21 Jun Libro de Eclesiastes
Posted at 07:23h
in Estudio de Eclesiastes
Libro de Eclesiastes
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
CAPITULO 3
El tiempo apropiado
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Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su
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Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
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tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;
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tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;
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tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo
de abstenerse de abrazar; -
tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;
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tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;
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tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de
Un estudio honesto sobre Eclesiastés destruirá cierto cristianismo adulterado, basado en la bondad y compasión humanas. Un viejo amigo mío definió tal clase de personas como “El club de corazones sangrantes” y les categorizó bajo una bandera de “santidad” externa. Ellos se deleitan en la suave brisa del hablar tiernamente, practicar la tolerancia y, con los brazos abiertos, aceptar confiadamente a todos. Se horrorizan por una manifestación de enojo, por voces alzadas en señal de protesta, y por la severidad de la disciplina. Casi eliminan de sus conversaciones y de su credo la denuncia del pecado y el castigo eterno. Su amor cubre multitud de pecados, sin necesidad de ningún sacrificio de sangre.
Muchos tienen un concepto de Dios que es demasiado simple, para así poderle meter en su mentalidad. Piensan que le entienden bien y se escandalizan cuando hay una manifestación de la presencia de Dios que es contraria a su concepto de Él; su reacción es “¡Dios jamás haría tal cosa!” Supuestamente, han aprendido que el Creador siempre se involucra con lo que es positivo y bueno. Tienen mucha dificultad en aceptar a un Soberano que puede airarse, y que es capaz de aborrecer y echar a la gente en el infierno. Yo, claramente, recuerdo a una conocida mía, una maestra de la Biblia, que una vez dijo: “No puedo aceptar que mi dios pueda echar a cualquier persona en un infierno” (no he puesto la “d” de dios en mayúscula a propósito. Yo creo que ella era una idolatra que se había creado un dios falso en su mente).
Dios se reveló por medio de Isaías declarando: “El que forma la luz y crea las tinieblas, el que causa bienestar y crea calamidades, yo soy el Señor, el que hace todo esto” (Is.45:7, LBLA). Jesús avisó a Su discípulos: “Os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed” (Lc.12:5). El apóstol Pablo preguntó: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción…?” (Ro.9:22).
El predicador proclama, en el versículo 8, que hay un tiempo de amar y un tiempo de aborrecer. Por favor, entender que conozco bien lo que la Biblia enseña sobre el amor de Dios y lo apreciaré por toda la eternidad. Sin embargo, hoy en día, el problema es que escuchamos, casi exclusivamente, acerca del amor, y muchos se asustan cuando se les informa de que la Biblia también revela el aborrecimiento de Dios. Por eso, quiero citar algunas porciones sobre el tema. Ya me he referido a un versículo en Romanos 9, y en los versículos 11-13, Pablo cita a Malaquías: “(Pues no habían aún nacido (Jacob y Esaú), ni habían hecho aún ni bien ni mal…) Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”. Antes de que concretes tu teología, debes tomar en cuenta tres versículos en los Salmos: “Aborreces a todos los que hacen iniquidad… Dios está airado contra el impío todos los días… Al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece” (Sal.5:5; 7:11; 11:5).
Siendo quién es Él, Dios no toma en cuenta las opiniones de los hombres al hacer lo que hace.
“Nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place” (Sal.115:3 LBLA). “Todo lo que Jehová
quiere, lo hace” (Sal.135:6). “¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?” (Is.40:14). “Él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn.4:35).
Los caminos del Señor son maravillosamente diversos y también equilibrados. Para Él, el momento oportuno es de vital importancia. Leonard Ravenhill citaba dos mandamientos de Dios a Elías: “Apártate y escóndete” y “Ve, muéstrate” (1 R.17:3 y 18:1). Él decía: “Es incorrecto mostrarte cuando Dios te dice escóndete, e igualmente incorrecto es esconderte cuando Dios te dice muéstrate”. Te equivocas si concluyes en que Dios siempre manda de una sola forma.
Precisamente ahora, el Predicador nos presenta este principio; el principio divino del tiempo apropiado en la vida sobre la tierra. Empieza con lo más básico; tiempo de nacer y tiempo de morir. No es que uno sea correcto y el otro incorrecto; tiene que ver con la hora apropiada. Algunos han llegado a una conclusión radical. Dicen que Dios es el que da la vida y el diablo es el que la quita. Se equivocan. La Biblia enseña que nuestros tiempos están totalmente en Sus manos (Sal.31:15). Cada granjero conoce la temporada para sembrar y cual es el tiempo para arrancar la planta madura para la cosecha. Quién no se conforma con las leyes de la siembra y la siega, fracasará en la agricultura o, simplemente, morirá de hambre. Arrancar es tan importante como plantar.
Los pacifistas tienen que aprender que existe un tiempo de matar y también un tiempo de curar (fíjate por ejemplo en Hch.5:5,10; 12:23; Ap.2:23) o, como dice en el versículo 8, hay un tiempo para la guerra y otro para la paz. Esto es algo que nos enseña la historia humana. También es verdad a nivel personal, ya que una persona puede llegar a un extremo en el cual no haya remedio o curación para su vida. También es verdad en relación a los países. El Señor envió a Su pueblo a la tierra de Canaán para destruir a siete naciones. Al llegar, Josué se enfrentó con el Capitán del ejército del Señor, y Josué cayó sobre su rostro y adoró (Jos.5:14 LBLA).
La Escritura revela a Dios como el Señor de los ejércitos, y este es el título que se le ha dado, especialmente, en todo el libro de Zacarías, que habla de los últimos tiempos. Al llegar al fin de todas las cosas, la sanidad se hará más y más difícil, porque el corazón del hombre se endurece siempre más y más. Al final, nuestra época terminará con la destrucción total de los ejércitos del mundo entero. Hay una razón y un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz. ¡Gracias a Dios que se aproxima el Milenio, cuando viene a reinar el Príncipe de Paz!
Hay un tiempo para edificar y otro para destruir y, para no alargarme mucho, incluiremos también el versículo 5, sobre esparcir y juntar piedras, dentro de la misma categoría. Podemos aplicar estos principios a la iglesia y Jesús, quien dijo: “Edificaré mi iglesia” (Mt.16:18). También dijo a los Efesios: “¡Quitaré tu candelero!” (Ap.2:5) y a los de Laodicea: “¡Te vomitaré de mi boca!” (Ap.3:16). Es Su pasión plantar Su iglesia en cada nación del mundo e invitar a la gente a venir a Él desde toda tribu, lengua y nación, para juntos ser como una luz a las naciones y como la sal de la tierra.
Sin embargo, también hay un tiempo para lo que alguien llamó “un avivamiento de la puerta trasera”, que ocurre antes de un avivamiento genuino. Habla de un tiempo cuando los miembros estancados saldrán al entrar nueva luz y vida. Puede pasar tanto en la iglesia local como en una denominación entera, como le pasó a Israel; cuando su testimonio se hace negativo es mejor, por la causa de Cristo, que sea removida. Hay algo más que debemos recordar. Parece constante, durante toda la Biblia, que el tiempo de destruir y esparcir tiene que ocurrir antes de que se pueda edificar y juntar.
Hay un tiempo para la tristeza y para derramar lágrimas, y un tiempo para reír y danzar. En el capítulo 7, el Predicador nos enseñará mucho más sobre este principio, así es que, por lo pronto, apuntaremos solamente a una de las bienaventuranzas, tal y como se encuentra en Lucas 6:21, cuando Jesús dijo: “Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis”. En este texto, vemos la importancia del elemento del tiempo en el principio espiritual. También Jesús, al aproximarse a la crucifixión, dice a Sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn.16:20).
En nuestras relaciones cristianas y nuestra actitud hacia los perdidos, por favor, recordar que hay un tiempo para abrazar y un tiempo para abstenerse de ello. Hablando del pecador, hay un tiempo, cuando tenemos que permitir que la ley haga su obra; que le cause dolor y convicción del pecado. Durante ese tiempo, podemos hacerle mucho daño al querer consolarle. Cuando se arrepiente, es cuando tenemos que animarle y demostrarle amor. Este mismo principio es igual de cierto cuando tratamos con un hermano o hermana en Cristo que se ha desviado. ¡No abraces a la persona cuando ésta necesita ser quebrantada!
Un padre también tiene que pasar por el proceso doloroso de soltar a sus hijos. Hay un tiempo cuando tenemos la responsabilidad de guardarles, protegerles y proveer para ellos. Este es precisamente el tiempo, cuando tenemos que ser fieles, y cuando el Señor requiere que les entrenemos y les disciplinemos. Pero después, tenemos que recordar que el Señor solamente nos les ha dado como un préstamo; finalmente, ellos le pertenecen a Él. Les tenemos que soltar. De igual manera, el evangelista, el líder en la iglesia, o el cristiano maduro, abandona las noventa y nueve y busca a la oveja perdida, hasta que la encuentra. Entonces, la cuida, la alimenta, la disciplina y la enseña todo lo que el Señor manda. Sin embargo, el problema que tienen muchos ancianos es que se olvidan de que las ovejas pertenecen a Cristo y de que, en el momento oportuno, tienen que soltarlas.
Hay un tiempo en el que los corazones tienen que romperse, y después, un tiempo para ser remendados. Ambas obras son del predicador. La espada viviente penetra profundamente en el alma y corazón del receptor y, cuando la espada ha cumplido su propósito, el aceite y el vino son administrados para curar la herida. El vino limpia y el aceite calma el dolor. La necesidad de disciplinar a una persona en Corinto que había caído en inmoralidad, nos da entendimiento de cómo funciona este proceso. Pablo dice, en primer lugar: “(El que cometió tal acción) sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Co.5:5). En otras palabras, ya que este hombre ha despreciado a la iglesia, que experimente vivir fuera de ella, bajo el control de Satanás, para que se arrepienta y sea salvado antes de que sea demasiado tarde. Entonces, en 2 Corintios 2:1-8, Pablo “cose”: “Os ruego que confirméis el amor para con él”.
Uno de los asuntos más delicados del cristianismo es saber cuando hablar y cuando callarse. Algunos de nosotros hablamos con mucha facilidad, mientras otros siempre están callados. Ambas acciones son correctas y ambas están equivocadas. Cada cristiano tiene que aprender que hay un tiempo en el que es necesario hablar, y si no lo hace, es culpable delante de Dios. Tozer habló del “silencio culpable”. Dios amonestó a Ezequiel: “(Si al impío) tú no le amonestares ni le hablares… para que el impío sea apercibido de su mal camino… su sangre demandaré de tu mano” (Ez.3:18, también 33:8). Sin embargo, hay un tiempo, después de ser fiel en hablar, cuando uno tiene que entregar todo en las manos de Dios y descansar en Su obra de amonestar y obrar en los corazones.
¡Qué sabiduría ha puesto Salomón delante de nosotros! He aplicado la mayor parte al Reino de Dios aquí, “bajo el sol”. Al vivir en la imperfección, en un mundo de gente imperfecta, tenemos vírgenes sabias e insensatas. Tenemos peces buenos y malos recogidos en la misma red, y tenemos buena semilla y mala cizaña en el mismo campo. Tenemos una hortaliza de mostaza que se transforma en un árbol gigante, y tenemos levadura en la masa de pan. ¡Que el Señor nos enseñe a orar para que seamos efectivos, al buscar agradarle en nuestros diversos ministerios! Tenemos que ser un pueblo lleno del Espíritu Santo de sabiduría, para poder hacer Su voluntad.
Eternidad en el corazón
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¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?
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Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él.
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Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.
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Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida;
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y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su
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He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres.
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Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó.
El propósito de este libro es provocar al lector a pensar y a examinar correctamente su vida y acciones. Hay demasiadas personas que se pasan la vida funcionando, sin tomar en cuenta el propósito por el cual están viviendo. Se mueven igual que una máquina, habitual y rutinariamente. El arte de predicar está designado para estorbar la conciencia dormida y avisar al alma de la alarmante velocidad a la que está lanzándose hacia su destino eterno. La pregunta con la que empieza esta sección… “¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?” …, está dirigida hacia el individuo, para que considere sinceramente si existe un verdadero propósito tras sus acciones (v.9). El texto no nos da la respuesta, sino que presume no haber provecho en lo que la gran mayoría de la población del mundo está involucrada.
Salomón observa el trabajo que se hace a su alrededor y ve que es el resultado de la maldición sobre la humanidad, por culpa de su pecado (v.10). Dios declaró al Adán caído: “Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá… Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra” (Gé.3:17-19). La consecuencia del pecado se traduce en una existencia miserable en esta tierra. Sin embargo, hay una hermosura reservada para aquel que responde a las oportunidades que Dios ofrece (vs.1-8); son tiempos de sanidad, edificación, risa, baile, de abrazar, de paz y de amor, que vienen para romper la monótona rutina de la vida.
El ser humano tiene el potencial para responder desde su interior a estas bendiciones celestiales. Dios ha puesto la eternidad en su corazón (v.11), es decir, algo a lo que su intelecto no está consciente, pero que le lleva más allá de su limitada capacidad de comprender. De repente, la realidad celestial, más hermosa que cualquier cosa que pueda ser entendida o descrita por el lenguaje humano, se cruza en su camino. Ahora, entra en territorio no conocido; lo terrenal se desvanece, y el pasado, presente y futuro desaparecen, mientras la eternidad se despliega frente a los ojos interiores. La majestuosa realidad de Dios llena su corazón, haciéndole saborear la gran obra en la que Dios ha estado involucrado durante toda la historia, mucho más allá de lo que su intelecto pueda captar.
Para la persona que, en su corazón, responde a la eternidad, la monotonía y el arduo trabajo desaparecen de sus labores terrenales. Ahora, hay dos cosas que caracterizan su vida en esta tierra, como el rey nos presenta: El gozo y la justicia (hacer bien, v.12). Estos son dos de los tres ingredientes con los que Pablo describe el Reino de Dios. Explica que “no es comida ni bebida (según las normas religiosas), sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro.14:17). Cuando el Reino de Dios gobierna el corazón, se vive la vida en un nivel más alto. El apóstol Juan declaró: “El que hace justicia es justo” (1 Jn.3:7). Él hace bien alegremente, según la justicia interior. Ahora, incluso el comer y el beber tienen propósito, y su trabajo se ha convertido en un placer (1 Co.10:31).
Esta persona ha descubierto el propósito de vivir porque ha hallado el plan eterno de Dios. Dios solamente se involucra en lo que es real, verdadero y perdurable (vs.13-14). Vamos a tomar un poco de tiempo estudiando este principio. En Juan 6:32-35, Jesús contradijo la afirmación de los judíos de que el maná, dado por intervención de Moisés, era del cielo. Él contestó, pronunciando dos veces la palabra de autoridad absoluta: “Amén, amén”. Algo es verdadero solamente si el Padre está involucrado en ello: “Mi Padre os da el verdadero pan del cielo”. Añadió que el verdadero pan es “aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”. Él fue la hermosura del cielo manifestada en la tierra, y la vida que Él da, es la vida eterna. El maná cesó cuando Israel entró en la Tierra Prometida, pero este Pan satisface eternamente (Jn.6:35).
En Juan 15:1, Jesús enseñó una parábola sobre una vid. Dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador”. La Biblia nos enseña este principio espiritual que estamos aprendiendo ahora: El Padre sólo hace obras eternas y solamente Su obra puede ser considerada una obra verdadera. Fíjate en Hebreos 8:2: “Aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”. El escritor habla del lugar santísimo, celestial y eterno, en el que el hombre no tiene nada que ver. Ese es el verdadero lugar santo. En el capítulo anterior, hablando del sumo sacerdocio, explica que la razón por la que había muchos sumos sacerdotes es porque morían y tenían que ser reemplazados.
Sólo Jesús es el verdadero Sumo Sacerdote, ordenado por el Padre, porque vive eternamente. La razón por la que “puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (He.7:23-25), es porque Él intercede eternamente por ellos. Perpetuamente, significa total, perfecta y eternamente. Tu salvación eterna descansa sobre tu Sacerdote; pero si éste sacerdote es un ser humano, incluyéndote a ti mismo o a cualquier otro ser, aparte de Dios, no tienes la salvación verdadera y tu fe es vana.
Nada puede ser añadido como un intento de mejorar la obra de Cristo, que es recibida solamente por la fe. El padre de Salomón, David, entendió “la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras”, y el apóstol Pablo enseña que esta bendición es dada por la gracia, “al que no obra sino cree en aquel que justifica al impío” (Ro.4:5-6). Pablo afirma la misma verdad a su discípulo, Tito: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5). Ahora, une todo en dos versículos a los Colosenses: “En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él” (Col.2:9-10).
La salvación es una obra totalmente de Dios, a la que no se puede añadir ni quitar. Cualquier otra cosa fuera de Él hará que la cruz de Cristo sea declarada nula. Hemos sido advertidos para no alterar Su palabra, por medio de la cual, nos ha comunicado Su salvación. “Toda palabra de Dios es limpia… No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso” (Pr.30:5-6). Moisés avisó dos veces en contra de añadir o quitar de Su palabra inspirada (Dt.4:2; 12:32) y, al cerrar el canon completo de las Escrituras, Juan escribió acerca de las severas consecuencias de alterarla: “Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida y de la santa ciudad” (Ap.22:18-19). Tenemos que tratar la obra y palabra de Dios con un temor piadoso y reverente.
En el texto que acabamos de estudiar acerca de la obra eterna de Dios, Salomón reitera el mismo tema que anunció desde el principio (cap.1:9-10). No hay nada en el presente ni en el futuro que no haya existido en el pasado. Dios no cambia y Su palabra tampoco. Las leyes de la naturaleza siguen fieles e inmutables, por eso, no esperes un cambio en el futuro o el descubrimiento de cualquier nueva verdad, que de alguna manera deshaga lo que Dios ha declarado. Sobre el destino eterno de la humanidad, hay un cielo para obtener y un infierno para evitar. “Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos” (Sal.119:89).
Confusión bajo el sol
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Vi más debajo del sol: en lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí
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Y dije yo en mi corazón: Al justo y al impío juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace.
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Dije en mi corazón: Es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias.
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Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad.
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Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo
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¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra?
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Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque ésta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?