Carta a los Hebreos

Carta a los Hebreos

Carta a los Hebreos

 

Un estudio expositivo por Lowell Brueckner

 

Capítulo 2

 

El Autor de la salvación

 

  1. Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.

  2. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución,

  3. ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron,

  4. testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad.

 

El camino de la salvación por medio de la Palabra de Dios

 

Las palabras, por tanto, nos conectan con el capítulo 1. Dios nos ha hablado por Su Hijo eterno, cuya palabra está, incomparablemente, por encima de la de las huestes angelicales; por esta razón, estamos tratando con algo de la más alta importancia. Estamos ligados a un pacto más grande, en el cual los galardones y las consecuencias tienen más significación.

El primer consejo de la carta empieza con la frase: “Es necesario que con más diligencia. Esta palabra ha sonado por todas las edades y sigue válida para nosotros hoy, sin importar cuanta atención le hayamos prestado. Aunque hayamos hecho caso al Evangelio, más diligencia, en el griego original, indica que debemos más superabundantemente asegurar que sea el asunto más importante en nuestras vidas. Tiene que ser la razón de nuestra existencia, de manera que se vaya incrementando con el paso del tiempo. No hay terreno neutral; estamos remando en el tempestuoso mar de la vida, y si somos negligentes en dedicar siempre más tiempo y esfuerzo al asunto, seremos llevados a la deriva, lejos de este propósito (v:1).

En el versículo 2, por razones de comparación, el escritor demuestra la seriedad de no atender a la ley dada por los ángeles. Cada infracción llevaba una pena que podría costar la vida. Deja claro que tal sentencia era justa, ya que el Dador de la ley es un Dios perfectamente justo.

El escritor comparte la palabra con todos aquellos que han prestado atención y se han acercado para escuchar el Evangelio. La parábola del sembrador demuestra que hay cuatro maneras de responder, esencialmente (Mt.13:18-23). Están los que, inmediatamente, vuelven la espalda, y la semilla del Evangelio no tiene oportunidad de brotar. Estos, están totalmente controlados por el enemigo de sus almas. Otros, son los que reciben la palabra con gozo solamente por los beneficios que puedan recibir, pero se alejan ante cualquier oposición. En el tercer grupo están los que son llevados por los placeres y las preocupaciones de esta vida. Solamente el cuarto grupo, “que oye y entiende la palabra”, llega a la salvación y al nuevo nacimiento.

En estos tiempos, bajo el Nuevo Testamento, el peligro está en no prestar suficiente atención a la salvación. Alguien ha preguntado: “¿Qué tengo que hacer para irme al infierno?” La respuesta es: “¡Absolutamente nada!” Jesús dijo en Juan 3:18: “El que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. El incrédulo ya tiene la sentencia de condenación y todo lo que tiene que hacer es permanecer en este estado, simplemente descuidando la salvación. El peligro está en tomar a la ligera su estado espiritual.

No está prestando la atención adecuada a la Palabra de máxima autoridad; la Palabra hecha carne. Los apóstoles fueron testigos personales de Su palabra, la cual escribieron y entregaron a la siguiente generación. El Espíritu Santo les dio una inspiración especial e inerrante y, por eso, trasmitieron perfectamente un mensaje que traería la salvación o la condenación a los oyentes. Jesús dijo: “Ruego también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Jn.17:20). Todavía tenemos esta palabra escrita con la misma autoridad (v:3). Mencioné en la introducción, que Pablo experimentó un encuentro personal con Cristo, lo cual le incluyó entre los apóstoles (1 Co.15:8), y Pedro, incluyó entre las Escrituras acreditadas lo que Pablo había escrito (2 P.3:15).

Dios mismo, confirmó Su palabra por medio de Su poder sobrenatural con señales, prodigios, milagros y dones del Espíritu Santo. Nadie puede decir que el ministerio de los apóstoles fue menos que una confirmación enviada del cielo, por la cual sólo Dios recibió la gloria. Desde el principio hasta el fin, todo formó parte de Su manera de introducir el Evangelio al mundo, y Él continúa apoyando totalmente Sus propósitos.

El Señor envió un precursor antes de Cristo, nacido de una mujer que había pasado la edad de poder concebir. Los propósitos de Dios continuaron, al elegir a una virgen de la aldea de Nazaret. Ella daría a luz al Hijo de Dios y le pondría en un pesebre, donde guardaban a los animales en Belén. Él se convirtió en el líder de doce galileos comunes, a quienes confió el futuro de Su misión, que apenas mencionamos en el último párrafo. Después, murió en una cruz romana, se levantó de los muertos y ascendió al cielo. Entonces, el Espíritu Santo cayó sobre Sus humildes seguidores, impactando al Imperio Romano con su mensaje y hechos. Así, el Señor manifestó Su voluntad y Sus caminos (v:4).

  1. Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando;

  2. pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites?

  3. Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos;

  4. Todo lo sujetaste bajo sus pies, porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean

 

El dilema de la humanidad

 

Cada uno, personalmente, necesita enfrentarse a la gran pregunta hecha en el versículo 6: “¿Qué es el hombre?” Ninguna teoría o pensamiento concebidos en la tierra podrían contestarla; solamente la Biblia nos da la respuesta. El escritor, al hablarnos de quien es el hombre, no nos da el nombre de la persona que lo explicó, como acostumbra a hacer, sino que sencillamente dice: “Alguien testificó en cierto lugar”.

Sabemos que David fue el que hizo la pregunta en Salmos 8:4-6, y expresó lo improbable que es que Dios pueda preocuparse por el ser humano. Es una raza que no quiere reconocer a su Creador, debido a su mente arrogante, de modo que el Señor estableció no recibir alabanza por medio de la sabiduría humana, sino por la sinceridad que sale de la boca de los niños y de los que maman (BTX). Pablo lo expresó de esta forma: “El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Co.1:21).

Ciertamente, Jesús se refería a este salmo, en Lucas 10:21, cuando se regocijó en la verdad de que el Padre ocultó “estas cosas de los sabios y entendidos, y las (ha) revelado a los niños”. Añadió: “Sí, Padre, porque así te agradó”. Dios reveló Sus secretos a los que tenían menos probabilidades, Sus discípulos, que eran como niños en cuanto a su entendimiento e importancia en la sociedad.

David, humillado por sus fracasos, pudo ver claramente la debilidad de la humanidad y su indignidad de hallar un lugar de refugio bajo las alas del eterno Soberano. Creados para servir a Dios, los ángeles eran superiores a la raza humana en cuanto a su capacidad e inteligencia. El hombre, aunque es pequeño e indefenso, Dios le dio autoridad en el principio. Dijo a Adán y a Eva: “Llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gé.1:28). Dios le dio gloria y honra sobre toda la creación, para poder sujetarla y reinar sobre ella (v:7).

Fácilmente, consideraríamos la frase del versículo 8 como una subestimación a la realidad sobre el asunto: “Todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas”. Lejos de ver todo sujeto al hombre, vemos a la naturaleza alborotada, hablando del aire, el agua y la misma tierra. El hombre caído no puede gobernarse a sí mismo; anda en un camino de auto-destrucción. Vive toda su vida bajo la esclavitud del pecado y Satanás, en la ruina moral, incapaz de tratar sus propios problemas. Ni siquiera es capaz de controlar sus mismas pasiones.

 

  1. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.

  2. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.

  3. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos,

  4. diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré.

  5. Y otra vez: Yo confiaré en él. Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me

  6. Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,

  7. y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

  8. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.

  9. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo.

  10. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

 

Jesús, la respuesta al dilema del hombre

Sin importar la situación que en el momento domine a los habitantes de este planeta, el creyente se enfoca en lo siguiente… ¡Vemos a Jesús!, y continuaremos con nuestros ojos fijos en Él. Él es el tema y el mensaje del escritor de Hebreos.

Primeramente, captura nuestra atención al relatar el inmenso misterio de Su condescendencia. Hagamos una pausa para contemplar la maravilla de la encarnación. Aquel, a quien los ángeles adoraban, fue hecho poco menor que los ángeles. Se humilló, participando de carne y sangre. El eterno Dios, el Hijo, “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo (Gr. doulos, un esclavo; en un sentido calificado de sujeción o subordinación), hecho semejante a los hombres se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil.2:6-8).

El escritor presenta a Jesucristo, en su encarnación, como el Hijo del Hombre, hecho un poco menor que los ángeles, sin embargo, levantado por encima de ellos para ser el heredero del mundo venidero. Abraham pensaba que su único heredero sería su esclavo, pero Dios, milagrosamente, le dio un hijo. De este hijo Dios hizo una nación que existe hasta la fecha. Abraham, como el padre, e Isaac, como el hijo, prefiguraron e ilustraron la realidad para nosotros. Los ángeles son siervos, pero no herederos. Dios mandó a Su Hijo al mundo, nacido de una virgen, y todo el mundo futuro se sujetará a Él. Esto es lo que nos enseña esta porción.

El Padre otorga suprema autoridad al Hijo. Como aprendimos en el primer capítulo, Él es el Primogénito (1:6), significando que Él reina sobre todo. Aunque tenía este derecho, un poco más adelante (4:15), el escritor nos dirá que, Aquel que es la Autoridad suprema del cielo, fue tentado por el diablo durante cuarenta días en el desierto: “Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Aquel que saciará a Su pueblo de Su bien (Jer.31:14), se sujeta al hambre, y Aquel que es el Dador del agua de vida, padece sed. Aquel que dio la ley se somete a un juicio falso y Él, en quien está la vida, se entrega a la muerte, “para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (v:9, mejor traducido por todos los hombres). Él fue el Cordero de Dios que, sin mancha ni arruga, fue hecho el sustituto del hombre, sufriendo la muerte por todos.

Jesús, que descendió a tal grado, después se levantó de la muerte, ascendió a los cielos y fue coronado de gloria y honor. Vino al mundo como el último Adán para terminar lo que el primer Adán no había podido lograr. Warren Wiersbe comenta: “Cuando nuestro Señor estaba aquí en la tierra, Él ejercitó el dominio perdido por Adán. Tenía dominio sobre los peces (ve a Mt.17:24-27, Lc.5:1-11, Jn.21:1-11), sobre los aves (Lc.22:34), sobre las bestias salvajes (Mc.1:12-13) y las bestias domesticadas (Mc.11:1-7).”

 

Pedro, en el Día de Pentecostés, enseñó que Jesús fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”, el Padre (Hch.2:23). En el versículo 10, el escritor inspirado enseña que, el Padre, “por cuya causa son todas las cosas”, y soberano Señor sobre todo, “por quien todas las cosas subsisten”, hizo todo completamente de acuerdo a Su esencia, justicia, propósito y bondad. Él perfeccionó al Autor de la salvación por aflicciones.

No debemos deducir que perfeccionar indica que había alguna imperfección moral en Cristo que tenía que ser ajustada. El término perfección puede ser utilizado en varias maneras. Normalmente, pensamos en el sentido moral, pero también significa un estado de madurez (alcanzar un perfecto estado de varón, por ejemplo). También puede significar consumación, que es lo que significa en este versículo. El Autor de la salvación, a través de Su sufrimiento hizo un sacrificio por el pecado, consumado o completado. Podríamos decir que, en el Antiguo Testamento, un cordero se convertía en un sacrificio perfecto cuando cumplía todo lo que era requerido por la ley. Por eso, Jesús dijo al morir en la cruz: “¡Consumado es!” (Jn.19:30), es decir, ¡perfectamente completado es!

“Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Ro.5:10). ¡Qué amor es este! Cuando el hombre, por su propia rebelión y desobediencia, trajo la ruina sobre sí mismo y sus descendientes, perdió, no solamente el paraíso, el jardín del Edén, sino el dominio y la gloria de su posición. Peor todavía, perdió la pureza de su propia alma y fue hecho, por naturaleza, un enemigo de Dios. Dios le entregó a Satanás para ser su esclavo. Pero Dios no le dejó en ese estado horroroso: “Porque de tal manera amó Dios el mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn.3:16). El sacrificio consumado de Cristo trajo, está trayendo y traerá muchos hijos a la gloria.

Jesús, uniéndose a nosotros por medio de su humanidad, tomó nuestro pecado y nuestra culpabilidad sobre Sí mismo, siendo Él nuestra santificación; santificándonos por medio de Su sangre. Por esta razón, Él no tiene vergüenza de nosotros y ¡nos llama Sus hermanos! (v:11). Nacemos de nuevo y nos unimos a Él espiritualmente; somos de la misma familia. En este sentido, Él es nuestro Hermano mayor. En el versículo 12, otra vez el escritor vuelve a las Escrituras del Antiguo Testamento para confirmar la inspiración dada por el Espíritu Santo: “Anunciaré a mis hermanos tu nombre (Salmo 22:22)

Jesús dijo, orando al Padre: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste” (Jn.17:6). Significa que Jesús reveló a Sus discípulos la naturaleza de Dios, que es exactamente lo que el salmista predijo. Jesús también dijo: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt.18:20). Dice la versión Textual, en el versículo 12: “¡En medio de la iglesia te cantaré alabanzas!” El salmista cantor nos asegura que el Hijo se une a nosotros al cantar alabanzas al Padre.

Después, el escritor cita Isaías 8:17-18, que también profetiza del Mesías y Sus seguidores, a quienes vino a salvar. Permíteme citar mis comentarios, escritos anteriormente sobre esta porción: “Las profecías de Cristo son para los que le esperan, mientras que el resto del mundo se ocupa en sus propios negocios y preocupaciones.

¿Por qué perder el tiempo con los que no creen? Por eso las cosas de Dios están escondidas de ellos, y así es en el día de hoy. “Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor,

¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn.14:22-23). La sociedad debe estar preguntándose sobre los cristianos: ‘¿Por qué estas personas son tan diferentes?’ La única respuesta es que, ‘Cristo mora en ellos.’” (v:13).

El versículo 14 demuestra aún más Su amor y cuidado por los que están bajo el poder de la muerte, detenidos por el enemigo. Piensa qué motivó a Cristo a tomar un cuerpo humano y mortal: Lo hizo para poder morir por ellos y para que ellos pudieran vivir. Una vez más, estamos contemplando un amor asombroso. Su poderoso enemigo solamente podía ser destruido por medio de la muerte de Jesús. Intentaré explicar el principio espiritual implicado en este acto: La sentencia de muerte solamente está sobre el pecador y, como Jesús era el Cordero de Dios sin pecado, Él no estaba bajo tal sentencia. Por una compasión sin egoísmo, Él tomó la sentencia del hombre sobre Sí mismo y murió en su lugar. La pena de muerte le fue quitada y el derecho que el diablo tenía para retenerle bajo su poder, fue destruido. Jesús pudo prometer: “Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Jn.11:26).

Sabemos que el enemigo es la fuente del pecado y que la sentencia para el pecado es la muerte, pero, al morir Jesús en nuestro lugar, extrajo los colmillos venenosos de la serpiente; es decir, las armas con las que administra el temor a la muerte. Por ello, los pecadores que están esclavizados al pecado pueden poner su confianza en la obra de Cristo en la cruz, aquellos que continuamente sienten y temen la realidad de una muerte futura, y esperan con temor que les transporte a la tumba. Repentinamente, son libres, y la muerte ya no es parte de su futuro. Cristo ha ganado la vida eterna para ellos (v:15).

Cristo no dirigió Su poder para salvar a las huestes de ángeles caídos. No fue hecho semejante a ellos, sino semejante a los hombres. Solamente había una condición por la cual el hombre podía recibir la salvación, y fue por confiar en Cristo y Su obra. Abraham es el padre de todos los que confían en Dios (v:16). “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham (Gál.3:6, 7, 9).

Jesucristo fue 100% humano, y Su oficio fue el de Sumo Sacerdote para Sus hermanos, sobre el asunto que más les preocupaba, las cosas que tenían que ver con Dios. Este Sumo Sacerdote se ofreció como el sacrificio para la propiciación. Esta es la palabra traducida del griego, literalmente, y así es en LBLA. Amigo cristiano, que esta palabra esté firmemente establecida en tu vocabulario. Conoce y medita su significado. En el tabernáculo estaba el Propiciatorio, que cubría el arca del pacto que contenía la ley de Dios, los Diez Mandamientos. El publicano que oró en Lucas 18:13 rogó: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Para que Dios pueda tratar a un pecador con misericordia, algo tiene que aplacar Su ira contra el pecado, y sólo la obra de Cristo en la cruz puede hacerlo. La ira de Dios fue completamente derramada contra Su Hijo y, como resultado, el pecador puede venir a Él y clamar que le trate con misericordia. Dios será propicio a él (v:17).

Hebreos nos enseñará mucho sobre el sacerdocio de Jesús. Al contemplar la última porción de este capítulo, una palabra que podría quedar en nuestros pensamientos sería compasión. El sacerdocio verdadero de Dios demanda que el Sumo Sacerdote sea compasivo. Él tenía que conocer a través de la experiencia de la vida sobre el mundo, las pruebas de la humanidad. La palabra socorrer, en el versículo 18, tiene el sentido de correr para ayudar a un niño. John comentó sobre el amor de Cristo por sus discípulos: “Como amó a los que eran Suyos en el mundo, les amó hasta el extremo y al nivel más alto” (Jn.13:1, Biblia Amplificada). En su última cena con ellos, Jesús dijo: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” (Lc.22:15). Jesús dirigió toda Su vida en esta dirección; como L. E. Maxwell, tituló su libro, Él Nació Crucificado.

 

 

Dios sé propicio a mí, ante ti soy un pecador;
Y humillando la mirada, clamo a ti con toda el alma,
Oh Dios, sé propicio a mí.



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