17 Jun Carta a los Hebreos
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in Carta a los Hebreos
Carta a los Hebreos
Un estudio expositivo por Lowell Brueckner
Capítulo 2
El Autor de la salvación
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Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.
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Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución,
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¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron,
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testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad.
El camino de la salvación por medio de la Palabra de Dios
Las palabras, por tanto, nos conectan con el capítulo 1. Dios nos ha hablado por Su Hijo eterno, cuya palabra está, incomparablemente, por encima de la de las huestes angelicales; por esta razón, estamos tratando con algo de la más alta importancia. Estamos ligados a un pacto más grande, en el cual los galardones y las consecuencias tienen más significación.
El primer consejo de la carta empieza con la frase: “Es necesario que con más diligencia…”. Esta palabra ha sonado por todas las edades y sigue válida para nosotros hoy, sin importar cuanta atención le hayamos prestado. Aunque hayamos hecho caso al Evangelio, más diligencia, en el griego original, indica que debemos más superabundantemente asegurar que sea el asunto más importante en nuestras vidas. Tiene que ser la razón de nuestra existencia, de manera que se vaya incrementando con el paso del tiempo. No hay terreno neutral; estamos remando en el tempestuoso mar de la vida, y si somos negligentes en dedicar siempre más tiempo y esfuerzo al asunto, seremos llevados a la deriva, lejos de este propósito (v:1).
En el versículo 2, por razones de comparación, el escritor demuestra la seriedad de no atender a la ley dada por los ángeles. Cada infracción llevaba una pena que podría costar la vida. Deja claro que tal sentencia era justa, ya que el Dador de la ley es un Dios perfectamente justo.
El escritor comparte la palabra con todos aquellos que han prestado atención y se han acercado para escuchar el Evangelio. La parábola del sembrador demuestra que hay cuatro maneras de responder, esencialmente (Mt.13:18-23). Están los que, inmediatamente, vuelven la espalda, y la semilla del Evangelio no tiene oportunidad de brotar. Estos, están totalmente controlados por el enemigo de sus almas. Otros, son los que reciben la palabra con gozo solamente por los beneficios que puedan recibir, pero se alejan ante cualquier oposición. En el tercer grupo están los que son llevados por los placeres y las preocupaciones de esta vida. Solamente el cuarto grupo, “que oye y entiende la palabra”, llega a la salvación y al nuevo nacimiento.
En estos tiempos, bajo el Nuevo Testamento, el peligro está en no prestar suficiente atención a la salvación. Alguien ha preguntado: “¿Qué tengo que hacer para irme al infierno?” La respuesta es: “¡Absolutamente nada!” Jesús dijo en Juan 3:18: “El que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. El incrédulo ya tiene la sentencia de condenación y todo lo que tiene que hacer es permanecer en este estado, simplemente descuidando la salvación. El peligro está en tomar a la ligera su estado espiritual.
No está prestando la atención adecuada a la Palabra de máxima autoridad; la Palabra hecha carne. Los apóstoles fueron testigos personales de Su palabra, la cual escribieron y entregaron a la siguiente generación. El Espíritu Santo les dio una inspiración especial e inerrante y, por eso, trasmitieron perfectamente un mensaje que traería la salvación o la condenación a los oyentes. Jesús dijo: “Ruego… también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Jn.17:20). Todavía tenemos esta palabra escrita con la misma autoridad (v:3). Mencioné en la introducción, que Pablo experimentó un encuentro personal con Cristo, lo cual le incluyó entre los apóstoles (1 Co.15:8), y Pedro, incluyó entre las Escrituras acreditadas lo que Pablo había escrito (2 P.3:15).
Dios mismo, confirmó Su palabra por medio de Su poder sobrenatural con señales, prodigios, milagros y dones del Espíritu Santo. Nadie puede decir que el ministerio de los apóstoles fue menos que una confirmación enviada del cielo, por la cual sólo Dios recibió la gloria. Desde el principio hasta el fin, todo formó parte de Su manera de introducir el Evangelio al mundo, y Él continúa apoyando totalmente Sus propósitos.
El Señor envió un precursor antes de Cristo, nacido de una mujer que había pasado la edad de poder concebir. Los propósitos de Dios continuaron, al elegir a una virgen de la aldea de Nazaret. Ella daría a luz al Hijo de Dios y le pondría en un pesebre, donde guardaban a los animales en Belén. Él se convirtió en el líder de doce galileos comunes, a quienes confió el futuro de Su misión, que apenas mencionamos en el último párrafo. Después, murió en una cruz romana, se levantó de los muertos y ascendió al cielo. Entonces, el Espíritu Santo cayó sobre Sus humildes seguidores, impactando al Imperio Romano con su mensaje y hechos. Así, el Señor manifestó Su voluntad y Sus caminos (v:4).
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Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando;
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pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites?
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Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos;
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Todo lo sujetaste bajo sus pies, porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean
El dilema de la humanidad
Cada uno, personalmente, necesita enfrentarse a la gran pregunta hecha en el versículo 6: “¿Qué es el hombre?” Ninguna teoría o pensamiento concebidos en la tierra podrían contestarla; solamente la Biblia nos da la respuesta. El escritor, al hablarnos de quien es el hombre, no nos da el nombre de la persona que lo explicó, como acostumbra a hacer, sino que sencillamente dice: “Alguien testificó en cierto lugar”.
Sabemos que David fue el que hizo la pregunta en Salmos 8:4-6, y expresó lo improbable que es que Dios pueda preocuparse por el ser humano. Es una raza que no quiere reconocer a su Creador, debido a su mente arrogante, de modo que el Señor estableció no recibir alabanza por medio de la sabiduría humana, sino por la sinceridad que sale de la boca de los niños y de los que maman (BTX). Pablo lo expresó de esta forma: “El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Co.1:21).
Ciertamente, Jesús se refería a este salmo, en Lucas 10:21, cuando se regocijó en la verdad de que el Padre ocultó “estas cosas de los sabios y entendidos, y las (ha) revelado a los niños”. Añadió: “Sí, Padre, porque así te agradó”. Dios reveló Sus secretos a los que tenían menos probabilidades, Sus discípulos, que eran como niños en cuanto a su entendimiento e importancia en la sociedad.
David, humillado por sus fracasos, pudo ver claramente la debilidad de la humanidad y su indignidad de hallar un lugar de refugio bajo las alas del eterno Soberano. Creados para servir a Dios, los ángeles eran superiores a la raza humana en cuanto a su capacidad e inteligencia. El hombre, aunque es pequeño e indefenso, Dios le dio autoridad en el principio. Dijo a Adán y a Eva: “Llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gé.1:28). Dios le dio gloria y honra sobre toda la creación, para poder sujetarla y reinar sobre ella (v:7).
Fácilmente, consideraríamos la frase del versículo 8 como una subestimación a la realidad sobre el asunto: “Todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas”. Lejos de ver todo sujeto al hombre, vemos a la naturaleza alborotada, hablando del aire, el agua y la misma tierra. El hombre caído no puede gobernarse a sí mismo; anda en un camino de auto-destrucción. Vive toda su vida bajo la esclavitud del pecado y Satanás, en la ruina moral, incapaz de tratar sus propios problemas. Ni siquiera es capaz de controlar sus mismas pasiones.
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Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.
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Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.
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Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos,
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diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré.
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Y otra vez: Yo confiaré en él. Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me
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Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,
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y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.
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Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.
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Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo.
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Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.