Libro de Apocalipsis

Libro de Apocalipsis

Libro del Apocalipsis

 

Un estudio expositivo por Lowell Brueckner

 

CAPITULO 1

La revelación de Jesucristo

 

Capítulo 1:1-3

 

  1. La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben

    suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan,

  1. que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las

    cosas que ha visto.

  1. Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en

    ella escritas; porque el tiempo está cerca.

 

Las palabras revelación y apocalipsis son sinónimas, y significan descubrir. Hoy en día es más común ver las palabras apocalipsis o apocalíptico utilizadas para representar un desastre inminente. Esta definición resulta de los cataclismos descritos en este libro. Como siempre, nosotros tenemos que ser fieles a las definiciones bíblicas.

Juan declara, desde el principio del libro, que ésta es una revelación de Jesucristo, que es el título. Al ver la declaración llegamos a dos conclusiones. Una, es que Jesucristo es el que revela. Y la otra, es que Él es la mayor Persona revelada por el libro. Las dos conclusiones son correctas.

Mi primer libro, escrito entre 1987 y 1990, imagino, fue titulado, El Cristo del Apocalipsis. Durante

todo el libro, solamente me concentré en la presentación de Cristo, sin intentar ver Apocalipsis de forma profética. Probablemente, citaré ampliamente algunos textos del libro, al llegar a las porciones que, particularmente, definen a Jesús.

Un ángel es enviado para demostrar a Juan las señales de eventos futuros. Desde el principio, Dios determinó que el libro debe ser la última incorporación al canon de la Escritura. Lo envió para todos sus siervos, en todos lugares y para todas las edades de la iglesia. Las palabras empiezan a tener relevancia inminentemente.

Juan da testimonio de que ésta es la palabra inspirada de Dios. Es una continuación del testimonio completo de Jesús, el cual empezó en su Evangelio. Juan es un testigo digno de confianza de las cosas que vio (fíjate en Juan 20:30-31; 21:24). Es triste que gran parte de la iglesia de hoy en día, no solamente evita la profecía, sino que la ridiculiza, y menosprecia a las personas que la enfatizan. Dios, por medio

de Juan, pronuncia una bendición para los que estudian la profecía y la guardan en sus pensamientos. Deben estar muy atentos y tomar en cuenta los avisos. El cumplimiento empezó cuando los escritos inspirados terminaron, y siguen cumpliéndose hasta el día de hoy.

Gracia y paz de la trinidad

 

Capítulo 1:4-7

 

  1. Juan, a las siete Iglesias que están en Asia: Gracia a vosotros y paz, de aquel que es y que era

    y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de su trono,

  1. y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la

    tierra. Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con su sangre,

  1. e hizo de nosotros un reino y sacerdotes para su Dios y Padre, a Él sea la gloria y el dominio

    por los siglos de los siglos, Amén.

  1. He aquí, viene con las nubes y todo ojo le verá, aun los que le traspasaron; y todas las tribus

    de la tierra harán lamentación por Él; sí. Amén.

 

“Gracia y paz” fue la salutación de Pablo en las trece cartas a las iglesias, incluido a Tito. Es curioso que añadió “misericordia”, al escribir a Timoteo. Pedro usa “gracia y paz” en su segunda epístola, y Judas agrega misericordia y amor a la paz. Juan, en su segunda carta también añade misericordia, pero ahora, en Apocalipsis, él saluda de manera más sencilla, como lo hace más comúnmente en las epístolas. Solamente quiero señalar que, en la Palabra de Dios, es importante entender que estas salutaciones son más que costumbres; llevan todo el peso de la bendición divina.

El libro está dirigido directamente a las siete iglesias de Asia Menor, quienes, literalmente, son los

primeros recipientes de ello. Sin embargo, vale la pena saber que había más de siete iglesias en esta provincia romana en el día de Juan. Es fácil suponer, por el simbolismo y la naturaleza profética del libro, que solamente siete iglesias fueron elegidas para servir a un propósito más amplio. Siete es el número de perfección completa y creo que, estas iglesias representan toda la iglesia de todas las edades. Pienso que sus características son las mismas que encontramos en diferentes iglesias en cada periodo de la historia. Me inclino a pensar que cada una representa también a un tipo dominante de iglesia en siete épocas históricas, siendo la iglesia de Laodicea la que representa a la iglesia que domina en nuestros tiempos. Escribiré más sobre este tema al llegar a los capítulos 2 y 3.

El libro es una revelación, un final apropiado a toda la Biblia, cuyo propósito mayor es revelarnos la esencia y naturaleza de Dios. Desde el libro de Génesis, donde empieza la revelación, hasta el libro final de Apocalipsis, la Biblia claramente representa a la deidad como una trinidad. Si una persona no puede discernir este hecho, no tiene con que empezar un verdadero estudio de la Palabra de Dios. Probablemente, le hace falta el Espíritu de Verdad morando en él, el que Cristo prometió que enseñaría a Sus discípulos todas las cosas. Si es así, esta persona todavía no ha sido regenerada, y, por lo tanto, es todavía un enemigo de Dios, incapaz de aceptar por fe las cosas que van más allá de su entendimiento.

“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza Creó, pues,

Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Gé.1:26-27).

En el primer capítulo de la Biblia, Dios se revela como un ser trino, y en 11:7-8, vemos exactamente la misma terminología.

Al empezar este último libro de la Biblia, Juan envía un saludo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Padre es “aquel que es y que era y que ha de venir”. Él es eterno, inmensurable en cuanto al tiempo, sin embargo, Él llena cada área que tiene que ver con el tiempo, tanto históricamente, como actualmente y en el futuro, llevando a cabo en el tiempo Sus propósitos eternos, que involucran a toda la humanidad. La descripción del Espíritu Santo como “los siete Espíritus”, es un término complicado. El lenguaje humano es muy limitado para poder describir a la infinita Deidad. Por eso, Juan tiene que hallar la mejor manera de comunicar lo que ha visto.

Cuando Isaías profetizó acerca del Mesías venidero, escribió en 9:6: “Se llamará su nombre

(singular)”, procediendo a dar cuatro nombres, en el intento de transmitir la idea de Sus operaciones divinas. De la misma manera, en Isaías 11:2, se presenta al Espíritu que reposa sobre el Mesías como “el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor” … siete en uno. Quizás, Juan estaba pensando en este versículo cuando escribió acerca del Espíritu delante del trono.

La persona y la obra de Jesucristo

 

Este libro es la revelación de Jesucristo. Juan le describe de una forma más allá de lo que tenemos en los Evangelios, dándonos así la revelación más completa posible de Su persona.

1) Jesucristo es el testigo fiel: Él es perfectamente fiel al revelar al Padre a Sus discípulos, como también al revelarse a sí mismo como el Hijo de Dios; es fiel al vivir y enseñar la Palabra de Dios, y al describir correctamente la verdadera condición de cada individuo y de toda la humanidad.

Jesús usó el término, el testigo fiel, al presentarse a la iglesia de Laodicea (Ap.3:14). Él dijo a Sus

discípulos, en el Evangelio de Juan: “Yo soy la verdad (Jn.14:6). Dijo a Pilato: “Para eso yo he

nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la

verdad escucha mi voz” (Jn.18:37). La verdad triunfará al final. Todo lo demás se desmoronará, caerá y será arrastrado al reino de la oscuridad. No hay relatos exagerados en Su libro. Él registra los fallos y faltas de los hombres, así como sus éxitos. Él nunca colorea nuestros hechos para hacerlos más atractivos. Él nunca remarca un aspecto para así crear una falsa impresión. Él habla tanto del infierno como del cielo; de la persecución como de la felicidad; del infortunio y la aflicción como del júbilo y la alegría; de la ira de Dios, como de Su amor y misericordia.

2) Jesucristo es el primogénito de los muertos. Jesucristo es el último Adán, el último progenitor. No habrá otro. “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es del cielo”

(1 Co.15:47). Concebido en una virgen cubierta por el poder del Altísimo, Él trajo una nueva vida

celestial a una raza condenada y sin esperanza. Desafió a la muerte, vertiendo con gusto Su sangre y descendiendo al sepulcro. Millones se han ido antes y después que Él, pero ninguno ha vuelto jamás.

En la mañana después de la Pascua, las garras de la muerte, que han sostenido a cada hombre desde Adán, se hicieron pedazos bruscamente. El último Adán emergió del sepulcro y vive para siempre, triunfante sobre él. Él es el primogénito de los muertos. Es Su vida la que entra en el espíritu humano, a través de un nuevo nacimiento, y lo aviva para siempre. Ocurre un verdadero milagro.

El hombre es recreado de forma sobrenatural. Sólo de esta manera se entra en el Reino de Dios. Hasta su carne mortal asumirá la inmortalidad, porque los que mueren físicamente en Cristo, resucitarán de nuevo.

3) Jesucristo es el Príncipe de los reyes de la tierra. Pedro advirtió de falsos profetas, “negando aun al Soberano que los adquirió” (2 P.2:1, BTX). En este versículo, la palabra griega es muy fuerte… despotes, que significa gobernante absoluto. Este título es impropio e infame aplicado a un hombre, pero totalmente legítimo para el Príncipe de los reyes de la tierra. Cuando los hombres gobiernan como déspotas, sus súbditos están oprimidos, pero Él es déspota y la justicia prevalece.

Jesucristo no ocupa esa posición porque nosotros lo hayamos elegido. Su majestad no sube y baja con la opinión pública. “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los

cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para

gloria de Dios Padre” (Fil.2:9-11). El escritor de la epístola a los Hebreos anotó otra palabra profética aplicada al regio Mesías: “Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos” (He.1:8). No habrá quien pueda oponerse con éxito a Su reino eterno. No se encontrará fallo ni desperfecto en él. “Lo dilatado

de Su imperio y la paz no tendrán límite” (Is.9:7).

4) Jesucristo es el que nos ama y nos libertó de nuestros pecados. Aunque José se había convertido en un gobernante verdaderamente firme y recto, no fue cruel ni vengativo. Esto fue debido a que, durante los terribles años de esclavitud, José había aprendido los secretos del amor de Dios. Él encontró que sólo a través de los infortunios y las dificultades se fuerza a los hombres a tener una visión honesta de ellos mismos. Su propio sufrimiento, durante trece años de esclavitud y prisión, se convirtió en algo de mucho provecho en cuanto a su trato con los demás. Cuando sus hermanos se presentaron ante él en Egipto, su corazón se conmovió fuertemente, debido al amor que sentía por ellos, aunque les trató rudamente. Intentó, no sólo salvar a su familia del hambre, sino también

dirigir sus almas hacía una correcta relación con Dios.

La cruz revela la profundidad de nuestra corrupción, pero también es la mayor manifestación de amor jamás representada. El amor une a Cristo a la cruz y Su sangre limpia todas nuestras manchas pecadoras. José fue arrancado de las manos de su padre, pero el Padre celestial dio a Su Hijo con gusto. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito” (Jn.3:16). La importancia de estas palabras nunca debe tomarse con ligereza, debido a su familiaridad. Exceden, sin ningún género de dudas, al más sublime de los pensamientos hablados o escritos jamás por un simple hombre. Hay pasión en esas palabras; un amor convertido en hechos.

Pablo intentó expresarlo así: “A su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque a duras penas habrá

alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios

demuestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Ro.5:6-10).

5) Jesucristo hizo de nosotros sacerdotes para Su Padre. Jesús no hizo nada que no hubiese visto y oído de Su Padre. Su ministerio en la tierra fue parte de un plan glorioso, concebido en la mente de Dios antes de que el mundo empezase. Toda la creación fue hecha para su deleite (ver Ap.4:11). El propósito de Cristo no sólo era salvarnos, sino también iniciar una nación de sacerdotes, que sirviesen, trabajasen y tuviesen comunión con Dios.

Como resultado, nos convertimos en beneficiarios, pero sólo cuando nos sometemos a Dios y seguimos Sus deseos y propósitos. Jesús oró por Sus discípulos: “Eran tuyos y me los diste, y han guardado tu palabra” (Jn.17:6). Antes de que Cristo entrase en sus vidas, ellos pertenecían al Padre. Ellos fueron dados a Cristo y, a través de Él, podían aprender a mantener la palabra del Padre. Jesús vino a esta tierra, antes que nada, por amor a Su Padre y, después, por amor a la raza humana. Él ha sembrado el amor en nosotros y nos ha colmado con indecibles regalos, para que nosotros podamos, llenos de alegría, satisfacer los deseos del Señor. Él no obtiene ningún placer en tener a un grupo de sumisos esclavos; Él desea y busca gente libre, amorosa y apasionada para rodear Su trono.

Juan rebosa con una expresión de alabanza a Dios desde el corazón, dándole la gloria y el dominio que le pertenece, por toda la eternidad. Cada cristiano verdadero conoce tal respuesta espontánea al escuchar una declaración de verdad. Juan añade un amén, palabra que da autoridad absoluta a todo lo que ha dicho. La palabra amén se oye en la iglesia dondequiera, sin importar el lenguaje nativo, ya que no existe otra palabra en el mundo con la que poder traducir adecuadamente el término hebreo. Cuando Jesús quiso afirmar poderosamente alguna declaración, usaba dos veces esta palabra, “¡Amén, amén!” (a menudo traducida al español con menos efecto, “en verdad, en verdad” o “de cierto, de cierto”).

6) Jesucristo viene otra vez. La revelación de Cristo produjo en Juan una pasión por Su regreso, que

encontró su expresión al final del libro: “¡Ven, Señor Jesús!” Exiliado en la isla de Patmos, los ojos

del viejo apóstol se dirigieron hacia el principio de un nuevo mundo. La iglesia a la que escribe ha de vivir esperando un gran evento futuro, que sobrepasa cualquier cosa registrada en los últimos 2.000 años. En su epístola, Juan lo llamó “esta esperanza”, ya que “seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es” (1 Jn. 3:2- 3). Pablo instruyó a su converso Tito, que aguardase “la esperanza

bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús”

(Tit.2:13).

Llegará el día en el que el mundo estará en manos del crucificado. Millones y millones llorarán y se

lamentarán cuando sean despertados de sus ilusiones temporales y vean las realidades eternas. Él, de quien dudaron, a quien ignoraron y odiaron, será mostrado ante todos los ojos. Las almas afligidas y las conciencias culpables se inundarán de dolor y desesperación. El Cordero es una terrible visión, cuando es visto desde el lado opuesto de la redención. Reyes, presidentes, grandes intelectuales, generales, adinerados, atletas, esclavos y hombres libres, clamarán para que las rocas y las montañas caigan sobre ellos. Nuestro libro apocalíptico predice sus palabras: “Caed sobre nosotros y escondednos de la presencia del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero” (6:16).

Cuanto más claro entendemos que merecemos la condenación, más gloriosos son los pensamientos

acerca de la misericordia y la gracia de Dios. Los que realmente adoran, han aprendido la grandeza de la redención. Ellos han sido transportados desde el umbral del infierno hasta el portal del cielo, y transformados de la hedionda naturaleza de Adán en partícipes de la vida del Hijo de Dios. Sus alabanzas fluyen de un corazón roto. Ellos esperan el día en el que, la semilla que vive en su interior, ahora maltratada en un ambiente hostil, florezca en eterna perfección con la primera visión de Cristo en Su gloria. El Cordero los llevará a la casa de Su Padre.

Otra vez, Juan añade un amén, terminando lo que podemos llamar: la revelación evangélica de

Jesucristo, porque lo que hemos estudiado es lo que los evangelistas nos han enseñado. Después nos mostrará a Cristo en su gloria celestial, algo esencial para ser visto por todos los cristianos,

especialmente en nuestros tiempos. Tendré mucho que decir sobre esto en el siguiente artículo.

El propósito número uno de la Escritura

 

Capítulo 1:8:11

 

  1. Yo soy el Alfa y la Omega – dice el Señor Dios – el que es y que era y que ha de venir, el

       Todopoderoso.

  1. Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en
    Jesús, me encontraba en la isla llamada Patmos, a causa de la palabra de Dios y del testimonio
    de Jesús.

  2. Estaba yo en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz, como sonido de

       trompeta,

  1. que decía: Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo,
    Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.

 

Las Escrituras tienen que ver con quien es Dios; son una revelación de Su persona. En primer lugar, no tienen que ver con la raza humana, aunque, de todos modos, su verdadero pueblo solamente quiere saber de Él. Desde el principio de su vida cristiana, tuvieron un encuentro personal con Él, y su mayor deseo es fijarse en Su palabra cada día, con corazones hambrientos, para poder conocerle más.

En el versículo 8, Dios nos ha dado algo para meditar. Hay muchos términos útiles para poder

describirle, sin embargo, tenemos que reconocer las limitaciones del lenguaje humano y de todo lo que el hombre conoce, para poder descubrir totalmente Su esencia y naturaleza infinitas. El alfabeto griego es, en este texto, la herramienta. No solamente palabras completas, sino las mismas letras, nos ayudarán a abrir el entendimiento. El Señor Dios utiliza desde la primera a la última letra del alfabeto griego, alfa y omega. Significa que Dios está en cada detalle más pequeño de la verdad escrita.

Sabemos, con toda seguridad, que Él es el principio y el fin, pero también sabemos que Él existió antes que cualquier cosa creada. Él es el Creador del mismo tiempo, y Él rellena el pasado, presente y futuro. Él quiso dar principio a todo lo que conocemos. El fundamento de todo el conocimiento espiritual es conocer a Dios como el Creador de todas las cosas. Las creó para Su propio placer, y toda la creación tiene que darle cuentas sobre el propósito por el cual ha sido creada. Los colores y sonidos tienen que manifestarse con toda su plenitud. Los animales y las aves existen delante de Su ojos y oídos, y todas sus características existen para Su placer y gloria. Flores de toda especie exhiben su aroma sólo para agradarle a Él.

La raza humana es una creación; éste es el fundamento de la doctrina del hombre. Él es la máxima

expresión de la creación, hecho a semejanza e imagen de Dios. Al decirlo, tristemente, nos lamentamos al contemplar la infinita tragedia de su caída y el hecho de que se hiciera inútil para Dios. No solamente existe en vano, sino que, si no ha sido re-creado, es una ofensa continua contra su Hacedor.

Habiendo aclarado el punto, volvemos nuestros pensamientos hacia Él, quien es el Alfa y la Omega. Él se revela en primera persona de esta manera y en este lugar, situándose perfectamente en el contexto de este capítulo inspirado y en todo el libro. Al considerar el alfabeto griego, pensamos en palabras y literatura. Específicamente, Dios se revela como el Autor y pronto, mandará escribir a Juan. Él es el principio de toda la verdad y expresa Su verdad por medio de Su palabra.

Él es el Omnipotente. Su poder está más allá de todo lo que existe en el cielo y en la tierra. En este libro, significa que Su habilidad hará lo que ha prometido hacer. Las fuerzas manifestadas en el Apocalipsis están bajo toda la autoridad de Su brazo poderoso y nada pasará sin Su consentimiento.

La situación y condición del apóstol Juan

 

Juan se presenta humildemente como un siervo, y para el lector, es un hermano y compañero, no alguien superior. La distancia entre el Omnipotente y el más grande de todos los hombres empequeñece la distancia entre los más distinguidos y los menos estimados entre los hombres. Apunta hacia tres elementos que identifican la vida de Jesús: la tribulación, el reino y la perseverancia.

La tribulación es una característica del cristianismo y Jesús prometió a Sus discípulos que tendrían

tribulación: “En el mundo tenéis tribulación; pero confiad yo he vencido al mundo” (Jn.16:33). Juan vivió después de que los otros once discípulos hubieran dado sus vidas como mártires. Pronto, Policarpo, discípulo y amigo de Juan, tras leer estas palabras sufrirá la muerte de un mártir, junto a muchos más de la época. En estas páginas, Juan observa el tiempo más horrible de la tribulación jamás conocido, como Cristo dijo en Mateo: “Habrá entonces una gran tribulación, tal como no ha

acontecido desde el principio del mundo hasta ahora, ni acontecerá jamás” (Mt.24:21), lo mismo

que escribió el profeta Daniel más de 500 años antes: “Será un tiempo de angustia cual nunca hubo

desde que existen las naciones hasta entonces” (Dn.12:1).

En Jesús, estamos involucrados en un gran reino, un reino sobre todos los reinos, que un día brotará y gobernará sobe la tierra. Derrumbará los imperios más poderosos que han dominado al mundo durante los siglos. Si estamos en Jesús, formamos parte de este reino. No tenemos elegido a un presidente, ni a un primer ministro, sino a un Rey, que Dios nombró antes de formar el mundo, para que gobernara sobre los cielos y la tierra para siempre. Este reino fue fundado por una Majestad que observó Su reino desde una cruz. En el tiempo de Juan, era un reino perseguido, y ha seguido siéndolo durante gran parte de la historia del mundo. Aún en el mundo libre del oeste, sentimos las fuerzas de oposición en la mente y el corazón de la sociedad. Pero no nos importa, porque éste, es el único reino que heredará el mundo futuro y reinará por la eternidad.

En la tribulación está Jesús, triunfante en la perseverancia… “Yo he vencido al mundo”. Tenemos promesas inalterables que dirigirán a Su pueblo a pesar de todo lo que el diablo y el hombre puedan

hacer contra él: “Ellos lo vencieron por medio de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio de ellos, y no amaron sus vidas, llegando hasta sufrir la muerte” (12:11). Juan ya sabía acerca de esta victoria y escribió en su epístola: “Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (1 Jn.5:4).

 

Juan participó también con los que estaban en una tribulación. Estaba exiliado en la isla de Patmos,

cerca de la costa de la antigua Asia Menor. El Cesar Domiciano no le permitía circular en la sociedad

libre. El humilde pescador de la pequeña provincia de Galilea suponía una amenaza para el poderoso imperio romano. Existe una autoridad morando en el discípulo menos valorado que está en Jesús. No puede ser encarcelado ni detenido y, como Juan, aunque no tiene cualidades ni fuerzas en sí mismo, testifica por medio de su vida la presencia de Jesucristo y proclama la palabra de Dios. En esas cosas reside su poder, y los poderes del mundo intentarán, de la manera que sea, silenciarle y paralizarle (v.9). Él es un enemigo del sistema mundano.

El dilema que confunde al mundo se demuestra en la condición de Juan en la isla en aquel día. Él estaba en el Espíritu. ¡Estaba envuelto en el Espíritu Santo! El hombre natural no sabe nada de esto, pero hay un estado en el que un creyente puede encontrarse, bajo el control divino. Incluso los que se entrometen en el mundo de los espíritus por medio de ritos satánicos y hechizos, entrando en trance y viendo visiones, no pueden llegar a este nivel. Juan habla de algo más allá que solamente estar en oración y pensar en las cosas espirituales. El Espíritu Santo, dentro de él, toma control de sus facultades naturales, y le lleva a una esfera sobrenatural (v.10).

Está allí en el día del Señor. Yo me acuerdo muy bien del tiempo, en el que los cristianos enfatizaban

el día del Señor. La doctrina de la iglesia, una generación atrás, incluía y enseñaba a reverenciar el

primer día de la semana, algo que se ha perdido casi totalmente en estos días de ligereza e irreverencia.

Los padres de la iglesia, desde los primeros tiempos, enseñaban que este día pertenecía al Señor, y Su pueblo se congregaba para honrar el día de Su victoria sobre la muerte y el infierno (Mc.16:1-9).

Ellos recordaban cómo, ese día, Él se apareció a Sus discípulos después de Su resurrección (Jn.20:19,

26). Este fue el día del Pentecostés (La Fiesta de las Semanas), cincuenta días después de la resurrección, que aconteció en el Día de las Primicias (fíjate en Lv.23:10, 15-16, y también Dt.16:9-11). Hay una confusión común acerca de la enseñanza de Pablo en Romanos 14. Él no estaba refiriéndose a ese día, al decir: “Uno juzga que un día es superior a otro, otro juzga iguales todos los días” (Ro.14:5). Estaba dirigiéndose a los cristianos judíos que continuaban con el sábado judío y las fiestas anuales.

Todos los cristianos, tanto judíos como gentiles, honraban el primer día de la semana y se congregaban ese día (Hch.20:7; 1 Co.16:2). Juan, estando solo en Patmos, se asociaba con las iglesias en Asia Menor, congregándose en el día del Señor. Otra vez, el Cristo resucitado se aparece a Juan el domingo y, al menos, John Wesley, creía que todo lo demás del libro, aconteció ese día. Jamieson-Fausett-Brown comentaba: “Aunque Juan fue impedido forzosamente de la comunión con la iglesia y separado de sus hermanos en sus reuniones en el día del Señor, la conmemoración semanal de la resurrección, él en el Espíritu tenía comunión con ellos”. Todos mis comentaristas están de acuerdo.

El Espíritu Santo revela a Cristo

 

En los primeros versículos de este capítulo, Juan presenta a Jesucristo como le vemos en su Evangelio y en los otros Evangelios. Sin embargo, ahora Juan nos va a llevar más allá de los Evangelios para ver al Cristo glorificado en Su estado celestial. Todos los cristianos necesitan verle así para poder tener un concepto completo de la revelación bíblica del Señor. ¿Cuántas veces hemos escuchado un sermón o leído literatura cristiana con una punzante descripción del Cristo del libro de Apocalipsis?

Pablo amonestó a los gálatas en relación a una perversión del evangelio de Cristo. Él les advirtió que ángeles y apóstoles, incluido él mismo, podrían ser una herramienta de engaño. A los corintios les avisó de que otros podrían llegar predicando a “otro Jesús” (2 Co.11:4). Jesús mismo dijo: “Muchos vendrán en mi nombre, diciendo: ‘Yo soy el Cristo’ y engañarán a muchos” (Mt.24:5). Los

demonios podrían acercarse por medio de revelaciones, un sueño o visión, pretendiendo ser Cristo, y por eso Juan aconsejó: “Probad los espíritus para ver si son de Dios” (1 Jn.4:1).

Es completamente posible que sólo, con la compresión de Cristo derivada de los Evangelios, un

individuo o toda la cristiandad en general, pueda sufrir seriamente. La más clara y completa revelación en toda la Biblia de la gloria del Señor y Salvador Jesucristo, se encuentra en el último libro. Nuestra comprensión nunca podrá considerarse adecuada y completa hasta que lleguemos al capítulo final del Nuevo Testamento. Ignorar esta revelación creará un desequilibrio en nuestra mente, sobre la personalidad del Señor. El canon no terminó hasta que Juan añadió esta presentación inspirada e inequívoca del Señor Jesucristo. El cristiano debería determinar si el Cristo al que él ha llegado, es el mismo que el apóstol vio y representó para ser contemplado durante todas las épocas.

Bajo la dirección del Espíritu Santo, Juan está en la posición que tiene que estar para poder ser enseñado. El Espíritu de Dios es el Espíritu de verdad (Jn.14:17; 15:26; 16:13), y Él es el Maestro del creyente. Juan no hubiera podido ver y escuchar las cosas de este libro, si no hubiera estado en el Espíritu: “Él os enseñará todas las cosas” (Jn.14:26). “El dará testimonio de mí No hablará por su propia cuenta Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber” (15:26;16:13-14). La enseñanza del Espíritu no se centra en Sí Mismo, sino en Cristo. Él glorificará a Cristo; Él testificará

sobre Cristo a la iglesia, tomando lo que tiene que ver con Él y haciéndoselo saber a los discípulos.

Observa cómo lo hace para Juan y por medio de Juan a toda la esfera de creyentes de todas las edades.

De esta manera, Juan escucha una voz como de trompeta (una trompeta se utilizaba para anunciar la entrada de una personalidad distinguida). Demanda toda nuestra atención; nunca, en todo el mundo, se podría anunciar la entrada de un rey, presidente o primer ministro, que lleve un aire de dignidad y autoridad como Éste. Poder atestiguar esta escena, debemos considerarlo como un grandísimo privilegio. ¡Que Dios nos conceda la influencia del Espíritu Santo en toda Su plenitud sobre nuestras vidas, corazones y mentes, mientras observamos!

Él manda a Juan: “¡Escribe en un libro lo que ves!” (v.11). Juan debe enviarlo a las siete iglesias de Asia Menor… recuerda el significado del número siete, que simboliza una plenitud perfecta. Ya hemos dicho que había más iglesias en ese territorio, así es que el propósito no es sencillamente mandar un mensaje para ser leído en cada lugar. Estas siete iglesias representan a toda la iglesia, en todo lugar y en cada periodo de la historia. Acuérdate también del versículo 3, que pronuncia una bendición sobre cada lector, cada oyente y sobre cada discípulo obediente que guarda las cosas escritas en este libro.

Para mí, esta palabra del Señor es muy emocionante. Al decir, “¡Escribe!”, nos está demostrando Su

interés y preocupación por las generaciones futuras y por los creyentes de lugares lejanos. Escribe para que ellos también puedan participar en la bendición celestial y el gozo eterno. Escribe para que ellos también sepan acerca de los eventos de los últimos días. Escribe porque la Palabra del Señor es espíritu y vida. Escribe porque la Palabra es inmortal y nunca pierde su poder. Escribe porque es más cortante y penetra hasta las profundidades el hombre interior, y discierne sus pensamientos hasta alcanzar su corazón, ahora y por todo el futuro.

El Cristo glorificado

 

Capítulo 1:14-18

 

  1. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la blanca lana, como la nieve; sus ojos eran como

      llama de fuego;

  1. sus pies semejantes al bronce bruñido cuando se le ha hecho refulgir en el horno, y su voz

      como el ruido de muchas aguas.

  1. En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de dos filos; su

      rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza.

  1. Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y Él puso su mano derecha sobre mí, diciendo: No

      temas, yo soy el primero y el último,

  1. y el que vive, y estuve muerto; y he aquí, estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves

      de la muerte y del Hades.

 

La pureza es la primera palabra que viene a mi mente cuando leo, “su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve” (v.14). Habla del carácter moral y espiritual sin mancha ni

defecto. Cristo es el inmaculado Cordero de Dios.

Hay tres cualidades que están relacionadas con la pureza: No está contaminada, ni diluida y no tiene aditivos:

  • Incontaminada… Jesús pasó la prueba terrenal moralmente ileso. La presencia de codiciosos recaudadores de impuestos y de rameras nunca emborronó Su espíritu puro. Mientras Él caminaba físicamente entre ellos, Su naturaleza permaneció intacta. Él nunca transigió, experimentó o se relacionó con sus obscenos comportamientos. Nunca estuvo en su mismo terreno. Él estaba por encima, alejado de su hedor, en la pura atmósfera de la santidad. El diablo nunca encontró lugar para alojar en Cristo sus sucios pensamientos e intenciones. Jesús dijo del diablo, “él nada tiene en Mí” (Jn.14:30). “La Feria de las Vanidades”, acerca de lo cual escribió John Bunyan, no atraía a Jesús. El mundo no pudo alcanzar el elevado nivel de Su corazón.

  • No diluida… Nada neutraliza, detiene, ni diluye, en modo alguno, Su poderosa, completa y rica pureza. Jamás se encontró pecado en Él, ni tampoco otros tipos de peso, como describe el escritor del libro de Hebreos (He.12:1), nada, sino pura santidad. Él permanecía por encima de las legítimas prácticas de los simples humanos. No tuvo lugar donde reposar Su cabeza. Nunca se aventuró en los negocios, ni practicó ningún deporte. Ni siquiera consideró la distracción de una compañera. Por lo tanto, Su blanca pureza sin par permanece ante nosotros sin merma de su vigor.

  • Sin aditivos… Su pureza no tiene aditivos. Usando el lenguaje de la ciencia, no ha tenido lugar ninguna reacción química, es decir, nunca ha estado mezclada. Él está desligado de todo lo que no tiene propiedades celestiales. No está unido al dinero, la fuerza o el poder mundano. Nada puede añadirse a Su perfección. Él es completamente autosuficiente y, a la vez, hermoso.

Durante Su caminar sobre la tierra, algunos contemplaron al Anciano de Días (Dn.7:9), más allá de Sus treinta y tantos años. Simón Pedro, ciertamente, lo hizo, y exclamó: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc.5:8). Cualquier alma corrupta que se enfrenta a la presencia de Jesús sabe de la indignidad de estar allí. Cualquier espíritu humano vivificado por Su vida y destinado a pasar la eternidad a Su lado, tendrá un deseo apasionado de ser como Él. “Todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro” (1 Jn.3:3). Jesús está preparando un lugar para ellos, quienes están preparándose a sí mismos para ese lugar donde “no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (21:27).

¿Arde dentro de tu pecho un deseo de experimentar a Cristo en Su excelsa belleza y conocer el evangelio con la frescura del libro de los Hechos? Si la cristiandad estuviese en su mejor momento, la veríamos reflejada en esta simple formula: Jesús + algo = nada; Jesús + nada = todo. Debemos anhelar que la iglesia vuelva a ser pura en cuanto a su devoción a Cristo y deje su fornicación infernal con el mundo, la carne y el diablo. ¡Que pueda fijar los ojos sólo en su novio!

Los ojos de Aquel que nosotros estudiamos en el libro del Apocalipsis son “como llama de fuego” (v.14); penetran en el lugar más profundo de la esencia humana. Descubren y arrancan los secretos de los corazones de los hombres. Son detectores celestiales para guardar sus puertas de invasores

espirituales. El cielo debe estar a salvo de todo aquello que pueda contaminar o corromper.

Jesús dijo: “Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado” (Jn.15:22). Los ojos de fuego son evidentes en los Evangelios. Ellos buscaban el carácter adúltero de la mujer en el pozo y ella se fue proclamando: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho” (Jn.4:29). Jesús recordó sus pecados al paralítico de

Betesda (Jn.5) y le ordenó que los abandonase, como había hecho con la mujer sorprendida en adulterio (Jn.8).

La mirada de Cristo penetra perfectamente. Nada ocurre sin Su conocimiento. El Señor llevó a Ezequiel hasta el templo para que viese lo que los gobernantes estaban haciendo a escondidas de la gente (Ez.8:7- 12). Él reveló a Eliseo los planes que el rey de Siria ideaba en su alcoba (2 R.6:12).

Los llameantes ojos de Cristo aún siguen quemando más allá de un cristianismo superficial, llegando hasta los pensamientos, propósitos y sentimientos de cada individuo. Ahora, debemos prestar atención a Su abrasadora mirada, o nos enfrentaremos a ella en el banquillo del juicio. ¡No permitamos que ningún demonio se nos acerque sigilosamente, nos mire con ternura y excuse nuestros pecados, egoísmos o rebeliones!

Juan percibió en su visión, que los pies de Jesús eran “semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno” (v.15). Todo el juicio le fue traspasado. Las huellas de los clavos sobre Sus pies son las marcas de la autoridad para pisar a Sus enemigos: “Él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (19:15). El Señor Jesús vendrá a la tierra con Sus ángeles “en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tes.1:8).

Está lejos de la verdad asumir que todas las calamidades que sufre un creyente son juicios de Dios contra él a causa de su desobediencia, rebelión u otros pecados. Hay muchas razones por las que sufre y sólo Dios sabe cuál es el motivo. Tampoco es correcto decir que Dios nunca es la fuente de los problemas que le ocurren a Su pueblo. Pablo informó a los corintios de que Dios les estaba juzgando, porque ellos mismos no lo hacían: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen (han muerto) … más siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Co.11:30-32). “El Señor juzgará a Su pueblo”, advierte el escritor de Hebreos: “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (He.10:30-31).

Una de las necesidades de la iglesia actual es revivir el temor piadoso. Pocos ven a Cristo como Juan lo vio. A menudo, Dios es tomado a la ligera. Hay una gran cantidad de textos escritos en el Nuevo

Testamento diseñados para inspirar y fomentar temor. “Por lo tanto, seamos temerosos”—, exhortó y avisó el escritor del libro de Hebreos: “¿Cómo escaparemos si rechazamos tan gran salvación?” (He.2:3; 4:1). ¡Debemos quitarnos de encima el éter del diablo; inductor del sueño y de falsa seguridad! Muchos necesitan tener una revelación del refulgente calor de la ira de Dios representada en los pies cicatrizados de Jesús, para así poderle rendir un servicio aceptable, “agradándole con temor y reverencia, porque nuestros Dios es fuego consumidor” (He.12:28-29).

La voz que Juan oyó cuando el Hijo del Hombre le habló, fue “como estruendo de muchas aguas” (v.15). Ésta fue Su voz tras la ascensión, mientras permanecía en el centro de las iglesias. No había vacilación ni titubeo en su tono. Él censuró a las iglesias en términos precisos. Pronunció juicios contra la desobediencia continuada y aseguró premios a los vencedores.

 

De la boca que articulaba la voz de muchas aguas “salió una espada aguda de dos filos” (v.16). Una espada es, ni más ni menos, un instrumento de guerra. Es un instrumento separador. Jesús informó

resueltamente a Sus discípulos: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada (Mt.10:34). Él dijo que esto traería disgustos a las familias, como ya había ocurrido en situaciones del Antiguo Testamento. Fue la palabra de Dios la que separó a Caín de Abel, a Jacob de Esaú, a José de sus hermanos. Dondequiera que se predicaba el evangelio en el libro de los Hechos, había problemas. ¡Envainad esta espada y el mundo se dirigirá tranquilamente a su eterna condenación!

 

El diablo no escatima esfuerzos para detener la espada que procede de las bocas de aquellos que predican el evangelio. Él trabaja incesantemente para hacerles comprometer sus principios y doctrinas, ablandando su actitud contra el pecado, y minimizando el mensaje de arrepentimiento, justicia y juicio. Cuanto más efectivos sean sus intentos, más almas arrastrará a la condenación. La torpe y endeble espada que se desenvaina hoy en día, raramente corta más profundo que las emociones, le falta fuerza para penetrar en los espíritus. Los resultados son juzgados por reacciones superficiales, sin el buen criterio de poner a prueba las motivaciones y los pensamientos más profundos.

La espada del Señor revela los secretos del corazón humano y le convence de su culpabilidad. “Y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Co.14:25). Desde esa posición arrepentida, el corazón humano es elevado a una nueva vida en Cristo Jesús. Oremos para que una nueva incisión de la Gran Espada deje postrada a otra multitud a Sus pies. Su iglesia debería estar motivada por la pasión de Charles Wesley, quien escribió:

 

“Ven Tú, Palabra encarnada, ciñe Tu poderosa espada,

Escucha nuestra plegaria.

Ven y bendice a Tu pueblo y otorga el éxito a Tu palabra,

Espíritu de santidad, desciende sobre nosotros.”

Una revelación para todas las épocas

 

Es esencial, en nuestro estudio de Cristo, que veamos que como Él está retratado en este libro, es una revelación a Su iglesia a través de los siglos. Él fue crucificado y resucitó; y ascendió al cielo con el Padre. Después, el apóstol lo ve rodeado de candelabros de oro, que representan las siete iglesias de Asia. No hay nada en las escrituras que indique que Él haya cambiado Su posición desde entonces hasta nuestros días. ¡Él todavía permanece en el centro de Su iglesia para ser visto como Juan lo vio! Por favor, capten este punto, aunque todo lo demás se escape. Es vital y merece ser repetido.

No hay área de la iglesia en la cual el Señor necesite estar más implicado que en el liderazgo. El liderazgo determina, en gran medida, el estado de la iglesia y la dirección que debe tomar. No puedo imaginar una mayor responsabilidad sobre la faz de la tierra. Por esta razón, los apóstoles establecieron firmemente la práctica de darse continuamente a la oración y al ministerio de la palabra.

Aparecen serios problemas cuando la iglesia deja de distinguir entre el llamamiento que viene del cielo y el que tiene su origen en la tierra. Antes que nada, hay que tener cuidado de aquellos que se nombran a sí mismos. Juan identificó a Diótrefes, como uno de los que aman tener la preeminencia (3 Jn. 9). El yo está siempre en oposición al Espíritu, y cuando el yo es quien nos guía, los movimientos de Dios nunca son aceptados.

También tenemos a los que son nombrados por una institución. Ellos pueden clavar un papel en la pared que asegure que han tenido un aprendizaje adecuado y han cumplido con ciertos requisitos previos que satisfacen las condiciones de un pequeño grupo de líderes. Estarán debidamente cualificados para representar a sus organizaciones, pero mientras se incremente la creencia en la sabiduría humana, esto ocasionará un lento decaimiento en las futuras generaciones.

Tenemos los nombrados democráticamente; son elegidos por consenso popular. Nada podría ser más adecuado para asegurar a la gente que sólo oirá aquello que quiere oír. Con toda seguridad, ellos tenderán a satisfacer la “comezón de oír” (2 Ti.4:3). Ninguno de los ejemplos anteriores garantiza una posición en la mano derecha de Jesús. ¡Qué aficionados somos a convencernos a nosotros mismos de que las cosas son como deben ser, y a conformarnos con menos que lo mejor, que es lo que el cielo nos ofrece!

Es en periodos de avivamiento cuando vemos los mejores ejemplos de Dios obrando a través del liderazgo. Cuando Duncan Campbell, el conocido evangelista escocés, arribó a la Isla de Lewis en 1949, un anciano de la congregación se acercó a él: “¿Está usted debidamente relacionado con Dios?”—, preguntó. Campbell respondió: “Bueno, al menos puedo decirle que temo a Dios”. El movimiento de avivamiento en las Hébridas y la salvación de hombres perdidos en la isla requirieron tal sensibilidad al Espíritu Santo, que nadie, sin un hombre de Dios, podría haberlos dirigido. Leyendo los hechos de esa portentosa obra puede verse exactamente lo que quiero decir. No hubo lugar para la manipulación humana, ni para la complacencia con las organizaciones, ni para el compromiso con las masas. El Cordero que fue inmolado, dirigió Su ejército en la batalla de las Hébridas y las almas fueron conquistadas y arrastradas al Reino de Dios.

Moisés habló de un Profeta que iba a venir de alturas mayores que el Monte Sinaí. En los comentarios iniciales de su evangelio, Juan anota acerca de Jesús: “Vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn.1:14). La relación de Jesús con el Padre no fue la de un siervo solamente, como fue la de Moisés, sino la del eterno Hijo de Dios. Era completa y perfecta, hasta tal punto que Él pudo decir: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn.14:9).

Saulo de Tarso conoció a Jesús tal y como está representado en el Apocalipsis. Este furioso judío estaba determinado a usar todo su poder e influencia para detener lo que él pensaba que era una secta rival. Él amenazó, encarceló y asesinó. El amor no podía ser el vehículo para conducir a tal terrorista al Reino de Dios. Saulo necesitaba un encuentro con aquel cuyo “rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza” (v.16). Cayó repentinamente de bruces en el camino a Damasco, temblando, asombrado y ciego. Supo que había sido el perdedor y que su persecución contra Él, no había menguado en absoluto al glorificado Hijo del Hombre.

El rostro de Cristo brilla con una fuerza arrolladora, mientras hoy en día Él camina entre los candelabros. Todavía puede sacudir reuniones de creyentes, aplastar a los mentirosos y timadores infiltrados, fundir a los pecadores y los corazones rebeldes, asombrar a comunidades enteras, y hacer que sus peores enemigos se lamenten, “¿Qué haré, Señor?”

La gente que se relaciona con Cristo a través de una experiencia personal, necesita orar, como Moisés, para una mayor manifestación de Su gloria. Cuando Dios responda a esa plegaria, ellos se encontrarán como muertos a Sus pies, como Juan, el apóstol amado (v.17). No les quedará suficiente fuerza como para poder actuar por sus propios medios humanos. La carne no se glorificará en Su presencia; ningún aplauso será aceptado y ninguna personalidad será atractiva. No habrá arrogantes bromistas o farsantes. Todos serán barridos en un instante por la imponente revelación del Cristo del Apocalipsis.

“No temas”, dijo Él, “yo soy el primero y el último” (v.18). Los que temen a Cristo, no tienen por qué temer a otro. Él es antes que todos y prevalecerá después de todos. En el caso de que algún alto poder quisiera tocarnos, Él es sobre todos; y si acaso un poder del infierno quisiera alcanzarnos, Él está debajo de todos. Él nos rodea como un muro de fuego que nada en el mundo puede penetrar. Él es quien vive: “Él último Adán, (fue hecho) espíritu que da vida” (1 Co.15:45). Él ha vuelto de la muerte como una prueba viviente de que ha conquistado a la muerte y al infierno. Él ya posee sus llaves y, porque es así, no pueden perjudicar a los Suyos. “¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Ro.8:34).

Ningún hombre podrá levantar a otro del lugar de postrada crucifixión, donde el apóstol Juan cayó como muerto ante Cristo. Ninguna palabra de ánimo y auto-motivación, conseguirá mover un músculo. Aquí, sólo la mano derecha de Cristo nos satisfará. Su soberanía, persona, llamada, preparación y convicción nos harán ponernos, otra vez, sobre nuestros pies para ejercer el ministerio. Y todo ello estará en el poder del Espíritu, que es el Abogado a favor del Cristo glorificado.

Los siete candelabros de oro

 

Capítulo 1:12,13,19,20

 

  1. Y me volví para ver de quién era la voz que hablaba conmigo. Y al volverme, vi siete candelabros
    de oro.

  2. y en medio de los candelabros, vi a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido con una túnica
    que le llegaba hasta los pies y ceñido por el pecho con un cinto de oro.

  3. Escribe, pues, las cosas que has visto, y las que son, y las que han de suceder después de éstas.

  4. En cuanto al misterio de las siete estrellas que viste en mi mano derecho y de los siete
    candelabros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros

        son las siete iglesias.

 

Simbolismo del número siete

 

Antes de seguir, intentaremos imaginarnos la escena que vio Juan, al enfrentarse con Aquel cuya voz era como de trompeta. Él vio, en primer lugar, siete candelabros de oro y, en medio de ellos, a Uno como el Hijo del Hombre. Él está vestido con una larga túnica y está ceñido con un cinto de oro. Sus cabellos son como la blanca lana o nieve, y Sus ojos como llama de fuego. Sus pies son como refinado bronce bruñido y Su voz es como estruendo de muchas aguas. En Sus manos tiene siete estrellas y de Su boca sale una espada aguda de dos filos. Su rostro brilla como el sol de mediodía en un día despejado.

No es algo fácil de imaginar, aunque lo que más importa es la capacidad de captar el significado de la visión de Juan. Pidamos al Espíritu de Dios, quien le reveló la escena, que nos ayude a ver las cosas que está proveyendo para todos los que quieren investigar este libro. Nuestra primera prioridad es ver a Cristo con los ojos del corazón, como se presenta aquí, y también ver a las siete iglesias.

No cabe duda de que el Hijo de Hombre es Jesucristo glorificado, aunque todavía se presenta con un cuerpo humano. A. W. Tozer nos recuerda que “tenemos un varón en el cielo intercediendo”, aunque tenemos que ver más que a un Carpintero de Galilea en este libro. Concentrémonos sobre cada aspecto de Sus características glorificadas. Antes de fijarnos en estos detalles, debemos considerar los siete candelabros de oro y la posición que Cristo ocupa en medio de ellos. Ya tenemos una interpretación clara de dos de los elementos en la visión, porque Cristo mismo nos los aclara. Expliqué en la introducción que la palabra ángel significa mensajero, y que puede referirse tanto a un ser terrenal como a uno celestial. Según el simbolismo del libro, está claro que Cristo está dirigiéndose al mensajero principal, o sea, al pastor de cada iglesia. Es obvio, ya que no sería lógico escribir mensajes en lenguaje humano a seres celestiales. Estos hombres tienen una responsabilidad muy seria, que es pasar un mensaje del Señor a los miembros de sus iglesias.

Aunque Juan está escribiendo a iglesias, literalmente hablando, también hay aquí un simbolismo involucrado, que intentaremos entender. Tenemos que seguir la regla de que la Biblia es su propio

intérprete, y la misma regla se aplica al simbolismo, que es constante en todas las Escrituras. Aquí el simbolismo tiene que ver con el número siete. Nadie está autorizado a escribir la Escritura ni tampoco a sacar su propia interpretación de ella. En este capítulo, he mencionado dos veces a las siete iglesias, comentando algunas cosas sobre ellas. El hecho de que Juan esté escribiendo solamente a siete iglesias, es algo interesante, ya que, en verdad, había más iglesias en todo el territorio de Asia Menor que no fueron incluidas.

Ya que el número siete es utilizado en todo el libro, tenemos que saber qué significa bíblicamente.

Simboliza la perfección, en el sentido de ser y estar totalmente completo (para ver esta definición de perfección, busca también en Efesios 4:13, Colosenses 4:12 y 2 Timoteo 3:17, por ejemplo). Cuando lo vemos aparecer, quiere decir que nada puede ser añadido a la substancia que el número siete define, y por eso aquí representa a la iglesia completa. A veces decimos que el siete es el número divino, porque nada puede llegar a esa perfección, a menos que Dios esté involucrado en ello. Al estar en un libro de profecía, tiene que estar incluyendo tanto a la iglesia en el tiempo de Juan como a la iglesia futura (v.19); está formada por todos los santos de todas las edades hasta el tiempo del fin.

Simbolismo del candelabro

 

Considera ahora el símbolo del candelabro para esta iglesia. No hay nada semejante en el Nuevo Testamento; en ningún lugar se refiere a la iglesia como a un candelabro o candelabros. Por tanto, si queremos encontrar un equivalente bíblico para un candelabro, tendremos que buscar ayuda en el Antiguo Testamento, donde encontraremos mucho apoyo. Tenemos un candelabro descrito con detalles en el libro de Éxodo. A menudo, es mencionado por casi todo el Pentateuco (los cinco libros de Moisés) y unas cuantas veces en los libros históricos. También encontramos un candelabro de oro en el libro del profeta menor, Zacarías.

El candelabro de oro era parte del mobiliario principal, primeramente, en el tabernáculo en el desierto, y después en el templo. Proveía luz dentro del lugar y era atendido por los sacerdotes, para que nunca se extinguiera. Simbolizaba, incluso actualmente, al pueblo de Israel. Me fijé que había un candelabro representado en el púlpito utilizado por Benjamín Netanyahu. El candelabro del Antiguo Testamento era de oro puro de una sola pieza, con un soporte central, con una copa encima para el aceite, usado como combustible. Del soporte central salían seis brazos, tres a cada lado, con sus respectivas copas bpara el combustible; en total, siete candelabros.

Aquí, en el libro de Apocalipsis, tenemos siete candelabros, que representan al pueblo de Dios de la

provincia de Asia Menor, localizado en las ciudades de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Las ciudades forman un crudo círculo con un espacio en el centro. No están conectadas físicamente, pero Jesucristo está posicionado en el espacio central (como ilustramos en la página anterior).

En la nación de Israel, una ley federal unía al país, y las fronteras estaban claramente definidas. Tenían todas las funciones organizadas, como cualquier otra nación física. Estaba unida y gobernada por un gobierno central, que regía todos los territorios tribales. Sin embargo, la iglesia es un cuerpo espiritual. Fíjate en la descripción de Pedro: “Vosotros como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios” (1 P.2:5, 9).

El candelabro del templo en Jerusalén simbolizaba el pueblo de Dios, la nación de Israel, pero los candelabros de oro en Apocalipsis simbolizan este cuerpo espiritual, llamado la iglesia. Es de un oro de la más alta calidad, importado del cielo. Dios ha suplido el material y ha moldeado sus características, haciéndola incomparable a cualquier cosa terrenal. Es comprada con la sangre preciosa de Cristo y Dios la cuida como a la niña de Sus ojos. Sus miembros han nacido de Dios y son de sangre real, hijos del Rey.

Aunque son siete candelabros, sin embargo, son uno, unidos en el Espíritu. No hay un soporte central, sin embargo, Jesús está en medio y Él es la fuerza unificadora. Él es la Cabeza de la iglesia. Los candelabros individuales no están conectados físicamente los unos a los otros, pero el poder que les unifica, es más fuerte que las propiedades de cualquier metal. No tiene un gobierno central en la tierra, pero hay una Persona central que gobierna con amor y justicia.

Él tiene los mensajeros en Su mano derecha. No hay un currículum, programa, ni estructura organizada. Los mensajeros están obligados a ser conducidos divinamente, como los vemos en estos capítulos, recibiendo los mensajes de su Señor y Maestro. Ellos están en Su mano derecha y ningún hombre controla sus movimientos; solamente hacen cuentas con Él.

En los siguientes capítulos 2 y 3, veremos a cada iglesia y sus características. Veremos cómo se relaciona con Cristo y cómo es desde Su punto de vista. También veremos a cada una desde su punto profético, para ver dónde aparece mientas se desarrolla la iglesia por los siglos. Al llegar al capítulo 11, tendremos que contemplar otra vez el tema de los candelabros, viendo algo muy semejante a lo que hay en Zacarías 4. Desde ese capítulo, extraeremos el gran principio, por el cual avanza el programa de Dios: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu, dice el Señor de los ejércitos” (Zac.4:6).

La túnica blanca y el cinto de oro

 

Vamos a examinar las primeras características de Cristo que Juan nos da. Nosotros le conocemos ahora, no por vista, sino por fe. Los ojos de la fe penetran más allá de lo físico y pueden explorar las maravillas invisibles del Hijo del Hombre glorificado. Iluminados por el Espíritu Santo, “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen” de Cristo (2 Co.3:18).

Juan vio Sus vestidos resplandecientes, más blancos que la nieve recién caída, que reluce bajo el soleado cielo. Tal es la gloria de la justicia sin tacha, firme e infalible, que ante ella no hay lugar para la maldad. La túnica galilea, sin costuras, le había sido arrancada y entregada a soldados codiciosos; Él nunca la volvió a llevar. En su lugar, el crucificado, resucitado y ascendido Conquistador, lleva sobre Sus hombros la túnica eterna de Su justicia sin par. No hay mancha en Su vestimenta ni desperfecto en su diseño. Jesucristo permanece solo en el Lugar Santísimo como la justicia intransigente de Dios.

No habrá desnudez en el cielo. Jesús fue vestido con una vestimenta que le llega hasta los pies. Los

ángeles que aparecen en la Biblia tienen siempre un aspecto fuerte, poderoso, luminoso y completamente vestido. Ezequiel habló acerca de la ropa de lino de un ángel designado para marcar las frentes de los afligidos a causa de las abominaciones de Jerusalén (Ez.9:2). Daniel menciona dos veces a un ser celestial vestido de lino (Dn.10:5; 12:6). Ángeles con vestiduras resplandecientes fueron testigos de la resurrección de Cristo (Lc.24:4), y el centurión romano Cornelio, se enfrentó a un ángel con atavíos deslumbrantes (Hch.12:30).

Es importante que la gente entienda la vergüenza de la desnudez para comprender la indignidad de un alma desnuda, es decir, no preparada. ¿Recuerdas la parábola de Jesús acerca de aquel que fue expulsado de una boda porque entró sin la vestimenta adecuada? Jesús no deja dudas sobre las implicaciones eternas de su historia: “Echadle a las tinieblas de afuera; allí serán el llanto y el crujir de dientes” (Mt.22:13). Sólo aquellos que están adecuadamente ataviados entrarán en el cielo.

Cada uno de nosotros necesita estar seguro de que está vestido con la justicia de Cristo. Es la única

manera de poder aproximarnos al Lugar Santísimo, donde no se tolera la falta de justicia. El Señor, a quien servimos y quien rige nuestras vidas, “me guiará por sendas de justicia por amor de Su nombre” (Sal.23:3). Nunca debemos albergar el pensamiento de que Él sonreirá ante prácticas pecaminosas. Él no será jamás ministro del pecado (Gá.2:17).

Además, ¡tenemos que brillar! La justicia de Cristo tiene un elemento sobrenatural que la hace brillar y producir destellos de luz. Tiene una belleza imponente. Si la contemplamos fijamente con fe, Su belleza inundará nuestras almas y se expresará a través de nuestras vidas. Un mundo expectante quedará atraído por tal demostración.

Ahora, observemos el cinto de oro de Cristo, emblema perfecto de Su real sacerdocio. Él nos lleva al cielo mismo a través de Su persona. Nosotros estamos en Él, directa y personalmente identificados con Él, que es el leal Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Isaías profetizó: “La fidelidad será ceñidor de su cintura” (Is.11:5). La fidelidad se vinculaba a Cristo por medio de Su eterna y piadosa naturaleza. Las vacilaciones, la inestabilidad y el desmayo son cosas extrañas para Él. Él no puede fallar. No hay nada en Su omnipotencia que pueda ocasionar un fallo. No hay nada débil en Su voluntad que impida la motivación. Nada falla en Su sabiduría para llevar a cabo todos Sus divinos propósitos. Sabiendo esto, podemos entender que Él cuidó de todos Sus discípulos y ninguno de ellos se perdió. Podemos estar totalmente seguros de que Su lealtad obra perfectamente a nuestro favor.

Él es capaz de cuidar de aquello que le ha sido encomendado. Nos recoge y nos imparte Sus recursos.

Conforme seguimos, nos guía, cura y atiende cada una de nuestras necesidades. Estamos desvalidos como corderos, desconectados de las provisiones terrenales, pero Él es nuestro pastor y Sus cuidados nos protegen.

El Cristo, presentado en el Apocalipsis, no está para ser reducido a una figura decorativa. Jesús está

presto para la acción en el centro de Su iglesia. No es un huésped silencioso, sino Su Señor y Cabeza.

Cuando dijo, “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt.18:20), era algo más que una promesa reconfortante. Era una excitante certidumbre de la intervención divina entre Su gente, sobrepasando y siendo mucho más valioso que los logros alcanzados en las Olimpiadas. La revelación de la personalidad de Cristo siempre tiene un efecto en nosotros y encuentra la forma de expresarse a través nuestro.

 

Su cinto no es un adorno, es algo altamente útil. Nos garantiza la fiabilidad del alto ministerio sacerdotal para nosotros y un servicio efectivo a través de nosotros. En tiempos bíblicos, cuando alguien tenía que desempeñar una tarea, se ceñía su cinto, ajustándose la túnica para obtener mayor libertad de movimientos. Cuando nos unimos a la lealtad sin igual de nuestro Señor, cada uno de nosotros es libre de cumplir Su llamado para ser un fiel testigo Suyo. ¡Permítele hacer Su voluntad en tu vida!

Su poder puede hacerte lo que debes ser,

Su sangre limpiará tu corazón y te libertará;

Su amor puede llenar tu alma y verás,

Que fue mejor que Él haría Su voluntad en ti.

(Cyrus S. Nusbaum)


Sobre asuntos, en general, de las iglesias

 

Antes de empezar un estudio individual de cada iglesia de Asia Menor, quisiera hacer un resumen

general de las siete iglesias. Juan es el único apóstol que sigue vivo después de que los demás hayan

sido martirizados, y es él único que muere de forma natural. El Espíritu Santo está involucrado intrínsecamente con todos los detalles que tienen que ver con el Apocalipsis, para llevar a cabo el plan eterno de Dios perfectamente. Todo el canon de la Escritura inspirada se completa con este libro. Benditos todos los que tienen el privilegio de estudiar sus páginas, acompañando el estudio con la oración. Considéralo, los once apóstoles no tuvieron tal privilegio, incluso el apóstol Pablo.

Los cristianos siempre han considerado que el Evangelio de Juan es el más espiritual de los cuatro. Al leerlo detenidamente, descubrimos a veces verdades espirituales, sutilmente insertadas, entre los eventos que él relata. Esta es una de las razones por la cual Juan es el apóstol más apto para escribir el Apocalipsis. También debemos considerar su edad y experiencia, que le califican aún más. El tiempo en el que fue escrito el libro, también es significativo, ya que fue décadas después de que todos los otros libros que forman el Nuevo Testamento fueran escritos. Fue casi al terminar el primer siglo. El apóstol Juan estaba observando el desarrollo de la segunda generación del cristianismo.

El Apocalipsis pone un final ideal al canon, porque continúa con los preceptos y las profecías de toda la Biblia y los lleva a su cumplimiento. Ya hemos visto también cómo completa la revelación de Jesucristo más allá de lo que es revelado de Él en los Evangelios. Quisiera decir, cuidadosamente, que el libro incluye muchos símbolos, pero, aunque es así, no debemos tomarnos la libertad de interpretar simbólicamente todo el libro. Siempre, cuando se trata de un estudio bíblico, debemos interpretarlo tan literalmente como sea posible. Está especialmente claro, en este libro, que el Espíritu Santo cumple la labor que Cristo había predicho sobre Él, que es hacernos saber las cosas venideras (Jn.16:13). Ya no se escribirán más palabras inspiradas para añadir a la Biblia, pero la Escritura profética continuará viviendo al ver cumplirse lo que fue predicho.

Voy a repetir algo a lo que me he referido tres veces anteriormente. Hay un misterio espiritual que tiene que ser descubierto en el número de iglesias a las que Juan escribe, es decir, el número siete. Hay más de siete iglesias en Asia Menor y, una de ellas, la de los Colosenses, es tremendamente importante, ya que Pablo le escribió una carta a ella personalmente. ¿Por qué no hay un mensaje especial de parte del Señor para los colosenses? ¿por qué ni siquiera es mencionada en Apocalipsis? La misma pregunta sería apropiada en cuanto a otras iglesias de Asia Menor.

Concluimos con que el Espíritu Santo tiene un propósito particular al haber limitado el número de

iglesias a siete. El número siete, como ya hemos dicho en artículos anteriores, significa la perfección completa, y simboliza la mano soberana de Dios llevando la iglesia, en este caso, a un fin perfecto. Además, aunque son iglesias literales e históricas las que reciben primeramente los mensajes de Cristo, el propósito perfecto es que sean para toda la iglesia en todas las edades.

Algunos, incluso, ven más simbolismo todavía en esta porción. Ellos creen que cada iglesia representa un cuerpo de creyentes que predominaba en siete diferentes periodos de la historia. También estoy de acuerdo con esta opinión y la enseñaré en los siguientes dos capítulos. Sin embargo, solamente lo haré declarando que es un asunto de opiniones personales y no debo presentarlo como la verdad bíblica. Lo daré sencillamente, para que el lector lo considere y medite sobre ello. Siempre lo pondré al terminar mis comentarios sobre cada iglesia.

Al escribir de esta manera, uno tiene que ser muy tolerante con otras opiniones. No censuraré a nadie que no vea estas iglesias igual que yo. Cuando estamos en el tema de la profecía no cumplida, tenemos que ser muy flexibles y estar muy abiertos a cambiar nuestros puntos de vista, mientras se van desarrollando los eventos en los últimos tiempos.

Hay otras profecías más importantes y básicas, como las que tienen que ver con el arrebatamiento de la iglesia y el reinado literal de mil años de Cristo sobre la tierra. También sobre estos asuntos, tenemos que ser tolerantes con otras opiniones. Sin embargo, porque son de más importancia y por la claridad de la enseñanza de Pablo sobre el rapto, en 1 Tesalonicenses 4:13-18, y la enseñanza de Juan sobre el Milenio, en Apocalipsis 20, me mantengo más firme y más dogmático sobre mis opiniones. Pienso que todo cristiano debe creer en un arrebatamiento y Milenio literales. Sin embargo, respeto a otros cristianos que lo ven de otra forma y mantendré comunión con ellos. Estas no son doctrinas esenciales.

Ya, habiendo explicado estos asuntos, vamos a proseguir viendo los mensajes que Cristo mandó a Juan que escribiera a cada una de las iglesias, aunque veremos antes algunas cosas comunes a todos los mensajes.

  • En cada caso, Jesús se presentará con una de las características que hemos visto en el capítulo uno. Cada característica es especialmente relevante para esa iglesia en particular.

  • Si Cristo tiene que hacer un reconocimiento positivo, lo hará, seguido de la crítica necesaria y constructiva.

  • En cada caso, manda: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.

  • Después de dirigirse a toda la iglesia, habla al miembro individualmente.



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