Carta a los Hebreos

Carta a los Hebreos

Carta a los Hebreos

 

Un estudio expositivo por Lowell Brueckner

 

Capítulo 3

 

Cristo es superior a Moisés

 

 

  1. Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús;

  2. el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de

  3. Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo.

  4. Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es

  5. Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir;

  6. pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.

 

Un intento de comparar lo que es incomparable

 

Los judíos creyentes luchaban por abandonar su antigua historia hebrea, que conocían muy bien. La mano de Dios estaba, de forma poderosa y notable, en todo lo que habían aprendido desde su niñez. El encargo del escritor fue demostrar que, lo que Dios hizo por medio del evangelio, fue mucho más grande que su pasado. Se dirige a ellos como, hermanos santos, con un llamamiento presente del cielo. Dios les había separado del mundo que les rodeaba y, por esa razón, su nación (judía) les odiaba. Tenían que ver todo esto como un alto privilegio.

El primer reto para una iglesia en crisis es considerar a Jesucristo. No hay argumento o razonamiento más eficaz para continuar con su profesión (es decir, su confesión de fe) que tener presente Su persona. Deben considerar que Él es el Apóstol y Sumo Sacerdote, en quien han confiado. El significado literal de la palabra, apóstol, es uno que es enviado, como un embajador. Según mis cálculos, Juan citó 14 veces que Jesús fue enviado por Su Padre. El propósito divino es que la gente crea la verdad de que Él no actuaba o hablaba por Su propia iniciativa. Su autoridad se basaba sobre el hecho de que el Padre le había enviado y Sus discípulos acabaron creyendo esa verdad. Cristo también es Sumo Sacerdote, el único mediador entre Dios y el hombre (v:1) y, según avancemos, estudiaremos mucho sobre este oficio.

Moisés fue altamente respetado entre los judíos. No había mayor autoridad sobre la que establecer toda su religión. El sanedrín confirmó su autoridad al hablar con el hombre que nació ciego: “Nosotros, discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés” (Jn.9:28,29). Sin embargo, sabemos que Moisés, siendo humano, fue infiel al golpear la roca a la cual debería haber hablado, perdiendo así la oportunidad de entrar en la Tierra Prometida. En cambio, Jesús siempre fue fiel (v:2), aunque el sanedrín continuó diciendo: “Pero respecto a ése, no sabemos de dónde sea”. El hombre que había nacido ciego, contestó sabiamente: “Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos” (Jn.9:30). Por sus corazones deshonestos, no se molestaron en investigar. Entonces él dijo: “Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer” (Jn.9:33). Él creyó que Dios le había enviado y le adoró.

El escritor de Hebreos asegura a los cristianos judíos que Jesús es absolutamente fiel, más allá de la fidelidad de Moisés, y es digno de honor, gloria y adoración. ¿No se acordaban que Jesús dijo: “Edificaré mi iglesia” (Mt.16:18)? Él es el único que puede edificarla porque la iglesia es espiritual, celestial y sobrenatural. La casa es la creación del Arquitecto y le debe su misma existencia. Existe para Su gloria.

Otra vez, en este pasaje, el Espíritu Santo toma las cosas de Cristo para revelar Su divinidad: “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”, dijo Jesús (Jn.16:14). El versículo 3 nos dice que Cristo edificó la casa; el versículo 4 nos asegura que Dios es el hacedor de todas las cosas y, el versículo 6, nos muestra que la casa pertenece al Hijo de Dios. ¡Jesucristo es Dios! ¡Qué paradoja! El escritor compara a Cristo y, al mismo tiempo, demuestra que Él es incomparable, ya que Él es Dios y Moisés es sólo un hombre. Todas las comparaciones son indignas, y solamente a Él pertenecen la gloria y la honra.

Jesús es el tema principal de la Escritura y todo el Antiguo Testamento nos dirige hacia Él. En cuanto a Moisés, fue simplemente un humilde siervo en la casa del Antiguo Testamento, que miraba hacia el Nuevo Testamento. Jesús dijo que Moisés había escrito de Él (Jn.5:46) y, por cierto, en Deuteronomio 18:18-19, el Señor le dijo: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta”. Por eso, Jesús pudo advertir: “La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Jn.12:48).

Moisés parte de la casa de Cristo, aunque, él mismo, fue un siervo de baja categoría (como indica la palabra siervo del versículo 5 en el diccionario hebreo). Vayamos un momento al capítulo 11: “Por la fe Moisés teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón se sostuvo como viendo al Invisible (He.11:24-27). Él vio el futuro invisible y a Jesucristo en él, como todos los profetas. Él tenía su vista puesta en un galardón futuro y sirvió a Cristo muchos siglos antes de que Él apareciera en el mundo.

Fíjate un poco en lo que escogió Moisés. En su tiempo, Egipto era el imperio más prominente del mundo y él era el hijo adoptado de la hija de Faraón. Siendo un príncipe y, posiblemente, un heredero al trono de Egipto, él comparó sus tesoros al vituperio de Cristo. Su futuro en el mundo no podía ser más brillante, pero fue atenuado por una visión que los ojos de su corazón pudieron discernir. Él vio a Cristo y supo que lo peor que pudiera sufrir por servirle, sería muchísimo mejor que lo más excelente que Egipto pudiera ofrecerle; eligió el vituperio de Cristo y, lo que vio en Él, le dio fuerza para sostenerse contra toda oposición. ¡Es un testimonio para nosotros de la asombrosa revelación que él recibió! Debemos meditar mucho acerca de ella.

Debemos ver en la palabra casa, presentada en esta porción, el mismo sentido que el dado por el Señor cuando habló con David en 1 Samuel 7:11: “El Señor te hace saber que él te hará casa”. David quiso hacer para Dios un templo material, pero Dios estaba hablándole espiritualmente de su descendencia, es decir, una casa familiar. Es la misma casa de la cual los hebreos cristianos participan y, por eso, el escritor les llama hermanos santos. También es nuestra casa si hemos depositado toda nuestra confianza y esperanza en el Hijo. Si el Señor nos da la confianza, por Su gracia, perdurará hasta el fin, como también la esperanza. “Y ahora permanece la fe (sinónimo de confianza), la esperanza

 

Moisés miraba a lo que estaba por delante, con confianza y esperanza; nosotros miramos atrás, al Objeto, suyo y nuestro, que es Cristo, el Hijo del Dios viviente. Contemplamos las riquezas de Su sufrimiento, el poder en Sus momentos más débiles y la sabiduría en lo que los hombres tenían por ridículo. Recibimos la revelación que el Espíritu Santo dio a Pedro, una roca de revelación, sobre la que Jesús edifica Su iglesia. Cito de nuevo Mateo 16:18: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Cada piedra viva de este edificio espiritual es puesta sobre esta roca.

  1. Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz,

  2. No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto,

  3. Donde me tentaron vuestros padres; me probaron, y vieron mis obras cuarenta años.

  4. A causa de lo cual me disgusté contra esa generación, y dije: Siempre andan vagando en su corazón, y no han conocido mis caminos.

  5. Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi

 

Una palabra inmutable del pasado

Como he dicho antes, el escritor quiere que veamos las Escrituras como obra del Espíritu Santo. El Salmo 95, citado por él, no tiene título y, por eso, lo único que sabemos es que su escritor fue uno de los salmistas. Aquí cita desde el versículo 7 hasta el 11. El Espíritu Santo, autor del salmo, también sabe que en todas las iglesias hay personas experimentando diferentes niveles de vida espiritual. Existen los que escuchan Su voz (v:7), pero endurecen sus corazones. Él quiere que el lector mire hacia adentro para examinar su propio corazón, para saber si ha sido verdaderamente transformado. ¿Hay rebeldes que tientan al Señor (v:8)? Dios prohibió a toda una generación (de 40 años) entrar en la Tierra Prometida.

El número 40 es simbólico; significa un tiempo de prueba, como lo fueron los años en el desierto. Por ejemplo, la lluvia cayó durante 40 días y noches en el tiempo de Noé. Moisés estuvo sobre el monte Sinaí por 40 días y noches. Los espías estuvieron 40 días explorando la tierra de Canaán. Como castigo, un ofensor podía recibir 40 azotes, ni uno más. Goliat desafió a los ejércitos de Israel por 40 días. Alimentado por el Ángel del Señor, Elías caminó 40 días y noches con la fuerza que le proporcionó esa comida, sin tener que comer nada más. Dios dio a Nínive un plazo de 40 días antes de destruirla. Jesús ayunó 40 días y noches. Durante 40 días, después de la resurrección, Jesús se reveló a Sus discípulos antes de Su ascensión… (hay más ejemplos de periodos de 40 días o 40 años en la Biblia que, posiblemente, tengan menos importancia). Estamos aprendiendo uno de los caminos del Señor.

“Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras” (Sal.103:7). Moisés rogó a Dios: “Que me muestres ahora tu camino” (Éx.33:13), ¡qué buena petición! En Isaías, Dios demandó al impío que dejara su camino y después reveló: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos”. En el siguiente versículo, declara: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos” (Is.55:7-9). Israel conocía los hechos de Dios, pero no conocía Sus caminos y, por seguir los caminos de su propio corazón, se rebeló. Ser testigos de las obras de Dios no trajo fe a los israelitas, pero Moisés experimentó la bendición de conocer Sus caminos (v:10).

Como en muchos otros pasajes, el salmo citado en el versículo 11, comprueba que la ira es un atributo de Dios. Es un hecho innegable y, para poder presentar todo el consejo de Dios (Hch.20:27), tenemos que ser fieles en declararlo. De hecho, omitir esta característica de Su naturaleza, es negar al mismo Dios de la Biblia. Sé que no es una doctrina popular; a veces, incluso algunos cristianos, me desafían sobre el tema y se enfadan mucho conmigo. Para adoptar un punto de vista contrario a tal afirmación, tienen que tropezar con la aplastante evidencia de la Escritura, tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento, lo cual es muy serio, porque caen en el engaño del enemigo. Es verdad que enfrentarse con la ira de Dios causa incomodidad y temor, pero la Biblia enseña que la falta de tal temor es una maldición, no una bendición. La aceptación del temor piadoso es el principio de la sabiduría (Job 28:38; Ps.111:10; Pr.1:7, 9:10, 15:33).

En Su ira, Dios juró, haciendo que la sentencia contra los israelitas fuera doblemente segura. La palabra de Dios es infinita y fiel y, en el capítulo 6, nos enseñará acerca de la inmutabilidad de Su consejo por el juramento. En este pasaje, demuestra la inmutabilidad de Su maldición al jurar: “No entrarán en mi reposo” … y así fue, no entraron; murieron en el desierto. Morir en el desierto no significa la eterna condenación, porque Dios ya les había rescatado de la esclavitud de Egipto, que significa la vida de pecado. Incluso, a Moisés, también Dios le prohibió entrar. Simplemente, significaba que no pudieron gozarse de la Tierra Prometida, dada a la siguiente generación.

  1. Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo;

  2. antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.

  3. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio,

  4. entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación.

  5. ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés?

  6. ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?

  7. ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron?

  8. Y vemos que no pudieron entrar a causa de

 

La incredulidad,
la carga que condena al hombre

 

El hombre, en su estado caído, siempre corre en dirección opuesta a Su Creador. Por naturaleza, el hombre es malo, impiadoso e incrédulo de corazón (v:12). Aunque hay inconversos que asisten a las reuniones, si no se arrepienten, corren el gran riesgo de endurecerse poco a poco. El proceso es extremadamente peligroso. El riguroso trabajo con las manos produce callos, resistentes al dolor y a la penetración de cualquier sustancia. Así, el corazón que escucha la palabra de Dios, pero resiste el arrepentimiento, se endurece hasta tal punto que la palabra no penetra más.

El Espíritu Santo reta a la iglesia a despertar los corazones de los incrédulos que hay entre ellos. Pueden hacerlo por medio de una exhortación acerca del peligro de su situación, lo cual no es sólo responsabilidad del predicador o pastor. El versículo 13, reconociendo la seriedad de tal condición, advierte de tres cosas: 1) Todos deben estar involucrados… “exhortaos los unos a los otros”; 2) Deben persistir en hacerlo continuamente… “cada día”; y 3) Deben hablarles de la importancia de tratar el asunto inmediatamente… “entre tanto que se dice: Hoy”. El que exhorta tiene que hablar con mucha franqueza y llamar al pecado por su nombre, porque el pecado es engañoso. A menudo el pecador no reconoce que lo que hace es pecado y, por consecuencia, no se considera a sí mismo un pecador. Al estar en un ambiente de cristianos, puede llegar a considerarse como uno de ellos. Si sigue en esta condición, la palabra rebotará de su corazón como un balón contra un muro de cemento.

Nota las palabras con tal que del versículo 14; LBLA dice, sencillamente, si, porque el griego indica incertidumbre. Tenemos la misma incertidumbre en el versículo 6. Debe haber evidencias que comprueben que una persona es genuinamente participante de Cristo y miembro de Su casa. Una de estas pruebas es el hecho de retener firme su confianza en Él. La fe que salva perdura. Jesús dijo: “El que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt.24:13). No está enseñando que la perseverancia salva, sino que la fe verdadera persevera. Los que genuinamente han encontrado a Cristo, continúan confiando en Él por el resto de su vida sobre la tierra.

¿Qué significa participar de Cristo? Quiere decir tenerle personalmente en nuestras vidas, participando de Su vida en nosotros. Por favor, fíjate cuidadosamente en la enseñanza del apóstol Juan: “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn.5:11-12). Los que participan de Cristo son los mismos que son participantes del llamamiento celestial (v:1).

Ahora se repite la misma cita del salmo, enfatizando la palabra provocación (v:15). El escritor inspirado hace tres preguntas (aunque las contesta con otras tres preguntas): 1)

¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? 2) ¿Con quiénes estuvo Él disgustado cuarenta años? 3) ¿A quiénes juró que no entrarían en su reposo? Toda la generación provocó a Dios, y Él estaba airado con todos. Solamente Caleb y Josué entraron a la Tierra Prometida, pero su mismo líder, Moisés, no entró (v:16). Todos los demás pecaron y sus cuerpos cayeron en el desierto (v:17).

Parece que el propósito de llamar nuestra atención a este salmo es para enfatizar que no fueron unos cuantos, los peores, los que sufrieron consecuencias, sino todos. Todos fueron desobedientes (v:18). En la raíz de toda esta triste historia yacía la incredulidad. La incredulidad produce cada pecado, y es la única causa tras toda la calamidad y malignidad que existe.

Dios requiere una sola cosa para la salvación, y es la fe. La ausencia de fe se llama incredulidad. La fe significa la confianza en el Padre y en el Hijo, y Dios la aprecia sobre todas las cosas. Jesús dijo: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que Él ha enviado” (Jn.6:29). Vemos, otra vez, como le importaba a Cristo que los hombres entendieran que Él no existía para cualquier fin personal, sino que fue enviado por Otro, y que Aquel otro era el Dios de ellos. Él le envió para su salvación. El único “acto” que tenían que llevar a cabo era confiar en un Dios fiel que podía lograr la salvación eterna de sus almas.

Debemos entender que la fe que Dios requiere no se encuentra intrínsecamente en el hombre caído. No hay nada en él que le haga buscar o creer en Dios. Naturalmente corre en dirección opuesta, la de la incredulidad (v:19). El Padre tiene que traerle a Él y también darle la fe que le salvará: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn.6:44), y entonces “la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo (Ro.10:17, LBLA). Es esencial que entendamos esta verdad. El Espíritu Santo tratará el asunto de la fe en el siguiente capítulo.



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