Carta a los Gálatas

Carta a los Gálatas

Carta a los Gálatas

 

Un estudio expositivo por Lowell Brueckner

 

Capítulo 3

Insensatos y embrujados

Gálatas 3:1-6

  1. “¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros antes cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?”

 

Los gálatas eran insensatos. La Versión Amplificada, con su característica exhaustividad, dice: “¡Vosotros gálatas, pobres, absurdos, desconsiderados e irreflexivos e insensatos! ¡No pienses que está exagerando! Las palabras no pueden llegar a expresar adecuadamente lo estúpido que es aceptar el error después de haberse enfrentado con la verdad; volver a la teoría, cuando la realidad ha sido experimentada; convertirse en ovejas que siguen a los lobos en lugar de seguir al Pastor; o creyentes que prefieren la ley sobre la gracia.

Para que se haya podido producir tal engaño, Pablo reconoce algo más siniestro y poderoso que una persuasión meramente humana. Los demonios han estado involucrados. Ellos no solamente son tentadores que provocan a los cristianos a pecar moralmente, sino que se meten en la doctrina cristiana, torciendo las Escrituras. Pablo escribe a Timoteo: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti.4:1). La palabra que tenemos traducida en la RV60 como fascinar, significa, exactamente, traer una maldición sobre alguien, hechizar, embrujar.

 

En Juan 10, Jesús asegura que Sus ovejas no escucharán a los extraños: “Al extraño no seguirán Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas” (Jn.10:5,8). Estoy seguro de que habla de la misma manera en la que el Nuevo Testamento trata con el pecado: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Jn.5:18). Es posible que el cristiano peque (1 Jn.2:1), pero no podrá hacerlo habitualmente ni persistir en ello. De igual manera, es posible que un extraño llame la atención a una oveja durante algún tiempo, pero el Pastor intervendrá antes de que la oveja sea herida irremediablemente. Sin embargo, para que la falsa doctrina predomine, como pasó en Galacia, debe existir un buen número de cabras inconversas y carnales entre la manada. Por naturaleza, ellas están siempre predispuestas a seguir la falsedad.

Fascinar o embrujar es un proceso de coaccionar a la gente, moviéndoles a hacer malas decisiones y a tomar pasos perjudiciales. No conozco mejor ejemplo en toda la Biblia que el caso del rey Saúl. De la misma manera que el pueblo de Israel estuvo bajo su reinado, así también los gálatas han estado bajo la influencia y autoridad de un liderazgo carnal. Para ayudarnos a entender el proceso necesitamos saber la amistad que existe entre la carne (es decir, la naturaleza caída humana) y el diablo. Lo que empieza en la carne, terminará en la esfera del ocultismo.

La vida de Saúl es un ejemplo de la carnalidad que puede existir en alguien que está delante del pueblo de Dios. Al estudiar acerca de su manera de dirigir, podemos entender lo que estaba pasando entre los judaizantes que influenciaban a las iglesias de Galacia. La carne tiene muchas maneras de manifestarse. El judaísmo fue la herramienta utilizada en el día de Pablo, pero instruirnos solamente contra las artimañas del judaísmo no sería suficiente, ya que hay otros muchos recursos que pueden utilizarse. Trataremos de aprender los principios espirituales tras ellos para poder entender mejor el asunto que Pablo estaba tratando con los gálatas.

Cuando un individuo (o individuos) se aferra tercamente a su posición sobre la manada del Señor y exagera esa posición, puede salirse de los límites de su responsabilidad y empezar a tomar el papel de Dios sobre ella. Tomará la iniciativa, en lugar de esperar y confiar en el Señor. Como el rey Uzías (2 Cr.26:18-19) muchos años después, Saúl intentó entrar en el ministerio del sacerdocio. Él pensó que era indispensable para el bienestar del pueblo (fíjate en 1 S.13:8-14).

Un segundo gran error que cometió Saúl fue poner sus preferencias sobre la Palabra de Dios. Me estoy refiriendo a la batalla contra los amalecitas, en la cual Saúl recibió el mandamiento de parte de Dios de destruir a todos, incluyendo sus posesiones, pero en lugar de hacerlo, Saúl salvó la vida del rey y lo mejor de su ganado.

Pienso que también aquí debemos tomar en cuenta el don de profecía que de vez en cuando venía sobre Saúl. ¿Recuerdas que hicieron un proverbio por el hecho de que Saúl profetizara? “¿También Saúl entre los profetas?” (1 S.10:11-12, 19:24). ¿Podría ser que esta fama le motivara, de alguna manera, a alzar en alto su “don”, y tomar más ligeramente el mandamiento de Dios? Como acabo de decir, creo que es algo en lo que debemos pensar.

Después de este segundo error fatal, Saúl ya se movía totalmente en la esfera de la carne, cometiendo una equivocación tras otra. Intentaba justificarse y excusar su comportamiento. Su temperamento se volvió gruñón e iracundo. Para todos era incómodo estar en su presencia, aunque él, de todos modos, recompensaba a los que le eran leales. Asiéndose desesperadamente a su inseguro reino, finalmente se metió en el ocultismo, visitando a una médium. Saúl había sido embrujado, pero aún con todas estas características, después de su muerte, él continuó teniendo seguidores, que funcionaban y batallaban para adelantar sus propósitos. Por un conflicto de intereses, ellos no podían discernir la dirección que el Señor estaba tomando.

Estoy sugiriendo que los judaizantes habían vivido un proceso semejante en su propia experiencia con la cristiandad y también habían adquirido algún apoyo del reino de las tinieblas. Si alguna vez has tratado con sectas, conocerás lo atadas que están a la religión. No se trata solamente de algo natural ni intelectual, sino espiritual, y por estar tan metidos con fuerzas sobrenaturales, pocos son liberados.

En el primer versículo, tenemos que considerar una última verdad. Es el tema del evangelio y el poder con que se proclama. Pablo se refiere a ello en una pequeña declaración. Intentaré ser breve con mis comentarios. El tema central del evangelio es la cruz de Cristo: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co.2:2), escribió Pablo, y es lo que predicó a los gálatas. ¿Pero, cómo lo predicó? “Mi palabra y mi predicación fuecon demostración del Espíritu y de poder (1 Co.2:4).

Ante los ojos y oídos de los gálatas, él predicó públicamente con tanto poder del Espíritu Santo, que ellos pudieron ver a Cristo y Su cruz como una realidad. Oh, hermanos, ¡esto es indispensable!

¿Cómo podemos llevar un incidente que ocurrió hace dos mil años al siglo XXI, y captar la atención de los ojos y oídos modernos? Me miro y veo insuficiente poder y pasión. ¡Que Dios nos ayude! Es tiempo de buscar al Señor… ¡que sea ésta la prioridad sobre todas las prioridades! Tenemos que ser revestidos con el poder del Testigo que presenció todo lo acontecido. Él sí puede retratar a Cristo con un poder sobrenatural que hace al pecador postrarse ante Él, arrepentirse de su pecado, creer y recibir la salvación. Eso es lo que pasó a los gálatas y demuestra, con más intensidad todavía, el poder maligno que les había cegado ante el Cristo crucificado, a quién Pablo puso delante de ellos.

  1. “Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?

  2. ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?

  3. ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que realmente fue en

  4. Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?

 

En esta porción, Pablo transmite la realidad de la experiencia cristiana. Recibir el Espíritu como lo hicieron los gálatas, no fue una instrucción dada por Pablo, ni algo teórico. Cristo Jesús crucificado les fue claramente presentado en la predicación del evangelio, por ello los gálatas creían, recibían el Espíritu y nacían de nuevo. No había que predicar sobre la circuncisión ni las obras de la ley.

Cuando el evangelio comenzó en las ciudades de Galacia, no había dudas sobre la obra del Espíritu en las vidas personales. Los creyentes nacían del Espíritu y empezaban a andar en el Espíritu. Por eso, como hemos visto antes, fue una insensatez dejar aquella maravillosa realidad para aceptar una doctrina que ellos ni siquiera habían probado. Fueron persuadidos por hombres astutos (inspirados por demonios) para cumplir con la ley y circuncidarse, sin saber su resultado. Judas los describe bien: “Éstos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos: nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados” (Jud.1:12). Al hacerlo, los gálatas empezaron a funcionar completamente a través de otra fuente de poder generada por la carne. Fue un esfuerzo humano, motivado por la naturaleza caída en la que confiaban, en lugar del mover del Espíritu.

Los gálatas sufrían por causa del evangelio. En Antioquía de Pisidia hubo una oposición de parte de la población judía que hizo que las mujeres destacadas y los hombres de la ciudad echaran fuera a Pablo y a Bernabé. El relato en los Hechos habla de esta persecución, tanto por parte de los gentiles como de los judíos. Pablo cayó como muerto después de ser apedreado en Listra. Los creyentes, seguramente, fueron testigos de un milagro o, posiblemente, de una resurrección, tras ver a Pablo levantarse del suelo y acompañarles a la ciudad. Puedes estar seguro de que la persecución continuó cuando Pablo salió de esos lugares; los creyentes tuvieron que sufrir mucho.

Quien suministraba el Espíritu y hacía maravillas fue, obviamente, Dios. Dondequiera que Pablo viajaba, la Palabra recibía confirmación divina por medio de la presencia misma de Dios, haciendo Su obra sobrenatural. Decir que los milagros han cesado después de los días de los apóstoles, según lo veo yo, es decir que Dios cesó de hacer Su obra.

Una teoría popular, enseñada hoy en día, enseña que Dios utilizaba los milagros en el primer siglo para convencer a los judíos de la realidad del evangelio, pero Pablo dice totalmente lo contrario en Romanos 15:18-19 (LBLA): “Porque no me atreveré a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, en palabra y en obra, con el poder de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén y por los alrededores hasta el Ilírico he predicado en toda su plenitud el evangelio de Cristo”.

Pablo escribió a los tesalonicenses: “Nuestro evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción” (1Tes.1:5). El escritor del libro de Hebreos habló de la manera en la que, primeramente, la salvación fue anunciada por el Señor y después por los discípulos que escuchaban, “testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad” (He.2:4).

Pablo habló de la demostración y el poder del Espíritu por su palabra y predicación. Siguió diciendo que “el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1Co.4:20). La obra sobrenatural continuó después de que Pablo se apartara, porque menciona que a los corintios nada les faltó en ningún don (1:7). En los capítulos 12 y 14, les aconsejó sobre el uso apropiado de los dones espirituales. Cuando vemos la lista de ellos, podemos ver la naturaleza milagrosa de cada uno, algunos manifestándose por el hablar y otros por los hechos. Aparentemente, en el tiempo en el que Pablo les escribió, los gálatas todavía estaban experimentando el poder sobrenatural de Dios, porque el versículo 5 habla en tiempo presente de los milagros entre ellos.

¿Cuándo, entonces, vemos que en el Nuevo Testamento se empieza a comentar claramente sobre el cese de la obra sobrenatural de Dios entre Su pueblo? La predicación del evangelio entre los gentiles sigue siendo una obra sobrenatural, y siempre lo será. La razón es porque, al hablar de la novia de Cristo, estamos tratando con una entidad celestial, y si fuera formada y alimentada meramente por el hombre natural, sería una novia indigna. Poner el presente y el futuro de la iglesia en las manos de los hombres sería reducirla a una creación humana. ¡Eso nunca puede ser! La naturaleza de esta obra es totalmente espiritual. ¿Cómo podría funcionar este cuerpo si estuviese limitado a los talentos y capacidades de los hombres? Me temo que ha llegado el día del cual Pablo escribió en 2 Timoteo 3:5: “Porque habrá hombres que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”.

  • “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por ”

 

Ahora, Pablo empieza con sus argumentos doctrinales y todo lo que ha reclamado en los primeros dos capítulos, sobre el apostolado y el liderazgo, está basado sobre su conocimiento, revelación e interpretación fiel de las Escrituras del Antiguo Testamento. Creo que lo iremos viendo más claro a medida que avancemos en este estudio. Está enseñándonos que, el creyente, en el tiempo del Nuevo Testamento y por toda la época de la iglesia, será declarado justo por creer a Dios, así como Abraham lo hizo en Génesis. Más allá de cualquier otro derecho, sacrificio o capacidad que tenga o manifieste quien sea, la cualificación esencial para el liderazgo cristiano es el conocimiento y entendimiento de la Escritura. Nadie puede reclamar legítimamente una posición entre el pueblo de Dios, si no puede insertar un sólido fundamento doctrinal entre ellos.

Cada verdadero esfuerzo evangélico tiene que estar basado firmemente en toda la Palabra de Dios. Hemos visto que Pablo habló de haber fundado legítimamente las iglesias de Galacia porque había predicado el verdadero evangelio, y sabemos que era el evangelio porque estaba totalmente basado en la predicación de la Escritura. Hemos visto en el libro de los Hechos que, repetidamente, Pablo declara que predicó la Palabra de un lugar a otro. En Hechos 13:16-41, nos da una muestra de su predicación en Antioquía de Pisidia, y podemos ver que es totalmente bíblica porque está basada en el Antiguo Testamento (vs.13-22); sigue un relato sobre el ministerio de Juan Bautista y Cristo (vs. 23-31); continúa hasta el versículo 41 citando (en orden) Salmos 2:7, Isaías 55:3, Salmos 16:10 y Habacuc 1:5.

El evangelio tendrá resultados cuando la gente crea y reciba las Escrituras. Tenemos un ejemplo de esto en lo que Pablo escribe a los tesalonicenses: “Cuando recibisteis la Palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1Tes.2:13). De esta forma fue fundado el cristianismo en cada lugar; no puede hacerse verdaderamente de otra manera. Es la manera en la que Dios obra en las vidas y en la que Él forma a los cristianos. Pablo afirmó que, si volviera con algún otro mensaje que el que había predicado desde el principio, se le considerara maldito (anatema).

Cuando Jesús dejó en manos de Sus discípulos el futuro del evangelio y el propósito de Dios en la tierra, dijo: “Que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lc.24:44-45). Ellos tenían que tener un claro entendimiento de la Palabra de Dios para poder estar involucrados en Su obra. En el mismo capítulo, Él mismo dio este ejemplo: “Comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían” (Lc.24:27). En los cuatro Evangelios los escritores fueron muy cuidadosos en demostrar que Jesús de Nazaret era el Cristo prometido en las Escrituras del Antiguo Testamento.

 

El evangelio del Antiguo Testamento

Gálatas 3:6-14

  1. Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por

  2. Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de

  3. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.

  4. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente

 

No importa quien, ningún líder moderno puede compararse con el apóstol Pablo. Su enseñanza estaba bajo una inspiración especial e inerrante. No hay errores en su doctrina, la cual intentaremos entender en este estudio expositivo de Gálatas.

Creo que hemos dejado claro que nadie puede dirigir la manada de Dios sin un entendimiento de la revelación de toda la Escritura, desde Génesis hasta Apocalipsis. Jesús mismo lo requirió de Sus discípulos en Lucas 24:25-27; 44-46. ¿Puedes ver a los dirigentes en el lugar de Pablo, como pastores sobre la manada de Jesús, si Jesús mismo no “les declara en todas las Escrituras lo que de él decían”, como lo hizo con los dos en el camino a Emaús? ¿Puedes imaginarte a líderes cristianos, como los apóstoles, si Jesús no “les abre el entendimiento, para que comprendan las Escrituras?” Las Escrituras, de las que se habla en estos versículos, eran el Antiguo Testamento, las únicas Escrituras que existían en aquel tiempo. No debemos tomar en serio la presunción de un llamamiento divino de ninguno que no haya sido instruido en toda la Biblia, desde el principio hasta el final. Cualquier pastor tiene que entender y enseñar fielmente lo que cumplió Jesús en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.

Ahora, intentaremos seguir, mientras Pablo cambia de un argumento personal, en los versículos del 1 al 5, a un argumento bíblico, empezando en el versículo 6. Un argumento sobre la experiencia personal nunca es suficiente; tenemos que entender el evangelio según la Biblia. J. C. Ryle dijo: Nunca, nunca, olvides que el único fundamento de una fe sana es un conocimiento textual profundo de la Biblia. Él razona con los gálatas y, por medio del Espíritu Santo, también razona con nosotros, acerca de la vida de Abraham en el libro de Génesis (Gé.15:6). La verdadera fe en el evangelio de Jesucristo es la misma fe que poseía Abraham. Esa fe le llevó a la justicia y es la única forma de llegar a la justicia en cualquier tiempo y lugar. Es la fe que viene de Dios la que salva y produce en el creyente la confianza en Él.

En primer lugar, tenemos que entender que la justicia que Pablo enseña es, simplemente, un estado de estar bien delante de Dios. Si tenemos cualquier concepto de la santidad de Dios, entenderemos que nunca lograremos esta justicia por medio de guardar la ley o por esforzarnos en perfeccionar nuestro comportamiento. Siempre estaremos miserablemente destituidos de la gloria de Dios. Abraham encontró la manera de hacerse absoluta y perfectamente justo delante de Dios, y fue por creer en Él. En su gran presentación doctrinal del libro de Romanos (4:3), Pablo cita el mismo texto que aquí, en el versículo 6.

Ser “contado por justicia” significa que, cuando una persona cree, la justicia hace que sus deudas, los pecados cometidos contra Dios, queden borradas. En Romanos 4:23-24, Pablo escribe: “No solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro”. En esa cuenta ahora aparece una sola palabra… “justificadas”.

Cada verdadero creyente tiene los mismos genes espirituales de Abraham y, siendo un hecho, somos sus hijos. La genética espiritual, tanto como lo es la física, es una realidad, y es más fuerte y exigente. La Biblia tiene mucho que decir sobre el tema. Cuando encontramos la palabra generación en el Nuevo Testamento, normalmente no se está refiriendo al tiempo o a cierto pueblo de alguna época, como normalmente entendemos. La palabra griega es la misma de la cual derivamos nuestra palabra gen en español. Tiene que ver con la genética, una raza, un tipo de gente.

Por eso, Juan Bautista llamó a los fariseos y saduceos generación de víboras” (Mt.3:7). Pedro, positivamente, usando la misma raíz de la palabra griega, llamó a los cristianos “una generación (linaje, RV60 y LBLA) escogida” (1 P.2:9). Cada ser humano tiene que ser fiel a sus genes. Jesús estuvo hablando de genes espirituales, al decir a los judíos: “Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais” (Jn.8:39). Les acusó: “Vosotros hacéis las obras de vuestro padre” (8:41), y después, llanamente, dijo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (8:44).

Por eso, ya que por nuestra naturaleza procedemos de la simiente caída de Adán, cada uno de nosotros tenemos que ser convertidos, por medio de un nuevo nacimiento, para poder hacer la voluntad de Dios. Entramos en la nueva creación por medio de la fe. La fe es la que hizo de Abraham el hombre justo que era en el centro de su personalidad; él era “el creyente Abraham” (es lo que era él), y Pablo define a los creyentes “los de la fe” (es lo que son ellos). Estamos hablando de una nueva esencia, un nuevo carácter. Por fe, somos hijos de Abraham y venimos de su misma naturaleza espiritual, y por ello, vivimos bajo la bendición de Dios, tal como Abraham.

Ya desde la antigüedad, Dios vio de antemano que la justificación de los gentiles sería la misma que la de Abraham, y aquí Pablo cita Génesis 12:3: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. La palabra “justificar” significa ser declarado ‘no culpable’. Por supuesto, Dios no solamente sabía de antemano acerca de la justificación de las naciones no-judías, sino que también la ordenó de antemano.

De aquí en adelante, verás que toda la enseñanza de Pablo procede de su conocimiento de las Escrituras. No enseña nada fuera de ella, y nos ha advertido de que cualquier enseñanza extra-bíblica es herejía y trae una maldición sobre el maestro. Notarás, en el versículo 8, que Dios predicó el evangelio a Abraham, y que no hay otro evangelio. Es el mismo que predicó Pablo. El mensaje declara la manera de ser salvo, es decir, bendecido, y empieza en el libro de Génesis, no en Mateo.

  1. “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.

  2. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá;

  3. y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por

  4. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero ),

  5. para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.”

 

Utilizando el ejemplo de Abraham, Pablo nos indica la única manera de ser salvo (sinónimo de ser contado como justo). Viene solamente por la fe, y la fe significa creer, confiar, aferrarse y depender de Dios. Cualquier otra manera es falsa, y el gran problema de los gálatas es que escogieron la falsa. Por ello, Pablo trata con esa mala elección, declarando que la consecuencia por ello es estar bajo maldición.

La lógica es la siguiente: La bendición de Dios está sobre Abraham, porque él creyó a Dios y, de la misma manera, cada creyente está bajo Su bendición. Los que intentan ganar Su bendición por medio de las obras de la ley, no solamente no logran tenerla, sino que, en verdad, caen bajo Su maldición. Como siempre, Pablo quiere que el lector sepa que esto no es ninguna conclusión, opinión o revelación personal, sino la enseñanza del Espíritu Santo por todas las Escrituras.

 

Jesús estableció el principio antes de empezar Su ministerio, cuando fue tentado por el diablo. Él atacó la mente de Jesús, introduciendo falsos conceptos, pero Jesús le contestó con la Escritura. Aun cuando Satanás le citó un texto con una interpretación falsa, Jesús le desafió con otro texto, aplicado correctamente. Así hará Pablo ahora, desafiando la doctrina de los judaizantes con la clara enseñanza de la Biblia, citando Deuteronomio 27:26.

El texto nos enseña: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley”. Si una persona cumple perfectamente todas las cosas escritas en el libro de la ley, vivirá. Sin embargo, el hecho brutal es que no hay ninguno, bajo toda la creación, que haya hecho perfectamente todo lo que la ley demanda. Por eso, cualquier persona que elige estar bajo la ley y se entrega a permanecer en ella y a hacer todo lo que demanda, vive bajo una maldición horrible. Este era el dilema de la iglesia de los gálatas.

Aunque el evangelio fue predicado en los días de Abraham y por toda la historia, fue el profeta menor, Habacuc, quien nos dio la solución para la maldición con una concisa declaración: “El justo por la fe vivirá”. Es citada tres veces en el Nuevo Testamento; Hebreos 10:38, Romanos 1:17, Gálatas 3:11. El tema central del evangelio ya le fue dado al profeta del Antiguo Testamento por medio de una revelación. Permíteme parafrasear: El creyente es hecho justo y recibe vida espiritual por creer, confiar, aferrarse y depender de Dios. Éste también fue el tema que despertó al monje, Martín Lutero, y nos trajo la Reforma. ¡Fue un concepto libertador, una gran liberación de la maldición!

Pablo hace una comparación entre la ley y la fe: “La ley no es de fe”. ¿Por qué concluye así? Porque la ley requiere el cumplimento perfecto de sus obras; la fe no requiere obras, de hecho, la fe descansa sin obrar por confiar totalmente en otro, y ese otro es Cristo.

Hasta que la fe entra en nuestras vidas, todos estamos bajo la ley, que espera de nosotros que la guardemos perfectamente. Esta demanda se aplica a los que conocen la ley, pero también a los que no la conocen, tanto al gentil como al judío. Nadie escapa por la ignorancia. Dios se fijó en nosotros por Su misericordia y envió a Su Hijo para guardar la ley, en primer lugar, para que no estuviera bajo la maldición por Sus propias transgresiones. Cristo nos redimió, pago el precio de rescate por los esclavos del pecado, y tomó nuestra maldición sobre Su inocente persona.

Sin ninguna culpabilidad, sino voluntariamente, se hizo maldición de la manera prescrita en las Escrituras; no al ser apedreado, sino al ser colgado en un madero: “Maldito todo el que es colgado en un madero” (Dt.21:23). Sabiendo esto, Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir” (Jn. 12:32-33). Los judíos no proveyeron la manera apropiada de ejecutar al que consideraban culpable, y por eso, según la Escritura, Él tuvo que morir bajo una sentencia romana. Murió la muerte de un gentil “para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles”.

Debemos sentir fuertemente en el corazón la ofrenda de alabanza hecha por Pablo, al contemplar el plan de Dios para la salvación que incluía a todas las naciones de la tierra: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Ro.11:33).

Pedro, y todos los judíos que estaban con él, pudieron atestiguar acerca del derramamiento del Espíritu sobre los gentiles en Cesarea. Los gálatas también recibieron el Espíritu (v.5). No fue por las obras de la ley, sino por el oír por la fe. Y por la fe en Jesucristo, los gentiles reciben el Espíritu Santo prometido a los judíos. La fe abre un camino donde no lo hay.

El moabita era maldito y jamás podía morar entre los hebreos, pero, por la fe, Rut, una moabita, no sólo vivió con ellos, sino que también la fue dado el grandísimo honor de ser una antepasada, primeramente, del rey David, y mucho más maravillosamente todavía, de su excelente Hijo. La fe se goza sobre las obras de la ley, heredando la bendición eterna; la bendición de Abraham, la cual recibió antes de ser circuncidado.

La simiente de Abraham

Gálatas 3:15-29

  1. “Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.

  2. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.

  3. Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa.

  4. Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa.”

Uno de los puntos principales que estoy intentando aclarar en este estudio bíblico es que no podremos entender las cartas de Pablo si no somos estudiantes del Antiguo Testamento. Algunos han oído que el Nuevo Testamento es para la época del cristianismo y que el Antiguo Testamento es de menos importancia para nosotros hoy. Quiero desafiar esta falsa suposición, porque es una mentira, y ninguna destacada autoridad sobre la Biblia me refutaría.

A menudo, pregunto a los oyentes o lectores: ¿Para quién creéis que fue escrito el Antiguo Testamento? Abraham solamente leyó las Escrituras acerca de la creación, el diluvio y la torre de Babel. Moisés supo hasta José como gobernador de Egipto; el establecimiento de la nación hebrea, su liberación de la esclavitud y su jornada por el desierto. David nunca estudió acerca de los profetas mayores ni menores, e Isaías no sabía nada de la historia del cautiverio en Babilonia. Jeremías nunca leyó del regreso de los cautivos a su patria, ni de la reedificación del templo y la ciudad de Jerusalén. Ezequiel tampoco supo nada acerca de estos eventos, y nunca pudo estudiar los escritos de los últimos profetas, como Malaquías y Zacarías, por ejemplo.

Pablo contesta perfectamente a mi pregunta: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos(1 Co.10:11), y “las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro.15:4). Si quieres, puedes estudiar también estos textos relacionados con el tema: Romanos 4:23-24;1 Corintios 9:9-10; 2 Timoteo 3:16-17.

La predicación, las cartas y la doctrina de Pablo estaban firmemente edificadas sobre las Escrituras del Antiguo Testamento. En los versículos 15 y 16 tenemos más de lo mismo; es un pasaje muy interesante. Pablo escribe acerca de cierto descendiente de Abraham. Aunque el libro de Génesis a menudo se refiere a la posteridad o descendencia de Abraham en plural, nunca se refiere a toda la simiente. Por ejemplo, la promesa no era para Ismael, ni para los hijos de Abraham, nacidos de sus concubinas. Tampoco incluía a su nieto, Esaú.

En Génesis 3:15, cuando la Biblia habla de la simiente de la mujer, significa que un solo Hombre vendría y heriría la cabeza de la serpiente. Pablo pudo ver que Abraham también llevaba en él mismo una Simiente especial, que pasó de generación en generación hasta ser concebido en el seno de la Virgen María. Pablo sabía, por revelación del Espíritu Santo, que esta Simiente era Cristo.

Un pacto legal entre hombres, dice Pablo, una vez ratificado, nunca podrá cambiarse; nada podrá añadirse ni quitarse. La promesa de Dios a Abraham y a su Simiente es infinitamente más segura. Fue confirmada por la Autoridad divina 430 años antes de que la ley viniera por medio de Moisés. Los judíos creían que la ley estaba por encima de todo y los judaizantes pensaban que hacer las obras de la ley era necesario para la salvación: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hch.15:1). Pablo declaró que, si un pacto entre hombres no puede cambiarse legalmente, entonces, con mucha más seguridad, la palabra de Dios no puede ser modificada ni anulada. Hasta el día de hoy, la promesa dada a Abraham sigue siendo válida y superior a la ley.

El evangelio le había sido predicado a Abraham. Lo que estos versículos están tratando es de la bendición de la salvación dada por creer a Dios; esto mismo les fue dado también a todos los que son de la fe de Abraham. Los judaizantes insistían en que el creyente tenía que guardar la ley, pero el apóstol, llamado y enviado por Dios y no por el hombre, aseguró a cada creyente que no es así. Pablo no permite que se introduzca ningún otro factor que altere la verdad de que la salvación es solamente por la gracia, por medio de la fe. El que incluye la ley en el asunto de la salvación está enseñando que la fe es incompleta y que no es suficiente. Pablo dice que, si la salvación viniera por la ley, entonces no podría ser por la promesa; él no puede permitir que los judaizantes ataquen la pureza de la promesa de Dios.

  1. Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador.

  2. Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es

  3. ¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley.

  4. Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes.

  5. Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada.

  6. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe.

  7. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo,

  8. pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús;

  9. porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis

  10. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.

  11. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la ”

 

Pablo enseña que la ley es buena, por eso nunca debemos pensar de otra manera. A fin de cuentas, es la ley de Dios. Cuando Dios les dio Su ley, Moisés y los Israelitas tuvieron gran temor. Jesús exaltó la ley, demostrando que el espíritu de la ley no solamente trataba los hechos cometidos literalmente, sino que revelaba la condición del corazón de la persona, junto con sus pensamientos y motivaciones, más allá de las transgresiones cometidas. “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Ro.7:12). “Sabemos que la ley es buena” (1Ti. 1:8). La ley no compite con la promesa; sirven a propósitos diferentes. El judaizante, por no entender bien la ley, está causando mucha confusión.

Ahora, la pregunta es la siguiente: ¿Qué propósito tiene la ley? Anteriormente, en otro estudio, aprendimos algo importante: “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Ro.3:20). La ley es la única autoridad absoluta sobre la cuestión de lo que es o no pecado. Warren Wiersbe comenta: “La ley es un espejo que nos ayuda a ver nuestros rostros sucios, pero el espejo no es un limpiador para el rostro”. La condición presente del pecador no es suficiente prueba de su pecado. No debemos decirle: “¡Fíjate qué vida tan miserable vives! ¿Ves cómo sufres y haces sufrir a otros?” No, tú tienes que apuntarle hacia la ley de Dios y decirle: “Esto es lo que Dios dice que debes o no debes hacer. No has sido obediente y, por eso, eres culpable delante de un Dios infinitamente santo.

¡Tu problema se basa en haber ofendido a Dios!”

Pablo dice que la ley fue añadida por causa de las transgresiones, y enfatiza este punto a Timoteo: “La ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina” (1Ti.1:9-10. Al mencionar, específicamente, cada tipo de pecador, se demuestra cómo han sido quebrantados, en orden, los Diez Mandamientos).

Más que un pacto solamente con Abraham, la promesa le fue dada principalmente a su Descendiente; fue del Padre al Hijo. El trino Dios fue único en el establecimiento de la promesa, es decir, el pacto fue, enteramente, entre la deidad. Sin embargo, la ley vino por medio de un mediador; le fue entregada al pueblo por medio de Moisés y los ángeles también estuvieron involucrados; tanto elementos humanos como angelicales tuvieron que ver en ello. Por eso, Pablo enseña que la promesa es superior a la ley.

Sin embargo, no existe ninguna contradicción entre la promesa y la ley. Ambas colaboran para llevar a cabo el propósito de Dios. La ley no puede justificar al pecador, solamente le expone su pecado y le condena. La promesa justifica y vivifica al creyente que, con toda confianza, acude a la palabra soberana de Dios.

Toda la intención de la Escritura, tanto con la promesa, primeramente, como con la ley, después, es para demostrar a ambos, tanto a judíos como a gentiles, que hay vida y bendición esperando al creyente, aunque éste sea prisionero del pecado. La ley les tiene cautivos dentro de los cuatro muros de una prisión. Además, ilustra por medio de una costumbre que los gentiles podían entender bien, lo del ayo o guardián de niños. El niño romano o griego, bien criado, era encomendado a un esclavo para que le criara, protegiera y disciplinara. El padre había dado la vida al niño, pero el esclavo era el que guardaba su vida. Pablo está diciendo al judío que su nación estaba bajo la ley para prepararla hasta la venida de Cristo.

El ayo era algo temporal e imperfecto. Ponía límites al pecado en la vida del pecador, y le protegía contra sí mismo y su verdadera naturaleza. Le guardaba para que no se destruyese, manifestándole la absoluta depravación de su naturaleza. Aunque le instruía y disciplinaba, no podía detener su pecado.

Sin embargo, la fe es el camino perfecto a la vida y a la justicia. La fe libra del pecado, y el pecador, hecho justo, ya no está más bajo el ayo, que es la ley. Ahora, es hecho un hijo de Dios con una nueva naturaleza, que es compatible con la Suya. Esta nueva vida trae consigo un anhelo interior de santidad.

El bautismo, en el versículo 27, no se refiere al bautismo en agua, sino a lo que representa el bautismo: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos” (1Co.12:13). Es el Espíritu Santo quien nos sumerge en el cuerpo de Cristo. Esto nos hace pensar en el capítulo 2, versículo 20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado vive Cristo en mí”. Esta es la vida y justicia cristianas, es decir, Cristo viene a vivir en nuestro interior: “Este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1Jn.5:11-12).

El cristiano tiene que recordar que su raza, nacionalidad y estatus social, son secundarios. La característica predominante de su vida, ahora, es que él es un cristiano y que todos los hijos de Dios son sus hermanos. Cristo vive en él, pero también en todos los demás creyentes. En nuestros tiempos, no solamente tenemos que romper las barreras raciales, sociales y económicas, sino también las denominacionales. Por supuesto, sólo me estoy refiriendo a la unidad de los verdaderos creyentes de la Biblia, los que confían solamente en Cristo y han nacido de nuevo.

Pablo resume todo en el versículo 29. La promesa le fue dada a la Simiente, que es Cristo, y si tú le perteneces a Él, tomas posesión de la promesa y eres un hijo de Abraham por la fe. Eres heredero de Dios y coheredero con Cristo. ¿Le perteneces a Él? ¿Estás confiando solamente en Él para tu justicia, o todavía te estás aferrando a la auto-confianza, a lo que tú puedes lograr? ¿Te has rendido totalmente a Su señorío y a Sus derechos de propietario, para no considerarte tuyo? ¿Has dejado el propósito de tu vida en Su mano, para que Él pueda usarte libremente y cumplir Sus planes eternos y celestiales?

Quiero terminar este estudio con algo más, algo que posiblemente tú también te estés preguntando; es sobre los santos del Antiguo Testamento. Sabemos que el evangelio le fue predicado a Abraham y que solamente hay un evangelio; el evangelio de Jesucristo. ¿Sabía Abraham acerca del sacrificio de Cristo? La respuesta es que sí lo sabía, como también lo supieron Adán y Eva, Abel y todos los creyentes del Antiguo Testamento que edificaron altares y sacrificaron corderos con sinceridad. Ellos esperaban por la fe al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn.1:29). Abraham fue más allá de su propio conocimiento humano y natural, al decir a Isaac: “Dios se proveerá de cordero” (Gé.22:8).

David vio con detalles a Cristo, desamparado en la cruz, con Sus manos y Sus pies horadados. Vio a los soldados echando suertes sus vestidos, pero también le vio resucitado en medio de Sus hermanos (Sal.22). Isaías sabía que Él estaba cumpliendo el placer de Su Padre, cuando… “herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is.53).



Si continúas usando este sitio, aceptas el uso de cookies. Más información

Los ajustes de cookies en esta web están configurados para «permitir las cookies» y ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues usando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en «Aceptar», estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar