo.
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Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su
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Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero, ¡ay del solo!, que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.
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También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo?
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Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe
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Mejor es el muchacho pobre y sabio, que el rey viejo y necio que no admite consejos;
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porque de la cárcel salió para reinar, aunque en su reino nació
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Vi a todos los que viven debajo del sol caminando con el muchacho sucesor, que estará en lugar de aquél.
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No tenía fin la muchedumbre del pueblo que le seguía; sin embargo, los que vengan después tampoco estarán contentos de él. Y esto es también vanidad y aflicción de espíritu.
Con el propósito de filmar una entrevista, un cámara, junto a su personal asistente y una reportera, invadieron la habitación de un anciano que estaba recostado en su cama. “¡Fuera de aquí, largaos!”, exclamaba el hombre, al mismo tiempo que hablaba cordial y benignamente con ellos. “¿Quién quieres que se vaya?”– preguntó la reportera, pero no hubo respuesta. Para mí está claro que se estaba dirigiendo a seres invisibles que le habían acompañado por décadas y que ahora reclamaban su alma. Charles Templeton, era aquel hombre, mentor de un joven predicador llamado, Billy Graham.
Él habló de su trágica experiencia tras dos guerras mundiales, indescriptiblemente terribles, con una plaga de influenza entre medias, que acabó con la vida de entre 30 y 50 millones de personas en todo el mundo. Este famoso pastor se vio superado por las injusticias de ambas guerras y, especialmente, por el sufrimiento de los niños. Muchos y grandes dilemas retorcían su corazón y confundían su mente, con el resultado final de abandonar a Dios. Los enemigos del infierno, expertos en la destrucción espiritual, añadían a todo esto dudas y preguntas acerca de los milagros bíblicos y la deidad de Cristo. Su conclusión fue que los escritores de la Biblia, simplemente, eran hombres que intentaban responder a las grandes cuestiones de la vida, pero que no habían sido divinamente inspirados. Como resultado, anunció públicamente a su iglesia en Toronto, Canadá, que debido a que ya no podía aceptar muchos de los dogmas de la fe, renunciaba a su posición pastoral. Acabó enseñando en la universidad de Princeton.
Esto estremeció profundamente a Billy Graham quien, adentrándose en lo profundo de un bosque, exclamó desesperadamente a Dios: “¿Dónde estás Tú? Si no me has llamado para predicar el evangelio, ¿por qué me hiciste creer cuando yo no quería? ¡Permíteme escuchar Tú voz! ¡Haz algo, Dios… lo que sea!” Entonces, recordó la promesa del evangelista Mordecai Ham, la noche de su conversión – “Si sigues a Cristo, Él nunca te desamparará, ni te abandonará”. Además, otras de las muchas palabras que había escuchado en el pasado inundaron su mente de pensamientos, hasta que pudo confesar: “¡Te escucho, Señor! ¡te escucho de nuevo! Por fe, acepto Tu Libro como una palabra infalible”. A partir de aquel momento, la sencilla palabra de autoridad que Billy Graham predicó a millones de personas por todo el mundo fue, “¡La Biblia dice…!”
La Biblia no es una palabra de hombres. Cuando recibimos una carta oficial, no buscamos la firma del nombre de la secretaria que la escribió. El mensaje le fue dictado por su jefe, y son sus palabras, no las de ella. La Biblia es de Dios, y está repleta de cientos de profecías ya cumplidas, porque “nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P.1:21). Es un asunto sobrenatural.
Quedé impresionado con la explicación de John Wesley sobre la profecía de David en el Salmo 22: “Ningún incidente de la vida de David era semejante a lo que describía (aunque escribe en primera persona del singular). Parece que el profeta sufrió un éxtasis preternatural (existiendo fuera de lo natural), en el cual habló en persona del Mesías lo que el Espíritu dictaba, sin que se refiriera para nada a él mismo”.
Igual que Charles Templeton, Salomón batallaba contra la realidad de la opresión bajo el sol. Se sentía profundamente conmovido por las lágrimas de los oprimidos y el hecho de que no hubiera consuelo para ellos. Parecían haber sido abandonados, sin defensa ninguna, a poderes mucho más fuertes que ellos (v.1). Hasta tal punto molestaba esto al rey, que pensaba que los muertos estaban en mejor situación que los vivos (v.2). Incluso, llegó a considerar que los que no habían llegado a nacer eran los más afortunados de todos, ya que nunca habían visto ni experimentado la maldad bajo el sol (v.3). Sentía algo menos digno de valor que la vanidad, algo peor que nada. Nosotros también deberíamos sentirnos profundamente conmovidos por la miserable condición de este mundo, pero hay que tener cuidado de que esto no nos haga perder la confianza en el soberano Señor, quien está sobre todo.
Seguramente, los opresores estaban motivados por la envidia, pero Salomón observó que la envidia no solamente tenía que ver con ellos, sino también con todos sus súbditos. Esto es lo que el rey observó desde su trono en todo su reino. Estudiando el asunto, vemos que un sinónimo de la envidia es la competencia o competición. Esta envidia o competencia hacia sus prójimos, era la fuerza que les impulsaba para adquirir habilidades y trabajar duramente para sobresalir. La envidia no es una característica admirable ni virtuosa, y por eso Salomón la incluye en su tema principal de la vanidad (v.4).
Hay los que disciernen esta motivación y rehúsan tomar parte en ello, pero reaccionan rindiéndose a la indiferencia. Sin embargo, el predicador no considera sabia esta actitud; los cataloga como necios que comen su propia carne. Son auto-destructivos, terminan sus vidas sin un duro, sobrecogidos por la pobreza (v.5). En el versículo 6, es probable que Salomón esté describiendo la sarcástica filosofía del necio, aunque también es posible que esté haciendo uso de uno de sus proverbios, exhortando a estar contento con poco antes que esforzarse para obtener mucho. Las dos posibilidades son dignas de considerar.
Opuesto al necio indolente es el adicto al trabajo, descrito en el versículo 8. La motivación de este tipo de persona no está en proveer para un futuro heredero de la familia o pariente cercano; tampoco parece tener una meta financiera. No está dirigido hacia ningún propósito concreto, y ni siquiera se plantea el asunto; no necesita tiempo libre ni placeres. Obviamente, el predicador no percibe ninguna felicidad en este estilo de vida, que según dice no es mejor que el de una bestia de carga. Su adicción es el trabajo, y para eso vive. Después de jubilarse, al no tener nada que hacer, es fácil que contemple el suicidio.
A continuación, vamos a ver algunos puntos acerca de la vanidad de la soledad bajo el sol, las ventajas de estar acompañado, y las diferentes maneras de expresarlo:
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Aprecia más las recompensas de la vida si las puede compartir con otra persona; es mejor que guardarlas solamente para su propio placer.
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La presencia de un grupo provee seguridad, incluso en el simple escenario de un accidente; alguien estará observando y dispuesto a ayudar. Existen muchas historias de personas que se cayeron, se desmayaron o enfermaron mientras estaban solos, y no fueron descubiertos hasta que fallecieron.
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Más personas ofrecen más calor y
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Es menos probable ser asaltados en compañía de otras personas que estando
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El poder se multiplica cuando la gente se junta, como lo ilustra un cordón de tres No me acuerdo quien era el autor de un famoso dicho en inglés: “Tenemos que permanecer unidos, o seremos linchados uno por uno.” (We must all hang together, or we will all be hanged separately.)