Carta a los Hebreos

Carta a los Hebreos

Carta a los Hebreos

 

Un estudio expositivo por Lowell Brueckner

 

Capítulo 1

Superior a los profetas y a los ángeles

 

  1. Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,

  2. en estos postreros días ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo;

  3. el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.

 

Jesucristo es más grande que los profetas. ¿Quién es Él?

 

Entramos a este capítulo y libro con gran expectación. Si queremos ver a Jesús, ¡abramos nuestros corazones para recibir el alumbramiento que viene del Espíritu Santo! Antes de que el escritor nos dé el primer consejo, ensalza a Cristo y, por ello, nuestros corazones arden y sienten la determinación de serle fieles a Él, no importando el coste. El hecho de que Dios, quien creó y reina sobre el cielo y la tierra, desee comunicar con nosotros, es para nuestro beneficio eterno. Mientras estemos meditando sobre este libro, versículo tras versículo, pensemos en esta verdad. Tanto en el pasado como en el presente, Dios nos habla desde el cielo; tenemos una Biblia que contiene 66 libros, a través de la cual podemos ver asuntos según Su perspectiva (v:1).

Nos asombramos al contemplar la percepción de los profetas y su maravillosa relación con Dios, pero Él nos envió a Uno desde los cielos que es superior a los profetas. En su gran amor por Su pueblo, el Padre recorre el cielo buscando una mejor manera de compartir Sus pensamientos y corazón con nosotros. En estos últimos días, envió Su Palabra personificada… nos envió a Su Hijo encarnado para poder comunicar, por labios humanos a oídos humanos, los propósitos, infinitamente superiores, que existen en la sala de Su trono. (v:2).

Hay algo en la naturaleza de Dios que le da placer en guardar para el final lo que es mejor. Vivimos en los últimos momentos de los últimos días. Pedro citó al profeta Joel, quien profetizó de ellos: “En los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne” (Hch.2:17). Sabemos, entonces, que los postreros días ya habían empezado cuando Dios derramó de Su Espíritu sobre 120 discípulos. Pedro escribió, en su segunda epístola, que el cristiano debe ser paciente mientras espera la segunda venida del Señor porque, “para con el Señor un día es como mil años y mil años como un día (2 P.3:8). Tal y como el Señor ve las cosas, han pasado poco menos que dos días desde el tiempo de los apóstoles.

El versículo 2 nos introduce en el propósito principal de este libro, que es la revelación del Hijo de Dios. El escritor confirma lo que Juan escribió acerca de que Él ya existía antes del principio de la creación, de hecho, fue el Creador del universo (Jn.1:1-3). Dios le constituyó heredero de todo en la eternidad, antes de que creara el universo.

La gloria es aquello que irradia de un cuerpo u objeto, como lo que vemos emanar de las estrellas y lo que sentimos del sol. El sol no sería visible para nosotros, si no fuera por su gloria, que nos da calor y luz. Jesucristo brilla con el resplandor de la gloria de Dios (v:3), y continuó haciéndolo cuando se despojó a Sí mismo y se hizo Hombre, humillado hasta morir (Fil.2:7). Juan dijo: “Vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre (Jn.1:14). También fue Juan quien nos recordó lo que Él dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn.14:9). La imagen misma significa una impresión estampada. Colosenses 1:15 declara que, “Él es la imagen del Dios invisible”. El término demuestra que, aunque es Uno con el Padre, no es la misma persona que el Padre, sino que emana del Padre.

Warren Wiersbe comenta sobre Colosenses 1:17: “Todas las cosas en Él subsisten (se sostienen o permanecen). “Un guía llevó a un grupo de personas para ver un laboratorio atómico y le explicó cómo todo lo que es materia está compuesto de partículas eléctricas que se mueven rápidamente. Los turistas estudiaron modelos de moléculas y se asombraron al saber que la materia consiste principalmente de espacio. Durante el tiempo de preguntas, un visitante preguntó: ‘Si así funciona la materia, ¿qué es lo que la mantiene unida?’ Para esta pregunta, el guía no halló ninguna respuesta, pero el cristiano sí: ¡Es Jesucristo!” El versículo 3, de forma muy semejante, declara que Él “sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder”. No solamente las mantiene permanentemente unidas, sino que las sustenta, llevándolas a cumplir Sus propósitos, desde el principio hasta el fin; El Logos de Dios creó y sustenta todo por la expresión de Su palabra poderosa (Logos es el término griego que Juan usó para Palabra).

Más adelante estudiaremos acerca del sumo sacerdocio de Jesucristo, pero aquí tenemos una declaración que nos introduce en el tema: “Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados”. Los sacerdotes del Antiguo Testamento permanecían de pie continuamente mientras ministraban, generación tras generación, pero Cristo cumplió la obra y se sentó. Como el Hijo de Dios, Él fue el Sumo Sacerdote, gozando de la plena satisfacción y confianza del Padre, y con una autoridad absoluta Él “se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”.

  1. Hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que

  2. Porque, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí hijo?

  3. Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios.

  4. Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llama de fuego.

  5. Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; de equidad es el cetro de tu reino.

  6. Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.

  7. Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus

  8. Ellos perecerán, mas tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura,

  9. y como un vestido los envolverás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán

  10. pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?

  1. ¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?

 

Superior a los ángeles

 

Como si supiera de antemano que algún día iban a aparecer los falsos “Testigos de Jehová”, el escritor de Hebreos, inspirado por el Espíritu Santo, mostró una clara diferencia entre los ángeles y el divino Hijo. La gente que siempre lleva consigo la revista La Atalaya, llegaron a la blasfema conclusión de que Jesucristo no es divino, sino que es el arcángel Miguel. El primer lugar en el que aparece Miguel es en el libro de Daniel. Judas también le menciona en el versículo 9, y Juan en Apocalipsis 12:7. Los Testigos, lejos de poder comprobar tal suposición al no encontrar un buen apoyo en la Escritura, solamente demuestran que están destituidos de la gloria de Dios.

Es verdad que el Hijo de Dios aparece frecuentemente en el Antiguo Testamento como el Ángel de Jehová, significando El Mensajero, es decir, el Verbo del Señor. Sin embargo, los contextos demuestran, claramente, que Él no toma un lugar entre los ángeles, ni siquiera como su comandante, sino que Él es divino e infinitamente superior a los ángeles. A veces también, el Antiguo Testamento le describe como un Hombre, pero refiriéndose solamente a Su apariencia y no a Su naturaleza pre-encarnada. En esta porción, no entraré en detalles, dando pruebas bíblicas de lo que he dicho, porque tendremos suficientes evidencias en este capítulo y por todo el libro de Hebreos.

El versículo 4 le declara como “hecho tanto superior a los ángeles”, y añade que Él tiene un “más excelente nombre que ellos”. Por toda la Biblia vemos que el nombre de una persona revela su naturaleza. El nombre de Hijo de Dios fue heredado en la eternidad, al ser engendrado y no creado. En la tierra, al ser encarnado, fue presentado, precisamente, como el Hijo de Dios. El comentario Jamieson-Fausset-Brown observa: “La plenitud de la gloria de este nombre particular, ‘el Hijo de Dios’, no puede ser captada por medio de la palabra ni el pensamiento humanos”. En la Anunciación, el ángel Gabriel informa a María: “El Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc.1:35). Para ayudarnos a entender las implicaciones divinas del término, permíteme decir que heredar totalmente los genes de un padre, sin tener una madre, implica perfecta igualdad con él. El apóstol Pablo enseña: “No estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Fil.2:6). Jesús mismo dijo: “Que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn.5:23). Los judíos querían matarle porque “decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn.5:18).

En el versículo 5, el escritor empieza a citar las Escrituras del Antiguo Testamento, edificando el Nuevo sobre el Antiguo, como lo hicieron todos los escritores neotestamentarios. La primera cita es de David, en Salmos 2:7, y la palabra hoy se refiere a la eternidad, sin tiempo, un día continuo, no sucedido por ningún otro. Dios declaró Su nombre a la raza humana por la resurrección: “Fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Ro.1:4). La segunda cita es una promesa mesiánica que Dios dio a David en cuanto a su Hijo según la carne (fíjate en 2 Samuel 7).

En el versículo 6, tenemos la orden que Dios dio a los ángeles, y que vemos llevada a cabo en Su encarnación, en Lucas 2:13-14: “Repentinamente apareció con el ángel una

multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Nota la cláusula otra vez en el versículo 6: “Cuando introduce al Primogénito en el mundo”. Denota que fue engendrado en la eternidad y después nació en el mundo. Primogénito no indica el orden en el nacimiento, sino la posición de preeminencia que la Biblia da al primogénito, significando que era sobre todos los demás. Nota el mismo término en Colosenses 1:15: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”. Juan, sin embargo, dice que Él es el unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn.1:14). El Hijo de Dios no está entre los ángeles, ni siquiera como su jefe, sino como el Creador de todas las cosas, “las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él” (Col.1:16). Él creó y Él es adorado por el ángel más majestuoso que existe.

El versículo 7 cita el Salmo 104:4, indicando la velocidad (la palabra traducida aquí como espíritus, sería mejor traducida como vientos. El griego pneuma significa espíritu, viento y aliento, y ruah, en hebreo, significa lo mismo que en griego) y el poder consumidor, con los cuales Dios creó a los ángeles para poder llevar a cabo Sus órdenes. También es correcto decir que los ángeles son espíritus que habitan en los cielos. Los espíritus de los hombres, mientras sus cuerpos se rinden al polvo de la tierra, también hallan un hogar más perfecto en los lugares celestiales; ellos esperan cuerpos transformados y eternos, “semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil.3:21), por medio de la resurrección. En esta tierra, nuestros ‘cuerpos de humillación’ son como un tabernáculo, mortales y conformados al polvo (2 Co.5:1).

Los ángeles son viento y fuego, pero el Padre habla al Hijo en el versículo 8: “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; de equidad (absoluta) es el cetro de tu reino”. Aquí hallamos una declaración tan clara como la de Juan 1:1 (“El Verbo era Dios); que el Hijo es Dios y, por eso, es Único e Infinito en Sí mismo y superior al ángel más alto. Esto es lo que el autor quiere manifestar. Solamente mentes torcidas y corruptas, engañadas por el diablo, verán algo menor. El cetro es el emblema de la equidad de Su reino; Su trono es eterno y solamente puede atribuírsele a Dios. Si Su trono es desde la eternidad hasta la eternidad, tiene que ser el trono de Dios.

Pilato pregunto: “¿Luego, eres tú rey?”, y Jesús contestó: “Tú dices que yo soy rey” (Jn.18:37). Él siempre lo ha sido y siempre lo será, aun cuando Él era el Hijo adoptado de un carpintero y un Prisionero sentenciado a muerte. Aun en la más humilde situación, Él reina, y ningún otro aspirante puede levantarse para tomar Su trono. No pueden hacerlo porque Él es Dios en Su trono; Rey de reyes y Señor de señores. Aun cuando Su trono era una cruz, siendo destinado a la muerte, Él se levantó de los muertos, porque “era imposible que fuese retenido por ella” (Hch.2:24). Él es el Autor de la vida, la luz de la vida y, sobre esa luz, las tinieblas no prevalecerán. Él habita en su luz inaccesible, única e infinita, a la cual ninguno de los hombres puede aproximarse (1 T.6:16). Los hombres y los ángeles son solamente seres creados, pero Él es el Creador, porque “sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn.1:3). También por Él, todas las cosas subsisten (Col.1:17).

No solamente el cristiano, sino también el judío, reconoció que el Salmo 45:6-7, citado en los versículos 8 y 9, era, indudablemente, mesiánico y, por eso, el escritor lo cita con autoridad. No solamente significaba una promesa y esperanza para el judío, sino que fue ampliado para poder incluir también al gentil, quien puede asirse de él, no por medio de

estar relacionado a los patriarcas y profetas, sino por medio de la fe. El Mesías también es nuestro Cristo, Creador y Dios, uno con el Padre y el Espíritu Santo.

El carácter de Dios trata de la justicia y, en Su misericordia, Él también tiene que demostrar Su justicia: “A quien (Cristo Jesús) Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que Él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro.3:25-26). Al mismo grado que ama la justicia, Él aborrece la maldad (v.9). El versículo muestra que Cristo, tanto como el Padre, ama la justicia y aborrece a los que ignoran Su ley (Sal.5:4-5; 11:5).

La cruz fue una demostración de Su justicia, porque Dios tiene que ser reconocido como justo antes de poder demostrar Su misericordia. El pecado no puede quedarse escondido e ignorado en el Reino de Dios. La sangre tiene que derramarse; el pecado tiene que ser castigado. En el Antiguo Testamento, el sumo sacerdote rociaba la sangre sobre el propiciatorio. En la cruz, la ira de Dios fue propiciada, es decir, fue aplacada por medio de Cristo, y solamente entonces podía manifestarse la misericordia. Cristo trató de forma total y definitiva con el pecado, y apareció sin mancha ante el trono de un Dios, infinitamente santo, y fue aceptado. Por la fe, cada pecador también puede estar en Él, sin pecado, ante el trono.

El óleo de alegría está relacionado con el amor a la justicia. “Por lo cual te ungió Dios debe ser entendido como en la Biblia Textual: “Por eso te ungió, oh Dios”, como dirigido al Hijo de Dios como Dios, y después sigue, “te ungió el Dios tuyo David profetizó en otro Salmo mesiánico: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Sal.16:11). La vida triunfó sobre la muerte y Cristo entró en la gozosa presencia del Padre para deleitarse de placeres eternos, bajo la unción del Espíritu Santo. Comenta Jamieson-Fausset-Brown: “La unción aquí significa el óleo de la felicidad, o sea ‘el gozo inefable’ con el cual, después del cumplimiento triunfante de Su obra, ha sido ungido por el Padre Los hombres también participan en parte con Él, aunque son infinitamente inferiores en las glorias, la santidad y el regocijo del cielo”. No hay gozo comparable con la alegría que sigue al pecado que ha sido deshecho.

Permíteme interponer una palabra directa al lector creyente: Cada pecador experimenta el gozo cuando ha sido lavado en la cruz. El Padre te tenía en Sus pensamientos en la eternidad, al crear el mundo; el Hijo te tenía en Sus pensamientos desde la cruz, al sufrir y morir; y el Espíritu Santo te mantuvo en Sus pensamientos en todos los detalles que te condujeron a la salvación. Él obró incluso en tus antepasados, por todas las generaciones, y en toda tu vida, para poder traerte al arrepentimiento y a la fe por medio de Su palabra. La Trinidad ha estado involucrada contigo y, por eso, tú tienes razones para regocijarte en tu salvación.

Desde el versículo 10 hasta el 12, el escritor cita el Salmo 102:25-27. Los detalles sobre el Mesías venidero son abundantes por todo el Antiguo Testamento. Aquí, el señorío permanente de Cristo se proclama en el hecho de que Él perdura más que todas las cosas creadas. Por Su acto de creación, Él determinó la fundación de la tierra y, por Su juicio, perecerá. Él es Señor sobre todo y hace lo que Él quiere. Un cielo nuevo y una tierra nueva reemplazarán a todo lo existente. Sin embargo, fíjate en la palabra mudados, que significa, aunque “los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán” (2 P.3:12), el cielo nuevo y la tierra nueva brotarán de los viejos. Es importante saber que nada de lo que Dios ha hecho puede ser completamente destruido. Jesucristo permanece igual, a través de todo el tiempo, ayer, hoy y para siempre, por toda la eternidad. Por eso, es un acto de suprema sabiduría someternos a Su señorío eterno, para poder recibir la eterna salvación. El cristiano judío, a quien le fue dirigida directamente la carta, tiene que guardar esto en sus pensamientos al enfrentarse con la amenaza de muerte en esta tierra.

Recuerda que Salomón nos enseña, en Eclesiastés, que todo lo que hay bajo el sol es vanidad. Debido a que el mundo envejecerá y perecerá, el apóstol Juan nos instruye, para nuestro bien, a no amarlo ni confiar en él: “El mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn.2:17). Santiago añade: “Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg.4:4). Una canción antigua declaró:

Toma el mundo, pero dame a Jesús Todas sus alegrías son sólo un nombre; Pero Su amor permanece para siempre, A través de los años eternos, lo mismo.

 

¡Oh, la altura y la profundidad de la misericordia!

¡Oh, la longitud y la amplitud del amor!

¡Oh, la plenitud de la redención, Promesa de vida eterna arriba!

 

Antes de terminar el capítulo, contemplemos una cita más del escritor inspirado. Aviva versículo tras versículo del Antiguo Testamento, testificando la supremacía de, a quien hemos conocido como, Jesús de Nazaret. Dios, el Padre, nunca otorgó una posición o promesa a los ángeles como las que dio a Su Hijo. El versículo 13 es del Salmo 110:1, y lo seguiremos estudiando en nuestro paso por el libro de Hebreos. “Siéntate a mi diestra”, denota descanso después de la obra cumplida en la cruz. “Consumado es”, dijo, y apareciendo delante del Padre, se sentó a Su diestra. El Padre le prometió que Sus enemigos formarán el estrado de Sus pies y se someterán a Su señorío: “En el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil.2:10-11).

Todos las Escrituras citadas tienen un solo fin, que es demostrar la infinita superioridad del Señor Jesucristo sobre toda la esfera de los ángeles. Dios los creó para servir; ¡Él vive para reinar! Creer en Jesús es saber que Él es Señor y Dios. Tenemos que determinar esto en nuestros corazones antes de poder considerar Su obra de salvación. De hecho, los ángeles sirven los propósitos del Rey, atendiendo a los que Él vino a salvar. Ellos harán progresar Su Reino hasta que Él regrese a reinar sobre la tierra por mil años. Los ángeles rodean a los que heredarán la salvación eterna. Ellos ascienden y descienden sobre el Hijo del Hombre, llevando nuestras oraciones, combinadas con el incienso del altar celestial, al salón del trono en el cielo, para presentárselas a Dios.



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